La noche seguía su curso, envuelta en un aura mágica. La música suave llenaba el aire, y las risas de los invitados resonaban en cada rincón. Sin embargo, Salvatore Lombardi revisó su celular, tenía un mensaje corto que decía: Hay un coche negro con chofer esperándote afuera. Dio un pesado suspiro, alzando la mirada para ver una vez más a Alessa, tomó el contenido de la copa de whisky en su mano con una expresión impenetrable. Se puso de pie, pues había decidido que ya había visto suficiente; caminó hacia la salida sin despedirse de nadie.Antes de que pudiera llegar al auto, Rebeca lo interceptó, con una mirada fría y una sonrisa burlona que contrastaba con la elegancia de su vestido rojo.— ¿A dónde vas tan rápido, querido? —preguntó, cruzando los brazos sobre su pecho—. ¿Tan afectado estás por el matrimonio de la estúpida de Alessa?Salvatore se detuvo en seco, girándose hacia ella con una mirada que podría helar el sol. —No es asunto tuyo —respondió, con un tono cortante que dejó
El fin de semana posterior a la boda transcurrió con tranquilidad en la mansión Moretti-Rossi. La celebración había sido un éxito, y aunque la partida de Alessa y Leonardo hacia Sicilia era inminente, el aire aún estaba impregnado de la calidez del amor y la unión familiar.El lunes por la mañana, Francesco e Isabella se despertaron temprano. Como cada día, su rutina giraba en torno a su pequeño hijo, Marco Antonio. El niño, con sus rizos oscuros y mirada vivaz, se había convertido en el centro de sus vidas.—Hoy tenemos control pediátrico —recordó Isabella, mientras observaba a Francesco vestir al pequeño con sumo cuidado.Francesco asintió con una sonrisa.—Sí, y no pienso perderme ni un solo detalle. Ese doctor tiene suerte de que no pueda darle un puñetazo por cada vacuna que le ponga.Isabella rió y negó con la cabeza. Sabía lo protector que era Francesco con su hijo, pero también sabía que no podía evitar lo inevitable.Al salir de la mansión, el despliegue de seguridad se activ
El avión de Alessa y Leonardo se perdió entre las nubes, llevándose consigo el bullicio de los últimos días. Isabella permaneció inmóvil en la terminal, los dedos entrelazados con los de Francesco, hasta que el sonido del pequeño Marco Antonio gorjeando dentro del auto los devolvió a la realidad.—Vamos a casa —murmuró Francesco, pasando un brazo sobre los hombros de Isabella. Ella asintió, pero su mirada seguía clavada en el horizonte.El viaje de regreso a la mansión fue en silencio. Francesco conducía con una mano en el volante y la otra sosteniendo la de Isabella, como si temiera que ella también se desvaneciera. Marco Antonio dormía en su silla infantil, ajeno a lo que sucedía.Al llegar a la mansión, Isabella bajó del auto y esperó a que Francesco sacase a Marco Antonio de la silla. Con movimientos expertos, el hombre cargó al bebé con ternura y lo llevó a su habitación. Lo acomodó con cuidado en su cuna y permaneció unos minutos, observándolo, embelesado, con su pequeño hijo. A
El sol apenas comenzaba a iluminar la mansión cuando Isabella despertó, sintiéndose extrañamente enérgica. Después de una ducha rápida y vestirse con un traje ejecutivo en tonos negros, con un suspiro, observó a Francesco dormido, tomó el portafolio y bajó a desayunar.La mesa estaba vacía, como esperaba. Ana y Sofía, estaban preparando la mesa. Ana le sirvió café recién hecho. — ¿Tan temprano, mi niña? —preguntó con una sonrisa.—Negocios que no esperan, nana —respondió Isabella, bebiendo un sorbo, luego miró a Sofía y dijo. — Despierta a Marcos a las siete y media, por favor. No quiero que desayune tan tarde.Minutos después, el ruido de un motor anunció su partida.Más tarde, poco a poco, la familia comenzó a incorporarse a la mesa. Carter, Arthur y Jacomo entraron conversando en voz baja, aún adormilados, seguidos de Francesco y Chiara, quienes llegaron justo cuando el abuelo terminaba de acomodarse en su silla.Don Marcos, sentado al frente con su periódico, lo observó con curios
