A SANGRE FRÍA

El sol agonizante del día presagiaba problemas, como si el propio horizonte sangrara sobre Sicilia. La obra en construcción, un esqueleto de acero y hormigón, se alzaba entre polvo y escombros, con el viento silbando entre las vigas como un presagio. El aire olía a tierra mojada y metal oxidado, mezclado con el aroma acre de la tensión que envolvía a los presentes.

Salvatore y Antonio llegaron con paso firme, sus botas resonando sobre las tablas del suelo provisional. Pero al ver a Alessa, con su labio partido e inflamado y el niño en brazos, el ambiente se electrizó. Su piel de porcelana palidecía alrededor del morado que adornaba su boca, y sus ojos, normalmente llenos de fuego, brillaban ahora con dolor y confusión.

—Isa, lo siento, casi se llevan al niño— murmuró Alessa, tratando de calmar la tormenta que se avecinaba.

Pero ya era demasiado tarde.

Isabella, como un relámpago, se abalanzó sobre Salvatore. El sonido de la bofetada resonó como un disparo en el silencio repentino. Sal
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