CRISTINE FERRERA
Nuestro matrimonio no solo era un fracaso, sino que había sido un asunto arreglado entre mis padres y los suyos. Sabía de Eliot mucho antes de saber que me casaría con él y admito de manera vergonzosa que lo admiraba, no solo porque era un hombre que parecía más un actor de películas de acción, con su gran altura, sus espaldas anchas, y ese rostro que era la combinación perfecta entre rasgos finos y angulosos, y masculinidad, sino que estaba fascinada por unirme en matrimonio con un hombre tan inteligente, que era capaz de dirigir una empresa como la que tenía en sus manos. No me sentía a su altura y tenía miedo de no ser suficiente.
Tenía razón, no lo fui, por lo menos no para él, porque si de algo estoy segura es que yo no dejé de demostrarle que tenía iniciativa y corazón.
Mi primer intento de alejarme de él, el primero golpe en mi corazón, fue cuando descubrí que había otra mujer en el suyo. Aún guardaba fotos y recuerdos que veía cuando se sentía melancólico. Ivette era la única que podía hacer que esa bestia fría y sin sentimientos se convirtiera en un ser sensible, incluso si ella no estaba aquí. La odié desde la primera vez que vi su foto en la cartera de Eliot y supe que no habría dignidad que alcanzara para enfrentar una situación así. Lamentablemente mis padres no me permitieron desertar. Me insistieron en que me esforzara, pues era obvio que al divorciarme no solo me separaría de Eliot, sino que mi familia perdería beneficios y eran capaces de sacrificar mi felicidad y paz mental por el bien común.
Pensé que con el tiempo las cosas cambiarían, así que esa vez me arrepentí, rompí el acta de divorcio y callé por más tiempo, aguanté lo más que pude, pensé que formar una familia haría que todo cambiara, pero… en la intimidad no fue diferente, Eliot no me besaba, no me acariciaba, simplemente hacía lo que tenía que hacer y salía de la cama, huyendo de mí lo más rápido que podía. Lo único que deseaba era complacer a su padre quien quería nietos.
Su comportamiento en la habitación era tan frío e insensible que decidí acudir a una ginecóloga para mejorar mi fertilidad. Ya no soportaba sentirme como una prostituta con mi propio esposo, solo abriendo las piernas y viéndolo partir en cuanto acababa. No había palabras dulces ni miradas profundas.
Entonces me arrepentí y decidí que lo que menos quería era tener hijos con un hombre que parecía odiarme. Ese fue mi segundo intento para alejarme de él. Preparé una vez más el acta de divorcio y lo perseguí encarnizadamente creyendo que sería definitivo mi intento, pero… desistí, no solo por sus constantes negativas, sino porque… comencé con náuseas, desmayos y antojos. Estaba embarazada.
Miles de ideas estúpidas atravesaron mi cabeza: «Él cambiará cuando conozca a su hijo», «Un bebé tal vez estreche nuestra relación y la arregle». El único feliz era su padre, quien no dejó de llenarme de regalos para los bebés y su emoción creció cuando supo que eran tres, aunque Eliot no pareció alegrarse de la misma forma, pues al ser tres bebés, eran tres cadenas que lo ataban a mí y no solo una.
Mi embarazo lo viví sola, solo con el cuidado de mi madre, pero sola. Eliot no acarició mi vientre ni me acompañó a las consultas. Siempre estaba ocupado cuando se trataba de mí y de nuestros bebés. Incluso durante el parto, recibí a los trillizos completamente sola, mi único consuelo fue que envió a su ayudante cuando me dieron de alta para llevarme a casa.
Nunca olvidaré lo que dijo la primera vez que los vio: «Bien dicen que el matrimonio es como un ataúd, y cada hijo es un clavo. Cristine, tú has puesto tres de una sola intención».
¿Necesitaba más pruebas de que él jamás sería el hombre que esperaba y que tampoco sería el padre que se merecían mis hijos?
—Este es mi tercer intento… —dije con tristeza al recordar—, y el último.
—¿Piensas desistir por fin? —preguntó con un suspiro cansado. Estaba fastidiado de hablar conmigo.
—No… —contesté levantando mi mirada hacia él—. Por el contrario, esta vez no voy a parar. Esta vez imprimiré cuantas hojas sean necesarias, llenaré tu oficina, tu auto y cualquier espacio en el que estés, de actas de divorcio. No me voy a dejar vencer.
»Cada vez que desistí creí que las cosas cambiarían, que tú serías diferente… pero eso no ocurrió.
—¿Qué pasó con eso de… «con el tiempo verás que puedes enamorarte de mí»? ¿Dónde quedó tu perseverancia?
