Luna
Si hay algo que me revienta en la vida, además de los hombres con complejo de superioridad y las reglas absurdas, es estar sin dinero.
Y en este momento, mi cuenta bancaria parece un páramo desolado.
Me gustaría decir que es la primera vez que estoy en esta situación, pero la realidad es que mi vida ha sido una montaña rusa desde que tengo memoria. Perdí la cuenta de las veces que tuve que salir adelante sola, de las veces que me caí y me levanté con los nudillos sangrando, lista para pelear otra vez. No me quejo, soy una sobreviviente, pero joder, a veces la vida podría darme un respiro.
Y no, no es que gaste en tonterías ni que sea una irresponsable. Es que los imprevistos me persiguen como si les debiera dinero. Literalmente.
—Mierda… —murmuro al ver la notificación de mi banco.
Saldo insuficiente.
Otra vez.
Aprieto los dientes y suelto un bufido mientras recorro las calles con el celular en la mano, buscando alguna oferta de trabajo. Llevo semanas enviando currículums sin éxito. He trabajado en mil cosas: mesera, recepcionista, dependienta, hasta en una librería donde terminé discutiendo con un cliente idiota que insistía en que Shakespeare escribía novelas. Pero no hay nada estable y, para ser sincera, tampoco tengo la paciencia para aguantar jefes pesados que creen que me pueden hablar como si fueran dueños del mundo.
Paso los anuncios de empleo con el ceño fruncido.
"Se busca asistente personal con disponibilidad total. Salario: no lo suficiente para venderle tu alma al diablo."
"Vacante en restaurante. Se requiere experiencia. Salario: el equivalente a una bolsa de papas y una mirada de lástima."
"Cuidado de niños. Se necesita paciencia, ternura y amor por los pequeños."
Pff. Paciencia no tengo mucha. Ternura… depende del día. Pero el amor por los niños no es problema. Me encantan, aunque en mi vida he aprendido que no siempre soy la mejor influencia.
Me detengo al leer la descripción completa.
"Se busca niñera para niña de cinco años. Tiempo completo. Se ofrece alojamiento, comida y un salario más que competitivo. Se requiere carácter firme, compromiso y discreción."
Mi corazón da un pequeño brinco.
"Salario más que competitivo."
Eso significa dinero.
Dinero que necesito desesperadamente.
Le doy clic al enlace y reviso la dirección. La entrevista es en un edificio en el centro de la ciudad, uno de esos rascacielos tan altos que parecen desafiar la gravedad. En cuanto veo la ubicación exacta, mis alarmas internas se encienden.
No es un trabajo cualquiera.
Esta dirección pertenece a uno de los sectores más exclusivos. Donde viven y trabajan los peces gordos. Donde se cierran negocios millonarios y la gente no pregunta cuánto cuesta algo porque simplemente lo compran.
Esto puede ser una gran oportunidad… o una trampa.
Pero cuando tienes el estómago vacío y las cuentas llamando a la puerta, no te pones quisquillosa.
—Vale —respiro hondo—. Acepto el reto.
Al día siguiente, me planto en el edificio vestida con mi mejor intento de formalidad. Un pantalón negro entallado, blusa blanca y el cabello recogido en una coleta alta. Me veo profesional, pero sin perder mi esencia.
Subo al piso indicado con el corazón latiendo fuerte. Cuando las puertas del ascensor se abren, me recibe una sala de espera elegante, con paredes de vidrio y una vista que parece sacada de una película. Varias mujeres están sentadas, esperando su turno, todas con el mismo aire de corrección y modales impecables.
Mujeres perfectas.
Mujeres que no tienen ni un solo cabello fuera de lugar.
Mujeres que podrían partirme en dos con una sola mirada de superioridad.
Genial.
Me acerco a la recepción y una mujer de rostro afilado me mira de arriba abajo con un gesto de desaprobación.
—¿Nombre?
—Luna Ferrer.
Ella asiente y anota algo en su libreta antes de indicarme con un gesto que tome asiento.
Miro a mi alrededor, incómoda. Sé que no encajo aquí.
Las demás candidatas ni siquiera me miran, como si no existiera. Están demasiado ocupadas manteniendo su postura perfecta y su expresión impasible.
A mí me tiemblan las piernas.
Pero respiro hondo y me obligo a recordar quién soy.
Soy Luna. La mujer que ha salido adelante contra todo pronóstico. La que no se deja pisotear.
Me enderezo y cruzo las piernas, esperando mi turno con la cabeza en alto.
Una a una, las candidatas van entrando y saliendo. Algunas salen con sonrisas, otras con expresiones neutrales. Pero ninguna parece particularmente afectada.
