Saqué un poco de mi sangre con una navaja y realicé un conjuro de rastreo. Aún estábamos vinculados, así que mi sangre me mostró dónde estaba ella. Me transporté al lugar, y el panorama que encontré era desolador: una venta de esclavos. Me coloqué mi capucha y entré, sabiendo que muchos me reconocerían de todos modos. M*****a sea, era el rey de los brujos, líder del aquelarre más poderoso y despiadado cuando se trataba de defendernos unos a otros. Así que que podía esperar. Al ingresar, el lugar estaba impregnado con el hedor de la desesperación. Criaturas de todo tipo estaban encadenadas; algunos mostraban signos evidentes de tortura. Elfos, lobos, vampiros, gitanos, en fin, cualquier ser sobrenatural estaba allí, encadenado y humillado. En el centro del recinto, había una pista de baile donde dos enormes lobos estaban amarrados como el centro del espectáculo, su sufrimiento era exhibido cruelmente ante la mirada de los asistentes. —Con ustedes tenemos a estas lindas gitanas —
Uno a uno, los asistentes comenzaron a mencionar cifras, sus voces estaban llenas de codicia. Finalmente, un hombre ofreció una cantidad exorbitante, una suma que silenció a todos. Fui vendida a él, al hombre de ojos verdes. El público comenzó a exigir que bailara de nuevo. Accedí, pero esta vez, mis movimientos fueron más lentos y menos provocativos. Estaba furiosa. Sabía que mi baile había influido en su decisión de comprarme. Qué estupidez, no soy un animal domesticado. Mientras me agachaba, sentí la magia recorrer mi ser. Había visto a los lobos encadenados detrás de mí. Como si mis manos fueran una extensión de la magia, tomé las cadenas de los lobos. Al levantarme, alcé mis manos al cielo y las bajé con brusquedad, rompiendo las cadenas con un estruendo ensordecedor. El caos estalló. Los vendedores de esclavos corrieron en busca de armas, y el pánico se apoderó del lugar. Corrí fuera del escenario y liberé a mi gente. Un hombre se atravesó en mi camino, apuntándome con una
—¿Por qué hacen esto? Ustedes son mi familia —dije, llena de tristeza, mientras miraba a mi madre, quien bajó la cabeza con pesar. —Mi niña, tienes que irte. Tu lugar no es a nuestro lado —las palabras de mi madre resonaron como un martillo en mi corazón, comprimiéndolo y desgarrándolo. Pero no iba a dejarme doblegar. —Mamá, yo puedo protegerlos de los esclavistas, de los que... —No te necesitamos —interrumpió Darío con frialdad, y todos gritaron lo mismo con un tono de rechazo unánime. Mi madre se acercó a mí y me abrazó, siendo un gesto que pretendía ser reconfortante, pero yo no me dejaba llevar por la debilidad. —Emily, mi niña, no lo tomes a mal. Tu lugar no es a nuestro lado. Tu destino en esta vida fue escrito antes de tu nacimiento —me dio un beso en la mejilla, llena de resignación—. Te amo. —Mamá... ¿Es por esto que debía mantener mi identidad en secreto? ¿Es por esto que no debía mostrar mi verdadera esencia? —¡Ya vete! —gritaron con fuerza. Dirigí mi mirada a los m
—Claro que lo sabes —susurró Arthur con una sonrisa torcida, una de esas que parecían esconder un secreto oscuro que yo aún no había revelado. Su mirada penetrante me atravesaba, como si estuviera desnudando mis pensamientos. —No, en absoluto —mentí, aunque el peso de la verdad colgaba en el aire. Sí sabía su nombre, pero admitirlo habría sido cederle un poder que no estaba dispuesta a otorgar. La rabia que emanaba de él, esa intensidad implacable, me atraía de una forma inexplicable. Era como si su presencia abrasadora me envolviera, y eso me frustraba aún más. No quería que me afectara de esa manera. —Arthur —repitió, con sus labios curvándose en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —Ya lo sabía —respondí, y mi sonrisa desafiante no hizo más que endurecer su expresión. Su ceño se frunció, y por un momento, el silencio entre nosotros se volvió asfixiante. De repente, me levantó con una fuerza que me tomó por sorpresa, lanzándome sobre su espalda como si no pesara nada. Mi g
