Rebeca observaba desde el interior de un auto oscuro estacionado a unos metros del hotel. Las luces rojas y azules de la ambulancia parpadeaban en su rostro, dibujando sombras que acentuaban su mirada fría y calculadora. El reflejo del cristal le devolvía la imagen de una mujer que lo había perdido todo... menos el veneno.—No funcionó —masculló, viendo cómo subían a Salvatore, vivo, aunque ensangrentado.Apretó los dientes con fuerza, mientras sus uñas se clavaban en la tapicería del asiento.—Pero si no muere hoy… seguiré intentándolo. Voy a destruirlos. A los tres. —Su sonrisa se retorció en una mueca de odio—. Alessa pagará por cada sonrisa, por cada mirada. Por cada vez que fue amada.La rabia brilló en sus ojos como una chispa venenosa. Su plan de que se mataran entre ellos había fallado… pero su guerra apenas comenzaba.Al otro lado, Thiago corrió hacia el auto, se lanzó al asiento del conductor. Sus manos temblorosas, manchadas de sangre, apenas podían controlar el volante mie
Antonio se mantenía de pie, como una estatua, frente a la puerta del quirófano. Los minutos se arrastraban como siglos. A su lado, Thiago no dejaba de mirar el reloj, mientras Charly intentaba mantener la calma por Alessa, que seguía en silencio, aferrada al collar con los ojos perdidos.Cuando finalmente se abrió la puerta, todos se incorporaron al instante. El doctor apareció con el rostro cansado; el gorro quirúrgico le caía un poco sobre la frente. Se quitó la mascarilla con lentitud, como si cada segundo arrastrara consigo el peso de una decisión irreversible.—Está fuera de peligro —anunció al fin.El aire volvió a los pulmones de todos de golpe. Antonio se aferró al respaldo de una silla, como si su cuerpo por fin aceptara el cansancio. Thiago soltó un suspiro que llevaba horas conteniendo.—La bala estuvo a milímetros del corazón. Fue una cirugía complicada, pero respondió bien —continuó el médico—. Ahora necesita reposo absoluto. Nada de estrés ni visitas prolongadas. Lo mant
El aire del hospital era denso, cargado de desinfectante y tensión. Alessa y Charly caminaron hacia afuera, donde el mundo parecía girar con una normalidad cruel, como si el dolor de ellos no importara. El cielo estaba gris, plomizo, y una brisa húmeda agitaba suavemente las hojas de los árboles, como un suspiro contenido.Charly caminó hacia el auto y abrió la puerta para su hermana. Luego, tomó el lugar del conductor, encendió el motor y aceleró con un movimiento torpe, como si el cuerpo le pesara.El camino hacia la comisaría fue un silencio espeso, lleno de pensamientos no dichos. Charly, por momentos, apartaba la mirada de la carretera y observaba a su hermana de reojo. Ella tenía la vista perdida en el cristal, donde las gotas de una llovizna leve resbalaban como lágrimas. Sujetaba el collar con los dedos temblorosos, como si al hacerlo pudiera sostenerse a algo. Charly la conocía bien; sabía que no contemplaba el paisaje. Aunque así lo parecía, su mente estaba atrapada en un ab
El hotel estaba sumido en una calma tensa, como si hasta las paredes contuvieran la respiración. El aire tenía un peso extraño, cargado de silencios no dichos y presentimientos oscuros. Alessa entró al lobby con pasos lentos, casi arrastrados, seguida de Charly y los abogados. Cada uno de sus movimientos parecía costarle un esfuerzo enorme, como si el alma le pesara más que el cuerpo.El recepcionista, al verla, simplemente asintió en silencio, con una mirada que decía más que cualquier palabra: entendía que aquel momento no admitía voces. Subieron en el ascensor sin hablar. Solo los acompañaba el zumbido suave del motor y el reflejo deslucido de sus rostros en los espejos, rostros marcados por el cansancio y la preocupación.Isabella abrió la puerta apenas escuchó el timbre. Su rostro estaba pálido como el mármol, con profundas ojeras que delataban noches en vela. Al ver a Alessa, no lo dudó ni un segundo: se lanzó hacia ella, envolviéndola en un abrazo desesperado, como si intentara
