Todos temen lo que no pueden controlar. En nuestro campamento, entre las sombras de las carpas coloridas y el brillo de las fogatas, el miedo se desliza como un susurro constante.
Los gitanos conocen la oscuridad como una vieja amiga, y yo, Emily, soy su hija predilecta. —Emi, ¿qué haces allá arriba? —preguntó Darío, con su voz firme pero marcada por la preocupación. Siempre intentaba seguirme el paso. Me gustaba verlo desde las alturas, con sus rizos oscuros desordenados y esos ojos marrones que reflejaban determinación y temor. —Disfruto la vista —respondí, dejando que una sonrisa traviesa se asomara en mis labios mientras balanceaba mis piernas desde la rama del viejo roble. La luna llena y pálida bañaba el campamento en una luz espectral, resaltando las líneas de su ceño fruncido. —Emi, ¿por qué siempre tienes que subir a estos árboles? —preguntó, comenzando su torpe ascenso. La altura siempre lo mareaba, y eso me divertía; ver cómo enfrentaba sus miedos por seguirme me hacía pensar en un perro fiel, dispuesto a cualquier cosa por su dueña. Darío, con sus manos fuertes y curtidas por el trabajo, se agarraba a las ramas con desesperación. Era un buen prospecto, siempre tratando de alcanzarme, y de estar a mi nivel. Finalmente, se sentó a mi lado, jadeando ligeramente. —Me enteré de que tu padre te ha dado un ultimátum. Pretenden que te cases con alguien del clan, ¿ya has escogido a tu futuro esposo? —dijo, su voz era un susurro bajo el dosel de hojas. —No quiero casarme —repliqué, girando mi rostro hacia él. La brisa nocturna acariciaba mi piel y hacía danzar mis rizos rojos—. Aún soy joven y, además, no tengo a nadie en mente. —¿Nadie? —repitió Darío, con confusión y curiosidad. —No lo entenderías… —murmuré, desviando la mirada hacia el cielo estrellado. —Déjame postularme, déjame ser tu esposo —insistió, tomando mi mano. Su toque era cálido, pero sus dedos temblaban ligeramente. —Le temes a las alturas y yo, en mi otra vida, fui un mono —dije, soltando su mano con una risa suave. —Aprenderé —prometió, lleno de una determinación que casi me conmovió. —Nunca logras alcanzarme —puse otra excusa, disfrutando del juego. —Correré más rápido. —Yo no te amo —afirmé, mirándolo a los ojos. —Haré que me ames. —Tienes una respuesta para cada cosa que digo, Darío. —Yo te amo. —Eres mucho mayor que yo. —Solo son diez años. Emi, permíteme demostrarte que puedo protegerte. Quería reírme; no necesitaba protección. Era una loba, mitad bruja. Si él supiera la verdad, sería él quien necesitaría cuidado. —Déjame intentarlo —rogó, en un susurro desesperado. Asentí ligeramente, dándole una última oportunidad. Se acercó, sus ojos estaban cerrados mientras su mano recorría mi cuello, sus labios estaban peligrosamente cerca de los míos. El aire entre nosotros estaba cargado de electricidad, de una tensión antigua y oscura. Lance un pequeño hechizo, uno de mis trucos favoritos, que hizo crujir y romper la rama. —¡Ahh! —gritó Darío al caer, y yo aterricé con gracia sobre mis piernas, mientras él caía de espaldas contra el suelo polvoriento. —¿Darío, estás bien? —pregunté, fingiendo preocupación mientras me inclinaba hacia él, en ese momento mis ojos brillaban con un destello de malicia. —Sí, duele —respondió, adolorido, mirando hacia las estrellas como si buscara respuestas. Me acerqué a él, ofreciendo una mano para ayudarlo a levantarse. En el fondo, sabía que Darío nunca podría alcanzarme, ni en altura ni en alma. Yo era una criatura de la noche, una mezcla de magia y misterio que ningún simple mortal podría jamás comprender. —Les diré a mis padres que he escogido a alguien. Creo que esta noche se celebrará la boda. Adiós. Comencé a caminar con pasos pesados, con el corazón apesadumbrado. No deseaba casarme, solo anhelaba que algo lo impidiera. Pero la presión de mi gente, mi tribu, era más fuerte. Ellos exigían un matrimonio que yo no quería. Al llegar a nuestra caravana, me acerqué a mis padres y les di la noticia. —¿Estás segura de que eso es lo que quieres? —preguntó mi madre, sus ojos reflejaban preocupación. —No quiero casarme, pero es mi deber —respondí, dirigiendo mi mirada a mi padre, quien parecía mucho más emocionado que mi madre. Ella se veía pensativa, como si sus pensamientos fueran nubes oscuras en una noche de tormenta. Mi padre salió del campamento y se dirigió a dar la noticia a los demás gitanos. Tenían una boda que preparar. —¿Qué sucede, mamá? —pregunté, tratando de entender su angustia. —Es solo que, si no te quieres casar con él, no lo hagas. No puedes casarte sin amor, Emi. —Es una de las leyes de nuestro