No hay marcha atrás

Me separé de Emily con un nudo en la garganta. Su cuerpo seguía temblando en mis brazos, aferrándose a mí como si pudiera evitar lo inevitable. El sol brillaba intensamente a través de las ventanas del castillo, iluminando su rostro angustiado. Cada respiración que tomaba la sentía como un peso en mi pecho, y, sin embargo, no podía ceder. No podía.

—Escúchame —murmuré, acariciando su cabello con suavidad, sintiendo cómo su piel se erizaba ante mi toque—. No puedo esperar más. Leónidas encontró rastros de Alaric. Tenemos que partir hoy.

Su cuerpo se tensó de inmediato. Como si esas palabras la golpearan, sus uñas se hundieron en mis brazos, y su respiración se tornó errática, como si el miedo la estuviera devorando desde adentro.

—No. No me hagas esto, Arthur —su voz era un susurro suplicante, lleno de angustia—. No te vayas sin mí.

El sonido de su súplica casi me rompe, pero la decisión ya estaba tomada. Sabía lo que arriesgaba si la dejaba acompañarme, sabía que el camino que tomaba
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