El Alfa Romeo negro se detuvo frente al edificio. Salvatore apagó el motor sin prisa. No necesitaba anunciar su presencia. Su sola energía bastaba para llenar el ambiente de tensión. Bajó del coche y caminó con paso seguro, dándole una mirada al hombre de la recepción que tomaba el teléfono para anunciar su llegada.—No pierdas tu tiempo. No necesito ser anunciado —dijo, y continuó hacia el ascensor.Al salir, se detuvo frente a la puerta. Tocó una sola vez. El sonido fue firme, seco, definitivo.Elena abrió, visiblemente alterada. Al verlo, palideció un poco, aunque se obligó a sonreír.—Salvatore... Qué sorpresa —dijo con una voz que temblaba más de lo que ella hubiera querido.—¿Dónde está? —preguntó él sin rodeos, cruzando el umbral sin esperar invitación.El interior olía a cigarrillo rancio y perfume barato. Elena cerró la puerta tras él con nerviosismo.—¿Dónde está quién? —intentó fingir, sabiendo que era inútil.Salvatore se giró despacio, con la mirada encendida de una rabia
La madrugada caía espesa, como una niebla cargada de presagios, filtrándose por la ventana entreabierta de la pensión barata donde Salvatore se refugiaba. Afuera, el viento golpeaba las contraventanas oxidadas, silbando entre las rendijas como si susurrara secretos antiguos. Adentro, todo era quietud tensa. Él no se movía. Había estado esperando esa llamada durante horas.El teléfono vibró sobre la mesa de madera agrietada. La pantalla brilló y vio el nombre de Ruggiero en la pantalla.— ¿Dónde? —preguntó Salvatore sin preámbulos, con la voz ronca por la espera.—Un pueblo fantasma, al sur de Calabria. Se esconde como una rata en una casucha abandonada, cerca del viejo molino de piedra —respondió Ruggiero—. El lugar está vacío. No tiene salida.Salvatore se levantó de inmediato. El crujido de la silla fue seco. Tomó su abrigo, la pistola, la cadena de la Virgen que Alessa llevaba aquel día en la práctica de tiro... y el resto de sus cosas.Salvatore se puso de pie de inmediato, tomó s
Después de la noticia de la muerte de Dimitri, la conversación se reanudó al poco tiempo, como si las palabras nunca se hubieran dicho. Todos retomaron los planes para la fiesta del pequeño Marco Antonio, como si el no decir el nombre de su verdugo lo hiciera menos real. Alessa intercambiaba ideas con los demás, sugería sabores de pasteles y juegos para los niños, pero en el fondo… su mente no estaba allí.Sus pensamientos la arrastraban a otros tiempos, a otros lugares… a otra mirada que la perseguía incluso en sueños.—Voy a pedir que preparen un postre —dijo de pronto, levantándose con una sonrisa amable.Francesco la siguió con la vista y luego, discretamente, caminó tras ella. La alcanzó en el pasillo, justo antes de llegar a la cocina.—Alessa… —dijo con voz baja, grave.Ella se giró, sorprendida. Francesco sacó algo del bolsillo interior de su chaqueta y se lo extendió en la palma abierta. Era una cadena de plata, fina, con un dije pequeño con la figura de la Virgen… familiar.