El resonar de la lluvia golpeaba las ventanas de la mansión Rossi, creaba una sinfonía melancólica que se filtraba por cada rincón. Francesco, con la mirada perdida en el horizonte, recordaba las palabras de su abuelo Don Marco Rossi: «La vida es un laberinto, Francesco, y a veces, nos perdemos en las sombras».Esa noche, las sombras se cerraron aún más. El sonido de unos tacones resonó en el pasillo, interrumpiendo los pensamientos de Francesco. Elena entró en la habitación en compañía de Dimitri, su rostro estaba palidecido y sus ojos parecían perdidos e inundados por el llanto.—Elena, acabo de enterarme, —dijo Francesco con una expresión de tristeza y rabia. —Siento mucho lo de tus padres Elena, trabajaron para el abuelo y siempre fueron leales a la familia, no entiendo como sucedió. ¿Cómo estás?Elena apenas levantó la mirada. —Estoy totalmente sola, Francesco. La noticia fue como un golpe repentino, no sé qué haré sin mis padres, yo ni siquiera termine a la universidad, mi padre
Después de que Roberto y Lorenzo se marcharan a cerrar los negocios que tenían previsto, Elena camino hacia Francesco. —Que sucede Francesco, porque tu padre me amenazo con enviarme al mismísimo infierno, no se suponía que él sería nuestro apoyo. — dijo Elena mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.—Cálmate Elena, allí viene el abuelo y no es conveniente que te vea así.— ¿Qué mierdas dices, como que no es conveniente? Vaya hombre que mi padre dejo para cuidar de mí.Francesco, ofendido la sujeto del brazo y la acerco hacia él. — Puedo amarte mucho Elena, pero no permitiré que me hables así; realmente quieres saber lo que sucede con mi padre, pues debes saber que mi padre se niega a esta relación y a que me case contigo; sin embargo, no me alejaré de ti así tenga que enfrentar a mi padre serás mi esposa, solo tengo que encargarme de unas cosas y no habrá nada que nos separe. Ahora ve, salimos en quince minutos para la funeraria.Don Marco se acercó a Francesco y lo miro fijamente a
Un mes después de la muerte de los dos hijos de Don Marco Rossi el abuelo de Francesco y Leonardo, viajo a New York para darle la bienvenida a Isabella y retomar la conversación que dejo pendiente con Giuseppe en el funeral. Tras esa visita había quedado pactado un matrimonio, orquestando un delicado ballet de influencias que obligaba a Francesco a abandonar un amor que ya estaba floreciendo.Mientras Francesco luchaba contra corriente, atormentado por los recuerdos de un amor pasado sacrificado en el altar de la lealtad familiar, el destino tejió los hilos de su existencia en un tapiz de resentimiento. Fue empujado a una unión que no había elegido, un matrimonio nacido de la obligación más que del amor y el deseo.Finalmente, estaba a horas de dejar su amor por Elena a un lado, las promesas de cuidarla y hacerla su esposa, quedaba enterrada con su unión con Isabella Moretti. Esa chiquilla arrogante, la cual conocía desde niño y que jamás había soportado; había dado gracias a Dios cu
Finalmente, la pareja llego a la enorme mansión que había comprado para ellos Giuseppe como regalo de bodas. El desprecio entre Isabella y Francesco no era solo un juego de miradas heladas; estaba impregnado en cada palabra y gesto, un veneno que contaminaba el aire de la mansión Rossi Moretti.En la mañana, durante el desayuno, el tenso silencio se rompió con las palabras cortantes de Francesco.—Isabella, no te ilusiones con pensar que tienes algún lugar en mi vida. Este matrimonio es solo un contrato más, no eres más que una sombra molesta que ronda mi existencia; así que en cuanto contrates el mayordomo asegúrate de pedirle que me prepare una de las mejores habitaciones, solo me quedaré contigo cuando tenga que guardar las apariencias ante la familia. — gruñó Francesco, con su expresión tan fría como el hielo.Isabella, enfrentando la tormenta con serenidad, respondió: —Como mi amado esposo ordene; sabes Francesco, aunque no hayas elegido este matrimonio, podríamos encontrar una m