En su mente, Alaric deseaba fervientemente que el hechizo de Esmeralda hubiera fallado, que el bebé realmente fuera suyo, que fuera una prueba tangible de su amor. Sin embargo, al asomarse al pequeño espacio, la realidad se presentó ante él en toda su crudeza.
La recién nacida era una hermosa niña pelirroja, con una piel tan blanca como la luna que iluminaba el campamento. Sus cabellos que eran de un rojo vibrante contrastaban con la palidez de su piel, y sus ojos, de un verde profundo y brillante, reflejaban una pureza e intensidad que dejaron a Alaric sin aliento. El poder que emanaba de ella era inconfundible, una fuerza mística que recordaba al alfa de una manada lejana, una presencia que no podía ser ignorada. Era evidente que la niña no solo era un vínculo entre él y Esmeralda, sino también una criatura de poder sobrenatural. Una ola de furia y desilusión lo invadió; sus manos temblaban mientras contemplaba a la pequeña. La traición de Esmeralda era más dolorosa de lo que había imaginado, y el bebé en sus brazos solo profundizaba su sufrimiento. Sus ojos se llenaron de rabia, y el odio que creía haber superado volvió con fuerza. La visión de la niña lo hizo recordar al lobo que había sido parte de su vida, y esa conexión con el pasado solo intensificó su furia. Sin poder contener su enojo, Alaric abrió las puertas del calabozo con un golpe seco; el metal resonó como un trueno en la noche. —¡Esmeralda, corre! —gritó, lleno de ira y desesperación—. ¡Corre antes de que te mate! El amor que había sentido por Esmeralda se desvaneció como una maldición. El vínculo que creía inquebrantable se rompió bajo el peso de la traición y la angustia. Esmeralda, temblando y con lágrimas en los ojos, tomó a la bebé en sus brazos. La bebé, aún envuelta en llanto, miraba a su madre con una inocencia que hacía que la desesperación de Esmeralda fuera aún más profunda. Con las piernas chorreando sangre y el cuerpo exhausto, Esmeralda comenzó a correr hacia el bosque. Sus pasos eran torpes, pero el impulso de salvar a su hija le daba la fuerza necesaria para continuar. La luna llena iluminaba su camino de manera intermitente, atravesando los árboles que se alzaban como sombras siniestras. Cada resplandor de la luna parecía ofrecerle un momento de claridad en medio de la oscuridad que la envolvía. Los murmullos y gritos de los brujos en el campamento se desvanecieron detrás de ella, reemplazados por el silencio inquietante del bosque. Los demás brujos, al ver la escena, comprendieron que el momento de la ejecución de Esmeralda había llegado. Sus miradas estaban llenas de desdén y expectación, sabiendo que la traición había alcanzado su clímax y que el castigo era inevitable. El bosque se adentraba en una penumbra oscura; el susurro de las hojas y el crujido de las ramas bajo sus pies eran los únicos sonidos que acompañaban a Esmeralda en su huida. A medida que avanzaba, el dolor en sus piernas y el peso de la niña se hacían cada vez más intensos, pero la determinación de salvar a su hija mantenía sus fuerzas en movimiento. El aire estaba frío y húmedo, y el olor a tierra mojada y musgo llenaba sus sentidos. A pesar del agotamiento, Esmeralda se adentró más en el bosque, buscando desesperadamente un lugar donde esconderse. La sensación de ser perseguida por una presencia invisible la mantenía alerta. Cada crujido en el bosque, y cada sombra que se movía con el viento, parecía una amenaza inminente. Su respiración era irregular y entrecortada, y el miedo se apoderaba de ella mientras buscaba una forma de escapar. Finalmente, encontró un pequeño claro escondido entre los árboles, donde el manto de la luna creaba una luz tenue y misteriosa. Con las fuerzas casi agotadas, Esmeralda se arrodilló en el