Un paseo inesperado

Luna

Si había algo que Alexander Black no entendía, era que una niña de seis años no era un maldito robot.

Mía llevaba días siguiendo su rutina de clases, lectura y actividades estrictamente programadas. Y aunque no se quejaba en voz alta, yo veía en su carita que le faltaba algo. Libertad, emoción, aventura.

Así que decidí hacer lo que mejor se me daba: romper las reglas.

—¿Quieres hacer algo divertido? —le susurré a Mía mientras terminaba de colorear dentro de los límites perfectos de su libro de arte.

La niña alzó la vista, curiosa pero un poco desconfiada.

—¿Algo que no esté en mi horario?

Sonreí con picardía.

—Exacto.

Mía miró alrededor como si esperara que su padre apareciera de la nada para detenernos.

—¿Y si papá se enoja?

Me encogí de hombros.

—A veces hay que hacer cosas que nos hacen felices aunque a los adultos les moleste.

Mía frunció los labios, claramente debatiéndose. Pero entonces, sus ojos brillaron con emoción.

—¿A dónde vamos?

—Es una sorpresa.

Tomé su manita y sal
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