Aidé acepta un matrimonio por contrato con su jefe Bergmann, incluso acepta darle prestar su vientre para que éste tenga un hijo, pero lo que no aceptará, es que viejas heridas del pasado acaben con su integridad emocional. Aidé es una joven luchadora que trabaja como secretaria en una importante empresa alemana con sede en Zaragoza, España, es una madre soltera que vive sola con su pequeño, ya que, su pareja de un momento a otro se fue sin dejar rastro alguno. La vida no es fácil para ella pero lucha constantemente, pero bueno, ella no tiene tiempo para sentimentalismos y más cuando a la empresa está por llegar el dueño de Teka Industrial, su jefe que llegará desde Alemania y Aidé debe tener todo en orden esperando que su jefe no sea un grano en el trasero, espera realmente no cometer ningún error, todos dicen que el hombre es un joven bien parecido, todo un playboy seguramente. Aidé espera que todo salga bien pero nunca se imaginaría encontrarse con su jefe en el ascensor, sí, exacto, en el interior de aquel ascensor que usa todos los días, siendo que, por una serie de infortunios ella lo trata de la peor manera por un malentendido, sin embargo, su jefe logra ver en ella a una mujer muy diferente a todas las mujeres que ha conocido en su vida, es decir, todas ellas caían a sus pies pero Aidé era diferente, ella se defendió y mostró su fortaleza por lo que Bergmann quedará flechado y querrá defenderla ante aquel pasado que la persigue.
Leer másAidé subió las piernas encima del sofá cuando regresó al salón de acostar a su hijo. Sabía que no debía pensar en lo que había pasado en la farmacia del padre de Alfonso, pero no podía evitarlo. ¿Quién era el hombre que se lo había llevado? ¿Era cierto que era un policía en cubierta? Se abrazó las rodillas y apoyó la cabeza en ellas con la mirada entrecerrada. Nunca pensó que volvería a verlo tras cinco años. Suspiró despacio y sin dejar de mirar a la nada. En esos momentos deseó que Alfonso estuviera a su lado, pero también se alegraba que Bergman le hubiese ayudado cuando más lo necesitaba. Se sorprendió al pensar en él y sacudió la cabeza para quitarse el recuerdo de sus manos por su cuerpo. Sólo había pasado un día, pero todavía tenía esa sensación que le rec
Aidé paseaba por la Plaza Trinidad que se encontraba entre la calle Duquesa y la calle Mesones y caminó en dirección a la tienda de Shana, pero no se iba a comprar nada de ropa. Le gustaba ir a esa tienda porque era barata y le gustaba la ropa… pero no todas. Tenía su mente concienciada de que todo el dinero que ganaba era para su hijo, sus medicinas y para un futuro tratamiento y para una futura operación. Ella se tenía que conformar y comprarse la ropa en el Primark. Entró en la tienda y ojeó la ropa que nunca se compraría. Entonces recordó que el vestido de novia que Bergman le había comprado. “Con el dinero que se gastó en el vestido, hubiera pagado un tercio de la mitad del tratamiento… incluso me hubieran dado la plaza para el tratamiento” pensó y suspiró mientras se detenía en unas camisetas. Volvió a suspirar. Miró su reloj y al ver
A la mañana siguiente, Aidé se encontraba en la cafetería de la empresa junto a Manuela mientras que ésta le contaba lo que había pasado el día anterior. Después que ocurriera aquello con Bergman, Aidé se quedó en casa, metida en la cama y sin salir en todo el día hasta que su hijo regresó del colegio. Por suerte, no había nadie cuando había tenido aquel tórrido encuentro con el alemán.—Pues como te lo encuentro. Elías amenazó al señor Gasco y le dijo que como intentase lo mismo que hace cinco años… se las vería con él – contó Manuela. — ¿Me estás escuchando, Aidé? – Insistió Manuela al ver la mirada de su amiga.—¿Qué? Perdona, Manuela. Estaba pensando en otra cosa – respondió Aidé.Después de lo ocurrido con B
Al ver que no decía nada, él entró en el despacho. Ella se dejó caer sobre su silla mientras las lágrimas recorrían por sus mejillas sin ningún control. Apretó los puños sin importarle clavarse las uñas en las palmas. No quería que ese hombre estuviera en ese lugar. ¿Debía contarle a Bergman lo que le hizo cinco años atrás? ¿Y si no la creía? De pronto, sintió una arcada. Se levantó de la silla y se dirigió hacia el baño. Recordarlo siempre le entraban ganas de vomitar. Estuvo vomitando durante varios minutos mientras que las lágrimas seguían recorriendo por sus mejillas. “Si él comienza a trabajar aquí… me iré. No quiero que me pase lo mismo…. No podría superarlo de nuevo…” pensaba ella mientras vomitaba. Al detenerse, apoyó en la pared del cubículo.
