Cuando finalmente llegué a la aldea, busqué a Darian desesperadamente. Lo encontré en la gran sala de reuniones, con los ojos perdidos en el fuego. Me acerqué lentamente, sabiendo que las palabras que tenía que decir no serían fáciles.
—Darian… —mi voz era apenas un susurro. Él levantó la vista, y la frialdad en su mirada me golpeó como un puñetazo. —No quiero escuchar excusas, Zharia —dijo con dureza—. Confío en ti. Siempre lo he hecho. Pero lo que vi… —hizo una pausa, y su voz se quebró por un momento—. No puedo ignorarlo. —No es lo que piensas, Darian. Te lo juro. Solo hablábamos… —¿Hablando? —interrumpió Darian, su tono lleno de incredulidad—. ¿De verdad esperas que crea que solo estaban hablando? Zharia, te vi. Vi la forma en que te miraba… y cómo lo mirabas tú. Me acerqué más a él, tratando de mantener la calma, a pesar de que el miedo empezaba a invadir mi pecho. —Darian, te prometo que no hay nada entre Eivor y yo. Apenas lo conozco. Solo… estaba tratando de entender por qué siempre aparece donde yo estoy. No es lo que piensas. Sus ojos me escudriñaron, buscando la verdad que yo misma aún no comprendía. Había algo en su mirada que no había visto antes: una mezcla de dolor y algo más oscuro, como una herida que se había reabierto. —¿Nada entre ustedes? —repitió con amargura—. ¿Y esperas que crea eso? Justo como me advirtió Seraphine. Me dijo que esto pasaría, que tú… que tú te alejarías, que encontrarías a alguien más. Sentí como si me hubiera dado una bofetada. La mención de Seraphine, su ex, encendió una chispa de ira en mi interior. Ella había estado tratando de envenenar su mente desde que regresó a la manada, siempre con su sonrisa falsa y sus comentarios insidiosos. Y ahora veía que había logrado su objetivo. —¿Seraphine? —dije con una mezcla de incredulidad y rabia—. ¿En serio vas a escucharla a ella? Sabes que está tratando de separarnos. Siempre ha estado celosa de nuestra relación, Darian. Lo sabes. —¿Y cómo se supone que deba saber qué es verdad y qué no? —replicó él, su voz elevándose, mostrando una rabia contenida—. ¡Mira lo que vi hoy! ¿Cómo explicas que estuvieras tan cerca de ese tipo, tan… cómoda? —¡No fue nada! —protesté, sintiendo la desesperación atenazarme el corazón—. Solo estaba tratando de hablar con él, entender por qué siempre parece estar cerca. No hay nada más, Darian, te lo juro. Pero Darian negó con la cabeza, su expresión endureciéndose. —Estás siendo ingenua, Zharia, o simplemente no quieres admitirlo. No puedes estar cerca de otro hombre así y pretender que no va a significar nada. Seraphine me lo dijo… me dijo que si dejaba de prestarte atención, si me distraía con los problemas de la manada, alguien más ocuparía mi lugar. Y parece que tenía razón. Mis ojos se llenaron de lágrimas ante sus palabras. No era solo la mención de Seraphine, sino el hecho de que Darian estaba dispuesto a creer en ella más que en mí, a pesar de todo lo que habíamos compartido. —¿Cómo puedes decir eso? —pregunté, mi voz temblando—. ¿De verdad crees que yo… que yo te haría eso? Darian me miró con una mezcla de frustración y dolor, su mandíbula apretada. —No lo sé, Zharia. Ya no sé qué creer. Seraphine me dijo que había visto cómo lo mirabas… que había algo diferente en tus ojos cuando estabas cerca de él. Y hoy, cuando los vi juntos, no pude evitar pensar que estaba en lo cierto. —¡Seraphine no sabe nada! —grité, sintiendo cómo mi corazón se rompía un poco más con cada palabra—. Ella está mintiendo, Darian. Ella quiere que dudes de mí, que dudes de nosotros, porque nunca superó lo que tuvimos. Y tú… tú estás dejando que sus palabras envenenen lo que tenemos. Darian hizo una pausa, respirando profundamente como si estuviera tratando de calmarse. Pero cuando volvió a hablar, su voz estaba cargada de resentimiento. —Tal vez no sea solo Seraphine, Zharia. Tal vez hay algo de verdad en lo que dijo. Tal vez… tal vez yo simplemente no soy suficiente