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EL CEO Y LA NIÑERA REBELDE
EL CEO Y LA NIÑERA REBELDE
Por: FRANCISCO RUIZ
Un anuncio que cambiará mi vida

Luna

Si hay algo que me revienta en la vida, además de los hombres con complejo de superioridad y las reglas absurdas, es estar sin dinero.

Y en este momento, mi cuenta bancaria parece un páramo desolado.

Me gustaría decir que es la primera vez que estoy en esta situación, pero la realidad es que mi vida ha sido una montaña rusa desde que tengo memoria. Perdí la cuenta de las veces que tuve que salir adelante sola, de las veces que me caí y me levanté con los nudillos sangrando, lista para pelear otra vez. No me quejo, soy una sobreviviente, pero joder, a veces la vida podría darme un respiro.

Y no, no es que gaste en tonterías ni que sea una irresponsable. Es que los imprevistos me persiguen como si les debiera dinero. Literalmente.

—Mierda… —murmuro al ver la notificación de mi banco.

Saldo insuficiente.

Otra vez.

Aprieto los dientes y suelto un bufido mientras recorro las calles con el celular en la mano, buscando alguna oferta de trabajo. Llevo semanas enviando currículums sin éxito. He trabajado en mil cosas: mesera, recepcionista, dependienta, hasta en una librería donde terminé discutiendo con un cliente idiota que insistía en que Shakespeare escribía novelas. Pero no hay nada estable y, para ser sincera, tampoco tengo la paciencia para aguantar jefes pesados que creen que me pueden hablar como si fueran dueños del mundo.

Paso los anuncios de empleo con el ceño fruncido.

"Se busca asistente personal con disponibilidad total. Salario: no lo suficiente para venderle tu alma al diablo."

"Vacante en restaurante. Se requiere experiencia. Salario: el equivalente a una bolsa de papas y una mirada de lástima."

"Cuidado de niños. Se necesita paciencia, ternura y amor por los pequeños."

Pff. Paciencia no tengo mucha. Ternura… depende del día. Pero el amor por los niños no es problema. Me encantan, aunque en mi vida he aprendido que no siempre soy la mejor influencia.

Me detengo al leer la descripción completa.

"Se busca niñera para niña de cinco años. Tiempo completo. Se ofrece alojamiento, comida y un salario más que competitivo. Se requiere carácter firme, compromiso y discreción."

Mi corazón da un pequeño brinco.

"Salario más que competitivo."

Eso significa dinero.

Dinero que necesito desesperadamente.

Le doy clic al enlace y reviso la dirección. La entrevista es en un edificio en el centro de la ciudad, uno de esos rascacielos tan altos que parecen desafiar la gravedad. En cuanto veo la ubicación exacta, mis alarmas internas se encienden.

No es un trabajo cualquiera.

Esta dirección pertenece a uno de los sectores más exclusivos. Donde viven y trabajan los peces gordos. Donde se cierran negocios millonarios y la gente no pregunta cuánto cuesta algo porque simplemente lo compran.

Esto puede ser una gran oportunidad… o una trampa.

Pero cuando tienes el estómago vacío y las cuentas llamando a la puerta, no te pones quisquillosa.

—Vale —respiro hondo—. Acepto el reto.

***

Al día siguiente, me planto en el edificio vestida con mi mejor intento de formalidad. Un pantalón negro entallado, blusa blanca y el cabello recogido en una coleta alta. Me veo profesional, pero sin perder mi esencia.

Subo al piso indicado con el corazón latiendo fuerte. Cuando las puertas del ascensor se abren, me recibe una sala de espera elegante, con paredes de vidrio y una vista que parece sacada de una película. Varias mujeres están sentadas, esperando su turno, todas con el mismo aire de corrección y modales impecables.

Mujeres perfectas.

Mujeres que no tienen ni un solo cabello fuera de lugar.

Mujeres que podrían partirme en dos con una sola mirada de superioridad.

Genial.

Me acerco a la recepción y una mujer de rostro afilado me mira de arriba abajo con un gesto de desaprobación.

—¿Nombre?

—Luna Ferrer.

Ella asiente y anota algo en su libreta antes de indicarme con un gesto que tome asiento.

Miro a mi alrededor, incómoda. Sé que no encajo aquí.

Las demás candidatas ni siquiera me miran, como si no existiera. Están demasiado ocupadas manteniendo su postura perfecta y su expresión impasible.

A mí me tiemblan las piernas.

Pero respiro hondo y me obligo a recordar quién soy.

Soy Luna. La mujer que ha salido adelante contra todo pronóstico. La que no se deja pisotear.

Me enderezo y cruzo las piernas, esperando mi turno con la cabeza en alto.

Una a una, las candidatas van entrando y saliendo. Algunas salen con sonrisas, otras con expresiones neutrales. Pero ninguna parece particularmente afectada.

Hasta que llega mi turno.

La recepcionista me indica que pase y camino con paso firme hasta la oficina.

Cuando cruzo la puerta, me encuentro con un despacho enorme, con paredes de cristal y una vista impresionante de la ciudad. Pero lo que realmente me impacta no es el lujo del lugar, sino la mujer que me espera al otro lado del escritorio.

Es una señora elegante, de cabello recogido en un moño severo y ojos afilados que me analizan con precisión quirúrgica.

—Luna Ferrer, ¿verdad? —dice con voz firme.

—Sí.

—Siéntate.

Lo hago sin titubear, aunque su mirada me atraviesa como un escáner de aeropuerto.

—¿Experiencia con niños?

—He trabajado en guarderías y he cuidado de mis sobrinos.

Ella asiente lentamente.

—¿Tienes paciencia?

—Depende del niño.

La mujer levanta una ceja, sorprendida por mi sinceridad.

—¿Qué harías si la niña se niega a obedecerte?

—Negociaría con ella.

—No queremos que negocies. Queremos que obedezca.

Aprieto los labios.

—Entonces buscaría una forma de hacerle entender las reglas sin ser autoritaria.

La mujer me observa con interés.

—Eres diferente a las otras candidatas.

—Eso no siempre es algo bueno.

—No, no lo es —admite—. Pero puede que a mi empleador le interese.

Mi estómago se aprieta.

—¿Quién es su empleador?

La mujer me sostiene la mirada y, por alguna razón, siento que estoy a punto de entrar en un juego peligroso.

—Eso lo descubrirás si pasas la prueba.

Me quedo en silencio, asimilando sus palabras.

Algo me dice que este trabajo no será nada fácil.

Pero ya tomé una decisión.

Voy a pelear por él.

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