Ser un hombre

—Por nada – intervino Aidé antes de que sus amigos dijeran algo. – Aun así… yo no puedo.— comenzó a decirle a sus amigos.

—Si lo que tiene miedo es que sea ese tipo de jefes que acosan a sus secretarias, no se preocupe. No pienso pasar de la línea roja que separa el terreno profesional con lo personal – le dijo Bergmann con seriedad, pero sin dejar de mostrar esa sonrisa que mostraba y decía que estaba seguro de sí mismo.

Aidé cerró los ojos y mordió la tostada enseñando unos perfectos dientes blancos. Continuaron conversando hasta que acabaron su desayuno. Aidé, cada vez que le hablaba Bergman, le contestaba ariscamente. Al acabar, volvieron a sus puestos de trabajo.

Durante el día, Aidé tuvo que hacerse a la idea que tenía que cambiar de puesto de trabajo. No le hacía mucha gracia, ya que pensaba que ese hombre sólo era un estúpido engreído y más cuando veía que él salía de su despacho y veía a más de la mitad de las mujeres de la empresa esperando a que saliera de la oficina. Éste les demostraba una sonrisa encantadora a todas. Ese tipo de comportamiento le molestaba a ella. Siempre intentaba no mirar cuando la puerta del despacho se abría, pero, al no poder evitarlo, retiraba la mirada al segundo. Ese hombre no le gustaba para nada.

Alrededor de las cuatro de la tarde, mientras que se encontraba en el despacho de los archivadores, la puerta de cristal que había en lado derecho, y que daba al despacho del director/Dueño de Teka Industrial, S.A, se abrió. Ella giró la cabeza hacia él, pero quitó la mirada mientras negaba con la cabeza. No le apetecía encontrárselo. Sin duda, ese no era su día.

Suspiró.

Continuó buscando el archivo por el cual había entrado en ese lugar. En ese momento deseó poder volver pronto a casa para estar con su pequeño.

—¿Por qué será que pone mala cara cada vez que me ve? – Le preguntó Bergmann desde la puerta. – Pensaba que, después de ayudarla en el ascensor, sería más amable conmigo.

—No es que no sea amable con usted por gusto, pero tampoco lo seré porque sea mi jefe. Es mi carácter y un hombre que piense que tiene a cualquier mujer detrás, no suelen gustarme.

—Es dura de roer – comentó con voz jocosa.

—Lo soy. Los hombres sólo piensan con la parte de abajo y no con la cabeza – le miró de reojo y cogió el archivo que buscaba.

Salió del despacho del archivador, mirando el interior de la carpeta que tenía entre las manos. Se sentó en su silla, dejando el archivador encima de la mesa y empezó a mirar hoja por hoja. Tenía que introducir una hoja en el lugar donde correspondía. Esas hojas estaban ordenadas por fechas de salida. Le gustaba lo que hacía y gracias a ese trabajo había conocido a mucha gente y ahora, sin pensar que eso podía sucederle, tenía más amigos… y a Adri, su hijo. A pesar de lo que le había pasado cuando tenía veintidós años, siempre había tenido claro que lo tendría, aunque se encontrase sola para criarlo. Eso hizo que pensara en Alfonso, su última pareja y el padre de apellido de su hijo. Apretó la mano derecha mientras respiraba lentamente e intentaba no llorar.

No podía negar que lo echaba de menos, pero si se lo decía a Manuela o a Elías sabía que le dirían que se olvidase de Alfonso. Volvió a la realidad cuando escuchó la puerta del despacho del director general abrirse. Elías salía con una sonrisa y, al ver a Aidé mirándole extrañada, se acercó a la mesa, se puso de cuclillas, y tras poner las manos sobre la mesa de ella, le dijo:

—Tengo algo que decirte.

—¿Qué es? – Le dijo ella sin mucha ilusión.

—Manuela va a recoger a los niños y cenaremos todos en el chino, en el Restaurante Shang Hai.

—¿Al Restaurante Shang Hai? – Repitió Aidé. — ¿Por qué?

—Manuela ha dicho que quiere que vayamos a cenar fuera de casa, ya sabes cómo es – le sonrió con picardía. – Dice que te ha visto un poco decaída…

—No estoy decaída. Es sólo que…

—Al quedarte encerrada has recordado lo que ese cabrón te hizo, ¿no es así? – Ella asintió. – Es cierto, desde aquel entonces no te has vuelto a quedar encerrada con un hombre.

—Créeme que estoy feliz con Adri y que, si no hubiera sido por eso, ahora no lo tendría a mi lado y… bueno, la marcha de Alfonso hubiera sido más dura.

—Lo sabemos muy bien pero como no estás con él, es nuestro deber cuidarte a ti y a tu hijo. Además, Adri es muy amigo de Manuela – le dijo él con una sonrisa.

—¡Están todo el día juntos! – Rieron los dos.

—Termina con eso y ve a tu casa a cambiarte. Hoy nos espera una noche larga con los dos bichos – comentó divertido.

—Eso haré – le sonrió.

—Así me gusta. A las ocho pasamos a por ti.

—Ah, se me olvidaba que Adri estará en mi casa. A las cinco lo recoge, a las cinco – le contó ella.

—De acuerdo. A las ocho pasamos por vosotros – le anunció Elías.

Ella asintió con la cabeza mientras sonreía. Elías se levantó, también sonriendo, se marchó. Aidé continuó con lo que estaba haciendo hasta la pequeña visita de su jefe. Sin que ninguno de los dos lo supiera, Bergmann había escuchado todo desde la puerta de los archivos. Había entornado la puerta para continuar mirando a la joven que se sentaba en la mesa que había delante de la puerta del director general. Ahora tenía más curiosidad de saber qué había pasado. Abrió la puerta un poco más y se quedó completamente mirándola. Algo dentro de él, le decía que esa chica no era como todas las que había estado.

