★ EmilyLa brisa fría de la noche mecía suavemente las cortinas de mi habitación. Me apoyé en el balcón, observando cómo las sombras se deslizaban entre los árboles. El cielo estaba despejado, y la luna iluminaba todo con un resplandor plateado. Sin embargo, no era el paisaje lo que mantenía mi atención fija. Era la silueta que emergía desde el bosque, moviéndose con paso decidido hacia la casona.Era mi madre.La reconocí de inmediato. Su presencia era inconfundible, fuerte y serena, pero había algo diferente en ella. Algo más tranquilo, menos tenso. Me incliné un poco más, con el corazón latiendo rápido.De repente, desapareció.—¿Mamá? —susurré, antes de sentir un suave golpe de aire a mi lado.Giré bruscamente, y ahí estaba. Su cabello caía sobre sus hombros y sus ojos me observaban con calma.—¿Todo está bien con papá? —pregunté de inmediato. La pregunta se deslizó antes de que pudiera detenerla.Su expresión se suavizó. Sus labios se curvaron apenas en una sonrisa cansada.—Sí,
El silencio lo envolvía todo, pero no era un silencio incómodo. Era solemne, lleno de significado. El aire estaba cargado de energía, con una mezcla de magia y tradición que parecía envolverme. Sentía cada respiración, cada latido de los que estaban presentes.Arthur estaba frente a mí, tan sereno como siempre, pero sus ojos reflejaban algo más. Una mezcla de amor y respeto que me desarmaba. Yo, que había enfrentado batallas, que había cargado con dudas y heridas, ahora estaba aquí, temblando por lo que venía. No por miedo, sino por la magnitud de lo que significaba.Respiré hondo.Mi vestido, blanco y fluido, parecía danzar con el viento. Su textura era suave, pero sentía el peso del anillo que papá me había entregado antes. Era un recordatorio de la historia que traía conmigo, de los lazos que me unían a la manada y, ahora, a algo más profundo. A Arthur.La luna brillaba con fuerza sobre nosotros. No era casualidad. Su hermana, la diosa luna, nos observaba desde un lado, tan etérea
La celebración estalló a nuestro alrededor con una energía vibrante. Luces danzaban en el aire, mezclándose con el fuego de las antorchas y los destellos de magia que los brujos liberaban en forma de destellos dorados. Los lobos aullaban al cielo, celebrando con fuerza, mientras la música retumbaba en el suelo bajo mis pies.Arthur nunca soltó mi mano.Sentía el calor de su piel contra la mía, firme y cálido, mientras nos movíamos entre los invitados que reían, bailaban y alzaban copas en honor a nuestra unión. Todo era perfecto, pero incluso entre la algarabía, podía sentir la intensidad de su mirada sobre mí.Era como si cada fibra de su ser me reclamara. Y yo sentía lo mismo.Arthur se inclinó hacia mí, su aliento rozó mi oído.—Vámonos de aquí.Su voz fue baja, pero llena de deseo. No era una petición, era una necesidad.Asentí sin pensarlo.Antes de que pudiera decir algo más, sus dedos se entrelazaron con los míos y, con un leve susurro de magia, el mundo a nuestro alrededor se
El primer rayo de sol apenas se colaba entre las cortinas cuando abrí los ojos. Emily dormía a mi lado, con el rostro relajado y su cabello desparramado sobre la almohada. Me permití contemplarla por unos segundos. Su respiración pausada contrastaba con el peso que oprimía mi pecho. No podía seguir callando. Era momento de decirle la verdad. Leónidas y yo habíamos tomado una decisión… y ella debía saberlo.Me incorporé con cuidado, intentando no perturbar su sueño. Sin embargo, Emily se removió levemente, sus pestañas temblaron antes de abrir los ojos.—Arthur… —murmuró con voz somnolienta.—Buenos días, mi reina —susurré, deslizando mis dedos por su mejilla.Su sonrisa fue breve, en un destello fugaz que se desvaneció casi de inmediato. Me conocía demasiado bien. Sabía que algo no estaba bien.—¿Qué ocurre? —preguntó, su tono ya estaba cargado de alerta.Me aparté lentamente, sentándome al borde de la cama. No podía mirarla directamente.—Tenemos que hablar.Emily se irguió de golpe,
La luna llena bañaba con su luz pálida el campamento del aquelarre, dibujando sombras inquietantes sobre las tiendas de campaña y fogatas moribundas. El viento, que ululaba entre los árboles, traía consigo el eco lejano de una guerra que se libraba más allá del horizonte. Alaric, el líder del aquelarre, había partido en una misión crucial para sofocar la creciente violencia entre los clanes de brujos, enfrentados por poder, territorios y viejas rencillas. Antes de partir, dejó a Esmeralda, su esposa, a cargo del campamento. Conocida tanto por su belleza como por su férrea justicia, los suyos la respetaban y seguían sin cuestionamientos. Sin embargo, mientras Alaric lidiaba con enemigos distantes, una amenaza mucho más cercana se acercaba a ellos. El ataque llegó sin previo aviso. Una horda de hombres lobo, liderados por su despiadado Alfa, irrumpió con una violencia inhumana. Los brujos lucharon con todas sus fuerzas, conjurando hechizos y desatando su magia para resistir el embate.