Creo que lo hice enojar porque se giró y comenzó a caminar hacia la enorme posada sin decir una palabra, con esos pasos firmes que parecían hacer temblar el suelo. El silencio entre nosotros era tan denso que me resultaba asfixiante.—¡Espera! —grité mientras corría tras él, pero se detuvo tan de repente que choqué de lleno contra su espalda. Era como golpear una pared—. ¿Por qué te detienes de repente? —le solté, molesta y un poco aturdida por el impacto.Él se giró despacio, y su mirada, tan oscura como la noche, se clavó en la mía con fastidio y burla.—¿No fuiste tú quien pidió que esperara? —respondió con tono frío—. A ver quién te entiende, niña.—¡Eres un idiota! —le espeté, apartándome de él con un empujón, aunque mi fuerza parecía nada comparada con la suya.Avancé hacia la entrada de la posada, intentando ignorar cómo me hervía la sangre cada vez que me llamaba "niña". Lo hacía a propósito, solo para hacerme enojar.Al cruzar la puerta, me quedé con la boca abierta. Por fuer
—¿Puedes soltarme? —dijo él con un tono de diversión. Al levantar la vista para encontrar sus ojos, me di cuenta de lo ridícula que debía parecer, pero no podía evitar el rubor que se extendió por mis mejillas. —Lo siento, solo quería ver si tenías algo cómodo para dormir —dije rápidamente, sintiendo cómo el calor subía aún más a mi rostro. Arthur no dijo nada al principio, solo me observó en silencio, como si estuviera debatiendo algo internamente. —Sí, entra —dijo, haciéndose a un lado para que pudiera pasar. Entré en su habitación, sintiéndome un poco nerviosa, pero tratando de mantener la compostura. Observé cada detalle a mi alrededor; la habitación era simple pero elegante, con muebles de madera oscura y una cama grande y bien hecha. Sobre una mesilla de noche, había algunos adornos que llamaron mi atención. No pude resistir la tentación de tocarlos. —¿Te gustan? —preguntó Arthur, apareciendo a mi lado sin que me diera cuenta. —Sí, son lindos —respondí, girándome hacia
★ Emily. Observar las llamas danzar frente a mí es algo hipnotizante, como si cada chispa intentara contarme un secreto. La calidez que desprenden es reconfortante, casi como un abrazo en medio de la soledad. No puedo evitar perderme en ese espectáculo, es un refugio temporal del caos que me rodea. Decidí explorar un poco y me tomé la libertad de entrar en la habitación del amargado, ese ogro que parece disfrutar haciéndome la vida imposible. La habitación, aunque decorada con sobriedad, reflejaba algo de su carácter: todo en su lugar, oscuro, frío, pero con un toque de elegancia inesperada. Rebusqué en su armario y tomé una de sus camisas. Era de un material suave y caro, definitivamente hecho a medida. También encontré una corbata, de esas que parecen nuevas, como si nunca las hubiera usado. Me la até con cuidado, formando un moño improvisado. La camisa me quedaba como un vestido, y aunque prefiero las faldas largas, tenía que admitir que había algo divertido en llevar su ropa. Esa
—A pesar de que te echaron y te hicieron sentir mal, aún continúas preocupándote por ellos —dijo, su tono era neutral, pero en sus ojos había una chispa de comprensión. Me giré para mirarlo, viendo un destello de compasión en su rostro, que contrastaba con su fachada de villano frío y distante. —Son la única familia que he conocido. Crecí en ese lugar, hice amigos que, claro, hoy ya no lo son, pero también tuve buenos momentos. Aprendí a bailar, como las llamas de ese fuego —dije, señalando la fogata—. También aprendí a tocar el violín y la guitarra. No canto porque no tengo una linda voz, pero aprendí muchas cosas de ellos. En un gesto inesperado, él levantó una mano y acomodó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, su toque fue suave, casi cariñoso. —Ya no estás sola —murmuró, y su tono contenía una promesa. Lo miré, sintiéndome desconcertada. —¿Por qué parece que te preocupas por mí? —pregunté, con el corazón latiendo rápidamente, temiendo la respuesta y, al mismo tiempo,