—¿Por qué hacen esto? Ustedes son mi familia —dije, llena de tristeza, mientras miraba a mi madre, quien bajó la cabeza con pesar. —Mi niña, tienes que irte. Tu lugar no es a nuestro lado —las palabras de mi madre resonaron como un martillo en mi corazón, comprimiéndolo y desgarrándolo. Pero no iba a dejarme doblegar. —Mamá, yo puedo protegerlos de los esclavistas, de los que... —No te necesitamos —interrumpió Darío con frialdad, y todos gritaron lo mismo con un tono de rechazo unánime. Mi madre se acercó a mí y me abrazó, siendo un gesto que pretendía ser reconfortante, pero yo no me dejaba llevar por la debilidad. —Emily, mi niña, no lo tomes a mal. Tu lugar no es a nuestro lado. Tu destino en esta vida fue escrito antes de tu nacimiento —me dio un beso en la mejilla, llena de resignación—. Te amo. —Mamá... ¿Es por esto que debía mantener mi identidad en secreto? ¿Es por esto que no debía mostrar mi verdadera esencia? —¡Ya vete! —gritaron con fuerza. Dirigí mi mirada a los m
—Claro que lo sabes —susurró Arthur con una sonrisa torcida, una de esas que parecían esconder un secreto oscuro que yo aún no había revelado. Su mirada penetrante me atravesaba, como si estuviera desnudando mis pensamientos. —No, en absoluto —mentí, aunque el peso de la verdad colgaba en el aire. Sí sabía su nombre, pero admitirlo habría sido cederle un poder que no estaba dispuesta a otorgar. La rabia que emanaba de él, esa intensidad implacable, me atraía de una forma inexplicable. Era como si su presencia abrasadora me envolviera, y eso me frustraba aún más. No quería que me afectara de esa manera. —Arthur —repitió, con sus labios curvándose en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —Ya lo sabía —respondí, y mi sonrisa desafiante no hizo más que endurecer su expresión. Su ceño se frunció, y por un momento, el silencio entre nosotros se volvió asfixiante. De repente, me levantó con una fuerza que me tomó por sorpresa, lanzándome sobre su espalda como si no pesara nada. Mi g
Creo que lo hice enojar porque se giró y comenzó a caminar hacia la enorme posada sin decir una palabra, con esos pasos firmes que parecían hacer temblar el suelo. El silencio entre nosotros era tan denso que me resultaba asfixiante.—¡Espera! —grité mientras corría tras él, pero se detuvo tan de repente que choqué de lleno contra su espalda. Era como golpear una pared—. ¿Por qué te detienes de repente? —le solté, molesta y un poco aturdida por el impacto.Él se giró despacio, y su mirada, tan oscura como la noche, se clavó en la mía con fastidio y burla.—¿No fuiste tú quien pidió que esperara? —respondió con tono frío—. A ver quién te entiende, niña.—¡Eres un idiota! —le espeté, apartándome de él con un empujón, aunque mi fuerza parecía nada comparada con la suya.Avancé hacia la entrada de la posada, intentando ignorar cómo me hervía la sangre cada vez que me llamaba "niña". Lo hacía a propósito, solo para hacerme enojar.Al cruzar la puerta, me quedé con la boca abierta. Por fuer
—¿Puedes soltarme? —dijo él con un tono de diversión. Al levantar la vista para encontrar sus ojos, me di cuenta de lo ridícula que debía parecer, pero no podía evitar el rubor que se extendió por mis mejillas. —Lo siento, solo quería ver si tenías algo cómodo para dormir —dije rápidamente, sintiendo cómo el calor subía aún más a mi rostro. Arthur no dijo nada al principio, solo me observó en silencio, como si estuviera debatiendo algo internamente. —Sí, entra —dijo, haciéndose a un lado para que pudiera pasar. Entré en su habitación, sintiéndome un poco nerviosa, pero tratando de mantener la compostura. Observé cada detalle a mi alrededor; la habitación era simple pero elegante, con muebles de madera oscura y una cama grande y bien hecha. Sobre una mesilla de noche, había algunos adornos que llamaron mi atención. No pude resistir la tentación de tocarlos. —¿Te gustan? —preguntó Arthur, apareciendo a mi lado sin que me diera cuenta. —Sí, son lindos —respondí, girándome hacia