suelo, abrazando a su hija con fervor. La pequeña, aún envuelta en su primer llanto, parecía sentir la angustia de su madre. Esmeralda la sostuvo con ternura, y sus lágrimas caían sobre la frágil piel de la niña. El eco de las voces de los brujos y el sonido de las pisadas de Alaric se acercaban cada vez más. El corazón de Esmeralda latía con una mezcla de desesperación y esperanza. La luz de la luna parecía envolver el claro en una atmósfera casi sagrada, era un último refugio en medio de la desolación. Con la desesperación al límite, Esmeralda clamó a la diosa luna. —¡Diosa Luna, te imploro! —exclamó, resonando en el silencio del bosque—. ¡Permíteme salvar a mi hija! ¡Déjala vivir, por favor! El silencio del bosque se hizo aún más profundo, solo interrumpido por el sonido de su propia respiración entrecortada. Las sombras parecían moverse con una intención propia, y el manto de la luna parecía inclinarse hacia ella, como si escuchara sus ruegos. A lo lejos, los pasos de Alaric se acercaban con una determinación implacable. La tensión en el aire era palpable, y el miedo de Esmeralda se mezclaba con una esperanza tenue. La figura de Alaric apareció en el borde del claro, su rostro estaba iluminado por la fría luz lunar. Sus ojos estaban llenos de furia y tormento, y el hechizo de muerte brillaba con una luz siniestra en sus manos. La presencia de Esmeralda y la pequeña niña en el claro parecía intensificar la atmósfera, y el destino de ambas estaba sellado en ese momento crítico. Alaric avanzó con pasos decididos, su expresión reflejaba la lucha interna que había estado enfrentando. El hechizo de muerte estaba listo para ser lanzado, y el dolor en su corazón se mezclaba con una furia que no podía controlar. Alaric levantó la mano; el hechizo resplandeció con una luz oscura y amenazante. Esmeralda, con el corazón en la mano y la vida de su hija pendiendo de un hilo, miró a Alaric con desesperación. En el último momento, cuando el hechizo estaba a punto de ser lanzado, algo inesperado ocurrió. La pequeña niña, envuelta en un destello brillante de luz, desapareció de los brazos de Esmeralda. La presencia mágica envolvió al bebé en un resplandor que la protegió de la fatalidad inminente. Esmeralda y Alaric se quedaron atónitos, con la ausencia repentina de la niña dejándolos sin palabras. La pequeña había sido protegida por una fuerza mágica desconocida, y su destino parecía estar envuelto en un velo de misterio y esperanza. Alaric, con una expresión de dolor y resignación, miró a Esmeralda mientras el hechizo de muerte avanzaba hacia ella. La esfera de luz oscura la envolvió, y el grito desgarrador de Esmeralda resonó en el claro mientras la magia la consumía. El aire estaba llenó de tristeza y desesperanza, mientras Alaric se quedaba solo en el claro, el eco del llanto de la bebé desaparecida resonaba en sus oídos. El bosque, ahora en silencio, parecía guardar el secreto de la pequeña niña que había escapado de su trágico destino. Alaric quedó de pie en el claro, la furia y la desesperación brillaban en sus ojos. La figura de Esmeralda había desaparecido, y el bosque se había convertido en un lugar de sombras y misterio. La pequeña niña, ahora envuelta en magia, había encontrado una manera de escapar de la fatalidad que había perseguido a su madre.★ Emily De nuevo, ese sueño. Esos ojos verdes, tan intensos, que me persiguen como si quisieran decirme algo. Esa mirada penetrante y misteriosa me deja una sensación inquietante cada vez que despierto. —¡Emi, despierta! —gritó mamá, irrumpiendo en mi chavorrillo, nuestra pequeña y acogedora habitación, decorada con cortinas de colores vivos y símbolos gitanos. —Mamá, aún es muy temprano —respondí, sintiendo el peso del sueño en mis párpados. —¡Pues no todos los días se celebra un cumpleaños! —exclamó ella, llena de emoción y con una chispa en sus ojos que no podía ignorar. Hoy era un día importante. Después de tantos años evitando que mis padres aceptaran un matrimonio arreglado con alguno de los pretendientes que han llegado a pedirme la mano, sentía que la presión aumentaba. Cada propuesta había sido una batalla, un tira y afloja entre las tradiciones de nuestra familia gitana y mi deseo de libertad. El sol apenas asomaba. Podía escuchar el murmullo del campamento despertándo