pueblo, madre, y como gitana debo acatarlas. —Él se enfurecerá si se entera de que quieres hacerlo —dijo ella, apenas en un susurro. —¿Quién? —pregunté, confundida por sus palabras. —No le hagas caso a esta pobre loca —interrumpió mi padre al regresar—. Mejor vamos a alistarnos. Seguro ya están terminando los preparativos de la boda y esta misma noche se anunciará. Darío… es un hombre con suerte. O quizás no lo sea. —¿Es tan malo que alguien quiera casarse conmigo? —pregunté, con la duda creciendo en mi interior. —Claro que no, Emi. Tú eres extremadamente valiosa y estarás bien, siempre lo estás. Eres muy pequeña, hijita preciosa. Mamá parecía conmovida. Incluso vi algunas lágrimas derramarse por sus mejillas. Me acerqué, le di un beso en la frente y la abracé. Sentí su cuerpo temblar ligeramente contra el mío. El tiempo comenzó a marchar. El sol empezó a ocultarse, dejando que la luna resplandeciera en el ocaso. Las fogatas estaban encendidas, sus llamas danzaban como espíritus inquietos, anunciando la celebración que se llevaría a cabo. Mi madre me prestó uno de sus vestidos, un hermoso atuendo de colores vivos y bordados intrincados, adornado con cuentas y monedas que tintineaban con cada movimiento.Mientras todos se reunían en el centro del campamento, alrededor de la gran fogata donde se llevaría a cabo la ceremonia, mi madre intentó persuadirme una vez más. Pero mi decisión ya estaba tomada. No había marcha atrás; el clan lo había decidido. Los tambores comenzaron a sonar, su ritmo hipnótico resonaba en mi pecho como un latido oscuro y constante. Miré a mi alrededor, a los rostros familiares de mi tribu, sintiendo resignación y desafío. Esta noche, la luna sería testigo de mi destino, y en sus sombras, tal vez encontraría una chispa de esperanza para liberarme de las cadenas que me ataban a un futuro no deseado. Él estaba parado frente a la fogata; sus mechones brillaban bajo la luz del fuego como hilos de oro. Su apariencia era sofisticada, con un aire de misterio y peligro que lo hacía terriblemente atractivo. Tenía 27 años y yo era más joven que él por 10 años, una diferencia que parecía insalvable, pero a la vez, me atraía como un abismo. Me acerqué con pasos lentos, s
Éramos prisioneros, encerrados entre barrotes oxidados y encadenados con grilletes pesados. El llanto de los jovenes resonaba en el ambiente sofocante, impregnado de miedo y desesperación. Las antorchas proyectaban sombras inquietantes sobre los rostros aterrados de mis compañeros. Me quedé observando en silencio, sentada en el suelo de tierra fría, contemplando lo único que poseía: un amuleto de oro con símbolos antiguos que brillaba tenuemente en la penumbra. El hombre de ojos verdes no solo aparecía en mis sueños; recordaba haberlo visto una vez, cuando era aún más joven. Era de noche y mamá había salido de nuestro campamento gitano. La vi adentrarse en el bosque, envuelta en su capa color escarlata. Sin hacer ruido, la seguí, pero de repente desapareció. Fue antes de que me transformara por primera vez, incluso antes de que comprendiera que la magia corría por mis venas. Sentía un miedo paralizante que me hacía sentir diminuta en un mundo que parecía demasiado grande. Creí qu
Saqué un poco de mi sangre con una navaja y realicé un conjuro de rastreo. Aún estábamos vinculados, así que mi sangre me mostró dónde estaba ella. Me transporté al lugar, y el panorama que encontré era desolador: una venta de esclavos. Me coloqué mi capucha y entré, sabiendo que muchos me reconocerían de todos modos. M*****a sea, era el rey de los brujos, líder del aquelarre más poderoso y despiadado cuando se trataba de defendernos unos a otros. Así que que podía esperar. Al ingresar, el lugar estaba impregnado con el hedor de la desesperación. Criaturas de todo tipo estaban encadenadas; algunos mostraban signos evidentes de tortura. Elfos, lobos, vampiros, gitanos, en fin, cualquier ser sobrenatural estaba allí, encadenado y humillado. En el centro del recinto, había una pista de baile donde dos enormes lobos estaban amarrados como el centro del espectáculo, su sufrimiento era exhibido cruelmente ante la mirada de los asistentes. —Con ustedes tenemos a estas lindas gitanas —
