—No sé qué decir —mencioné, sintiendo la tensión en el ambiente, mientras él solo esbozaba una media sonrisa que parecía saber más de lo que decía. —No tienes que decir nada, Emily. Sentía una presión interna que me empujaba a hablar, como si mi ser interno demandara una respuesta. Incluso mi loba compartía la tristeza que él emanaba. Me acerqué y lo abracé. —Creo que mi yo de otra vida te perdonó, perdonó todo el dolor. También estoy segura de que te amó con todo su ser —dije, aferrándome a él como si pudiera aliviar su sufrimiento. Levanté la mirada, conectando con sus ojos. Había una fuerza entre nosotros, algo que me impulsó a acercar mis labios a los suyos y darle un beso suave, casi temeroso. —Esto es por ella —murmuré, separándome un poco. Me sorprendió que no intentara reclamar mis labios, como si entendiera que era una forma de sanar. Si mi otro yo había muerto amándolo, seguramente también lo había perdonado. —Pero quiero que sepas algo —dije, sin apartar la mirada de
Apoyada contra la puerta de mi habitación, con el corazón aún latiendo con fuerza, traté de calmar mi respiración. El silencio en el corredor tras la puerta me aseguró que Arthur no había intentado seguirme. Suspiré, aliviada por el pequeño respiro que me había concedido al no insistir. Me deslicé lentamente hacia el suelo, abrazando mis rodillas mientras las emociones en mi interior se revolvían en confusión y rabia. —Es un idiota —murmuré en voz baja, como si decirlo en voz alta pudiera liberar parte del enojo que sentía. Me levanté, sintiendo la tensión en cada músculo de mi cuerpo mientras me dirigía a la cama. Arthur me hacía hervir la sangre, con esa arrogancia suya que parecía impregnar cada palabra que salía de su boca. ¿Cómo podía alguien ser tan controlador, tan obstinado en creer que todo giraba a su alrededor? Pensar en lo que había dicho me hacía apretar los puños de frustración. «Eres mía y solo mía». ¿Cómo se atrevía? Ese hombre tenía la audacia de pensar que podía p
Cuando la mañana finalmente llegó. Me levanté de la cama, mi mente aún permanecía aturdida por el sueño que había tenido. La imagen de Arthur y su beso ardiente seguía frescamente grabada en mi mente. Al salir de mi habitación, me encontré con un bullicio inesperado en el pasillo. Las personas que pasaban por ahí me miraban con curiosidad, y me di cuenta de que había un grupo considerable de gente en el área. Me sentí incómoda al darme cuenta de que aún llevaba puesta la camisa de Arthur. La prenda que me quedaba grande y olía ligeramente a su colonia, solo hacía que me sintiera más expuesta. Me ajusté la camisa con nerviosismo mientras trataba de encontrar a Arthur. Me dirigí a su habitación y toqué la puerta con firmeza, pero no obtuve respuesta. Con la frustación empezando a crecer, me dirigí hacia una de las personas que pasaba por allí, era una mujer con un vestido de seda azul y un aire de autoridad. —Disculpe —dije, tratando de mantener mi tono educado—. Estoy buscando a Arth
★ Arthur Respiré profundamente después de que Emily saliera de mi despacho. La puerta se cerró tras ella, y el silencio de la habitación se volvió abrumador. No podía sacudirme la sensación de que todo lo que había sucedido había cambiado algo fundamental entre nosotros. Emily había venido a hablarme sobre un sueño, un sueño en el que yo había estado presente de una manera inquietantemente real. En el pasado, Emily y yo habíamos compartido una conexión que nos permitía leer los pensamientos del otro. Ahora, con esta nueva capacidad de comunicarnos a través de los sueños, el vínculo parecía haberse transformado en algo mucho más complejo. La intensidad de lo que había experimentado durante el sueño, el calor de su piel y la suavidad de sus labios, aún estaba fresca en mi memoria. No podía ignorar la sensación de control que eso me provocaba. A pesar de mi habilidad para manejar mis emociones, había algo en nuestra conexión que desafiaba mi control habitual. Decidí que necesitaba desp
