FUEGO LENTO

El atardecer pintaba la cabaña con tonos ámbar y sombras suaves. Afuera, el canto de los grillos comenzaba a colarse entre los árboles, y el viento hacía crujir las ramas altas. La cabaña de madera, rústica pero acogedora, olía a cedro, a hogar… y pronto, también a comida.

En la cocina, Leonardo intentaba cortar cebollas sin llorar, mientras Alessa reía detrás de él. Isabella preparaba una ensalada fresca con tomates secos y aceitunas negras, y Francesco revolvía una salsa en una olla mientras tarareaba una canción italiana de los años 80.

—¿En qué momento se invirtieron los papeles? —se burló Isabella—. Yo cocinando y ustedes de ayudantes inútiles.

—Ey, respeto. Yo revuelvo la salsa con amor —dijo Francesco, acercándose para darle un beso en la mejilla.

Leonardo, con una cebolla en la mano y los ojos llorosos, levantó el cuchillo como si se rindiera.

—Alessa, ¿podrías encargarte tú? Esta cebolla me odia.

Alessa lo reemplazó entre risas y terminó el trabajo con movimientos suaves, mie
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