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Capítulo 3: La muerte

En su mente, Alaric deseaba fervientemente que el hechizo de Esmeralda hubiera fallado, que el bebé realmente fuera suyo, que fuera una prueba tangible de su amor. Sin embargo, al asomarse al pequeño espacio, la realidad se presentó ante él en toda su crudeza.

La recién nacida era una hermosa niña pelirroja, con una piel tan blanca como la luna que iluminaba el campamento.

Sus cabellos que eran de un rojo vibrante contrastaban con la palidez de su piel, y sus ojos, de un verde profundo y brillante, reflejaban una pureza e intensidad que dejaron a Alaric sin aliento.

El poder que emanaba de ella era inconfundible, una fuerza mística que recordaba al alfa de una manada lejana, una presencia que no podía ser ignorada.

Era evidente que la niña no solo era un vínculo entre él y Esmeralda, sino también una criatura de poder sobrenatural.

Una ola de furia y desilusión lo invadió; sus manos temblaban mientras contemplaba a la pequeña. La traición de Esmeralda era más dolorosa de lo que había imaginado, y el bebé en sus brazos solo profundizaba su sufrimiento.

Sus ojos se llenaron de rabia, y el odio que creía haber superado volvió con fuerza. La visión de la niña lo hizo recordar al lobo que había sido parte de su vida, y esa conexión con el pasado solo intensificó su furia.

Sin poder contener su enojo, Alaric abrió las puertas del calabozo con un golpe seco; el metal resonó como un trueno en la noche.

—¡Esmeralda, corre! —gritó, lleno de ira y desesperación—. ¡Corre antes de que te mate!

El amor que había sentido por Esmeralda se desvaneció como una maldición. El vínculo que creía inquebrantable se rompió bajo el peso de la traición y la angustia.

Esmeralda, temblando y con lágrimas en los ojos, tomó a la bebé en sus brazos.

La bebé, aún envuelta en llanto, miraba a su madre con una inocencia que hacía que la desesperación de Esmeralda fuera aún más profunda.

Con las piernas chorreando sangre y el cuerpo exhausto, Esmeralda comenzó a correr hacia el bosque. Sus pasos eran torpes, pero el impulso de salvar a su hija le daba la fuerza necesaria para continuar. La luna llena iluminaba su camino de manera intermitente, atravesando los árboles que se alzaban como sombras siniestras.

Cada resplandor de la luna parecía ofrecerle un momento de claridad en medio de la oscuridad que la envolvía.

Los murmullos y gritos de los brujos en el campamento se desvanecieron detrás de ella, reemplazados por el silencio inquietante del bosque.

Los demás brujos, al ver la escena, comprendieron que el momento de la ejecución de Esmeralda había llegado. Sus miradas estaban llenas de desdén y expectación, sabiendo que la traición había alcanzado su clímax y que el castigo era inevitable.

El bosque se adentraba en una penumbra oscura; el susurro de las hojas y el crujido de las ramas bajo sus pies eran los únicos sonidos que acompañaban a Esmeralda en su huida.

A medida que avanzaba, el dolor en sus piernas y el peso de la niña se hacían cada vez más intensos, pero la determinación de salvar a su hija mantenía sus fuerzas en movimiento. El aire estaba frío y húmedo, y el olor a tierra mojada y musgo llenaba sus sentidos.

A pesar del agotamiento, Esmeralda se adentró más en el bosque, buscando desesperadamente un lugar donde esconderse. La sensación de ser perseguida por una presencia invisible la mantenía alerta.

Cada crujido en el bosque, y cada sombra que se movía con el viento, parecía una amenaza inminente. Su respiración era irregular y entrecortada, y el miedo se apoderaba de ella mientras buscaba una forma de escapar.

Finalmente, encontró un pequeño claro escondido entre los árboles, donde el manto de la luna creaba una luz tenue y misteriosa. Con las fuerzas casi agotadas, Esmeralda se arrodilló en el suelo, abrazando a su hija con fervor.

La pequeña, aún envuelta en su primer llanto, parecía sentir la angustia de su madre. Esmeralda la sostuvo con ternura, y sus lágrimas caían sobre la frágil piel de la niña.

El eco de las voces de los brujos y el sonido de las pisadas de Alaric se acercaban cada vez más.

El corazón de Esmeralda latía con una mezcla de desesperación y esperanza. La luz de la luna parecía envolver el claro en una atmósfera casi sagrada, era un último refugio en medio de la desolación.

Con la desesperación al límite, Esmeralda clamó a la diosa luna.

—¡Diosa Luna, te imploro! —exclamó, resonando en el silencio del bosque—. ¡Permíteme salvar a mi hija! ¡Déjala vivir, por favor!

El silencio del bosque se hizo aún más profundo, solo interrumpido por el sonido de su propia respiración entrecortada. Las sombras parecían moverse con una intención propia, y el manto de la luna parecía inclinarse hacia ella, como si escuchara sus ruegos.

A lo lejos, los pasos de Alaric se acercaban con una determinación implacable.

La tensión en el aire era palpable, y el miedo de Esmeralda se mezclaba con una esperanza tenue.

La figura de Alaric apareció en el borde del claro, su rostro estaba iluminado por la fría luz lunar. Sus ojos estaban llenos de furia y tormento, y el hechizo de muerte brillaba con una luz siniestra en sus manos.

La presencia de Esmeralda y la pequeña niña en el claro parecía intensificar la atmósfera, y el destino de ambas estaba sellado en ese momento crítico.

Alaric avanzó con pasos decididos, su expresión reflejaba la lucha interna que había estado enfrentando. El hechizo de muerte estaba listo para ser lanzado, y el dolor en su corazón se mezclaba con una furia que no podía controlar.

Alaric levantó la mano; el hechizo resplandeció con una luz oscura y amenazante. Esmeralda, con el corazón en la mano y la vida de su hija pendiendo de un hilo, miró a Alaric con desesperación.

En el último momento, cuando el hechizo estaba a punto de ser lanzado, algo inesperado ocurrió.

La pequeña niña, envuelta en un destello brillante de luz, desapareció de los brazos de Esmeralda. La presencia mágica envolvió al bebé en un resplandor que la protegió de la fatalidad inminente. Esmeralda y Alaric se quedaron atónitos, con la ausencia repentina de la niña dejándolos sin palabras.

La pequeña había sido protegida por una fuerza mágica desconocida, y su destino parecía estar envuelto en un velo de misterio y esperanza.

Alaric, con una expresión de dolor y resignación, miró a Esmeralda mientras el hechizo de muerte avanzaba hacia ella.

La esfera de luz oscura la envolvió, y el grito desgarrador de Esmeralda resonó en el claro mientras la magia la consumía.

El aire estaba llenó de tristeza y desesperanza, mientras Alaric se quedaba solo en el claro, el eco del llanto de la bebé desaparecida resonaba en sus oídos. El bosque, ahora en silencio, parecía guardar el secreto de la pequeña niña que había escapado de su trágico destino.

Alaric quedó de pie en el claro, la furia y la desesperación brillaban en sus ojos. La figura de Esmeralda había desaparecido, y el bosque se había convertido en un lugar de sombras y misterio.

La pequeña niña, ahora envuelta en magia, había encontrado una manera de escapar de la fatalidad que había perseguido a su madre.

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