Dos jóvenes unidos en matrimonio tras un pacto entre Don Marco Rossi y Giuseppe Moretti, dos de los más grandes y poderosos de la mafia italiana. Luego de la muerte de los hijos de Don Marco, este decide que es hora de afianzar y expandir el negocio familiar y que mejor que casando a su nieto mayor Francesco con Isabella, la hija de Giuseppe. Isabella, una chica hermosa e inteligente quien se encuentra en Suiza terminando su carrera y abriendo puertas para ampliar el negocio más allá de Italia y New York. Regresa para unirse en matrimonio con Francesco, su amor de la infancia y el primer hombre en romperle el corazón tras engañarla con Elena, la hija de los empleados de confianza de Don Marco. Tras celebrarse la boda, Isabella decide dejarle claro a Francesco lo que piensa acerca de él y le propone una alianza para llevar el matrimonio de manera que ambos puedan soportarlo. Sin embargo, al regresar de la luna de miel, Francesco se encarga de hacer cada momento de la vida de Isabella miserable, recordándole el profundo amor que siente por Elena. Elena, al enterarse de que Francesco ha vuelto, olvida las advertencias de Don Marcos y abandona Toscana para ver al amor de su vida, haciendo que el mundo de Francesco gire en torno a ella. Sin embargo, la vida de Isabella y Francesco estará unida por más de una razón, aun cuando Francesco decide que es hora de terminar con la farsa y le solicita a Isabella el divorcio para poder vivir su apasionado amor con Elena. Poco a poco la vida de ambos se convierte en un campo minado, en el cual muchas cosas quedan al descubierto, haciendo que caiga el velo de traición y engaño en el que se encuentran sumergidos.
Leer másEl hotel estaba sumido en una calma tensa, como si hasta las paredes contuvieran la respiración. El aire tenía un peso extraño, cargado de silencios no dichos y presentimientos oscuros. Alessa entró al lobby con pasos lentos, casi arrastrados, seguida de Charly y los abogados. Cada uno de sus movimientos parecía costarle un esfuerzo enorme, como si el alma le pesara más que el cuerpo.El recepcionista, al verla, simplemente asintió en silencio, con una mirada que decía más que cualquier palabra: entendía que aquel momento no admitía voces. Subieron en el ascensor sin hablar. Solo los acompañaba el zumbido suave del motor y el reflejo deslucido de sus rostros en los espejos, rostros marcados por el cansancio y la preocupación.Isabella abrió la puerta apenas escuchó el timbre. Su rostro estaba pálido como el mármol, con profundas ojeras que delataban noches en vela. Al ver a Alessa, no lo dudó ni un segundo: se lanzó hacia ella, envolviéndola en un abrazo desesperado, como si intentara
El aire del hospital era denso, cargado de desinfectante y tensión. Alessa y Charly caminaron hacia afuera, donde el mundo parecía girar con una normalidad cruel, como si el dolor de ellos no importara. El cielo estaba gris, plomizo, y una brisa húmeda agitaba suavemente las hojas de los árboles, como un suspiro contenido.Charly caminó hacia el auto y abrió la puerta para su hermana. Luego, tomó el lugar del conductor, encendió el motor y aceleró con un movimiento torpe, como si el cuerpo le pesara.El camino hacia la comisaría fue un silencio espeso, lleno de pensamientos no dichos. Charly, por momentos, apartaba la mirada de la carretera y observaba a su hermana de reojo. Ella tenía la vista perdida en el cristal, donde las gotas de una llovizna leve resbalaban como lágrimas. Sujetaba el collar con los dedos temblorosos, como si al hacerlo pudiera sostenerse a algo. Charly la conocía bien; sabía que no contemplaba el paisaje. Aunque así lo parecía, su mente estaba atrapada en un ab
Antonio se mantenía de pie, como una estatua, frente a la puerta del quirófano. Los minutos se arrastraban como siglos. A su lado, Thiago no dejaba de mirar el reloj, mientras Charly intentaba mantener la calma por Alessa, que seguía en silencio, aferrada al collar con los ojos perdidos.Cuando finalmente se abrió la puerta, todos se incorporaron al instante. El doctor apareció con el rostro cansado; el gorro quirúrgico le caía un poco sobre la frente. Se quitó la mascarilla con lentitud, como si cada segundo arrastrara consigo el peso de una decisión irreversible.—Está fuera de peligro —anunció al fin.El aire volvió a los pulmones de todos de golpe. Antonio se aferró al respaldo de una silla, como si su cuerpo por fin aceptara el cansancio. Thiago soltó un suspiro que llevaba horas conteniendo.—La bala estuvo a milímetros del corazón. Fue una cirugía complicada, pero respondió bien —continuó el médico—. Ahora necesita reposo absoluto. Nada de estrés ni visitas prolongadas. Lo mant
Rebeca observaba desde el interior de un auto oscuro estacionado a unos metros del hotel. Las luces rojas y azules de la ambulancia parpadeaban en su rostro, dibujando sombras que acentuaban su mirada fría y calculadora. El reflejo del cristal le devolvía la imagen de una mujer que lo había perdido todo... menos el veneno.—No funcionó —masculló, viendo cómo subían a Salvatore, vivo, aunque ensangrentado.Apretó los dientes con fuerza, mientras sus uñas se clavaban en la tapicería del asiento.—Pero si no muere hoy… seguiré intentándolo. Voy a destruirlos. A los tres. —Su sonrisa se retorció en una mueca de odio—. Alessa pagará por cada sonrisa, por cada mirada. Por cada vez que fue amada.La rabia brilló en sus ojos como una chispa venenosa. Su plan de que se mataran entre ellos había fallado… pero su guerra apenas comenzaba.Al otro lado, Thiago corrió hacia el auto, se lanzó al asiento del conductor. Sus manos temblorosas, manchadas de sangre, apenas podían controlar el volante mie