—En las suelas de tus zapatos, pisoteada, hecha pedazos… —contesté sin desenganchar mi mirada de la de él. Noté como entornó los ojos por unos segundos antes de inhalar profundamente—. Déjame libre. No me quieres, nunca lo has hecho. ¿Por qué retenerme si me odias tanto?
—No te odio… pero tampoco te amo —agregó levantando de nuevo una ceja y desviando su mirada mientras negaba con la cabeza—. No has dejado de ser esa niña tonta con la que me obligaron a casarme. ¿Crees que es fácil tener a una completa desconocida en mi casa y en mi cama? ¿Qué es lo que querías, que fingiera que me gustabas y tratarte con un amor falso mientras internamente tenía ganas de vomitar?, para mí solo eres una carga, una obligación. La diferencia entre tú y yo es que, pese al desagrado que me generas, yo no pienso claudicar y acabar con el acuerdo que nuestros padres hicieron.
»¡¿Qué más quieres, Cristine?! ¡Tienes una casa enorme y hermosa para ti sola! ¡Todas las comodidades que muchas mujeres desearían! ¡Dinero para que te lo gastes en el salón de belleza, spa o donde se te ocurra!
—No quiero nada de eso… Lo único que siempre deseé era casarme con un hombre que me quisiera, sin importar lo mucho o poco que tuviéramos. Solo quería encontrar a mi compañero. —Sorbí por la nariz y de nuevo ahí estaban las lágrimas.
—Deja de pedirme algo que no te puedo dar… —siseó y solo pude sonreír.
—¿Te refieres al divorcio o a un poco de amor? —pregunté soltando una ligera carcajada llena de decepción.
—Ambos… —contestó dándome la espalda, dispuesto a dejarme sola de nuevo—. Jamás obtendrás ninguno de los dos.
CRISTINE FERRERAMe pasé toda la mañana limpiando el piso de la cocina, la cena ya estaba seca y pegada a la losa. Con tristeza tomé el acta de divorcio sucia que se hizo pedazos en cuanto la alcé, la comida la había arruinado.Recordar el fracaso de anoche solo me hizo sentir furiosa y frustrada. ¡Era imposible hablar con ese hombre! —¡Te odio Eliot Magnani! ¡Te odio! ¡Te desprecio! ¡Te aborrezco! —grité llena de furia, con ganas de voltear la mesa, patear las sillas y salir de esa maldita casa con mis bebés para jamás volver—. Eres un hijo de puta. Maldito el día que mis padres decidieron casarme contigo. »Pero hay un puto karma, imbécil, lo sé… y cuando te llegue espero estar cerca para burlarme en tu cara. Terminarás solo y arruinado porque con el carácter de mierda que te cargas, ni tu madre te soportaba —con cada palabra arrojé con furia a la basura esa masa podrida y asquerosa en la que se había convertido la cena de aniversario. De pronto, cuando sentí que la presión de tod
CRISTINE FERRERA—A veces, cuando nos abandonan, entre más pasa el tiempo el cerebro se vuelve traicionero y comienza a olvidar todo lo malo, haciéndonos extrañar a esa persona por la poca bondad que mostró —contestó el señor Uberto con melancolía. Sabía bien a quién se refería: la zorra asquerosa de Ivette—. Eliot solo cree que fue lo mejor que le pudo pasar en la vida porque no recuerda todo lo malo que le hizo. Entre más le prohibía a esa mujer, más se aferraba a ella. A veces me pregunto si me equivoque… —No piense en eso… —dije con tristeza, manteniendo su mano cálida entre las mías. —No puedo evitarlo, porque en el proceso, arruiné tu vida también. —Sus ojos vidriosos se posaron en mí, parecía luchar con las ganas de llorar. Le sonreí con dulzura y negué con la cabeza. —Me dio a un buen esposo, un hombre inteligente que a su vez me dio tres pequeños angelitos. ¿Cómo puede decir eso? Todo está…—No te divorcies de él. —Mis mentiras no habían sido suficientes. ¿Cómo podía enga
CRISTINE FERRERA—¡Qué apague eso! —exclamó furioso el señor Uberto haciendo que la enfermera con mano temblorosa por fin apagara la televisión. Volteé lentamente hacia él, que parecía más pálido. Sorbí por la nariz y le ofrecí una sonrisa mientras lágrimas regordetas colgaban de mis pestañas, aferrándose a ellas. Mi pecho se sentía vacío, frío… creo que mi corazón se había muerto por fin, había dado su último latido. —Cristine… —Su mirada estaba cargada de tristeza. ¿Cómo no lo estaría si su hijo había preferido irse con esa zorra a estar con él? Juré que esto no lo olvidaría, no solo por mí, sino por el señor Uberto.—No diga nada, tiene que descansar… —¡No puedo descansar cuando mi hijo…!—No se altere… Lo último que quiero es que ese corazón se agite —contesté acariciando su mejilla—. Todo estará bien si usted está bien. ¿Entendido? No piense en esto. —Cristine… Lo siento tanto —agregó destrozado por la traición de su hijo a lo que yo solo sonreí, ya no tenía nada más qué deci
