Aidé subió las piernas encima del sofá cuando regresó al salón de acostar a su hijo. Sabía que no debía pensar en lo que había pasado en la farmacia del padre de Alfonso, pero no podía evitarlo. ¿Quién era el hombre que se lo había llevado? ¿Era cierto que era un policía en cubierta? Se abrazó las rodillas y apoyó la cabeza en ellas con la mirada entrecerrada. Nunca pensó que volvería a verlo tras cinco años. Suspiró despacio y sin dejar de mirar a la nada. En esos momentos deseó que Alfonso estuviera a su lado, pero también se alegraba que Bergman le hubiese ayudado cuando más lo necesitaba. Se sorprendió al pensar en él y sacudió la cabeza para quitarse el recuerdo de sus manos por su cuerpo. Sólo había pasado un día, pero todavía tenía esa sensación que le rec
Aidé, una joven de veintisiete años y madre de un niño de cuatro años, se despertó cuando el sonido del despertador comenzó a sonar a las siete de la mañana. Todos los días se levantaba a esa hora para poder preparar a su hijo y así que éste pudiese ir al colegio. Como cada mañana, miraba la foto del hombre que tenía en la mesita de noche. Lo echaba de menos y no entendía por qué él se había marchado. Cogió el marco que tenía la foto y se quedó mirando al hombre que salía. Ya había pasado tres años desde que él se marchó y no podía preguntarse el motivo de su marcha. Dejó el marco de nuevo en su sitio y se levantó de la cama. Cogió el coletero que había en la mesita de noche y se recogió el cabello castaño mientras se dirigía hacia el baño. Tras lavarse la cara y ponerse los pantalones cortos del pijama, salió de la habitación. A dos puertas de su habitación, ponía Adrián con pegatinas de dinosaurios. Entró en esa puerta y se quedó mirando al niño que dormía sobre sábanas de dinosauri
Ese comentario hizo que el hombre girase el rostro hacia a esa joven que no paraba de golpear las puertas de acero y de gritar. Estaba sorprendido y se podía notar si miraban fijamente por los cristales de las gafas. Conforme los minutos pasaban, el nerviosismo de la muchacha aumentaba cada vez más. Ella se dejó caer con una mano en el pecho debido a que le estaba empezando a dar palpitaciones, golpeteos del corazón y también aceleración de la frecuencia cardíaca. “La última vez que estuve encerrada en el ascensor con un hombre… fue cuando…” pensaba ella poniéndose más nerviosa. Los temblores hicieron actos de presencia mientras que su cuerpo comenzaba a sudar y la sensación de que le costaba más respirar con normalidad.—Oye, ¿Qué te ocurre? – Le preguntó el hombre. Fue a tocarla, pero ella se apartó bruscamente.—¡No me toque! – Gritó ella echándose hacia la pared, donde se dio en el brazo. – Auch…—Déjeme ayudarla – dijo él.—¡No, no quiero! ¡No quiero que un hombre me toque! – Vol
—Por nada – intervino Aidé antes de que sus amigos dijeran algo. – Aun así… yo no puedo.— comenzó a decirle a sus amigos.—Si lo que tiene miedo es que sea ese tipo de jefes que acosan a sus secretarias, no se preocupe. No pienso pasar de la línea roja que separa el terreno profesional con lo personal – le dijo Bergmann con seriedad, pero sin dejar de mostrar esa sonrisa que mostraba y decía que estaba seguro de sí mismo.Aidé cerró los ojos y mordió la tostada enseñando unos perfectos dientes blancos. Continuaron conversando hasta que acabaron su desayuno. Aidé, cada vez que le hablaba Bergman, le contestaba ariscamente. Al acabar, volvieron a sus puestos de trabajo.Durante el día, Aidé tuvo que hacerse a la idea que tenía que cambiar de puesto de trabajo. No le hacía mucha gracia, ya que pensaba que ese hombre sólo era un estúpido engreído y más cuando veía que él salía de su despacho y veía a más de la mitad de las mujeres de la empresa esperando a que saliera de la oficina. Éste
Según había visto en su ficha, ella llevaba trabajando desde el 12 de noviembre del 2014 como secretaria del director General, pero, desde el 8 junio del 2015 hasta 1 de octubre de 2015, siendo el 1 de octubre el inicio de trabajo en Zaragoza, había un parón donde ponía que estaba de baja y también se observaba otro parón desde el 22 de febrero del 2016 hasta el 27 de marzo del 2017, pero no ponía el motivo. Quería preguntarle, pero intuía que ella no se lo diría.Cuando las puertas se abrieron, Aidé salió con la expresión seria, pero se sintió aliviada al salir del ascensor. En cambio, Bergman caminaba, despacio, con una mano en el bolsillo del pantalón y con una sonrisa irónica. Conseguiría que ella le contase porque tenía todo aquello en su ficha, aunque ella no se lo dijera tan fácilmente. La vio que se sentaba en su sitio y decidió acercarse. Apoyó una mano en el escritorio de ella.—Es una pena que nos llevemos mal, pero recuerde, la semana que viene será mi secretaria. Y entonc
