Antonio se mantenía de pie, como una estatua, frente a la puerta del quirófano. Los minutos se arrastraban como siglos. A su lado, Thiago no dejaba de mirar el reloj, mientras Charly intentaba mantener la calma por Alessa, que seguía en silencio, aferrada al collar con los ojos perdidos.Cuando finalmente se abrió la puerta, todos se incorporaron al instante. El doctor apareció con el rostro cansado; el gorro quirúrgico le caía un poco sobre la frente. Se quitó la mascarilla con lentitud, como si cada segundo arrastrara consigo el peso de una decisión irreversible.—Está fuera de peligro —anunció al fin.El aire volvió a los pulmones de todos de golpe. Antonio se aferró al respaldo de una silla, como si su cuerpo por fin aceptara el cansancio. Thiago soltó un suspiro que llevaba horas conteniendo.—La bala estuvo a milímetros del corazón. Fue una cirugía complicada, pero respondió bien —continuó el médico—. Ahora necesita reposo absoluto. Nada de estrés ni visitas prolongadas. Lo mant
El aire del hospital era denso, cargado de desinfectante y tensión. Alessa y Charly caminaron hacia afuera, donde el mundo parecía girar con una normalidad cruel, como si el dolor de ellos no importara. El cielo estaba gris, plomizo, y una brisa húmeda agitaba suavemente las hojas de los árboles, como un suspiro contenido.Charly caminó hacia el auto y abrió la puerta para su hermana. Luego, tomó el lugar del conductor, encendió el motor y aceleró con un movimiento torpe, como si el cuerpo le pesara.El camino hacia la comisaría fue un silencio espeso, lleno de pensamientos no dichos. Charly, por momentos, apartaba la mirada de la carretera y observaba a su hermana de reojo. Ella tenía la vista perdida en el cristal, donde las gotas de una llovizna leve resbalaban como lágrimas. Sujetaba el collar con los dedos temblorosos, como si al hacerlo pudiera sostenerse a algo. Charly la conocía bien; sabía que no contemplaba el paisaje. Aunque así lo parecía, su mente estaba atrapada en un ab
El hotel estaba sumido en una calma tensa, como si hasta las paredes contuvieran la respiración. El aire tenía un peso extraño, cargado de silencios no dichos y presentimientos oscuros. Alessa entró al lobby con pasos lentos, casi arrastrados, seguida de Charly y los abogados. Cada uno de sus movimientos parecía costarle un esfuerzo enorme, como si el alma le pesara más que el cuerpo.El recepcionista, al verla, simplemente asintió en silencio, con una mirada que decía más que cualquier palabra: entendía que aquel momento no admitía voces. Subieron en el ascensor sin hablar. Solo los acompañaba el zumbido suave del motor y el reflejo deslucido de sus rostros en los espejos, rostros marcados por el cansancio y la preocupación.Isabella abrió la puerta apenas escuchó el timbre. Su rostro estaba pálido como el mármol, con profundas ojeras que delataban noches en vela. Al ver a Alessa, no lo dudó ni un segundo: se lanzó hacia ella, envolviéndola en un abrazo desesperado, como si intentara
Cuando los abogados lo indicaron, salieron de la comisaría en dirección al hotel. Al llegar, las esquinas del hotel estaban bañadas por la luz del sol, como un manto dorado que iluminaba el camino de regreso a la libertad.Leonardo cruzó el vestíbulo con pasos lentos, arrastrando aún el peso de la noche anterior. Su chaqueta colgaba abierta, el rostro marcado por el cansancio, pero había una luz nueva en su mirada: la de quien vuelve a respirar después de haber estado al borde del abismo.Isabella, con Marco Antonio en brazos, se acercó con una sonrisa aliviada y lo abrazó. Charly extendió un brazo para palmearle el hombro. Don Marcos entró seguido por Jacomo y Francesco, apoyado en su bastón. Su voz, aunque baja, conservaba esa firmeza ancestral que aún imponía respeto.—Vamos, denle espacio. Subamos a la suite para que se aseé y cambie de ropa.Todos asintieron, siguiendo los pasos del Don de la familia.Minutos más tarde, todo parecía en calma, pero bajo esa superficie dormían emoc