★ Emily. Observar las llamas danzar frente a mí es algo hipnotizante, como si cada chispa intentara contarme un secreto. La calidez que desprenden es reconfortante, casi como un abrazo en medio de la soledad. No puedo evitar perderme en ese espectáculo, es un refugio temporal del caos que me rodea. Decidí explorar un poco y me tomé la libertad de entrar en la habitación del amargado, ese ogro que parece disfrutar haciéndome la vida imposible. La habitación, aunque decorada con sobriedad, reflejaba algo de su carácter: todo en su lugar, oscuro, frío, pero con un toque de elegancia inesperada. Rebusqué en su armario y tomé una de sus camisas. Era de un material suave y caro, definitivamente hecho a medida. También encontré una corbata, de esas que parecen nuevas, como si nunca las hubiera usado. Me la até con cuidado, formando un moño improvisado. La camisa me quedaba como un vestido, y aunque prefiero las faldas largas, tenía que admitir que había algo divertido en llevar su ropa. Esa
—A pesar de que te echaron y te hicieron sentir mal, aún continúas preocupándote por ellos —dijo, su tono era neutral, pero en sus ojos había una chispa de comprensión. Me giré para mirarlo, viendo un destello de compasión en su rostro, que contrastaba con su fachada de villano frío y distante. —Son la única familia que he conocido. Crecí en ese lugar, hice amigos que, claro, hoy ya no lo son, pero también tuve buenos momentos. Aprendí a bailar, como las llamas de ese fuego —dije, señalando la fogata—. También aprendí a tocar el violín y la guitarra. No canto porque no tengo una linda voz, pero aprendí muchas cosas de ellos. En un gesto inesperado, él levantó una mano y acomodó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, su toque fue suave, casi cariñoso. —Ya no estás sola —murmuró, y su tono contenía una promesa. Lo miré, sintiéndome desconcertada. —¿Por qué parece que te preocupas por mí? —pregunté, con el corazón latiendo rápidamente, temiendo la respuesta y, al mismo tiempo,
—No sé qué decir —mencioné, sintiendo la tensión en el ambiente, mientras él solo esbozaba una media sonrisa que parecía saber más de lo que decía. —No tienes que decir nada, Emily. Sentía una presión interna que me empujaba a hablar, como si mi ser interno demandara una respuesta. Incluso mi loba compartía la tristeza que él emanaba. Me acerqué y lo abracé. —Creo que mi yo de otra vida te perdonó, perdonó todo el dolor. También estoy segura de que te amó con todo su ser —dije, aferrándome a él como si pudiera aliviar su sufrimiento. Levanté la mirada, conectando con sus ojos. Había una fuerza entre nosotros, algo que me impulsó a acercar mis labios a los suyos y darle un beso suave, casi temeroso. —Esto es por ella —murmuré, separándome un poco. Me sorprendió que no intentara reclamar mis labios, como si entendiera que era una forma de sanar. Si mi otro yo había muerto amándolo, seguramente también lo había perdonado. —Pero quiero que sepas algo —dije, sin apartar la mirada de
Apoyada contra la puerta de mi habitación, con el corazón aún latiendo con fuerza, traté de calmar mi respiración. El silencio en el corredor tras la puerta me aseguró que Arthur no había intentado seguirme. Suspiré, aliviada por el pequeño respiro que me había concedido al no insistir. Me deslicé lentamente hacia el suelo, abrazando mis rodillas mientras las emociones en mi interior se revolvían en confusión y rabia. —Es un idiota —murmuré en voz baja, como si decirlo en voz alta pudiera liberar parte del enojo que sentía. Me levanté, sintiendo la tensión en cada músculo de mi cuerpo mientras me dirigía a la cama. Arthur me hacía hervir la sangre, con esa arrogancia suya que parecía impregnar cada palabra que salía de su boca. ¿Cómo podía alguien ser tan controlador, tan obstinado en creer que todo giraba a su alrededor? Pensar en lo que había dicho me hacía apretar los puños de frustración. «Eres mía y solo mía». ¿Cómo se atrevía? Ese hombre tenía la audacia de pensar que podía p