Todos temen lo que no pueden controlar. En nuestro campamento, entre las sombras de las carpas coloridas y el brillo de las fogatas, el miedo se desliza como un susurro constante. Los gitanos conocen la oscuridad como una vieja amiga, y yo, Emily, soy su hija predilecta. —Emi, ¿qué haces allá arriba? —preguntó Darío, con su voz firme pero marcada por la preocupación. Siempre intentaba seguirme el paso. Me gustaba verlo desde las alturas, con sus rizos oscuros desordenados y esos ojos marrones que reflejaban determinación y temor. —Disfruto la vista —respondí, dejando que una sonrisa traviesa se asomara en mis labios mientras balanceaba mis piernas desde la rama del viejo roble. La luna llena y pálida bañaba el campamento en una luz espectral, resaltando las líneas de su ceño fruncido. —Emi, ¿por qué siempre tienes que subir a estos árboles? —preguntó, comenzando su torpe ascenso. La altura siempre lo mareaba, y eso me divertía; ver cómo enfrentaba sus miedos por seguirme me ha
Mientras todos se reunían en el centro del campamento, alrededor de la gran fogata donde se llevaría a cabo la ceremonia, mi madre intentó persuadirme una vez más. Pero mi decisión ya estaba tomada. No había marcha atrás; el clan lo había decidido. Los tambores comenzaron a sonar, su ritmo hipnótico resonaba en mi pecho como un latido oscuro y constante. Miré a mi alrededor, a los rostros familiares de mi tribu, sintiendo resignación y desafío. Esta noche, la luna sería testigo de mi destino, y en sus sombras, tal vez encontraría una chispa de esperanza para liberarme de las cadenas que me ataban a un futuro no deseado. Él estaba parado frente a la fogata; sus mechones brillaban bajo la luz del fuego como hilos de oro. Su apariencia era sofisticada, con un aire de misterio y peligro que lo hacía terriblemente atractivo. Tenía 27 años y yo era más joven que él por 10 años, una diferencia que parecía insalvable, pero a la vez, me atraía como un abismo. Me acerqué con pasos lentos, s
Éramos prisioneros, encerrados entre barrotes oxidados y encadenados con grilletes pesados. El llanto de los jovenes resonaba en el ambiente sofocante, impregnado de miedo y desesperación. Las antorchas proyectaban sombras inquietantes sobre los rostros aterrados de mis compañeros. Me quedé observando en silencio, sentada en el suelo de tierra fría, contemplando lo único que poseía: un amuleto de oro con símbolos antiguos que brillaba tenuemente en la penumbra. El hombre de ojos verdes no solo aparecía en mis sueños; recordaba haberlo visto una vez, cuando era aún más joven. Era de noche y mamá había salido de nuestro campamento gitano. La vi adentrarse en el bosque, envuelta en su capa color escarlata. Sin hacer ruido, la seguí, pero de repente desapareció. Fue antes de que me transformara por primera vez, incluso antes de que comprendiera que la magia corría por mis venas. Sentía un miedo paralizante que me hacía sentir diminuta en un mundo que parecía demasiado grande. Creí qu
