Capítulo 2: El nacimiento del bebé

La celda de Esmeralda era fría y oscura, siendo un reflejo de la desesperación que sentía. Las paredes de piedra, húmedas y mohosas, parecían cerrarse sobre ella, recordándole constantemente su confinamiento y el juicio inminente. Había sido llevada de nuevo al calabozo, esta vez con una carga aún más pesada sobre sus hombros. Alaric, su amado esposo, estaba molesto y lleno de furia y tristeza. El consejo del aquelarre exigía la cabeza de Esmeralda, y las murmuraciones sobre la impureza de su vientre resonaban en cada rincón del campamento.

El regreso al calabozo fue aún más humillante. Los miembros del aquelarre la miraban con lástima y desdén. Algunos susurraban oraciones para protegerse de lo que consideraban una traición imperdonable, mientras que otros la evitaban, temerosos de la ira de Alaric. La traición de Esmeralda no era solo una cuestión de infidelidad, sino una amenaza a la pureza de su linaje, una ofensa que los brujos del aquelarre no podían tolerar.

Esmeralda, con lágrimas en los ojos, suplicó a Alaric que tomara la decisión de su destino. Su voz era apenas un susurro cuando habló, su corazón estaba roto en mil pedazos.

—Alaric, si vas a acabar conmigo, por favor, espera hasta que nazca el bebé —pidió, temblando mientras sus manos se aferraban a los barrotes de su celda. Las sombras bailaban en su rostro bajo la tenue luz de la antorcha, reflejando su angustia y desesperación.

Alaric la miró, su rostro era una máscara de dolor y conflicto. Amaba a Esmeralda profundamente, pero las leyes del aquelarre eran claras y despiadadas. La presión del consejo y el peso de su propia traición lo aplastaban, dejándolo sin aliento. El dilema lo consumía, desgarrando su corazón entre el deber y el amor.

—Esmeralda, no puedo tomar esta decisión solo —dijo, su voz era firme pero llena de angustia. —El consejo exige tu cabeza, y no puedo ignorar sus demandas. La voz de Alaric, aunque firme, delataba la batalla interna que libraba cada vez que miraba a Esmeralda.

El consejo del aquelarre, era un grupo de ancianos sabios y poderosos, se reunió en la gran sala de reuniones. La atmósfera estaba cargada de tensión y expectativa, cada miembro del consejo era consciente de la gravedad de la situación. Alaric entró en la sala, su postura estaba erguida pero su rostro mostrando los signos del tormento interno. Las paredes de la sala, adornadas con símbolos arcanos y estandartes de antaño, parecían amplificar la solemnidad del momento.

—Líder Alaric, hemos deliberado sobre el caso de Esmeralda —dijo uno de los ancianos, su voz resonaba en la sala como un trueno distante. —La ley es clara: cualquier bruja que traicione a su hombre debe ser castigada con la muerte.

—Lo sé —respondió Alaric, con su voz baja pero firme. —Pero también sabemos que esta situación es excepcional.

—Esmeralda fue forzada, y no podemos ignorar las circunstancias. Su mirada recorrió el consejo, buscando algún rastro de compasión en los rostros imperturbables de los ancianos.

Otro anciano se levantó, su rostro severo como el mármol.

—Las leyes no hacen excepciones, Alaric. Si comenzamos a hacer concesiones, debilitaremos la autoridad del aquelarre y la confianza en nuestras leyes.

Su voz cortante llenó la sala, y el silencio que siguió fue aún más opresivo.

Alaric sintió la furia arder en su interior. Amaba a Esmeralda más que a su propia vida, y la idea de perderla lo destrozaba. Pero también sabía que el consejo tenía razón: la integridad del aquelarre estaba en juego. La decisión no solo afectaría a su amor, sino al futuro de todos los brujos bajo su mando.

—Propongo que Esmeralda permanezca en el calabozo hasta que nazca el niño —dijo Alaric, con su voz temblando ligeramente. —Después, tomaremos una decisión sobre su destino.

