Ese comentario hizo que el hombre girase el rostro hacia a esa joven que no paraba de golpear las puertas de acero y de gritar. Estaba sorprendido y se podía notar si miraban fijamente por los cristales de las gafas. Conforme los minutos pasaban, el nerviosismo de la muchacha aumentaba cada vez más. Ella se dejó caer con una mano en el pecho debido a que le estaba empezando a dar palpitaciones, golpeteos del corazón y también aceleración de la frecuencia cardíaca. “La última vez que estuve encerrada en el ascensor con un hombre… fue cuando…” pensaba ella poniéndose más nerviosa. Los temblores hicieron actos de presencia mientras que su cuerpo comenzaba a sudar y la sensación de que le costaba más respirar con normalidad.
—Oye, ¿Qué te ocurre? – Le preguntó el hombre. Fue a tocarla, pero ella se apartó bruscamente. —¡No me toque! – Gritó ella echándose hacia la pared, donde se dio en el brazo. – Auch… —Déjeme ayudarla – dijo él. —¡No, no quiero! ¡No quiero que un hombre me toque! – Volvió a gritar. La sensación de ahogo aumentaba con cada minuto que pasaba en aquel lugar. También tenía molestias en el tórax, náuseas y malestar abdominal. Notaba que sus piernas comenzaban a perder inestabilidad y la sensación de mareo aumentaba pausadamente. Se abrazó a su misma cuando notó que tenía escalofríos. Al sentir hormigueos en sus piernas, cayó de rodillas sobre el suelo del ascensor y como pudo, se apoyó en la pared mientras que tenía una mano en el pecho. —Es mejor que se calme – le aconsejó él. —No… no puedo… — dijo ella con dificultad. —Si sigue así, lo único que conseguirá es que empeore. Él se agachó hasta ponerse a su altura y le mostró una sonrisa reconfortadora. Poco a poco, él le fue diciendo trucos para que se pudiese calmar y no pensara que estaba encerrada en un ascensor. Después de eso, el hombre estiró el brazo y presionó el botón en el cual se veía una campana amarilla durante unos pocos segundos y esperó a que alguien le respondiera, pero no hubo respuesta. Lo estuvo presionando varias veces más al no tener respuesta. Se aflojó un poco la corbata. También se estaba empezando a agobiar. Hacía calor, mucho calor en ese espacio reducido. Se sentó al lado de la joven castaña, dobló las rodillas y apoyó los brazos sobre las rodillas. Buscó algo en el bolsillo del interior de la chaqueta y sacó un móvil. Levantó el brazo en busca de señal, pero no había ninguna. ¿Cómo era posible que le pasara aquello? Giró la cabeza hacia la joven y le pareció tierno al ver la mirada de inocencia de su mirada mientras respiraba con la ayuda de una bolsa de papel marrón sobre la boca y la nariz. —Piense que pronto nos sacarán de aquí y cuando eso pase, se pondrá mejor. A lo largo del día acabará riéndose – le comentó él para que no pensara en lo que estaba pasando. Ella asintió lentamente. Continuó respirando hasta que se encontró más tranquila, se quedó apoyada en la pared con la bolsa en una de las manos. El cabello caía por los lados de la cara impidiendo que él viera la cara de la joven. De vez en cuando, el hombre miraba el reloj para comprobar el tiempo que llevaban metidos en ese lugar. De pronto, cuando había pasado cincuenta minutos desde que se habían quedado encerrados, el ascensor comenzó a moverse. Aidé miró hacia arriba y luego miró al hombre con el que estaba con cara de alivio. Antes de que las puertas se abrieran, ella se limpió las mejillas sonriendo un poco y se recogió el cabello en una coleta baja, dejando varios mechones sueltos. —¿Sabe cuándo viene el director general? – Inquirió él mientras ella seguía en el suelo. —A las nueve y media… normalmente pero hoy debe venir a las nueve. Nada más se abrieron las puertas, Aidé salió a gatas, todo lo rápido que podía, del montacargas. Una vez fuera, respiró hondo para tranquilizarse, pero en ningún momento se levantó del suelo. El hombre la observaba en silencio y decidió salir antes de que se volviera a quedar encerrado. Aprovechó que ella estaba mirando hacia el suelo para pasar por su lado y guardó las gafas de sol en el bolsillo de arriba de la chaqueta. Las personas que estaban en la planta treinta se quedaron sorprendidas al ver como salía Aidé del ascensor. La joven se giró hacia el ascensor, pero no lo encontró. Volvió su vista hacia adelante y lo encontró a horcajadas enfrente de ella mientras que le ofrecía una mano. Ella aceptó y se levantó con su ayuda. En ese