Hasta que llega mi turno.
La recepcionista me indica que pase y camino con paso firme hasta la oficina.
Cuando cruzo la puerta, me encuentro con un despacho enorme, con paredes de cristal y una vista impresionante de la ciudad. Pero lo que realmente me impacta no es el lujo del lugar, sino la mujer que me espera al otro lado del escritorio.
Es una señora elegante, de cabello recogido en un moño severo y ojos afilados que me analizan con precisión quirúrgica.
—Luna Ferrer, ¿verdad? —dice con voz firme.
—Sí.
—Siéntate.
Lo hago sin titubear, aunque su mirada me atraviesa como un escáner de aeropuerto.
—¿Experiencia con niños?
—He trabajado en guarderías y he cuidado de mis sobrinos.
Ella asiente lentamente.
—¿Tienes paciencia?
—Depende del niño.
La mujer levanta una ceja, sorprendida por mi sinceridad.
—¿Qué harías si la niña se niega a obedecerte?
—Negociaría con ella.
—No queremos que negocies. Queremos que obedezca.
Aprieto los labios.
—Entonces buscaría una forma de hacerle entender las reglas sin ser autoritaria.
La mujer me observa con interés.
—Eres diferente a las otras candidatas.
—Eso no siempre es algo bueno.
—No, no lo es —admite—. Pero puede que a mi empleador le interese.
Mi estómago se aprieta.
—¿Quién es su empleador?
La mujer me sostiene la mirada y, por alguna razón, siento que estoy a punto de entrar en un juego peligroso.
—Eso lo descubrirás si pasas la prueba.
Me quedo en silencio, asimilando sus palabras.
Algo me dice que este trabajo no será nada fácil.
Pero ya tomé una decisión.
Voy a pelear por él.
AlexanderEn el mundo de los negocios, la eficiencia lo es todo. No hay espacio para errores, improvisaciones ni sentimentalismos.Así es como he construido mi imperio.Así es como mantengo el control.Y así es como he logrado convertirme en uno de los hombres más poderosos del país.Mi agenda está cronometrada al segundo. Cada reunión, cada decisión, cada acuerdo se planea meticulosamente. No hay margen para distracciones. No hay margen para el caos.Excepto en un aspecto de mi vida.Mi hija.Mía tiene cinco años y, aunque es mi sangre, sigue siendo un enigma para mí. Es un torbellino de emociones, palabras y energía. Algo que no sé manejar. Algo que… no encaja en mi mundo ordenado.Por eso necesito a la mejor niñera.Una mujer con experiencia, disciplina y, sobre todo, discreción. Alguien que entienda que mi hija necesita estructura y estabilidad, no mimos y concesiones.Alguien completamente opuesto a la mujer que mi asistente acaba de traer a mi oficina.—Señor Saint-Clair, le pre
LunaNo es la primera vez que un hombre me mira como si fuera la última persona en la Tierra con la que quiere tratar.Tampoco es la primera vez que no me importa.Lo que sí es nuevo es que una niña de cinco años me haya declarado su favorita en menos de cinco minutos.Mía sigue aferrada a mi cuello, con esos ojazos llenos de determinación.—Papá, quiero que ella sea mi niñera.Su padre, el mismísimo Alexander Saint-Clair, el hombre que probablemente podría comprar medio país sin pestañear, la observa con el ceño fruncido.—Mía, no puedes elegir a alguien solo porque te cae bien.—¿Por qué no?—Porque no es así como funciona esto.—Pues debería.Casi suelto una carcajada, pero me la trago. No creo que al señor “Me-creo-Dios” le haga gracia.—Cariño, vamos a hablar de esto después —dice él, con una paciencia tensa.—No.Mi admiración por esta enana crece cada segundo.Alexander suelta un suspiro y me lanza una mirada que podría congelar el infierno.—Margaret, llévate a Mía un momento.
