CICATRICES Y RENACIMIENTOS

El avión de Alessa y Leonardo se perdió entre las nubes, llevándose consigo el bullicio de los últimos días. Isabella permaneció inmóvil en la terminal, los dedos entrelazados con los de Francesco, hasta que el sonido del pequeño Marco Antonio gorjeando dentro del auto los devolvió a la realidad.

—Vamos a casa —murmuró Francesco, pasando un brazo sobre los hombros de Isabella. Ella asintió, pero su mirada seguía clavada en el horizonte.

El viaje de regreso a la mansión fue en silencio. Francesco conducía con una mano en el volante y la otra sosteniendo la de Isabella, como si temiera que ella también se desvaneciera. Marco Antonio dormía en su silla infantil, ajeno a lo que sucedía.

Al llegar a la mansión, Isabella bajó del auto y esperó a que Francesco sacase a Marco Antonio de la silla. Con movimientos expertos, el hombre cargó al bebé con ternura y lo llevó a su habitación. Lo acomodó con cuidado en su cuna y permaneció unos minutos, observándolo, embelesado, con su pequeño hijo. A
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