para ti. Sentí que me faltaba el aire, su acusación me golpeó como un puñetazo. —¿No eres suficiente? —murmuré, incrédula—. Darian, tú eres mi compañero, mi prometido. He estado a tu lado en todo. Siempre. —¿Siempre? —se burló, dando un paso hacia mí, sus ojos llenos de un dolor que apenas podía soportar mirar—. ¿Entonces por qué estabas ahí con él? ¿Por qué no me lo dijiste antes? Si no había nada, ¿por qué ocultarlo? —¡No lo estaba ocultando! —exclamé, pero sabía que no era completamente cierto. Había algo en mí que había querido mantener esos encuentros en secreto, algo que no quería admitir ni siquiera a mí misma—. Solo no quería que pensaras mal de mí… o de él. —¿Pensar mal de él? —repitió Darian, su voz llena de sarcasmo—. Bueno, parece que ya es demasiado tarde para eso, ¿no? La rabia en su tono, el dolor que veía en sus ojos… todo me estaba destrozando por dentro. Pero no sabía qué más podía decir, cómo podía hacerle entender algo que ni siquiera yo comprendía completamente. —Darian… —empecé, pero me interrumpió, alzando una mano. —Basta, Zharia. No quiero escuchar más excusas. No después de lo que vi hoy. Tal vez Seraphine tenía razón después de todo. Tal vez tú no eres la compañera que pensé que eras. Sus palabras fueron como una daga directa al corazón. Nunca me había hablado así, nunca había visto esa dureza en sus ojos, esa desconfianza. —No digas eso… —susurré, sintiendo las lágrimas caer por mis mejillas—. No es verdad. Pero él ya no me miraba de la misma manera. Sus ojos, que antes siempre brillaban con calidez cuando me miraba, ahora eran fríos, distantes. —Quizás… quizás deberíamos terminar con esto —dijo finalmente, su voz apenas un murmullo, pero lo suficientemente fuerte como para hacer que mi mundo se detuviera. Me quedé congelada, incapaz de procesar lo que acababa de decir. Mi corazón latía dolorosamente en mi pecho, como si se estuviera rompiendo con cada segundo que pasaba. —¿Qué… qué estás diciendo? —logré preguntar, mi voz apenas un susurro. —Estoy diciendo que tal vez es mejor terminar esto ahora, antes de que nos hagamos más daño, antes de que las cosas se compliquen aún más —dijo, su tono resignado, pero firme. Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies. Las lágrimas corrían libremente por mi rostro, y no pude hacer nada para detenerlas. —Darian, no… por favor… —traté de acercarme a él, pero él dio un paso atrás, manteniendo la distancia entre nosotros. —No puedo, Zharia. No puedo seguir así, dudando de ti, de nosotros. Necesito tiempo para pensar, para entender lo que realmente quiero. Y con eso, se dio la vuelta y salió de la gran sala de reuniones, dejándome sola frente al fuego que chisporroteaba suavemente. Sentí que el mundo entero se había desmoronado a mi alrededor, y que no había nada que pudiera hacer para detenerlo.A la mañana siguiente, desperté con los primeros rayos del sol filtrándose por la ventana. Sentí el ardor en mis ojos hinchados, señal de que no había dormido mucho. La noche anterior me había dejado agotada, pero no era solo el cansancio físico lo que me pesaba; era el dolor en mi pecho, como si algo se hubiese roto dentro de mí y nunca pudiera arreglarse.Miré a mi alrededor, a la habitación que había compartido con Darian durante tanto tiempo. Cada rincón, cada objeto me hablaba de él, de nosotros. Las promesas susurradas en la oscuridad, las risas compartidas, los silencios llenos de complicidad. Todo eso ahora parecía tan lejano, tan ajeno. No podía quedarme aquí. No cuando cada centímetro de esta casa me recordaba lo que había perdido.Con una respiración temblorosa, me obligué a levantarme. Empecé a recoger mis cosas, intentando mantenerme ocupada para no pensar. Cada objeto que guardaba en mi bolsa era un recordatorio doloroso: las cartas que Darian me había escrito, el collar