Mientras en Sicilia la noche ardía en sangre y silencio bajo la sombra de Salvatore, en Calabria, Alessa y Leonardo estaban en la habitación intentando dormir. La tensión por la visita al médico en la mañana no los había dejado conciliar el sueño, hasta que, después de unas horas, se quedaron dormidos abrazados el uno al otro, con las manos sobre el vientre de ella, donde nacía la esperanza. El cálido aroma de su piel se entremezclaba con el ligero susurro del viento que se colaba por la ventana entreabierta.El amanecer se asomaba con tonos rosados, y el aire fresco de la mañana traía consigo el aroma de café recién colado, un perfume de calidez que llenaba el espacio de promesas.En la mansión, la familia despertaba poco a poco. La cocina ya despedía olores a pan caliente, a mantequilla derritiéndose sobre tostadas recién hechas, y a mermeladas caseras con frutas frescas, mientras las tazas de porcelana tintineaban sobre los platos. Alessa y Leonardo, tomados de la mano, bajaron a d
El sol de la mañana se filtraba suavemente a través de las cortinas del gran salón, tiñendo la estancia con un cálido resplandor dorado. Alessa había ido a la cocina por un vaso de leche y algunas galletas, pero se topó con Jacomo, quien, inusualmente, estaba devorando las galletas con avidez.— ¡Buen día! —exclamó Alessa, riendo mientras se acercaba—. ¡Hey! Déjame unas galletas, Jaco.Jacomo, con una sonrisa traviesa, tomó varias y respondió, masticando con calma.—Allí quedan algunas. Si Franco comienza a gruñir, di que tú las tomaste. Debo irme, cuídate y cuida de mi sobrino. —añadió, despeinando el cabello de Alessa con ternura.Pero antes de que pudiera irse, Alessa, con los ojos brillando como dos luceros, lo detuvo.—Jaco, ¿puedes ir a buscar una paleta de colores, telas y todo lo que se necesite para decorar la habitación del bebé? No tienes que regresar de inmediato, puedo esperar.Jacomo ladeó la cabeza y sonrió con complicidad.—No te preocupes, pequeña, iré por todo lo que
El resonar de la lluvia golpeaba las ventanas de la mansión Rossi, creaba una sinfonía melancólica que se filtraba por cada rincón. Francesco, con la mirada perdida en el horizonte, recordaba las palabras de su abuelo Don Marco Rossi: «La vida es un laberinto, Francesco, y a veces, nos perdemos en las sombras».Esa noche, las sombras se cerraron aún más. El sonido de unos tacones resonó en el pasillo, interrumpiendo los pensamientos de Francesco. Elena entró en la habitación en compañía de Dimitri, su rostro estaba palidecido y sus ojos parecían perdidos e inundados por el llanto.—Elena, acabo de enterarme, —dijo Francesco con una expresión de tristeza y rabia. —Siento mucho lo de tus padres Elena, trabajaron para el abuelo y siempre fueron leales a la familia, no entiendo como sucedió. ¿Cómo estás?Elena apenas levantó la mirada. —Estoy totalmente sola, Francesco. La noticia fue como un golpe repentino, no sé qué haré sin mis padres, yo ni siquiera termine a la universidad, mi padre
Después de que Roberto y Lorenzo se marcharan a cerrar los negocios que tenían previsto, Elena camino hacia Francesco. —Que sucede Francesco, porque tu padre me amenazo con enviarme al mismísimo infierno, no se suponía que él sería nuestro apoyo. — dijo Elena mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.—Cálmate Elena, allí viene el abuelo y no es conveniente que te vea así.— ¿Qué mierdas dices, como que no es conveniente? Vaya hombre que mi padre dejo para cuidar de mí.Francesco, ofendido la sujeto del brazo y la acerco hacia él. — Puedo amarte mucho Elena, pero no permitiré que me hables así; realmente quieres saber lo que sucede con mi padre, pues debes saber que mi padre se niega a esta relación y a que me case contigo; sin embargo, no me alejaré de ti así tenga que enfrentar a mi padre serás mi esposa, solo tengo que encargarme de unas cosas y no habrá nada que nos separe. Ahora ve, salimos en quince minutos para la funeraria.Don Marco se acercó a Francesco y lo miro fijamente a
Un mes después de la muerte de los dos hijos de Don Marco Rossi el abuelo de Francesco y Leonardo, viajo a New York para darle la bienvenida a Isabella y retomar la conversación que dejo pendiente con Giuseppe en el funeral. Tras esa visita había quedado pactado un matrimonio, orquestando un delicado ballet de influencias que obligaba a Francesco a abandonar un amor que ya estaba floreciendo.Mientras Francesco luchaba contra corriente, atormentado por los recuerdos de un amor pasado sacrificado en el altar de la lealtad familiar, el destino tejió los hilos de su existencia en un tapiz de resentimiento. Fue empujado a una unión que no había elegido, un matrimonio nacido de la obligación más que del amor y el deseo.Finalmente, estaba a horas de dejar su amor por Elena a un lado, las promesas de cuidarla y hacerla su esposa, quedaba enterrada con su unión con Isabella Moretti. Esa chiquilla arrogante, la cual conocía desde niño y que jamás había soportado; había dado gracias a Dios cu