Saqué un poco de mi sangre con una navaja y realicé un conjuro de rastreo. Aún estábamos vinculados, así que mi sangre me mostró dónde estaba ella. Me transporté al lugar, y el panorama que encontré era desolador: una venta de esclavos. Me coloqué mi capucha y entré, sabiendo que muchos me reconocerían de todos modos. M*****a sea, era el rey de los brujos, líder del aquelarre más poderoso y despiadado cuando se trataba de defendernos unos a otros. Así que que podía esperar. Al ingresar, el lugar estaba impregnado con el hedor de la desesperación. Criaturas de todo tipo estaban encadenadas; algunos mostraban signos evidentes de tortura. Elfos, lobos, vampiros, gitanos, en fin, cualquier ser sobrenatural estaba allí, encadenado y humillado. En el centro del recinto, había una pista de baile donde dos enormes lobos estaban amarrados como el centro del espectáculo, su sufrimiento era exhibido cruelmente ante la mirada de los asistentes. —Con ustedes tenemos a estas lindas gitanas —
Uno a uno, los asistentes comenzaron a mencionar cifras, sus voces estaban llenas de codicia. Finalmente, un hombre ofreció una cantidad exorbitante, una suma que silenció a todos. Fui vendida a él, al hombre de ojos verdes. El público comenzó a exigir que bailara de nuevo. Accedí, pero esta vez, mis movimientos fueron más lentos y menos provocativos. Estaba furiosa. Sabía que mi baile había influido en su decisión de comprarme. Qué estupidez, no soy un animal domesticado. Mientras me agachaba, sentí la magia recorrer mi ser. Había visto a los lobos encadenados detrás de mí. Como si mis manos fueran una extensión de la magia, tomé las cadenas de los lobos. Al levantarme, alcé mis manos al cielo y las bajé con brusquedad, rompiendo las cadenas con un estruendo ensordecedor. El caos estalló. Los vendedores de esclavos corrieron en busca de armas, y el pánico se apoderó del lugar. Corrí fuera del escenario y liberé a mi gente. Un hombre se atravesó en mi camino, apuntándome con una
—¿Por qué hacen esto? Ustedes son mi familia —dije, llena de tristeza, mientras miraba a mi madre, quien bajó la cabeza con pesar. —Mi niña, tienes que irte. Tu lugar no es a nuestro lado —las palabras de mi madre resonaron como un martillo en mi corazón, comprimiéndolo y desgarrándolo. Pero no iba a dejarme doblegar. —Mamá, yo puedo protegerlos de los esclavistas, de los que... —No te necesitamos —interrumpió Darío con frialdad, y todos gritaron lo mismo con un tono de rechazo unánime. Mi madre se acercó a mí y me abrazó, siendo un gesto que pretendía ser reconfortante, pero yo no me dejaba llevar por la debilidad. —Emily, mi niña, no lo tomes a mal. Tu lugar no es a nuestro lado. Tu destino en esta vida fue escrito antes de tu nacimiento —me dio un beso en la mejilla, llena de resignación—. Te amo. —Mamá... ¿Es por esto que debía mantener mi identidad en secreto? ¿Es por esto que no debía mostrar mi verdadera esencia? —¡Ya vete! —gritaron con fuerza. Dirigí mi mirada a los m
—Claro que lo sabes —susurró Arthur con una sonrisa torcida, una de esas que parecían esconder un secreto oscuro que yo aún no había revelado. Su mirada penetrante me atravesaba, como si estuviera desnudando mis pensamientos. —No, en absoluto —mentí, aunque el peso de la verdad colgaba en el aire. Sí sabía su nombre, pero admitirlo habría sido cederle un poder que no estaba dispuesta a otorgar. La rabia que emanaba de él, esa intensidad implacable, me atraía de una forma inexplicable. Era como si su presencia abrasadora me envolviera, y eso me frustraba aún más. No quería que me afectara de esa manera. —Arthur —repitió, con sus labios curvándose en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. —Ya lo sabía —respondí, y mi sonrisa desafiante no hizo más que endurecer su expresión. Su ceño se frunció, y por un momento, el silencio entre nosotros se volvió asfixiante. De repente, me levantó con una fuerza que me tomó por sorpresa, lanzándome sobre su espalda como si no pesara nada. Mi g