Respiré hondo, tratando de ordenar mis pensamientos mientras me preparaba para la reunión con Lucian. Ese hombre tenía una habilidad especial para irritarme, y aunque era necesario para mis planes, su tendencia a malinterpretar todo siempre lograba sacar lo peor de mí. Atravesé los pasillos. La magia que fluía a través de estas antiguas estructuras me daba una sensación de poder absoluto, algo que siempre disfrutaba. Al llegar a la sala de reuniones, encontré a Lucian esperándome, inclinado sobre un mapa de los territorios circundantes. Su semblante que era por lo general apacible, se tensó al percatarse de mi presencia. Mis ojos, siempre atentos, no dejaron pasar el brillo de interés que cruzó su mirada cuando mencionó casualmente a Emily. —Arthur —dijo, levantando la vista del mapa—, debo decir que esa chica, Emily, tiene algo peculiar. Es... linda. Ahora entiendo por qué has estado visitando a los gitanos. Sentí cómo una llama de ira se encendía en mi interior, una emoción que
La ciudad se extendía ante nosotros, vibrante y llena de vida. Las calles estaban atestadas de personas, todas tan ordinarias e insignificantes en comparación con nosotros. Sin embargo, había algo en la bulliciosa calle, una energía que me resultaba extrañamente fascinante, como un telón de fondo perfecto para mi propio drama personal. Emily caminaba a mi lado, su mirada estaba llena de curiosidad mientras exploraba los escaparates. A pesar de mis intentos por mantenerme impasible, no pude evitar notar cómo sus ojos verdes brillaban con cada nueva tienda que encontraba, como si el mundo entero fuera un enorme parque de diversiones solo para ella. Era irritante y, al mismo tiempo, casi… encantador. —¡Mira esto! —exclamó Emily, señalando un vestido rojo en una boutique de alta costura—. Es precioso, Arthur, quiero probarlo. Rodé los ojos. No es que me importara lo que ella usara, pero la forma en que hablaba como si tuviera derecho a todo me sacaba de quicio. Aun así, no pude resistir
La tarde continuó su curso, y aunque había planeado mantener una distancia emocional, encontré que estar en compañía de Emily era… interesante. Eso, o estaba perdiendo el juicio. Habíamos terminado de comer el helado, y ahora caminábamos por el parque, sumidos en una conversación trivial que giraba en torno a los gustos personales de Emily. —¿Entonces, prefieres los gatos o los perros? —le pregunté, sintiéndome un poco ridículo por preguntar algo tan mundano. Emily me miró con sorpresa y diversión, como si no esperara que yo, el temido rey de los brujos, me interesara en algo tan banal. —Perros, obviamente —respondió, sacudiendo su melena pelirroja—. Pero los gatos también me gustan. Son independientes, como yo. No pude evitar una sonrisa. Claro, ella se veía a sí misma como independiente, como si no necesitara a nadie. La realidad, sin embargo, era que estaba cada vez más bajo mi influencia. —¿Y tú? —preguntó Emily, devolviéndome la pregunta—. Aunque, déjame adivinar… ¿ni uno ni
La noche envolvía el aquelarre en un manto de quietud, pero mi mente no podía estar más inquieta. Mientras caminábamos por los pasillos de la posada hacia nuestras habitaciones, me encontraba siguiendo a Emily de cerca. Observaba cada uno de sus movimientos, incapaz de apartar la vista de ella. La forma en que su cabello pelirrojo caía en cascada por su espalda, el brillo tenue de las luces sobre su piel pálida y sus gráciles pasos que parecían hacer eco en mi pecho. Qué irónico era. El rey de los brujos, el temido y despiadado Arthur, atrapado en la trampa más sencilla y ridícula de todas: la belleza de una mujer. Pero no era solo eso, claro que no. Emily tenía algo en ella que me desarmaba sin siquiera intentarlo. Algo que me hacía querer poseerla y al mismo tiempo protegerla. Emily se detuvo repentinamente, girándose para mirarme con una sonrisa en los labios, una que me hizo detenerme en seco. Esos ojos verdes que me veían como si pudiera ser algo más que un monstruo, como si pud