Odioso jefe

Las siguientes dos semanas Aidé intentaba pasar de Bergman, pero, al ser su jefe, no tenía más remedio que hacerle caso. Aun así, intentaba no quedarse a solas con él. Elías y Manuela se divertían verla en aquella situación ya que se lo había comentado la joven castaña. Elías hablaba, sin que Aidé se enterase, con Alfonso casi todos los días para contarle a Alfonso como estaba la joven y su hijo. Alfonso también le contaba como seguía y sus planes. Bergman, tras la cena en casa de su secretaria, intentó acercarse a ella, pero Aidé se alejaba más de él hasta el punto de no hablarle y si lo hacía, lo hacía lo justo.

Al principio de la tercera semana ella se encontraba haciendo un discurso para la fiesta de la empresa en la delegación de Madrid, las puertas del ascensor se abrieron dando paso a un hombre alto, delgado con un buen cuerpo ejercitado en el gimnasio, unos ojos azules que quitaban el aliento a cualquier chica y mulato, aunque a simple vista parecía que su piel tenía un tono triguero. Tenía el pelo muy corto y moreno, rizado y una barba de pocos días. Lo más característico de ese joven era sus labios. Tenía unos labios que daban ganas de morderlos todo el rato. Ese hombre se abrochó el segundo botón mientras sonreía mirando hacia el despacho de dirección. En ese momento observó que Aidé suspiraba y sonrió. Decidió acercarse poco a poco sin perder esa sonrisa.

Mientras tanto, Aidé seguía con la mirada fija en la pantalla del ordenador. Dejó unos segundos de escribir y giró las muñecas. Al oír un crujido apretó la vista. Llevaba dos horas escribiendo y no veía fin al transcribir el discurso de su odioso jefe. Cerró los ojos mientras suspiraba. Al abrirlos, sus manos comenzaron a temblar al ver al mulato que se acercaba a ella. Puso las manos sobre la mesa mientras se levantaba. Sin más, rodeó la mesa y corrió hacia esa persona. Se mordió el labio corriendo y sin poder evitar derramar lágrimas. Estaba feliz de volver a verlo. Se tiró hacia el cuello del hombre y lo rodeó feliz. Ese hombre la levantó unos centímetros del suelo sin dejar de abrazarla.

—Alfonso… has vuelto – susurró ella mientras sus ojos derramaban lágrimas de felicidad.

—¿Por qué no lo iba a hacer? – Puso una mano en la cabeza de ella mientras que la otra la ponía en su espalda.

—Porque te fuiste de la noche a la mañana, sin decirme nada… Había pensado que me habías dejado de querer.

—Eso nunca, Aidé. Eso nunca puede pasar –le abrazó más fuerte.

Su acento. Adoraba su acento a más no poder, pero lo que más adoraba de él era esa manera tan peculiar que tenía para hablar. Se separaron, pero no se dejaron de abrazar y sin más, se quedaron mirando y una sonrisa de enamorada salió de los labios de ella. Como respuesta a esa sonrisa, él le devolvió la sonrisa mientras que ella ponía sus manos en su nuca para así, poder tocar su pelo y mirarlo a los ojos.

—Te echado de menos, Alfonso. ¿Dónde has estado? ¿Por qué… por qué te marchaste? Por favor, dímelo – le pidió ella.

—Tenemos que hablar, pero ahora… – comenzó a caminar hacia la mesa de Aidé. Eso aprovechó ella para rodearle la cintura con las piernas, — tienes que seguir trabajando.

—¿Tú volverás?

—Sí pero todavía no. Quiero descansar unos días hasta que encuentre un apartamento. He llegado esta mañana a Zaragoza luego fui a dejar la maleta en el hotel e inmediatamente vine a verte.

—¿Por qué no vuelves a casa? De todas maneras, la compraste tú cuando…

—Es tu casa y la de Adri. No creo que él entienda porque un extraño entra en su casa y duerme con su madre – la sentó encima de la mesa.

—Sí…. Bueno… creo que tienes razón… — apoyó la frente en el pecho del mulato.

—¡Oh, dios mío! ¿Eres tú, Alfonso? – Se escuchó detrás del mulato. Al mirar, Manuela tenía las manos delante de la boca. – Hijo, que bueno estás. ¿Por qué narices estás cada vez más bueno? ¿Serán por tus genes cubanos? Es que no lo puedo llegar a entender – Alfonso se giró un poco para mirar a la mujer y soltó una risa.

—Gracias por el alago, Manuela – le agradeció el hombre. – Tú también estás bien. Bueno, me ha dicho un pajarito que estás embrazada de nuevo. Felicidades – sonrió.

—¿Qué? ¿En serio? ¡Felicidades, Manuela! – Dijo sorprendida Aidé.

—Ahora te toca a ti y así nuestros pequeños van juntos, como Adri y Manuela – bromeó la secretaria de Recursos Humanos.

—Oh… no. Otro embarazo no – decía mientras negaba la cabeza. – Aunque… — miró a Alfonso y luego le sonrió, — …si fuera de él me lo pensaría.

—Ya hablaremos de ello – le dio un tierno beso a la altura de la sien. – Primero tienes que recuperarte del embarazo de Adri.

—Pero si ya estoy recuperada… — comenzó a decir Aidé.

—¿Te recuerdo cómo te pusiste cuando diste a luz? ¿Y de lo que me dijiste? – Ella le miró mal. – Tengo razón, lo sabes. Pero ya lo hablaremos, te lo prometo.

—¡Pero buenoooooo! ¿A quién tenemos aquí? – Escucharon una voz masculina acercándose a ellos.

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