AlexanderContratar a Luna Ferrer fue, sin duda, una de las peores decisiones que he tomado en mi vida.Y eso que he cometido errores monumentales.Pero nada, absolutamente nada, me ha sacado tanto de quicio como esta mujer que ahora camina por mi casa como si fuera la dueña del lugar.Han pasado apenas veinticuatro horas desde que aceptó el trabajo y ya tengo ganas de despedirla.—¡Vamos, princesa, un poco más rápido! —exclama desde el jardín, con su tono despreocupado.Me asomo por la ventana de mi despacho y veo a Mía correteando por el césped, riendo a carcajadas mientras Luna la persigue.Mi hija… riendo.El problema no es que se diviertan.El problema es que esta mujer no sigue ni una sola de mis reglas.Le pedí rutinas claras.Le pedí estructura.Y aquí está, jugando como si esto fuera un campamento de verano.Cierro la laptop con más fuerza de la necesaria y bajo las escaleras con pasos firmes.Cuando salgo al jardín, Mía me ve y me saluda con una sonrisa radiante.—¡Papá!Lun
LunaHabía pasado menos de veinticuatro horas desde que acepté este trabajo y ya quería lanzarle uno de esos jarrones ridículamente caros a la cabeza de mi jefe.Alexander Belmont no solo era un CEO insufrible, sino que también tenía una lista de normas que hacían que trabajar aquí se sintiera más como estar en una maldita prisión de lujo.1. Nada de ruido innecesario.2. Nada de cambios en la rutina de Mía.3. Nada de desobedecer sus órdenes.Y la lista seguía y seguía…—El señor Belmont quiere que Mía desayune a las ocho en punto —me explicó una asistente que apenas cruzó miradas conmigo—. Después tiene su clase de francés, seguida de natación, almuerzo a las doce treinta, una hora de lectura y luego matemáticas.—Ajá… —murmuré, intentando no poner los ojos en blanco. ¿De verdad era un ser humano de seis años o un robot programado por su padre?Mía me sonrió mientras se balanceaba en su silla de comedor, ignorando su tazón de avena perfectamente servida.—¿Te gusta la avena, enana?
AlexanderNunca me había gustado repetir órdenes.En mi empresa, una instrucción dada era una instrucción cumplida. No toleraba explicaciones, excusas ni cuestionamientos. Pero, al parecer, Luna Mendoza no entendía cómo funcionaban las cosas en mi mundo.Desde que llegó, había convertido mi casa en un desastre controlado. Mía reía más, sí, pero también había desorden, caos y un nivel de desafío que me crispaba los nervios.Y lo peor de todo era que Luna no tenía miedo.No se intimidaba por mi tono cortante, no bajaba la mirada cuando le llamaba la atención, y definitivamente no se molestaba en disimular su sarcasmo.Estaba harto.Así que cuando entré a mi estudio y la vi sentada con las piernas cruzadas sobre el sofá, como si fuera la dueña del lugar, decidí que ya era suficiente.—¿Es mucho pedir que te comportes como una empleada normal? —pregunté, cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria.Luna ni siquiera se inmutó.—¿Y es mucho pedir que te comportes como un padre normal?
LunaSi había algo que Alexander Black no entendía, era que una niña de seis años no era un maldito robot.Mía llevaba días siguiendo su rutina de clases, lectura y actividades estrictamente programadas. Y aunque no se quejaba en voz alta, yo veía en su carita que le faltaba algo. Libertad, emoción, aventura.Así que decidí hacer lo que mejor se me daba: romper las reglas.—¿Quieres hacer algo divertido? —le susurré a Mía mientras terminaba de colorear dentro de los límites perfectos de su libro de arte.La niña alzó la vista, curiosa pero un poco desconfiada.—¿Algo que no esté en mi horario?Sonreí con picardía.—Exacto.Mía miró alrededor como si esperara que su padre apareciera de la nada para detenernos.—¿Y si papá se enoja?Me encogí de hombros.—A veces hay que hacer cosas que nos hacen felices aunque a los adultos les moleste.Mía frunció los labios, claramente debatiéndose. Pero entonces, sus ojos brillaron con emoción.—¿A dónde vamos?—Es una sorpresa.Tomé su manita y sal
AlexanderMía nunca había estado tan feliz.No necesitaba que nadie me lo dijera. No hacía falta que los empleados de la casa mencionaran lo risueña que estaba últimamente ni que mi asistente insistiera en que su energía había cambiado. Yo mismo lo veía.Desde que Luna había entrado en nuestras vidas, mi hija reía más, hablaba más y hasta comía con más entusiasmo. Su mirada había pasado de la resignación a la emoción en cuestión de días.Y, maldita sea, no sabía qué hacer con eso.La niñera estaba rompiendo por completo la estructura que con tanto esfuerzo había construido para Mía.
LunaMía estaba profundamente dormida, abrazando su oso de peluche con fuerza, con las sábanas revueltas alrededor de su cuerpecito. Su respiración era tranquila, acompasada, y de vez en cuando murmuraba cosas incomprensibles entre sueños.Yo, en cambio, estaba sentada en el sillón junto a su cama, mirándola con la cabeza apoyada en la mano.Nunca pensé que un trabajo que tomé por dinero me afectaría tanto.Al principio, todo esto fue un reto, un juego para desafiar a Alexander y su ridícula manera de controlar cada aspecto de la vida de su hija. Pero ahora… ahora era diferente.Mía me importaba.