DIVORCIADA DEL CEO ARREPENTIDO: ¡Vuelve con mis Trillizos!
DIVORCIADA DEL CEO ARREPENTIDO: ¡Vuelve con mis Trillizos!
Por: Sathara
Capítulo 1: Un esposo ausente

CRISTINE FERRERA

Sentada frente al fuego de la chimenea levanté mi copa media llena, ya no sabía cuántas llevaba mientras que el festín que había preparado se enfriaba en la mesa. Intenté sonreír con los ojos llenos de lágrimas y un maldito nudo en la garganta que me asfixiaba y que solo con el alcohol lograba pasar ese trago amargo de mi aniversario. 

Ni siquiera sabía por qué había preparado la cena si, como el año pasado, comería sola. Me casé joven y llena de ilusión, con un hombre atractivo que me llevaba unos cuantos años de más, pero que… creí que… ya sabes, me amaría cuando me conociera. 

Era una buena chica, detallista, dulce… me esforzaba por hacer hasta el mínimo esfuerzo para ganarme su corazón, ¡Dios sabe cuánto luché por… solo una sonrisa!, pero nada de lo que hacía era suficientemente bueno. 

Siempre en esta fecha recordaba lo primero que le dije a mi esposo cuando entramos a esta casa, que sería nuestro hogar. Aún llevaba mi vestido de novia y él no dudó en dirigirse a su estudio para ignorarme. «Con el tiempo verás que puedes enamorarte de mí», había dicho con la inocencia de una mujer joven que se casa enamorada del hombre incorrecto.

Sonreí sintiéndome estúpida de quien alguna vez fui, desperdiciando mi tiempo. Eliot era un hombre que no solo te congelaba con su presencia y atractivo, sino que su actitud te podía cortar y partir en dos el corazón.

Levanté mi teléfono sin apartar la vista de la chimenea, escogí su número y escuché el tono de llamada mientras me acababa el resto del vino en mi copa. Nadie contestó y no me sorprendía. Eliot jamás lo hacía, menos en nuestro aniversario, aun así, insistí un par de veces, dándole la oportunidad de comportarse como un caballero por lo menos ahora que el final de mi paciencia estaba cerca. 

—¡Carajo! —exclamé furiosa—. Te está hablando tu esposa… ¡contesta!

Le reclamé al teléfono como si pudiera mandar el mensaje por mí. Arrojé mi copa a la chimenea, haciéndola añicos antes de volver a intentar, pero esta vez llamé directamente a su ayudante, el único que parecía tolerarlo lo suficiente. 

—¿Señora Magnani? —preguntó de inmediato, fingiendo estar sorprendido. 

—¡Quiero hablar con mi esposo! —demandé furiosa. 

—¿Su esposo? Él… no se encuentra… él… se fue, no está… 

—Nunca está… —susurré herida—. ¡Dile que no le robaré mucho de su valioso tiempo! ¡Dile que solo necesito que por primera vez en su puta vida se digne a pisar la casa para firmar el divorcio! ¡Sé que es mucho pedirle, de seguro ni siquiera ha de recordar que este lugar existe, con gusto le mando la dirección! ¡Solo una noche, una única noche para terminar con esto y que se vaya al demonio nuestro matrimonio! 

»No le tomará más de cinco minutos firmar y por fin deshacerse de mí y yo de él. —Apretaba con tanta fuerza el teléfono en mi oído que los nudillos se me pusieron blancos y la mano me temblaba. Deseaba arrojar el aparato contra la pared o dejar que se quemara en la chimenea. 

—Dile que estoy ocupado y no pienso regresar esta noche —escuché en el fondo de la llamada, como una voz espectral que solo servía para romperme el corazón.

—Maldito mentiroso… —agregué conteniendo mi ira—. Está ahí, burlándose de mí, como siempre. Dile que se vaya a la m****a y que regrese cuando quiera, pero que ese acuerdo de divorcio lo va a estar esperando, no importa cuanto decida tardar.

Colgué el teléfono llena de rabia y frustración. ¿Cuánto tiempo más podía soportar su frialdad? Eliot no era un mujeriego, mucho menos me era infiel, no necesitaba serlo, pero de algo estaba segura jamás renunciaría a esa mujer, su primer amor, la que estuvo antes que yo, quien se quedó con su corazón arrebatándole toda su calidez y dejándome solo un cascarón frío y antipático que no le importaba nada de lo que me pasara. 

Aunque ella había hecho su vida lejos de nosotros, su sombra seguía pegada a él y jamás se iría. ¿Qué culpa tenía yo? ¿Era necesario que frustrara mis intenciones de un matrimonio feliz y me arrancara mi alegría propia? ¡Solo quería libertad! Si Eliot no me iba a amar, entonces… que no me destruyera con su indiferencia, porque después de tanto tiempo, se volvía un dolor insoportable. 

Cargada de frustración, tiré la cena de la mesa, rompiendo cada plato y copa. ¿A quien engañaba? Año con año siempre esperaba que una noche Eliot llegara como el esposo que siempre esperé, con un pequeño regalo, una botella de vino y pidiendo disculpas por llegar tarde el día de nuestro aniversario mientras me llenaba de besos y me decía que todo olía delicioso, pero eso jamás pasaría, y me sentía patética al seguir esperando que ocurriera.

El ruido hizo que mis pequeños comenzaran a llorar con miedo. Subí corriendo las escaleras hasta llegar a la enorme cuna mandada a hacer especial para ellos, con el espacio suficiente para tres pequeños angelitos, trillizos, producto de mi necesidad por complacer a Eliot y ganarme un poco de su admiración y amor. Ellos eran lo único bueno que me había dejado ese matrimonio de m****a.

—Ya… ya… Perdón, mamá se siente triste, lo siento mis pequeños. —Me calmé antes siquiera de tocar la cuna. No quería contaminarlos con mi dolor, ellos no se lo merecían. 

Cuando noté que mi corazón latía más despacio y mis manos habían dejado de temblar, los mecí con dulzura mientras acariciaba sus caritas y dejaba que sus manitas me agarraran de los dedos. Ellos también eran víctimas de la ausencia de su padre y al mismo tiempo el único motivo para que se presentara en la casa de manera casual, tal vez movido por la curiosidad de saber si cuidaba bien de ellos.

—No importa si papá no está, mamá los amará el doble, los cuidará el doble y siempre va a luchar para que sean niños muy felices. Con él, sin él y a pesar de él, estaremos bien.

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