Hija de la luna
Hija de la luna
Por: Strella
Capítulo 1: El inicio y la traición.

La luna llena iluminaba el campamento del aquelarre de Alaric, reflejando un tenue resplandor sobre las tiendas de campaña y las fogatas que apenas sobrevivían en la noche. El viento ululaba entre los árboles, llevando consigo el eco distante de la guerra que se libraba más allá del horizonte. Alaric, el líder del aquelarre, había partido en una misión crucial para intentar detener la creciente violencia entre los brujos. La guerra se había vuelto cada vez más intensa, con facciones enfrentadas por poder, territorio y venganzas ancestrales.

Antes de partir, Alaric dejó a su esposa, Esmeralda, a cargo del campamento. Esmeralda era una mujer de una belleza incomparable y una justicia implacable. Los miembros del aquelarre la respetaban profundamente, confiando en su liderazgo y sabiduría. Pero mientras Alaric se enfrentaba a enemigos lejanos, una amenaza mucho más cercana acechaba.

La noche del ataque llegó sin previo aviso. Los hombres lobo, liderados por su Alfa, irrumpieron en el campamento con una ferocidad inhumana. Los brujos se defendieron valientemente, lanzando hechizos y usando sus poderes para repeler a los invasores. La batalla fue brutal y caótica, con gritos, rugidos y el chisporroteo de la magia llenando el aire. A pesar de sus esfuerzos, los brujos se vieron superados en número y fuerza.

El Alfa, un ser imponente y despiadado, tenía una vendetta personal contra Alaric. Sabía que atacar a su campamento en su ausencia sería un golpe devastador. Encontró a Esmeralda en medio del caos, luchando con valentía para proteger a su gente. Sin piedad, la capturó y la llevó lejos del campamento, adentrándose en el bosque oscuro.

Esmeralda luchó con todas sus fuerzas, pero el Alfa era demasiado fuerte. Abusó de ella de la manera más vil y la abandonó, rota y llena de lágrimas, en la profundidad del bosque. Con el corazón destrozado y el cuerpo magullado, Esmeralda logró reunir el valor suficiente para regresar al campamento. La visión que encontró al volver fue desoladora: cuerpos de brujas caídas, tiendas destruidas y el aire cargado de un dolor indescriptible.

Alaric regresó al campamento días después, con su misión completada pero su corazón cargado de preocupación. Al ver la devastación que había ocurrido en su ausencia, sintió una mezcla de furia y desesperación. Encontró a Esmeralda entre los sobrevivientes, con su rostro pálido y sus ojos llenos de una tristeza insondable. Ella no le contó lo que le había sucedido en el bosque; la vergüenza y el miedo la mantenían en silencio.

—Esmeralda, ¿qué sucedió aquí? —preguntó Alaric, lleno de angustia mientras tomaba su mano.

—Nos atacaron, Alaric. Los hombres lobo... eran demasiados —respondió Esmeralda con la voz quebrada, evitando mirarlo a los ojos.

Meses pasaron, y la sombra del ataque aún pesaba sobre el aquelarre. Un día, Esmeralda se desmayó mientras realizaba sus tareas cotidianas. Las brujas la atendieron y, al examinarla, descubrieron que estaba embarazada. La noticia se esparció rápidamente por el campamento, y con ella, los susurros y las miradas de sospecha. Alaric enfrentó a Esmeralda, demandando la verdad. Bajo la presión y el dolor, Esmeralda confesó lo que el Alfa le había hecho.

—Esmeralda, ¿cómo es posible? —preguntó Alaric, temblando con una mezcla de incredulidad y furia.

—Lo siento, Alaric. No pude detenerlo. El Alfa... me forzó —confesó Esmeralda, con lágrimas corriendo por sus mejillas.

El corazón de Alaric se desgarró entre la compasión y la furia. Amaba a Esmeralda profundamente, pero la traición y la duda lo consumían. Según las leyes ancestrales del aquelarre, cualquier bruja que traicionara a su hombre debía ser castigada con la muerte. Sin embargo, Alaric no podía llevarse a cabo esa sentencia, no sin saber si el niño que Esmeralda llevaba en su vientre era suyo o del Alfa.

—No puedo tomar una decisión ahora, Esmeralda. No sin saber la verdad —dijo Alaric.

Decidió sellar los poderes de Esmeralda y encerrarla en un calabozo, una solución que le permitía ganar tiempo mientras resolvía su conflicto interno. Esmeralda fue llevada a una celda fría y oscura, sellaron sus poderes donde las paredes de piedra fría eran su única compañía. Los días se volvieron semanas, y las semanas, meses. Alaric la visitaba ocasionalmente, buscando respuestas que ella no podía darle.

—Alaric, por favor, déjame salir. Necesito tu perdón —suplicaba Esmeralda, aferrándose a los barrotes de su celda.

—No puedo, Esmeralda. No hasta que sepamos la verdad —respondía Alaric, su corazón luchando contra la decisión que había tomado.

Dentro de la celda, Esmeralda se aferraba a la esperanza de que Alaric la perdonara. Sentía el crecimiento de su hijo en su vientre, un recordatorio constante de la noche de horror que había vivido. Su corazón estaba dividido entre el amor por Alaric y el temor por el futuro de su hijo. No podía evitar las lágrimas que corrían por su rostro cada noche, recordando los días de felicidad antes de la guerra.

Alaric, mientras tanto, se debatía entre la lealtad a las leyes del aquelarre y su amor por Esmeralda. Consultó a los ancianos y estudió antiguos grimorios en busca de una solución que no implicara la muerte de su esposa. Su dolor y su ira se reflejaban en su rostro, y los miembros del aquelarre podían ver cómo su líder, generalmente firme y resuelto, comenzaba a desmoronarse bajo el peso de su dilema.

—Ancianos, ¿existe algún ritual que pueda ayudarnos a descubrir la verdad sobre este niño? —preguntó Alaric durante una reunión.

—Hay un ritual, pero es peligroso y requiere un gran sacrificio —respondió uno de los ancianos, lleno de preocupación.

Finalmente, una idea comenzó a formarse en su mente. Recordó un antiguo ritual que podría revelar la verdad sobre el linaje del niño que Esmeralda llevaba. Era peligroso y requería un sacrificio significativo, pero Alaric estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para encontrar la verdad y, quizás, redimir a su amada.

Convocó a los ancianos del aquelarre y les explicó su plan. Algunos lo miraron con escepticismo, otros con aprobación. Prepararon todo lo necesario para el ritual, que debía llevarse a cabo bajo la próxima luna llena. Esmeralda fue sacada de su celda y llevada al círculo ceremonial, su corazón latía con una mezcla de esperanza y miedo.

El ritual comenzó con cánticos y la quema de hierbas sagradas. Alaric, en el centro del círculo, recitaba las palabras arcanas con una determinación feroz. La energía mágica se arremolinaba a su alrededor, y una luz etérea envolvió a Esmeralda. La tensión era palpable mientras los brujos observaban, sabiendo que el resultado del ritual decidiría el destino de su líder y su esposa.

—Por los antiguos poderes, revelad la verdad —entonó Alaric, levantando sus manos hacia el cielo.

Cuando la luz se desvaneció, un silencio sepulcral cayó sobre el campamento. Alaric miró a Esmeralda, sus ojos encontrando los de ella. En ese instante, la verdad se reveló: el niño que Esmeralda llevaba no era suyo.

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