CRISTINE FERRERA—Resulta que mientras tú estabas festejando tu paternidad con Ivette, él empeoró. No sabes lo sorprendida que quedé cuando dijeron que su único hijo había ignorado todas las llamadas —contesté sin sentimientos, vacía, quebrada, corrompida. Su mirada delató que también percibió el cambio en mí—. No me sorprende que me dejes a un lado por Ivette, ya me acostumbré, pero… ¿abandonar a tu padre por ella? No creí que fueras tan… egoísta, después de todo, tu padre siempre ha sido un ángel contigo. Darle la espalda de esa manera fue sorprendente. Apretó las mandíbulas y contuvo su rabia. Como siempre contenía sus emociones, dominaba cada impulso hacia mí, pues no quería que yo tuviera algo de él, ni siquiera su coraje.—No sé de qué estás hablando… Ivette y yo…—¿No? ¡Me sorprende! Salió en cadena nacional —contesté revisando en mi celular, buscando alguna página de noticias—. Te atraparon, chico listo. Le mostré el teléfono y deslicé la pantalla para que apreciara el arte
CRISTINE FERRERAEliot firmó los papeles sobre el mueble de recepción y cuando me los entregó, Ivette ya estaba detrás de él, acariciando su espalda, viéndolo con inmensa piedad, mientras a mí me ignoraba, fingiendo que no existía. —Aunque no lo creas, te deseo que seas muy feliz —dije entregándole los documentos a Jimena quien comenzó a examinarlos mientras malabareaba con los bebés en sus brazos—. Porque si eres feliz y te satisface tu nueva vida, será más difícil que quieras volver a joder la mía. —Descuida… —intervino Ivette molesta, por fin poniéndome atención—. Él será muy feliz conmigo. Como siempre tuvo que ser. Tú eras quien lo hacía infeliz. —¡Mira! Premio doble… Ambos seremos felices, yo sin ti y tú con ella —contesté con sarcasmo y retrocedí—. Te iba a preguntar si querías despedirte de los bebés, pero… ¡¿qué digo?! ¡Nunca te importaron! Apuesto a que ni siquiera recuerdas cómo se llaman. ¡Es más! Ni siquiera sabes quién es quién o qué edad tienen. Así que… no tiene sen
ELIOT MAGNANI—Señor Magnani… —me saludó Cristine como si fuera un completo desconocido antes de posar su atención en Ivette que se mostraba posesiva, aferrándose a mi brazo—. Señora Magnani. Mis sinceras condolencias…—Espero que tu presencia aquí sea breve —interrumpió Ivette fingiendo educación—. Entenderás que ya no eres bien recibida en este círculo.Cristine sonrió divertida, parecía darle gracia la actitud de Ivette.—Lo sé, señora Magnani.—Deja de llamarla así —contesté furioso y me sacudí el brazo de Ivette—. Te dije que no quería circos ni juegos por respeto a mi padre.—No estoy haciendo ningún circo, solo estoy presentándole mis respetos a la única mujer que s
ELIOT MAGNANI—No estás para saberlo, ni yo para contarlo… —contestó Cristine deteniendo su avance—, pero ahora que no estamos casados, no es una gran idea regresar a casa de mis padres y menos con tres niños pequeños. A estas alturas me deben de considerar la deshonra de la familia. Así que… no, no regresaré con ellos.—¿Qué harás? ¿A dónde irás? —pregunté confundido y con una pequeña chispa de preocupación que se hacía cada vez más grande y angustiosa entre más tardaba ella en responder.—Nunca te importé cuando estábamos casados. Pude morir en esa casa y jamás te habrías enterado hasta un mes después cuando mi cuerp
CRISTINE FERRERANadie me explicó lo complicado que sería ser madre soltera de tres angelitos. La alegría que me generó ganar mi libertad se acabó conforme mis ahorros empezaban a desaparecer y yo no conseguía trabajo. Pensé que estando lejos de Eliot dejaría de llorar por las noches, pero no fue así. Cuando mis bebés dormían me encerraba en el baño del pequeño departamento que había rentado, pues era para lo único que me alcanzaba, y lloraba tronándome los dedos e intentando quebrarme la cabeza para descubrir cómo iba a poner el pan en la mesa al día siguiente.Muchas veces pensé en llamar a mi maldito exesposo y pedirle algo de dinero para sus hijos, pero cada vez que estaba a punto de hacerlo, desistía. Mi orgullo me daba las fuerzas su