Decidió volver a su despacho y dejarla tranquila. A pesar de que iba a intentar que ella se fijase en él, sentía que debía protegerla. Era la primera vez que sentía algo como eso. Sonrió de medio lado, sentándose en su silla de cuero negro y se puso a buscar algo en internet. No sabía por qué no podía dejar de pensar en ella y menos el rostro que había visto esa mañana. Ese rostro se le había quedado grabado en la mente. Apoyó el brazo sobre la mesa y se cogió la barbilla sin quitar la vista sobre la pantalla.

Cuando llegó a casa, eran las cinco de la tarde. Se quitó los tacones en la entrada y caminó hasta el sofá. Por el camino, se quitó la chaqueta gris, dejándola en el suelo, y se tumbó boca abajo. Estaba cansada. No tenía ganas de ir a cenar fuera, pero sabía que ellos no aceptarían un no por respuesta. Siempre que la veían decaída, ellos decidían salir para distraerla, sin saber que quizás ella necesitaba estar sola. Resopló apoyando los brazos sobre el sofá y se levantó con pereza. Diez minutos después, mientras se estaba duchando en el cuarto de baño que había en su habitación, la puerta de la entrada de la casa se abrió. La voz de un niño inundó el piso.

A las ocho, ya tenía a su hijo vestido. Le había puesto una cazadora bomber gris, un jersey en lana merino, de color gris oscuro, y unos vaqueros Slim de color azul vaquero oscuro. Mientras que ella se vestía, sus amigas estaban pendientes del pequeño Adrián. Ella bajó una vez lista. Decidió ponerse un vestido en punto con textura en color gris y una americana jaspeada en color gris oscuro jaspeado. Se acercó a la puerta cuando el timbre se escuchó. Sonrió a la mujer que se encontraba detrás de la puerta y la mujer recién llegada, dijo:

—¿Estás lista? Elías nos está esperando en la puerta.

—Sí, claro – le respondió con una sonrisa. – Adri, nos vamos – llamó a su hijo.

—No vuelvas tarde, ¿de acuerdo Aidé? – Le dijo Lorena atándose el cordón de la bata alrededor de la cintura.

—Lorena, ¿ahora eres mi padre? En cuanto terminemos, nos vendremos directamente. Mañana tengo que trabajar y Adri tiene colegio – cogió el bolso que estaba colgado en la entrada, mientras que su hijo salía del piso. – Créeme que no tengo muchas ganas de estar hasta tarde.

—Lo sabemos – dijeron las tres chicas que estaban con ella.

—¿Y mi pizza? – Se quejó Charlot.

—Mañana pago yo la cena. Es que esto ha surgido de pronto – argumentó Aidé encogiendo los hombros.

—Venga, vamos. Ya saben cómo se ponen los niños cuando tienen hambre – comentó Manuela.

Aidé se despidió de sus amigas y después metió las llaves dentro del bolso mientras cerraba la puerta. Los tres bajaron por el ascensor hasta la planta baja y fuera del portal, se encontraron a una niña castaña con los ojos azules. Se parecía mucho a sus padres. Los dos niños, al encontrarse, se pusieron uno enfrente del otro y se sonrieron. Los pequeños se alegraban de verse y de salir a cenar juntos. Sin duda, eran grandes amigos gracias a sus padres. Ellos se rieron al ver a los niños qy anduvieron despacio mientras que los pequeños iban por delante.

A la mañana siguiente, dejó a su hijo en el colegio. La noche anterior Elías le dio permiso para llegar más tarde de lo habitual para que pudiera llevarlo. Sabía que le gustaba llevarlo y que se sentía mal hacer que Alfonso, el traductor de Teka Industrial, S.A, lo llevara siempre. Cuando llegó se entretuvo hablando con Ana bastante rato. Siempre se lo pasaba genial cuando su compañera comentaba algún cotilleo que se circulaba por la empresa. La conocía desde que se trasladó a Zaragoza y siempre se había reído con ella. Siempre había buena química con ella y sin duda se lo agradecía. Todos sabían que Aidé había sido la novia de Alfonso, el antiguo director general de la Delegación de la empresa Teka Industrial, S.A en Zaragoza, aunque anteriormente estuvo, en el mismo puesto, en Almería. Aunque ella no lo supiera, todos tenían el cometido de cuidar de ella por petición de Alejandro. Pero Aidé no era consciente de ello.

—Me voy para arriba – comentó de pronto Aidé.

—Suerte – le deseó su amiga Ana. – Cuando bajes a desayunar, avísame que me gustaría desayunar contigo.

—Está bien – le sonrió y se dirigió hacia el ascensor.

Estiró la mano para tocar el botón, pero la mano de un hombre se le adelantó. Al girar su cabeza, su sonrisa desapareció.

—Vaya por dios, que mala suerte tengo – murmuró ella.

—¿Mala suerte? Yo pensaba que le caía bien.

—¿Bien? ¿He dado esa sensación? Pues se equivoca. No me cae bien.

—¿Se puede saber que he hecho para que no le caiga bien? – Inquirió él mientras que ambos entraban en el ascensor.

—Ser un hombre.

Esa respuesta hizo que le mirase sorprendido. ¿Esa chica odiaba a los hombres? Desde ese momento, no volvieron a hablar durante el trayecto. Ella miraba las puertas de acero con la mirada seria, pero se podía ver que había tristeza.

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