★ ArthurLa ciudad se extendía ante nosotros, vibrante y llena de vida. Las calles estaban atestadas de personas, todas tan ordinarias e insignificantes en comparación con nosotros. Sin embargo, había algo en la bulliciosa calle una energía que me resultaba extrañamente fascinante, como un telón de fondo perfecto para mi propio drama personal.Emily caminaba a mi lado, su mirada estaba llena de curiosidad mientras exploraba los escaparates. A pesar de mis intentos por mantenerme impasible, no pude evitar notar cómo sus ojos verdes brillaban con cada nueva tienda que encontraba, como si el mundo entero fuera un enorme parque de diversiones solo para ella. Era irritante y, al mismo tiempo, casi… encantador.—¡Mira esto! —exclamó Emily, señalando un vestido rojo en una boutique de alta costura—. Es precioso, Arthur, quiero probarlo.Rodé los ojos. No es que me importara lo que ella usara, pero la forma en que hablaba como si tuviera derecho a todo me sacaba de quicio. Aun así, no pude re
La tarde continuó su curso, y aunque había planeado mantener una distancia emocional, encontré que estar en compañía de Emily era… interesante. Eso, o estaba perdiendo el juicio.Habíamos terminado de comer el helado, y ahora caminábamos por el parque, sumidos en una conversación trivial que giraba en torno a los gustos personales de Emily.—¿Entonces, prefieres los gatos o los perros? —le pregunté, sintiéndome un poco ridículo por preguntar algo tan mundano.Emily me miró con sorpresa y diversión, como si no esperara que yo, el temido rey de los brujos, me interesara en algo tan banal.—Perros, obviamente —respondió, sacudiendo su melena pelirroja—. Pero los gatos también me gustan. Son independientes, como yo.No pude evitar una sonrisa. Claro, ella se veía a sí misma como independiente, como si no necesitara a nadie. La realidad, sin embargo, era que estaba cada vez más bajo mi influencia, aunque ella aún no lo supiera.—¿Y tú? —preguntó Emily, devolviéndome la pregunta—. Aunque, d
La noche envolvía el aquelarre en un manto de quietud, pero mi mente no podía estar más inquieta. Mientras caminábamos por los pasillos de la posada hacia nuestras habitaciones, me encontraba siguiendo a Emily de cerca. Observaba cada uno de sus movimientos, incapaz de apartar la vista de ella. La forma en que su cabello pelirrojo caía en cascada por su espalda, el brillo tenue de las luces sobre su piel pálida y sus gráciles pasos que parecían hacer eco en mi pecho.Qué irónico era. El rey de los brujos, el temido y despiadado Arthur, atrapado en la trampa más sencilla y ridícula de todas: la belleza de una mujer. Pero no era solo eso, claro que no. Emily tenía algo en ella que me desarmaba sin siquiera intentarlo. Algo que me hacía querer poseerla y al mismo tiempo protegerla.Emily se detuvo repentinamente, girándose para mirarme con una sonrisa en los labios, una que me hizo detenerme en seco. Esos ojos verdes que me veían como si pudiera ser algo más que un monstruo, como si pudi
La luna llena iluminaba el campamento del aquelarre de Alaric, reflejando un tenue resplandor sobre las tiendas de campaña y las fogatas que apenas sobrevivían en la noche. El viento ululaba entre los árboles, llevando consigo el eco distante de la guerra que se libraba más allá del horizonte. Alaric, el líder del aquelarre, había partido en una misión crucial para intentar detener la creciente violencia entre los brujos. La guerra se había vuelto cada vez más intensa, con facciones enfrentadas por poder, territorio y venganzas ancestrales.Antes de partir, Alaric dejó a su esposa, Esmeralda, a cargo del campamento. Esmeralda era una mujer de una belleza incomparable y una justicia implacable. Los miembros del aquelarre la respetaban profundamente, confiando en su liderazgo y sabiduría. Pero mientras Alaric se enfrentaba a enemigos lejanos, una amenaza mucho más cercana acechaba.La noche del ataque llegó sin previo aviso. Los hombres lobo, liderados por su Alfa, irrumpieron en el cam