Bergman miró de reojo al ver que ella se había detenido. Desde que había comentado aquello en Pronovias tenía curiosidad. ¿El pequeño estaba enfermo? Miró por el retrovisor y vio como el niño seguía durmiendo tranquilo. No parecía estar enfermo. ¿Realmente ese niño necesitaba una operación? Quería preguntárselo, pero sabía que ella no le contestaría a su pregunta. Optó por callarse y esperar a que fuese ella quien se lo dijera. A pesar de que sabía que eso nunca sucedería.Nadie, excepto Manuela y Elías, en Teka Industrial, S.A sabía sobre el matrimonio del director ejecutivo y su secretaria. Para molestarla, Bergman le hacía comentarios sobre irse a vivir juntos, cosa que ella le contestaba lo más borde que podía. No lo soportaba, pero, como había dicho ella muchas veces, necesitaba el dinero y, au
Aidé llevaba un vestido camisero de color verde y tenía un cordón negro como cinturón. También se había puesto unos botines Peep Toe EAST TOWN de color negro. Ella se miró unos segundos y luego miró con recelo al hombre castaño que tenía delante. Él comenzó a caminar tirando de ella, pero Aidé se negaba caminar de esa manera. Antes de entrar en el ascensor, pudo soltarse. No quería ir con él a ningún lado. Al entrar, cada uno permaneció a cada lado del ascensor. No quería que la tocase. Tampoco entendía por qué debía acompañarlo. La joven apoyó el brazo en la pared del ascensor y se miró el anillo que estaba en su mano derecha, en el dedo anular. ¿Casarse con Alfonso sabiendo que se podía morir estaba bien? Llevaba pensando en eso durante toda la noche y durante el día. Tenía miedo de que, después de casarse, él muriera. Se montaron en el coche, todavía en silencio. En la puerta de Promovías, Aidé se quedó atónita. No había esperado que le tuviera que acompañar a ese lugar. Miró de
Elías chocó una mano con el mulato y éste le correspondió al saludo. Luego se abrazaron y se dieron unos golpecitos en la espalda. En ningún momento Alfonso se separó de Aidé y ésta tampoco quitó sus piernas de la cintura de su novio. No quería soltarlo. Tenía miedo de que fuera un sueño. Los cuatro se pusieron a hablar animadamente. Después de mucho tiempo veían a Aidé reír y sonreír de felicidad. De vez en cuando, Alfonso la abrazaba contra él y ella se pegaba a su torso con gusto de sentirlo. Diez minutos después, la puerta del despacho se abrió haciendo que el grupo se diera la vuelta. —Señorita Rivadeneira, ¿ha acabado de transcribir el discurso que le pedí? – Preguntó el señor Schneider saliendo del despacho con una carpeta en la mano y mirando unos papeles. – Lo necesito para antes de que se vaya – se quedó mirando al grupo que lo miraba en silencio. — ¿Quién es usted? —Alfonso Suarez. El antiguo director general – se presentó el mulato extendiendo una
Las siguientes dos semanas Aidé intentaba pasar de Bergman, pero, al ser su jefe, no tenía más remedio que hacerle caso. Aun así, intentaba no quedarse a solas con él. Elías y Manuela se divertían verla en aquella situación ya que se lo había comentado la joven castaña. Elías hablaba, sin que Aidé se enterase, con Alfonso casi todos los días para contarle a Alfonso como estaba la joven y su hijo. Alfonso también le contaba como seguía y sus planes. Bergman, tras la cena en casa de su secretaria, intentó acercarse a ella, pero Aidé se alejaba más de él hasta el punto de no hablarle y si lo hacía, lo hacía lo justo.Al principio de la tercera semana ella se encontraba haciendo un discurso para la fiesta de la empresa en la delegación de Madrid, las puertas del ascensor se abrieron dando paso a un hombre alto, delgado con un buen
Continuó caminando por los pasillos con mal humor. Odiaba a ese hombre, pero no entendía de dónde venía tanta aversión hacia él. Tan ensimismada estaba buscando los productos de la lista que no se percató que Bergman se había puesto delante del carro hasta que lo atropelló. Al mirar, resopló con cierto malhumor. —Quítese de en medio – le dijo ella. —No hasta que me escuche – metió las manos dentro de los bolsillos del intachable traje. —Ya le he dicho que… —No está despedida. Sus compañeros de trabajo me pidieron que no lo hiciera y no lo he hecho – le interrumpió ahora él. – Sólo quería decirle eso. Si el antiguo director general no le decía nada… yo a mi pesar tampoco debería hacerlo. Aidé permaneció callada mientras tenía la boca arrugada. Sabía que debía darle las gracias por no despedirla, pero no lo iba a hacer… ¿o sí? Miró a su hijo. Éste le miraba con ojos divertidos a la vez que el pequeño camión atropellaba a la tortuga ninja. Suspiró. Sabía lo que debía hacer, ya que e