Ser la niñera de la hija de un magnate multimillonario jamás estuvo en mis planes. Soy Luna, una mujer independiente, con una lengua afilada y cero paciencia para los hombres arrogantes en traje. Cuando me ofrecieron este trabajo, no tenía idea de que mi jefe sería Alexander Saint-Clair, el CEO más implacable del país, conocido por su frialdad y control absoluto sobre su vida… y sobre todo lo que toca. Él buscaba una niñera perfecta: sumisa, discreta y obediente. Yo soy todo lo contrario. Desde el primer momento, Alexander y yo chocamos como dinamita y fuego. Él me detesta por mi rebeldía; yo lo desprecio por su actitud de hombre de hielo. Pero su hija me adora y, aunque me cueste admitirlo, debajo de su fachada de CEO despiadado hay un hombre con heridas que nadie ha visto. El problema es que la tensión entre nosotros no solo es de odio. Es deseo. Es peligro. Es una guerra de voluntades que no sé cuánto tiempo podré resistir. Porque el magnate que juré desafiar podría terminar siendo el único hombre capaz de hacerme caer.
Leer másLunaOdiaba los tacones.Los vestidos largos.Las fiestas elegantes.Odiaba todo lo que tuviera que ver con eventos de gala y protocolos absurdos.Y sin embargo, ahí estaba.Metida en un vestido que costaba más que mi sueldo de tres meses.Con el cabello recogido en un peinado que me daba dolor de cabeza.Y con unos tacones que claramente habían sido diseñados por alguien con una sed insaciable de venganza contra la humanidad.Todo porque Mía me lo había pedido con esos ojitos de cachorro que me hacían imposible decirle que no.
AlexanderNunca nadie me había sacado tanto de quicio.Jamás.Pero Luna Martínez tenía un talento especial para desafiarme.La maldita se las ingeniaba para hacer exactamente lo que le pedía que no hiciera, y peor aún, lograba que Mía la viera como su heroína.Y ahora, después del desastre de la feria, después de que su pequeña travesura apareciera en cada maldita página de espectáculos, debería despedirla sin pensarlo.Debería querer borrarla de mi vida.Y sin embargo, no podía.Porque Mía…
LunaNo iba a mentir.Sabía perfectamente que lo que estaba a punto de hacer era una completa locura.Que Alexander se pondría furioso.Que probablemente intentaría despedirme.Pero cuando vi la forma en la que los ojos de Mía brillaron al ver los juegos de la feria desde la ventana del coche, no pude evitarlo.—¿Alguna vez has ido a una feria, princesa? —pregunté con fingida inocencia.Mía negó con la cabeza, sus rizos d
AlexanderLuna era un maldito problema.Uno que cada día se volvía más difícil de manejar.Lo supe desde el momento en que apareció en mi oficina con su actitud desafiante y esa maldita sonrisa burlona que me sacaba de quicio.Pero anoche…Anoche fue diferente.Entrar en esa habitación y verla con Mía entre sus brazos, susurrándole una canción mientras mi hija dormía plácidamente, había sido un golpe que no vi venir.Era la primera vez que veía a Mía así de… tranquila.Feliz.Segura.
LunaCuando acepté este trabajo, lo hice por el dinero.Ahora… ya no estaba tan segura.El problema no era Alexander Black, aunque me sacara de quicio con sus normas estrictas y su manera de actuar como si fuera el dueño del mundo.El problema era Mía.Esa niña se estaba metiendo bajo mi piel sin que me diera cuenta.Y en esa noche en particular, no pude hacer nada para evitarlo.Eran las dos de la mañana cuando escuché un ruido.Al principio, pens&ea
AlexanderNunca antes había conocido a alguien tan obstinada, tan irreverente y tan absolutamente incapaz de seguir instrucciones como Luna Martínez.Desde el momento en que puso un pie en mi casa, supe que sería un problema. Uno grande.Y no me equivoqué.Cada día, cada maldito día, encontraba una manera de desafiarme. De empujar los límites que establecí con tanta precisión para la educación de Mía.Le permitía correr cuando debía caminar. Le dejaba ensuciarse cuando debía permanecer impecable. Le enseñaba a reír fuerte cuando la disciplina requería silencio.Era una molestia.Pero más molesto aún era
LunaMía estaba profundamente dormida, abrazando su oso de peluche con fuerza, con las sábanas revueltas alrededor de su cuerpecito. Su respiración era tranquila, acompasada, y de vez en cuando murmuraba cosas incomprensibles entre sueños.Yo, en cambio, estaba sentada en el sillón junto a su cama, mirándola con la cabeza apoyada en la mano.Nunca pensé que un trabajo que tomé por dinero me afectaría tanto.Al principio, todo esto fue un reto, un juego para desafiar a Alexander y su ridícula manera de controlar cada aspecto de la vida de su hija. Pero ahora… ahora era diferente.Mía me importaba.
AlexanderMía nunca había estado tan feliz.No necesitaba que nadie me lo dijera. No hacía falta que los empleados de la casa mencionaran lo risueña que estaba últimamente ni que mi asistente insistiera en que su energía había cambiado. Yo mismo lo veía.Desde que Luna había entrado en nuestras vidas, mi hija reía más, hablaba más y hasta comía con más entusiasmo. Su mirada había pasado de la resignación a la emoción en cuestión de días.Y, maldita sea, no sabía qué hacer con eso.La niñera estaba rompiendo por completo la estructura que con tanto esfuerzo había construido para Mía.
LunaSi había algo que Alexander Black no entendía, era que una niña de seis años no era un maldito robot.Mía llevaba días siguiendo su rutina de clases, lectura y actividades estrictamente programadas. Y aunque no se quejaba en voz alta, yo veía en su carita que le faltaba algo. Libertad, emoción, aventura.Así que decidí hacer lo que mejor se me daba: romper las reglas.—¿Quieres hacer algo divertido? —le susurré a Mía mientras terminaba de colorear dentro de los límites perfectos de su libro de arte.La niña alzó la vista, curiosa pero un poco desconfiada.—¿Algo que no esté en mi horario?Sonreí con picardía.—Exacto.Mía miró alrededor como si esperara que su padre apareciera de la nada para detenernos.—¿Y si papá se enoja?Me encogí de hombros.—A veces hay que hacer cosas que nos hacen felices aunque a los adultos les moleste.Mía frunció los labios, claramente debatiéndose. Pero entonces, sus ojos brillaron con emoción.—¿A dónde vamos?—Es una sorpresa.Tomé su manita y sal