Después de la llegada, cada miembro de la familia se retiró a sus habitaciones, buscando refugio en la calma efímera. Isabella se quitó los zapatos y caminó descalza sobre la alfombra de terciopelo, dejando escapar un suspiro largo. El contacto del tejido suave contra sus pies cansados era un alivio inesperado. Francesco salió del baño con una toalla colgando de la cintura y el cabello húmedo cayéndole sobre la frente, dejando una estela de vapor cálido a su paso.—Pensé que te habías dormido —murmuró él con una sonrisa torcida.—¿Y perderme esa vista? Jamás —respondió ella, cruzando los brazos y admirando su cuerpo sin disimulo.Francesco caminó hasta ella, la envolvió con sus brazos alrededor de la cintura y la besó con suavidad en la sien. El aroma de su piel aún impregnada de jabón la envolvió.—¿Estás cansada?—Estoy bien… solo que esos días en Sicilia se hicieron largos —susurró, apoyando su rostro en su pecho, donde el calor y el sonido de su corazón la tranquilizaban.—Sí, y e
A la mañana siguiente, el sol acariciaba los ventanales de la mansión con una luz dorada y tibia, filtrándose entre las cortinas con la suavidad de una caricia. Todos desayunaron juntos, pero el ambiente estaba contenido, como si cada gesto pesara más de lo habitual. Leonardo y Alessa apenas probaron bocado.— ¿Listos para ir al hospital? —preguntó Isabella con suavidad, rompiendo el silencio.—Listos —respondió Alessa, aunque su voz temblaba como una hoja al viento.Leonardo le tomó la mano con firmeza. —Vamos. Sea lo que sea, lo enfrentaremos juntos.El trayecto al hospital transcurrió en un silencio absoluto. Solo la presión cálida de la mano de Leonardo, entrelazada con la suya, le recordaba a Alessa que no estaba sola. Al llegar, el olor inconfundible a desinfectante mezclado con el miedo reprimido los envolvió de inmediato. Los pasos de ambos resonaban con eco sobre el suelo de mármol pulido, cada pisada era un latido más cerca de una verdad que ambos temían escuchar.El aire er
Amaneció como cualquier otro día... o eso parecía. El aroma a café recién hecho y croissants horneados inundaba el comedor principal de la mansión. La luz del mañana se filtraba entre las cortinas de seda, iluminando la larga mesa donde desayunaban los Rossi. Todos menos dos: Alessa, que seguía descansando en su habitación, e Isabella, quien había salido al amanecer con una excusa perfecta: “Iré por flores y luego a ver un cliente en el resort”.Chiara, sentada entre Charly y Don Marcos, balanceaba suavemente al pequeño Marcos en su regazo mientras le daba el biberón. El niño, con los ojos brillantes, jugueteaba con sus dedos, distrayéndola de notar lo tenso que estaba Charly.— ¿No crees que hoy Isabella está más misteriosa que de costumbre?—preguntó Chiara a Francesco, quien casi atragantó su jugo de naranja.— ¿Misteriosa? ¡No! Solo… comprometida con el cliente —tartamudeó, intercambiando una mirada fugaz con Leonardo.Mientras tanto, en el club, Isabella revisaba cada detalle con
El vehículo se sacudía violentamente al avanzar por la carretera encharcada. La sirena, un lamento desgarrador, cortaba la noche mientras la lluvia martillaba el techo metálico con furia insistente. Dentro, el ambiente era denso, cargado de urgencia y miedo. El aire olía a sangre, a sudor y a plástico estéril.Alessa yacía en la camilla, el cuerpo apenas contenido por las correas. Su pecho se alzaba de forma errática bajo la sábana térmica, y cada exhalación empañaba la mascarilla de oxígeno con un débil velo de vaho. El monitor cardíaco pitaba sin cesar, como un metrónomo que marcaba los latidos de una pesadilla.Parpadeó, solo una vez. Y allí estaban: las uñas perfectamente pintadas de rojo de su madre abriéndole la boca a la fuerza. «Tómalas, Alessa. Serás libre… y nos liberarás a todos.»La voz era un susurro que arañaba desde el pasado. El sabor sintético a menta falsa de las pastillas se mezclaba con el de sus lágrimas calientes.—Presión bajando a 80/50 —gritó un paramédico, mi