La celda de Esmeralda era fría y oscura, un reflejo perfecto de la desesperación que sentía. Las paredes de piedra, húmedas y llenas de moho, parecían cerrarse sobre ella, recordándole una y otra vez que estaba atrapada, esperando un juicio que parecía inevitable. Había vuelto al calabozo, pero esta vez todo se sentía peor. Alaric, estaba furioso y lleno de tristeza. El consejo del aquelarre pedía su cabeza, y las murmuraciones sobre la «impureza» que llevaba en su vientre se escuchaban por todo el campamento. El regreso al calabozo fue aún más humillante. Los miembros del aquelarre la miraban con lástima y desdén. Algunos murmuraban oraciones para protegerse de lo que veían como una traición imperdonable, mientras que otros la evitaban, temerosos de la reacción de Alaric. La traición de Esmeralda no era solo sobre infidelidad, era vista como una amenaza para la pureza de su linaje, algo que los brujos no podían tolerar. Con lágrimas en los ojos, Esmeralda suplicó a Alaric que dec
En su mente, Alaric deseaba fervientemente que el hechizo de Esmeralda hubiera fallado, que el bebé realmente fuera suyo, que fuera una prueba tangible de su amor. Sin embargo, al asomarse al pequeño espacio, la realidad se presentó ante él en toda su crudeza. La recién nacida era una hermosa niña pelirroja, con una piel tan blanca como la luna que iluminaba el campamento. Sus cabellos que eran de un rojo vibrante contrastaban con la palidez de su piel, y sus ojos, de un verde profundo y brillante, reflejaban una pureza e intensidad que dejaron a Alaric sin aliento. El poder que emanaba de ella era inconfundible, una fuerza mística que recordaba al alfa de una manada lejana, una presencia que no podía ser ignorada. Era evidente que la niña no solo era un vínculo entre él y Esmeralda, sino también una criatura de poder sobrenatural. Una ola de furia y desilusión lo invadió; sus manos temblaban mientras contemplaba a la pequeña. La traición de Esmeralda era más dolorosa de lo que ha
★ Emily De nuevo, ese sueño. Esos ojos verdes, tan intensos, que me persiguen como si quisieran decirme algo. Esa mirada penetrante y misteriosa me deja una sensación inquietante cada vez que despierto. —¡Emi, despierta! —gritó mamá, irrumpiendo en mi chavorrillo, nuestra pequeña y acogedora habitación, decorada con cortinas de colores vivos y símbolos gitanos. —Mamá, aún es muy temprano —respondí, sintiendo el peso del sueño en mis párpados. —¡Pues no todos los días se celebra un cumpleaños! —exclamó ella, llena de emoción y con una chispa en sus ojos que no podía ignorar. Hoy era un día importante. Después de tantos años evitando que mis padres aceptaran un matrimonio arreglado con alguno de los pretendientes que han llegado a pedirme la mano, sentía que la presión aumentaba. Cada propuesta había sido una batalla, un tira y afloja entre las tradiciones de nuestra familia gitana y mi deseo de libertad. El sol apenas asomaba. Podía escuchar el murmullo del campamento despertándo