momento, se percató que ese hombre era guapo. Él llevaba un traje de color azul marino con una corbata azul, una camisa marrón y los zapatos negros. A simple vista, su cabello era sedoso, brilloso y castaño, con el cabello engominado hacia atrás. Sus ojos eran de un tono verdoso. Su piel tenía un leve color canela que llamaba mucho la atención. Sus piernas eran largas, al igual que sus brazos. El hombre se puso de pie junto a ella. Era bastante alto, por lo menos mediría unos 1.95 m y se podía ver que era delgado. También tenía una barba de unos tres días sin afeitar que le hacía irresistible. —Gracias por ayudarme – le agradeció ella mientras se ponía bien la chaqueta. —Ha sido un placer – le mostró una pequeña sonrisa. —¿Otra vez ha pasado eso? – Se escuchó detrás de ellos. — ¿Pero si ya lo arreglaron el otro día? – Ellos se giraron para ver quién era mientras se soltaban de las manos. Al girarse, vieron a un hombre moreno con los ojos azules. Tenía un leve moreno en la piel y una sonrisa picarona. Llevaba un traje negro que le quedaba como un guante junto a camisa azul y una corbata del mismo color que el traje. No pasaría de los treinta años y cinco años. —Buenos días señor Sánchez – lo saludó ella con una pequeña sonrisa. —Aidé, ¿qué haces aquí? – Preguntó el hombre recién llegado descolgando el teléfono. — ¿Qué te ha pasado? – Dijo preocupado. —Digamos que hemos tenido un pequeño problema con el ascensor – respondió el hombre castaño. —Ese ascensor está dando más problemas últimamente… — suspiró el señor Sánchez. — ¿Cuántas veces te he dicho que me llames Elías? Eres la mejor amiga de mi novia. —Perdón… — contestó ella con los hombros encogidos. – Este hombre me ha preguntado por usted. Ambos hombres se quedaron mirándose mutuamente y en silencio. Sin más, Elías cerró los ojos y sonrió. Se acercó a la muchacha y tras ponerle una mano en el hombro, le aconsejó: —Ve al baño, échate agua y cuando estés más calmada, vuelve a tu puesto de trabajo. Si alguien te ve, pensará cosas que no han pasado, ¿cierto? —No ha pasado nada – le dijo ella seria. —Lo sé por eso quiero que vayas al baño – le sonrió. Aidé asintió en silencio y se dirigió hacia el baño que se encontraba hacia el lado derecho de esa planta. – Bienvenido, señor Scheneider. Aidé se encontraba en la cafetería, que se encontraba en la planta baja, junto a recepción, acompañada por su gran amiga Manuela. Manuela era una mujer de treinta y cinco años, guapa, un buen cuerpo y morena. Sus ojos eran de un extraño color negro, pero brillantes. Manuela era la secretaria del director de Recursos Humanos y también la novia del Gerente de esa empresa. En cambio, Aidé era la secretaria del Gerente General. Por lo que ellas sabían, la empresa en la cual trabajan tenía más Delegaciones en otras partes, siendo Madrid, Barcelona, Almería, Zaragoza y Valencia en España y por parte Europa también estaban repartidas varias Delegaciones. La empresa central se encontraba en Hamburgo, Alemania. —¿Ya te encuentras mejor? Elías me ha dicho que te has quedado encerrada en el ascensor – comentó Manuela mientras echaba el azúcar a su café. —Sí, ya estoy mejor. Gracias al hombre con quien me he quedado encerrada, no ha sido tan malo – respondió Aidé sonriendo. – Pensaba que me iba a quedar ahí para siempre. —¡No digas eso! En algún momento te hubieran sacado. Imagínate que te pasa lo mismo que te pasó hace cinco años, cuando empezaste a trabajar – dijo Manuela. —¿Qué paso hace cinco años? – Preguntó una voz detrás de las dos chicas. Al girarse, vieron al Gerente General con el hombre castaño que le había ayudado en el ascensor. Aidé miró a su amiga sin saber que decir. No quería recordarlo y menos que nadie en la empresa supiera lo que le ocurrió y que por eso tenía miedo de quedarse encerrada con un hombre en un ascensor. La joven castaña volvió a girarse omitiendo la pregunta de uno de esos hombres. Empezó a untar la mantequilla en su tostada. Elías se acercó a ellas, seguido del otro hombre, y se sentaron con ellas. Elías al lado de su novia y el hombre castaño al lado de Aidé, pero antes de sentarse preguntó: —¿Puedo sentarme o me gritará? —Haga lo que quiera – dijo con desaire y con los ojos cerrados. —Chicas, os presento a Bergmann Scheneider. El dueño de Teka Industrial, S.A… y de muchas empresas que tengan la familia Scheneider repartidas por el mundo – lo presentó Elías. A Aidé se le cayó