En la mañana todo estaba preparado, el jet esperaba en el aeropuerto privado de la familia. En la sala todos despedían a la pareja de pronto entro Giordano.—Buenos días, lamento llegar un poco tarde el trafico estaba terrible esta mañana.Francesco se despidió del abuelo con un abrazo, por su parte Don Marcos dijo agudizando su mirada. —Estaremos en contacto hijo.Francesco se alejó de él y estrecho la mano de Carter y luego la de Jacomo. —Cuida del abuelo y de Chiara y mantenme informado de cualquier novedad. Quedan al frente del negocio.Isabella abrazo a Chiara y luego al abuelo. —Pórtate bien abuelo, cuida de Chiara y no comas tanto dulce hazle caso a Ana y trata de no agitarte sabes que hay que cuidar tu corazón.—Sí, sí, yo siempre hago caso querida, ahora vayan se les hará tarde.En cuanto se preparaban para salir Francesco se giró para ver a Giordano y dijo. —Cambio de planes, te quedaras a cuidar del abuelo, los chicos tienen mucho que hacer. Arthur, Carter nos escoltaran ha
El coche negro se deslizó por la avenida bordeada de cipreses, sus ruedas crujiendo sobre la grava blanca que conducía a la mansión Lombardi. Isabella observó por la ventana cómo la luz de la mañana se filtraba entre las hojas de los olivos centenarios, proyectando sombras danzantes sobre el césped impecable. En la alcabala de la entrada principal, el aire olía a tierra mojada y rosas recién cortadas, una fragancia que contrastaba con el nudo de tensión en su estómago.— ¿Listos para el espectáculo? —murmuró Francesco, ajustándose el reloj de oro con un gesto que solo ella reconocía como hastío.Isabella respondió con una sonrisa serena, aunque sus manos se apretaron levemente en el brazo del pequeño Marcos, que dormitaba en su regazo. Sofía, a su lado, alisó inconscientemente su vestido, sintiendo el peso de las miradas que pronto las rodearían.El sol brillaba con intensidad sobre la imponente mansión, reflejándose en los ventanales como si cada rayo deseara filtrarse hasta el último
La noche cayó sobre Sicilia con la misma elegancia con la que Isabella se quitó los pendientes frente al espejo de su habitación. El reflejo le devolvía una imagen imperturbable, pero dentro de ella, una tormenta crepitaba en silencio. Salvatore había dejado un eco en su mente, uno que no podía ignorar.Francesco se acercó con una toalla colgada de su cuello y una copa de whisky en la mano. Se detuvo en el umbral, observándola en silencio.—Aún lo piensas —dijo al fin.—No me gusta cuando deja cosas a medias —respondió Isabella, girándose hacia él.Francesco se acercó, dejando la copa sobre la mesa de noche. Se inclinó, apoyando las manos en los brazos del sillón donde ella estaba sentada.—Salvatore juega un juego peligroso. Pero hoy… —hizo una pausa, meditando sus palabras—. Hoy se mostró vulnerable. Y eso, Isabella, es más peligroso que su frialdad habitual.Ella asintió, consciente de lo que significaba. La debilidad en un mundo como el suyo era una invitación al ataque.—Más temp
El sol agonizante del día presagiaba problemas, como si el propio horizonte sangrara sobre Sicilia. La obra en construcción, un esqueleto de acero y hormigón, se alzaba entre polvo y escombros, con el viento silbando entre las vigas como un presagio. El aire olía a tierra mojada y metal oxidado, mezclado con el aroma acre de la tensión que envolvía a los presentes.Salvatore y Antonio llegaron con paso firme, sus botas resonando sobre las tablas del suelo provisional. Pero al ver a Alessa, con su labio partido e inflamado y el niño en brazos, el ambiente se electrizó. Su piel de porcelana palidecía alrededor del morado que adornaba su boca, y sus ojos, normalmente llenos de fuego, brillaban ahora con dolor y confusión.—Isa, lo siento, casi se llevan al niño— murmuró Alessa, tratando de calmar la tormenta que se avecinaba.Pero ya era demasiado tarde.Isabella, como un relámpago, se abalanzó sobre Salvatore. El sonido de la bofetada resonó como un disparo en el silencio repentino. Sal