Uno a uno, los asistentes comenzaron a mencionar cifras, sus voces estaban llenas de codicia. Finalmente, un hombre ofreció una cantidad exorbitante, una suma que silenció a todos. Fui vendida a él, al hombre de ojos verdes. El público comenzó a exigir que bailara de nuevo. Accedí, pero esta vez, mis movimientos fueron más lentos y menos provocativos. Estaba furiosa. Sabía que mi baile había influido en su decisión de comprarme. Qué estupidez, no soy un animal domesticado. Mientras me agachaba, sentí la magia recorrer mi ser. Había visto a los lobos encadenados detrás de mí. Como si mis manos fueran una extensión de la magia, tomé las cadenas de los lobos. Al levantarme, alcé mis manos al cielo y las bajé con brusquedad, rompiendo las cadenas con un estruendo ensordecedor. El caos estalló. Los vendedores de esclavos corrieron en busca de armas, y el pánico se apoderó del lugar. Corrí fuera del escenario y liberé a mi gente. Un hombre se atravesó en mi camino, apuntándome con una
—¿Por qué hacen esto? Ustedes son mi familia —dije, llena de tristeza, mientras miraba a mi madre, quien bajó la cabeza con pesar. —Mi niña, tienes que irte. Tu lugar no es a nuestro lado —las palabras de mi madre resonaron como un martillo en mi corazón, comprimiéndolo y desgarrándolo. Pero no iba a dejarme doblegar. —Mamá, yo puedo protegerlos de los esclavistas, de los que... —No te necesitamos —interrumpió Darío con frialdad, y todos gritaron lo mismo con un tono de rechazo unánime. Mi madre se acercó a mí y me abrazó, siendo un gesto que pretendía ser reconfortante, pero yo no me dejaba llevar por la debilidad. —Emily, mi niña, no lo tomes a mal. Tu lugar no es a nuestro lado. Tu destino en esta vida fue escrito antes de tu nacimiento —me dio un beso en la mejilla, llena de resignación—. Te amo. —Mamá... ¿Es por esto que debía mantener mi identidad en secreto? ¿Es por esto que no debía mostrar mi verdadera esencia? —¡Ya vete! —gritaron con fuerza. Dirigí mi mirada a los m
—Claro que lo sabes —susurró Arthur con una sonrisa torcida, una de esas que parecían esconder un secreto oscuro que yo aún no había revelado. Su mirada penetrante me atravesaba, como si estuviera desnudando mis pensamientos. —No, en absoluto —mentí, aunque el peso de la verdad colgaba en el aire. Sí sabía su nombre, pero admitirlo habría sido cederle un poder que no estaba dispuesta a otorgar. La rabia que emanaba de él, esa intensidad implacable, me atraía de una forma inexplicable. Era como si su presencia abrasadora me envolviera, y eso me frustraba aún más. No quería que me afectara de esa manera. —Arthur —repitió, con sus labios curvándose en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —Ya lo sabía —respondí, y mi sonrisa desafiante no hizo más que endurecer su expresión. Su ceño se frunció, y por un momento, el silencio entre nosotros se volvió asfixiante. De repente, me levantó con una fuerza que me tomó por sorpresa, lanzándome sobre su espalda como si no pesara nada. Mi g
Creo que lo hice enojar porque se giró y comenzó a caminar hacia la enorme posada sin decir una palabra, con esos pasos firmes que parecían hacer temblar el suelo. El silencio entre nosotros era tan denso que me resultaba asfixiante.—¡Espera! —grité mientras corría tras él, pero se detuvo tan de repente que choqué de lleno contra su espalda. Era como golpear una pared—. ¿Por qué te detienes de repente? —le solté, molesta y un poco aturdida por el impacto.Él se giró despacio, y su mirada, tan oscura como la noche, se clavó en la mía con fastidio y burla.—¿No fuiste tú quien pidió que esperara? —respondió con tono frío—. A ver quién te entiende, niña.—¡Eres un idiota! —le espeté, apartándome de él con un empujón, aunque mi fuerza parecía nada comparada con la suya.Avancé hacia la entrada de la posada, intentando ignorar cómo me hervía la sangre cada vez que me llamaba "niña". Lo hacía a propósito, solo para hacerme enojar.Al cruzar la puerta, me quedé con la boca abierta. Por fuer
—¿Puedes soltarme? —dijo él con un tono de diversión. Al levantar la vista para encontrar sus ojos, me di cuenta de lo ridícula que debía parecer, pero no podía evitar el rubor que se extendió por mis mejillas. —Lo siento, solo quería ver si tenías algo cómodo para dormir —dije rápidamente, sintiendo cómo el calor subía aún más a mi rostro. Arthur no dijo nada al principio, solo me observó en silencio, como si estuviera debatiendo algo internamente. —Sí, entra —dijo, haciéndose a un lado para que pudiera pasar. Entré en su habitación, sintiéndome un poco nerviosa, pero tratando de mantener la compostura. Observé cada detalle a mi alrededor; la habitación era simple pero elegante, con muebles de madera oscura y una cama grande y bien hecha. Sobre una mesilla de noche, había algunos adornos que llamaron mi atención. No pude resistir la tentación de tocarlos. —¿Te gustan? —preguntó Arthur, apareciendo a mi lado sin que me diera cuenta. —Sí, son lindos —respondí, girándome hacia