la tostada al plato al saber que era su jefe. —Así que, lo que decían era cierto… — comentó Manuela. – Que el presidente de la empresa era guapo y joven – dijo al ver como el hombre castaño le estaba mirando. —Oh… así que ya hablan de mí – dijo Bergman con una sonrisa pícara. —Sí y tenga cuidado de que ninguna loba intente “cazarlo.” Porque aquí de esas hay muchas – habló la mujer morena. Su novio le dió con el codo suavemente. – Sabes que es cierto, Elías – dijo de mala gana. —Lo sé, pero ten más cuidado hablando – le aconsejó el Gerente. —¿Y qué hace aquí? – Preguntó Aidé volviendo a ser la de antes. —Estoy supervisando algunas Delegaciones que tengo en el extranjero. Empecé por la de Almería y ahora toca la de Zaragoza – le contestó él. — ¿Usted no sabrá de alguna secretaria que esté disponible para mí mientras me encuentre aquí, ¿verdad? —Pues no – dijo ella cogiendo la tostada y continuó untándola de mantequilla. —Yo creo que sí, tú serás su nueva secretaria, Aidé – le comunicó Elías. —Me prometiste que… — le comenzó a decir al novio de su amiga. —Lo sé, pero ha sido él quien lo ha pedido así que… no me puedo negar. Ya le he advertido que no intente nada contigo porque entonces me dará igual jugarme mi puesto de trabajo con tal de protegerte. Además de que se lo prometí a Alfonso antes de que se marchara. ¿Por qué iba a querer algo con una empleada? Se preguntó extrañado el hombre alemán.—Por nada – intervino Aidé antes de que sus amigos dijeran algo. – Aun así… yo no puedo.— comenzó a decirle a sus amigos.—Si lo que tiene miedo es que sea ese tipo de jefes que acosan a sus secretarias, no se preocupe. No pienso pasar de la línea roja que separa el terreno profesional con lo personal – le dijo Bergmann con seriedad, pero sin dejar de mostrar esa sonrisa que mostraba y decía que estaba seguro de sí mismo.Aidé cerró los ojos y mordió la tostada enseñando unos perfectos dientes blancos. Continuaron conversando hasta que acabaron su desayuno. Aidé, cada vez que le hablaba Bergman, le contestaba ariscamente. Al acabar, volvieron a sus puestos de trabajo.Durante el día, Aidé tuvo que hacerse a la idea que tenía que cambiar de puesto de trabajo. No le hacía mucha gracia, ya que pensaba que ese hombre sólo era un estúpido engreído y más cuando veía que él salía de su despacho y veía a más de la mitad de las mujeres de la empresa esperando a que saliera de la oficina. Éste
Según había visto en su ficha, ella llevaba trabajando desde el 12 de noviembre del 2014 como secretaria del director General, pero, desde el 8 junio del 2015 hasta 1 de octubre de 2015, siendo el 1 de octubre el inicio de trabajo en Zaragoza, había un parón donde ponía que estaba de baja y también se observaba otro parón desde el 22 de febrero del 2016 hasta el 27 de marzo del 2017, pero no ponía el motivo. Quería preguntarle, pero intuía que ella no se lo diría.Cuando las puertas se abrieron, Aidé salió con la expresión seria, pero se sintió aliviada al salir del ascensor. En cambio, Bergman caminaba, despacio, con una mano en el bolsillo del pantalón y con una sonrisa irónica. Conseguiría que ella le contase porque tenía todo aquello en su ficha, aunque ella no se lo dijera tan fácilmente. La vio que se sentaba en su sitio y decidió acercarse. Apoyó una mano en el escritorio de ella.—Es una pena que nos llevemos mal, pero recuerde, la semana que viene será mi secretaria. Y entonc
Aidé se encontraba en el Mercadona con su hijo mientras compraba la comida del mes. Adrián estaba sentado en la silla portabebés del carrito. En una de las manos del pequeño había una tortuga ninja deformable y en la otra mano tenía un camión. Aidé se detenía en cada casi estante y luego miraba el papel que tenía entre las manos para saber que debía coger. Mientras que buscaba los alimentos, tenía una mano agarrada la barra metálica que había delante de la silla portabebés. En una de las veces que lo miró, el niño estaba medio girado y estaba estirando el brazo para coger el camión que se le había caído dentro del carro.—Mami, mi camión – le dijo Adri colocándose bien.Aidé sonrió y cogió el camión. El pequeño, más feliz que una perdiz, besó la mejilla de su madre mientras que ésta le daba el juguete. Ella todavía estaba cuidando de su pequeño y no había regresado aún a su trabajo. Sabía lo que se estaba jugando con no ir, pero quería regresar cuando su hijo estuviera del todo bien.