La noche caía como un manto de terciopelo negro en alguna parte de Sicilia. El cielo estaba cubierto de nubes densas, y la luna se ocultaba tras ellas como si tuviera miedo de presenciar lo que estaba por ocurrir. Rebeca observaba las fotos del beso, tomadas por un cómplice antes de morir. El corazón le golpeaba el pecho con furia, como un tambor desbocado. Encendió un cigarrillo con manos temblorosas por la ira. Tomó una de las fotos y hundió el cigarrillo encendido justo sobre el rostro de Alessandra, dejando una marca de ceniza y rencor.Clavó su mirada en la poca luz que se filtraba por la ventana; parecía que incluso el sol se negaba a entrar en esa habitación cargada de tensión. Sacó el celular de su abrigo y marcó un número. —Ven a buscar el sobre —ordenó con voz cortante—. Quiero que lo entreguen en la obra. Que sea lo primero que vea Leonardo. Otra cosa… ¿Hablaste con la mujer? ¿Le entregaste el collar y la nota? El hombre al otro lado de la línea respondió: —Está
El aire en el almacén abandonado olía a salmuera rancia, a hierro oxidado y muerte. Cada respiración era una agresión al estómago. Las vigas del techo crujían como huesos viejos, húmedos y enfermos. El sonido reverberaba como un susurro de advertencia.Alessa estaba allí, con las muñecas cubiertas de sangre seca y piel quemada por las cuerdas. Su cuerpo se mecía con cada espasmo involuntario, y la droga que Roger le había inyectado le nublaba la visión como si viera a través de un espejo empañado. Su aliento era irregular. El sudor empapaba su ropa, enfriándola hasta hacerla temblar por el contraste entre fiebre y frío.—Pobrecita… —murmuró Roger, arrastrando una hoja helada sobre su clavícula. Como seda al contacto de un bisturí, dejando un hilo rojo que brilló bajo la tenue luz de la bombilla colgante. — ¿Sabes qué es lo más gracioso? —sonrió torcidamente—. Salvatore siempre llega tarde para lo que importa, pero nunca falta a su cita con la venganza.Un clic metálico quebró el silen
La mañana sin duda alguna había comenzado como un huracán que amenazaba con acabar con todo a su paso, los Lombardi eran ejemplo de ellos y mientras las horas avanzaban ese huracán cambiaba con rapidez en dirección hacia el complot y la traición, en la mansión Lombardi, Rebeca se encontraba en la sala admirando un nuevo y costoso collar.—Vaya, sin duda alguna, cuando el gato no está los ratones hacen fiesta, veo que te das la gran vida a expensas de Salvatore. Dijo Roger.—Desde cuando un simple peón llama al señor de la casa por su nombre. —respondió ella despectivamente.—Desde que el peón descubrió que el señor anda perdiendo el toque, descubrió que tiene corazón. Me cansé de recibir órdenes, imagino que tú debes estar cansada de ser un florero y ser humillada cada vez que el señor lo desea, o ¿me equivoco? Y si es así, tengo algo que proponer.Rebeca asintió y le señaló el camino hacia la biblioteca privada. Con las cortinas cerradas y una botella de vino tinto entre ellos, comen
Tramonto Ibleo Resort, Sicilia El amanecer llegó con el aroma a café recién hecho y croissants dorados que inundaban la suite presidencial donde la familia Moretti-Rossi desayunaba. Isabella, con su batín de seda negra y el cabello recogido en un desorden estudiado, cortaba un trozo de fruta con elegancia mientras Francesco daba una mordida al croissant. Alessa, aún con el labio hinchado, mecía al pequeño Marco en brazos, y Leonardo no dejaba de mirarla con una mezcla de furia y preocupación.De pronto, el televisor encendió con un breaking news que hizo que todos alzaran la vista.— ¡Escándalo en Sicilia! Un cuerpo ha sido encontrado crucificado en la plaza central, con un mensaje grabado a fuego en el pecho. “Esto es solo el comienzo”. Las autoridades lo vinculan con los actos cometidos por la mafia Siciliana.La pantalla mostraba imágenes censuradas del cadáver: brazos extendidos como un mártir, garganta abierta de oreja a oreja, y esa frase siniestra que brillaba bajo el sol matu
El sol agonizante del día presagiaba problemas, como si el propio horizonte sangrara sobre Sicilia. La obra en construcción, un esqueleto de acero y hormigón, se alzaba entre polvo y escombros, con el viento silbando entre las vigas como un presagio. El aire olía a tierra mojada y metal oxidado, mezclado con el aroma acre de la tensión que envolvía a los presentes.Salvatore y Antonio llegaron con paso firme, sus botas resonando sobre las tablas del suelo provisional. Pero al ver a Alessa, con su labio partido e inflamado y el niño en brazos, el ambiente se electrizó. Su piel de porcelana palidecía alrededor del morado que adornaba su boca, y sus ojos, normalmente llenos de fuego, brillaban ahora con dolor y confusión.—Isa, lo siento, casi se llevan al niño— murmuró Alessa, tratando de calmar la tormenta que se avecinaba.Pero ya era demasiado tarde.Isabella, como un relámpago, se abalanzó sobre Salvatore. El sonido de la bofetada resonó como un disparo en el silencio repentino. Sal