Aidé se encontraba en el Mercadona con su hijo mientras compraba la comida del mes. Adrián estaba sentado en la silla portabebés del carrito. En una de las manos del pequeño había una tortuga ninja deformable y en la otra mano tenía un camión. Aidé se detenía en cada casi estante y luego miraba el papel que tenía entre las manos para saber que debía coger. Mientras que buscaba los alimentos, tenía una mano agarrada la barra metálica que había delante de la silla portabebés. En una de las veces que lo miró, el niño estaba medio girado y estaba estirando el brazo para coger el camión que se le había caído dentro del carro.—Mami, mi camión – le dijo Adri colocándose bien.Aidé sonrió y cogió el camión. El pequeño, más feliz que una perdiz, besó la mejilla de su madre mientras que ésta le daba el juguete. Ella todavía estaba cuidando de su pequeño y no había regresado aún a su trabajo. Sabía lo que se estaba jugando con no ir, pero quería regresar cuando su hijo estuviera del todo bien.
Continuó caminando por los pasillos con mal humor. Odiaba a ese hombre, pero no entendía de dónde venía tanta aversión hacia él. Tan ensimismada estaba buscando los productos de la lista que no se percató que Bergman se había puesto delante del carro hasta que lo atropelló. Al mirar, resopló con cierto malhumor. —Quítese de en medio – le dijo ella. —No hasta que me escuche – metió las manos dentro de los bolsillos del intachable traje. —Ya le he dicho que… —No está despedida. Sus compañeros de trabajo me pidieron que no lo hiciera y no lo he hecho – le interrumpió ahora él. – Sólo quería decirle eso. Si el antiguo director general no le decía nada… yo a mi pesar tampoco debería hacerlo. Aidé permaneció callada mientras tenía la boca arrugada. Sabía que debía darle las gracias por no despedirla, pero no lo iba a hacer… ¿o sí? Miró a su hijo. Éste le miraba con ojos divertidos a la vez que el pequeño camión atropellaba a la tortuga ninja. Suspiró. Sabía lo que debía hacer, ya que e
Las siguientes dos semanas Aidé intentaba pasar de Bergman, pero, al ser su jefe, no tenía más remedio que hacerle caso. Aun así, intentaba no quedarse a solas con él. Elías y Manuela se divertían verla en aquella situación ya que se lo había comentado la joven castaña. Elías hablaba, sin que Aidé se enterase, con Alfonso casi todos los días para contarle a Alfonso como estaba la joven y su hijo. Alfonso también le contaba como seguía y sus planes. Bergman, tras la cena en casa de su secretaria, intentó acercarse a ella, pero Aidé se alejaba más de él hasta el punto de no hablarle y si lo hacía, lo hacía lo justo.Al principio de la tercera semana ella se encontraba haciendo un discurso para la fiesta de la empresa en la delegación de Madrid, las puertas del ascensor se abrieron dando paso a un hombre alto, delgado con un buen
Elías chocó una mano con el mulato y éste le correspondió al saludo. Luego se abrazaron y se dieron unos golpecitos en la espalda. En ningún momento Alfonso se separó de Aidé y ésta tampoco quitó sus piernas de la cintura de su novio. No quería soltarlo. Tenía miedo de que fuera un sueño. Los cuatro se pusieron a hablar animadamente. Después de mucho tiempo veían a Aidé reír y sonreír de felicidad. De vez en cuando, Alfonso la abrazaba contra él y ella se pegaba a su torso con gusto de sentirlo. Diez minutos después, la puerta del despacho se abrió haciendo que el grupo se diera la vuelta. —Señorita Rivadeneira, ¿ha acabado de transcribir el discurso que le pedí? – Preguntó el señor Schneider saliendo del despacho con una carpeta en la mano y mirando unos papeles. – Lo necesito para antes de que se vaya – se quedó mirando al grupo que lo miraba en silencio. — ¿Quién es usted? —Alfonso Suarez. El antiguo director general – se presentó el mulato extendiendo una