La celda de Esmeralda era fría y oscura, siendo un reflejo de la desesperación que sentía. Las paredes de piedra, húmedas y mohosas, parecían cerrarse sobre ella, recordándole constantemente su confinamiento y el juicio inminente. Había sido llevada de nuevo al calabozo, esta vez con una carga aún más pesada sobre sus hombros. Alaric, su amado esposo, estaba molesto y lleno de furia y tristeza. El consejo del aquelarre exigía la cabeza de Esmeralda, y las murmuraciones sobre la impureza de su vientre resonaban en cada rincón del campamento.El regreso al calabozo fue aún más humillante. Los miembros del aquelarre la miraban con lástima y desdén. Algunos susurraban oraciones para protegerse de lo que consideraban una traición imperdonable, mientras que otros la evitaban, temerosos de la ira de Alaric. La traición de Esmeralda no era solo una cuestión de infidelidad, sino una amenaza a la pureza de su linaje, una ofensa que los brujos del aquelarre no podían tolerar.Esmeralda, con lágr
La luna llena brillaba con una intensidad fría y distante, proyectando sombras largas y temblorosas sobre las paredes de piedra. En su mente Alaric, deseaba fervientemente que el hechizo de Esmeralda hubiera fallado, que el bebé fuera realmente suyo, siendo una prueba de su amor inquebrantable. Sin embargo, al asomarse al pequeño espacio, la realidad se presentó ante él en toda su crudeza.La recién nacida era una hermosa niña pelirroja, con una piel tan blanca como la luna que iluminaba el campamento. Sus cabellos eran de un rojo vibrante, contrastaban con la palidez de su piel, y sus ojos, de un verde profundo y brillante, reflejaban una pureza y una intensidad que dejaron a Alaric sin aliento. El poder que emanaba de ella era inconfundible, una fuerza mística que recordaba al alfa de una manada lejana, una presencia que no podía ser ignorada. Era evidente que la niña no solo era un vínculo entre él y Esmeralda, sino también una criatura de poder sobrenatural.Alaric sintió una ola
★ Emilina.De nuevo, ese sueño. Esos ojos verdes, tan intensos, me persiguen como si quisieran decirme algo. Es una mirada penetrante y misteriosa que me deja una sensación inquietante cada vez que despierto.—¡Emi, despierta! —gritó mamá, irrumpiendo en mi chavorrillo, nuestra pequeña y acogedora habitación, decorada con cortinas de colores vivos y símbolos gitanos.—Mamá, aún es muy temprano —respondí, sintiendo aún el peso del sueño en mis párpados.—¡Pues no todos los días se cumple años! —exclamó ella, llena de emoción y una chispa en sus ojos que no podía ignorar.Hoy era mi decimoséptimo cumpleaños, los temibles 17. Me he salvado tantos años de que mis padres acepten un matrimonio arreglado con alguno de los que se han acercado a pedir mi mano.Cada propuesta ha sido una batalla, siento un enfrentamiento entre las tradiciones de nuestra familia gitana y mi deseo de libertad.El sol apenas asomaba, bañando la habitación con una luz dorada y suave. Podía escuchar el murmullo del
Todos temen lo que no pueden controlar. En nuestro campamento, entre las sombras de las carpas coloridas y el brillo de las fogatas, el miedo es un susurro constante. Los gitanos conocen la oscuridad como una vieja amiga, y yo, Emily, soy su hija predilecta.—Emi, ¿qué haces allá arriba? —preguntó Darío, con su voz firme pero teñida de preocupación. Como siempre, intentaba seguirme el paso.Me gustaba verlo desde arriba, con sus rizos oscuros desordenados y esos ojos marrones llenos de determinación y temor a partes iguales.—Me gusta la vista —respondí, dejando que una sonrisa traviesa se dibujara en mis labios mientras balanceaba mis piernas desde la rama del viejo roble.La luna estaba llena y pálida, bañaba el campamento en una luz espectral, resaltando las líneas de su ceño fruncido.—Emi, ¿por qué siempre tienes que subir a estos árboles? —preguntó, comenzando su torpe ascenso.La altura siempre lo mareaba, y eso me divertía; ver cómo enfrentaba sus miedos por seguirme me hacía