Después de la noticia de la muerte de Dimitri, la conversación se reanudó al poco tiempo, como si las palabras nunca se hubieran dicho. Todos retomaron los planes para la fiesta del pequeño Marco Antonio, como si el no decir el nombre de su verdugo lo hiciera menos real. Alessa intercambiaba ideas con los demás, sugería sabores de pasteles y juegos para los niños, pero en el fondo… su mente no estaba allí.Sus pensamientos la arrastraban a otros tiempos, a otros lugares… a otra mirada que la perseguía incluso en sueños.—Voy a pedir que preparen un postre —dijo de pronto, levantándose con una sonrisa amable.Francesco la siguió con la vista y luego, discretamente, caminó tras ella. La alcanzó en el pasillo, justo antes de llegar a la cocina.—Alessa… —dijo con voz baja, grave.Ella se giró, sorprendida. Francesco sacó algo del bolsillo interior de su chaqueta y se lo extendió en la palma abierta. Era una cadena de plata, fina, con un dije pequeño con la figura de la Virgen… familiar.
Mientras en Sicilia la noche ardía en sangre y silencio bajo la sombra de Salvatore, en Calabria, Alessa y Leonardo estaban en la habitación intentando dormir. La tensión por la visita al médico en la mañana no los había dejado conciliar el sueño, hasta que, después de unas horas, se quedaron dormidos abrazados el uno al otro, con las manos sobre el vientre de ella, donde nacía la esperanza. El cálido aroma de su piel se entremezclaba con el ligero susurro del viento que se colaba por la ventana entreabierta.El amanecer se asomaba con tonos rosados, y el aire fresco de la mañana traía consigo el aroma de café recién colado, un perfume de calidez que llenaba el espacio de promesas.En la mansión, la familia despertaba poco a poco. La cocina ya despedía olores a pan caliente, a mantequilla derritiéndose sobre tostadas recién hechas, y a mermeladas caseras con frutas frescas, mientras las tazas de porcelana tintineaban sobre los platos. Alessa y Leonardo, tomados de la mano, bajaron a d
El sol de la mañana se filtraba suavemente a través de las cortinas del gran salón, tiñendo la estancia con un cálido resplandor dorado. Alessa había ido a la cocina por un vaso de leche y algunas galletas, pero se topó con Jacomo, quien, inusualmente, estaba devorando las galletas con avidez.— ¡Buen día! —exclamó Alessa, riendo mientras se acercaba—. ¡Hey! Déjame unas galletas, Jaco.Jacomo, con una sonrisa traviesa, tomó varias y respondió, masticando con calma.—Allí quedan algunas. Si Franco comienza a gruñir, di que tú las tomaste. Debo irme, cuídate y cuida de mi sobrino. —añadió, despeinando el cabello de Alessa con ternura.Pero antes de que pudiera irse, Alessa, con los ojos brillando como dos luceros, lo detuvo.—Jaco, ¿puedes ir a buscar una paleta de colores, telas y todo lo que se necesite para decorar la habitación del bebé? No tienes que regresar de inmediato, puedo esperar.Jacomo ladeó la cabeza y sonrió con complicidad.—No te preocupes, pequeña, iré por todo lo que
El resonar de la lluvia golpeaba las ventanas de la mansión Rossi, creaba una sinfonía melancólica que se filtraba por cada rincón. Francesco, con la mirada perdida en el horizonte, recordaba las palabras de su abuelo Don Marco Rossi: «La vida es un laberinto, Francesco, y a veces, nos perdemos en las sombras».Esa noche, las sombras se cerraron aún más. El sonido de unos tacones resonó en el pasillo, interrumpiendo los pensamientos de Francesco. Elena entró en la habitación en compañía de Dimitri, su rostro estaba palidecido y sus ojos parecían perdidos e inundados por el llanto.—Elena, acabo de enterarme, —dijo Francesco con una expresión de tristeza y rabia. —Siento mucho lo de tus padres Elena, trabajaron para el abuelo y siempre fueron leales a la familia, no entiendo como sucedió. ¿Cómo estás?Elena apenas levantó la mirada. —Estoy totalmente sola, Francesco. La noticia fue como un golpe repentino, no sé qué haré sin mis padres, yo ni siquiera termine a la universidad, mi padre