Continuó caminando por los pasillos con mal humor. Odiaba a ese hombre, pero no entendía de dónde venía tanta aversión hacia él. Tan ensimismada estaba buscando los productos de la lista que no se percató que Bergman se había puesto delante del carro hasta que lo atropelló. Al mirar, resopló con cierto malhumor. —Quítese de en medio – le dijo ella. —No hasta que me escuche – metió las manos dentro de los bolsillos del intachable traje. —Ya le he dicho que… —No está despedida. Sus compañeros de trabajo me pidieron que no lo hiciera y no lo he hecho – le interrumpió ahora él. – Sólo quería decirle eso. Si el antiguo director general no le decía nada… yo a mi pesar tampoco debería hacerlo. Aidé permaneció callada mientras tenía la boca arrugada. Sabía que debía darle las gracias por no despedirla, pero no lo iba a hacer… ¿o sí? Miró a su hijo. Éste le miraba con ojos divertidos a la vez que el pequeño camión atropellaba a la tortuga ninja. Suspiró. Sabía lo que debía hacer, ya que e
Las siguientes dos semanas Aidé intentaba pasar de Bergman, pero, al ser su jefe, no tenía más remedio que hacerle caso. Aun así, intentaba no quedarse a solas con él. Elías y Manuela se divertían verla en aquella situación ya que se lo había comentado la joven castaña. Elías hablaba, sin que Aidé se enterase, con Alfonso casi todos los días para contarle a Alfonso como estaba la joven y su hijo. Alfonso también le contaba como seguía y sus planes. Bergman, tras la cena en casa de su secretaria, intentó acercarse a ella, pero Aidé se alejaba más de él hasta el punto de no hablarle y si lo hacía, lo hacía lo justo.Al principio de la tercera semana ella se encontraba haciendo un discurso para la fiesta de la empresa en la delegación de Madrid, las puertas del ascensor se abrieron dando paso a un hombre alto, delgado con un buen
Elías chocó una mano con el mulato y éste le correspondió al saludo. Luego se abrazaron y se dieron unos golpecitos en la espalda. En ningún momento Alfonso se separó de Aidé y ésta tampoco quitó sus piernas de la cintura de su novio. No quería soltarlo. Tenía miedo de que fuera un sueño. Los cuatro se pusieron a hablar animadamente. Después de mucho tiempo veían a Aidé reír y sonreír de felicidad. De vez en cuando, Alfonso la abrazaba contra él y ella se pegaba a su torso con gusto de sentirlo. Diez minutos después, la puerta del despacho se abrió haciendo que el grupo se diera la vuelta. —Señorita Rivadeneira, ¿ha acabado de transcribir el discurso que le pedí? – Preguntó el señor Schneider saliendo del despacho con una carpeta en la mano y mirando unos papeles. – Lo necesito para antes de que se vaya – se quedó mirando al grupo que lo miraba en silencio. — ¿Quién es usted? —Alfonso Suarez. El antiguo director general – se presentó el mulato extendiendo una
Aidé llevaba un vestido camisero de color verde y tenía un cordón negro como cinturón. También se había puesto unos botines Peep Toe EAST TOWN de color negro. Ella se miró unos segundos y luego miró con recelo al hombre castaño que tenía delante. Él comenzó a caminar tirando de ella, pero Aidé se negaba caminar de esa manera. Antes de entrar en el ascensor, pudo soltarse. No quería ir con él a ningún lado. Al entrar, cada uno permaneció a cada lado del ascensor. No quería que la tocase. Tampoco entendía por qué debía acompañarlo. La joven apoyó el brazo en la pared del ascensor y se miró el anillo que estaba en su mano derecha, en el dedo anular. ¿Casarse con Alfonso sabiendo que se podía morir estaba bien? Llevaba pensando en eso durante toda la noche y durante el día. Tenía miedo de que, después de casarse, él muriera. Se montaron en el coche, todavía en silencio. En la puerta de Promovías, Aidé se quedó atónita. No había esperado que le tuviera que acompañar a ese lugar. Miró de
Bergman miró de reojo al ver que ella se había detenido. Desde que había comentado aquello en Pronovias tenía curiosidad. ¿El pequeño estaba enfermo? Miró por el retrovisor y vio como el niño seguía durmiendo tranquilo. No parecía estar enfermo. ¿Realmente ese niño necesitaba una operación? Quería preguntárselo, pero sabía que ella no le contestaría a su pregunta. Optó por callarse y esperar a que fuese ella quien se lo dijera. A pesar de que sabía que eso nunca sucedería.Nadie, excepto Manuela y Elías, en Teka Industrial, S.A sabía sobre el matrimonio del director ejecutivo y su secretaria. Para molestarla, Bergman le hacía comentarios sobre irse a vivir juntos, cosa que ella le contestaba lo más borde que podía. No lo soportaba, pero, como había dicho ella muchas veces, necesitaba el dinero y, au