El consejo murmuró entre sí, algunos mostraban su desaprobación y otros su comprensión. Finalmente, el anciano que había hablado primero asintió lentamente.

—Aceptaremos tu propuesta, Alaric. Pero que quede claro: esta es una excepción única. No permitiremos que la piedad socave nuestras leyes.

Alaric asintió, agradecido por el pequeño respiro que le concedían. Salió de la sala de reuniones y se dirigió al calabozo, donde Esmeralda lo esperaba con ojos llenos de esperanza y temor. El eco de sus pasos resonaba en los pasillos de piedra, siendo un recordatorio constante de la pesadez de la situación.

—El consejo ha accedido a que permanezcas aquí hasta que nazca el niño —dijo Alaric, tomando las manos de Esmeralda a través de los barrotes. —Después, tomaremos una decisión. Sus dedos rozaron los de ella, y por un momento, el tiempo pareció detenerse.

Esmeralda soltó un suspiro de alivio, aunque sabía que su destino aún pendía de un hilo.

—Gracias, Alaric —susurró, con lágrimas rodando por sus mejillas. —Prometo que haré todo lo posible por demostrar mi inocencia.

La esperanza brillaba en sus ojos, pero también una sombra de incertidumbre.

Los días en el calabozo se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Esmeralda soportó el frío y la soledad, su única compañía siendo el creciente peso de su hijo en su vientre. Las paredes de piedra se sentían cada vez más opresivas, y el aire, húmedo y pesado, se volvía casi irrespirable. Alaric la visitaba con regularidad, cada visita era un recordatorio del amor que aún sentía por ella y del dilema que enfrentaba.

Una noche, mientras la luna llena brillaba sobre el campamento, Alaric se acercó a la celda de Esmeralda con una expresión de firmeza en su rostro. La luz plateada de la luna iluminaba su figura, dándole un aire casi fantasmal.

—Puedes deshacerte de ese... bebé y es muy probable que vivas, podemos consultar un hechizo y...

—Alaric, por favor, déjame dar a luz a mi hijo. Luego, aceptaré cualquier decisión que tomes. Solo te pido eso.

La voz de Esmeralda era un ruego desesperado, sus ojos buscaban alguna señal de compasión en los de Alaric.

Alaric cerró los ojos, sintiendo el peso de la decisión sobre sus hombros. Las palabras de Esmeralda resonaban en su mente, mezclándose con los murmullos del consejo y los gritos silenciosos de su propio corazón. Finalmente, abrió los ojos y miró a Esmeralda con una mezcla de amor y dolor.

—Esmeralda, haremos lo que sea necesario para protegerte y a tú hijo. Pero debes entender que esto puede costarnos todo.

La voz de Alaric era un susurro lleno de resolución y tristeza.

Esmeralda asintió, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. La sombra de su destino pendía sobre ella, pero la esperanza de dar a luz a su hijo le daba la fuerza para seguir adelante.

Los meses pasaron con una lentitud agonizante. Esmeralda permanecía en el calabozo, sus pensamientos giraban en torno a su hijo y el amor que aún sentía por Alaric. Las visitas de Alaric se volvieron más frecuentes, y cada una de ellas reforzaba el vínculo que compartían, un amor que ni las leyes más severas podían romper por completo.

Finalmente, llegó el día. Esmeralda sintió las primeras contracciones y supo que el momento había llegado. El dolor era intenso, pero ella lo soportaba con una determinación férrea. Alaric, al enterarse, corrió al calabozo, su corazón palpitaba con una mezcla de miedo y esperanza.

—Esmeralda, estoy aquí —dijo Alaric, tomando su mano y mirándola con ojos llenos de amor y preocupación. La tensión en el aire era fuerte, cada segundo parecía eterno.

El parto fue largo y doloroso, pero finalmente, el llanto de un bebé rompió el silencio del calabozo. Esmeralda, agotada pero triunfante, miró a su hijo con lágrimas de alegría en los ojos.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo