A la mañana siguiente, Aidé se encontraba en la cafetería de la empresa junto a Manuela mientras que ésta le contaba lo que había pasado el día anterior. Después que ocurriera aquello con Bergman, Aidé se quedó en casa, metida en la cama y sin salir en todo el día hasta que su hijo regresó del colegio. Por suerte, no había nadie cuando había tenido aquel tórrido encuentro con el alemán.
—Pues como te lo encuentro. Elías amenazó al señor Gasco y le dijo que como intentase lo mismo que hace cinco años… se las vería con él – contó Manuela. — ¿Me estás escuchando, Aidé? – Insistió Manuela al ver la mirada de su amiga.—¿Qué? Perdona, Manuela. Estaba pensando en otra cosa – respondió Aidé.Después de lo ocurrido con BAidé paseaba por la Plaza Trinidad que se encontraba entre la calle Duquesa y la calle Mesones y caminó en dirección a la tienda de Shana, pero no se iba a comprar nada de ropa. Le gustaba ir a esa tienda porque era barata y le gustaba la ropa… pero no todas. Tenía su mente concienciada de que todo el dinero que ganaba era para su hijo, sus medicinas y para un futuro tratamiento y para una futura operación. Ella se tenía que conformar y comprarse la ropa en el Primark. Entró en la tienda y ojeó la ropa que nunca se compraría. Entonces recordó que el vestido de novia que Bergman le había comprado. “Con el dinero que se gastó en el vestido, hubiera pagado un tercio de la mitad del tratamiento… incluso me hubieran dado la plaza para el tratamiento” pensó y suspiró mientras se detenía en unas camisetas. Volvió a suspirar. Miró su reloj y al ver
Aidé subió las piernas encima del sofá cuando regresó al salón de acostar a su hijo. Sabía que no debía pensar en lo que había pasado en la farmacia del padre de Alfonso, pero no podía evitarlo. ¿Quién era el hombre que se lo había llevado? ¿Era cierto que era un policía en cubierta? Se abrazó las rodillas y apoyó la cabeza en ellas con la mirada entrecerrada. Nunca pensó que volvería a verlo tras cinco años. Suspiró despacio y sin dejar de mirar a la nada. En esos momentos deseó que Alfonso estuviera a su lado, pero también se alegraba que Bergman le hubiese ayudado cuando más lo necesitaba. Se sorprendió al pensar en él y sacudió la cabeza para quitarse el recuerdo de sus manos por su cuerpo. Sólo había pasado un día, pero todavía tenía esa sensación que le rec
Aidé, una joven de veintisiete años y madre de un niño de cuatro años, se despertó cuando el sonido del despertador comenzó a sonar a las siete de la mañana. Todos los días se levantaba a esa hora para poder preparar a su hijo y así que éste pudiese ir al colegio. Como cada mañana, miraba la foto del hombre que tenía en la mesita de noche. Lo echaba de menos y no entendía por qué él se había marchado. Cogió el marco que tenía la foto y se quedó mirando al hombre que salía. Ya había pasado tres años desde que él se marchó y no podía preguntarse el motivo de su marcha. Dejó el marco de nuevo en su sitio y se levantó de la cama. Cogió el coletero que había en la mesita de noche y se recogió el cabello castaño mientras se dirigía hacia el baño. Tras lavarse la cara y ponerse los pantalones cortos del pijama, salió de la habitación. A dos puertas de su habitación, ponía Adrián con pegatinas de dinosaurios. Entró en esa puerta y se quedó mirando al niño que dormía sobre sábanas de dinosauri
Ese comentario hizo que el hombre girase el rostro hacia a esa joven que no paraba de golpear las puertas de acero y de gritar. Estaba sorprendido y se podía notar si miraban fijamente por los cristales de las gafas. Conforme los minutos pasaban, el nerviosismo de la muchacha aumentaba cada vez más. Ella se dejó caer con una mano en el pecho debido a que le estaba empezando a dar palpitaciones, golpeteos del corazón y también aceleración de la frecuencia cardíaca. “La última vez que estuve encerrada en el ascensor con un hombre… fue cuando…” pensaba ella poniéndose más nerviosa. Los temblores hicieron actos de presencia mientras que su cuerpo comenzaba a sudar y la sensación de que le costaba más respirar con normalidad.—Oye, ¿Qué te ocurre? – Le preguntó el hombre. Fue a tocarla, pero ella se apartó bruscamente.—¡No me toque! – Gritó ella echándose hacia la pared, donde se dio en el brazo. – Auch…—Déjeme ayudarla – dijo él.—¡No, no quiero! ¡No quiero que un hombre me toque! – Vol
—Por nada – intervino Aidé antes de que sus amigos dijeran algo. – Aun así… yo no puedo.— comenzó a decirle a sus amigos.—Si lo que tiene miedo es que sea ese tipo de jefes que acosan a sus secretarias, no se preocupe. No pienso pasar de la línea roja que separa el terreno profesional con lo personal – le dijo Bergmann con seriedad, pero sin dejar de mostrar esa sonrisa que mostraba y decía que estaba seguro de sí mismo.Aidé cerró los ojos y mordió la tostada enseñando unos perfectos dientes blancos. Continuaron conversando hasta que acabaron su desayuno. Aidé, cada vez que le hablaba Bergman, le contestaba ariscamente. Al acabar, volvieron a sus puestos de trabajo.Durante el día, Aidé tuvo que hacerse a la idea que tenía que cambiar de puesto de trabajo. No le hacía mucha gracia, ya que pensaba que ese hombre sólo era un estúpido engreído y más cuando veía que él salía de su despacho y veía a más de la mitad de las mujeres de la empresa esperando a que saliera de la oficina. Éste
Según había visto en su ficha, ella llevaba trabajando desde el 12 de noviembre del 2014 como secretaria del director General, pero, desde el 8 junio del 2015 hasta 1 de octubre de 2015, siendo el 1 de octubre el inicio de trabajo en Zaragoza, había un parón donde ponía que estaba de baja y también se observaba otro parón desde el 22 de febrero del 2016 hasta el 27 de marzo del 2017, pero no ponía el motivo. Quería preguntarle, pero intuía que ella no se lo diría.Cuando las puertas se abrieron, Aidé salió con la expresión seria, pero se sintió aliviada al salir del ascensor. En cambio, Bergman caminaba, despacio, con una mano en el bolsillo del pantalón y con una sonrisa irónica. Conseguiría que ella le contase porque tenía todo aquello en su ficha, aunque ella no se lo dijera tan fácilmente. La vio que se sentaba en su sitio y decidió acercarse. Apoyó una mano en el escritorio de ella.—Es una pena que nos llevemos mal, pero recuerde, la semana que viene será mi secretaria. Y entonc
Aidé se encontraba en el Mercadona con su hijo mientras compraba la comida del mes. Adrián estaba sentado en la silla portabebés del carrito. En una de las manos del pequeño había una tortuga ninja deformable y en la otra mano tenía un camión. Aidé se detenía en cada casi estante y luego miraba el papel que tenía entre las manos para saber que debía coger. Mientras que buscaba los alimentos, tenía una mano agarrada la barra metálica que había delante de la silla portabebés. En una de las veces que lo miró, el niño estaba medio girado y estaba estirando el brazo para coger el camión que se le había caído dentro del carro.—Mami, mi camión – le dijo Adri colocándose bien.Aidé sonrió y cogió el camión. El pequeño, más feliz que una perdiz, besó la mejilla de su madre mientras que ésta le daba el juguete. Ella todavía estaba cuidando de su pequeño y no había regresado aún a su trabajo. Sabía lo que se estaba jugando con no ir, pero quería regresar cuando su hijo estuviera del todo bien.
Continuó caminando por los pasillos con mal humor. Odiaba a ese hombre, pero no entendía de dónde venía tanta aversión hacia él. Tan ensimismada estaba buscando los productos de la lista que no se percató que Bergman se había puesto delante del carro hasta que lo atropelló. Al mirar, resopló con cierto malhumor. —Quítese de en medio – le dijo ella. —No hasta que me escuche – metió las manos dentro de los bolsillos del intachable traje. —Ya le he dicho que… —No está despedida. Sus compañeros de trabajo me pidieron que no lo hiciera y no lo he hecho – le interrumpió ahora él. – Sólo quería decirle eso. Si el antiguo director general no le decía nada… yo a mi pesar tampoco debería hacerlo. Aidé permaneció callada mientras tenía la boca arrugada. Sabía que debía darle las gracias por no despedirla, pero no lo iba a hacer… ¿o sí? Miró a su hijo. Éste le miraba con ojos divertidos a la vez que el pequeño camión atropellaba a la tortuga ninja. Suspiró. Sabía lo que debía hacer, ya que e