Después de que Roberto y Lorenzo se marcharan a cerrar los negocios que tenían previsto, Elena camino hacia Francesco. —Que sucede Francesco, porque tu padre me amenazo con enviarme al mismísimo infierno, no se suponía que él sería nuestro apoyo. — dijo Elena mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.—Cálmate Elena, allí viene el abuelo y no es conveniente que te vea así.— ¿Qué mierdas dices, como que no es conveniente? Vaya hombre que mi padre dejo para cuidar de mí.Francesco, ofendido la sujeto del brazo y la acerco hacia él. — Puedo amarte mucho Elena, pero no permitiré que me hables así; realmente quieres saber lo que sucede con mi padre, pues debes saber que mi padre se niega a esta relación y a que me case contigo; sin embargo, no me alejaré de ti así tenga que enfrentar a mi padre serás mi esposa, solo tengo que encargarme de unas cosas y no habrá nada que nos separe. Ahora ve, salimos en quince minutos para la funeraria.Don Marco se acercó a Francesco y lo miro fijamente a
Un mes después de la muerte de los dos hijos de Don Marco Rossi el abuelo de Francesco y Leonardo, viajo a New York para darle la bienvenida a Isabella y retomar la conversación que dejo pendiente con Giuseppe en el funeral. Tras esa visita había quedado pactado un matrimonio, orquestando un delicado ballet de influencias que obligaba a Francesco a abandonar un amor que ya estaba floreciendo.Mientras Francesco luchaba contra corriente, atormentado por los recuerdos de un amor pasado sacrificado en el altar de la lealtad familiar, el destino tejió los hilos de su existencia en un tapiz de resentimiento. Fue empujado a una unión que no había elegido, un matrimonio nacido de la obligación más que del amor y el deseo.Finalmente, estaba a horas de dejar su amor por Elena a un lado, las promesas de cuidarla y hacerla su esposa, quedaba enterrada con su unión con Isabella Moretti. Esa chiquilla arrogante, la cual conocía desde niño y que jamás había soportado; había dado gracias a Dios cu
Finalmente, la pareja llego a la enorme mansión que había comprado para ellos Giuseppe como regalo de bodas. El desprecio entre Isabella y Francesco no era solo un juego de miradas heladas; estaba impregnado en cada palabra y gesto, un veneno que contaminaba el aire de la mansión Rossi Moretti.En la mañana, durante el desayuno, el tenso silencio se rompió con las palabras cortantes de Francesco.—Isabella, no te ilusiones con pensar que tienes algún lugar en mi vida. Este matrimonio es solo un contrato más, no eres más que una sombra molesta que ronda mi existencia; así que en cuanto contrates el mayordomo asegúrate de pedirle que me prepare una de las mejores habitaciones, solo me quedaré contigo cuando tenga que guardar las apariencias ante la familia. — gruñó Francesco, con su expresión tan fría como el hielo.Isabella, enfrentando la tormenta con serenidad, respondió: —Como mi amado esposo ordene; sabes Francesco, aunque no hayas elegido este matrimonio, podríamos encontrar una m
La mansión de los Rossi Moretti resonaba con la elegancia de la opulencia. Isabella se encontraba sentada en la imponente mesa de comedor, cuyos detalles tallados a mano mostraban la riqueza que poseía la familia. Los elegantes candelabros iluminaban el lugar, creando sombras danzantes en las paredes, mientras ella, con una mirada astuta, finiquitaba los detalles de la operación con Don Marco y Leonardo.La conversación fluía entre exquisitos platos y copas de vino tinto, tan tinto como los labios rojos carmesí de la exuberante mujer, mientras los detalles de la estrategia se tejían como una compleja red. Don Marco, con su mirada firme y gesto serio, subrayaba cada punto estratégico.Mientras Francesco, aún se recuperaba de las heridas en su habitación. La tensión flotaba en el aire, Isabella mantenía su elegancia, moviéndose como una reina entre los asuntos de la mafia.La cena llegó a su fin, de pronto Carter, el único hombre de confianza de Isabella, se acercó a ella y se inclinó s