Los días que siguieron a mi llegada a la casa de mis padres pasaron de una forma extraña, casi irreal. El tiempo parecía alargarse y encogerse al mismo tiempo, como si estuviera atrapada en una burbuja fuera del mundo. Me despertaba cada mañana esperando sentirme más fuerte, más decidida, pero el peso de lo que había sucedido me perseguía como una sombra que no podía dejar atrás. Estar lejos de Darian era más difícil de lo que había imaginado. A pesar de todo, habíamos crecido juntos; conocía cada uno de sus gestos, sus expresiones, y me costaba creer que esa cercanía se había roto de una manera tan dolorosa. Había momentos en los que la culpa me abrumaba, recordando las acusaciones que nos lanzamos, las palabras llenas de ira y frustración. Pero luego, recordaba que no había sido yo quien había dejado que el veneno de su ex se interpusiera entre nosotros. Darian había elegido no confiar en mí, había permitido que las mentiras y las dudas destruyeran lo que teníamos. Eso me devolvía
El ambiente del baile estaba cargado de una energía festiva, con luces centelleantes y música vibrante que hacía imposible no moverse al compás. Intenté concentrarme en la música, en el ritmo, en las risas de Elena, pero mi mirada seguía volviendo, casi sin querer, hacia un punto en particular. O, mejor dicho, hacia una persona en particular. Eivor. Había intentado no buscarlo en la multitud. Había intentado ignorar ese tirón magnético que siempre parecía llevarme de vuelta a él, como si una fuerza invisible me arrastrara hacia su presencia. Pero ahí estaba él, en un rincón del salón, con su postura relajada, sus ojos de un azul eléctrico que parecían brillar incluso en la penumbra. Y lo peor de todo es que él me estaba mirando también. —¿Por qué no vas a hablar con él? —Elena, que estaba a mi lado, me dio un codazo juguetón—. No puedo dejar de notar que no apartas la vista de ese lobo. —¿De qué hablas? —mentí, intentando sonar despreocupada. Pero no era fácil—. Yo no lo estaba m
Decidí que lo mejor sería enfrentarme a Darian de una vez. No podía seguir evitando la situación, ni dejar que el peso de la culpa me aplastara más. Cuando llegué a nuestro lugar de encuentro, sentí el estómago encogerse de nervios. Darian ya estaba allí, esperándome con una expresión que mezclaba ansiedad y esperanza. —Zharia —dijo apenas me vio, y en su voz noté un temblor de emoción que me hizo sentir aún peor—. He estado pensando mucho… Y quiero que sepas que he decidido confiar en ti. Lo siento mucho por cómo he actuado. Sé que te he hecho daño y estoy arrepentido. Te extraño… más de lo que puedo expresar. Sus palabras me golpearon como un puñetazo al estómago. La culpa que había sentido desde la mañana se intensificó al escuchar su tono, tan genuino, tan lleno de arrepentimiento. Sentí cómo me temblaban las manos, y las lágrimas se acumularon en mis ojos. Todo se enredaba en mi mente: lo que había pasado con Eivor, los recuerdos con Darian, la confusión sobre lo que realmente
En los días que siguieron a mi conversación con Elena, una nueva sensación comenzó a crecer en mi interior. Al principio, fue solo un ligero malestar, un cosquilleo en la base de mi estómago que traté de ignorar. Pensé que era nerviosismo, que la tensión acumulada me estaba pasando factura. Pero pronto las náuseas se hicieron más intensas, y cada mañana me encontraba inclinada sobre el lavabo, intentando no vomitar. No dije nada a nadie, convencida de que se trataba de un simple malestar pasajero, algo normal del embarazo. Después de todo, mi cuerpo estaba agotado de tanto estrés y emociones encontradas. Una noche, mientras estaba en mi habitación, escuché un suave golpe en la ventana. Me acerqué con precaución y vi a Eivor abajo, con una expresión determinada. Sus ojos azul eléctrico brillaban a la luz de la luna. —Zharia —me llamó en un susurro fuerte, lanzando otra piedrecita—. Necesito hablar contigo. Abrí la ventana, pero mantuve mi distancia. —Eivor, no puedo hacer esto
Pasaron algunas semanas y, a pesar de mis intentos por mantener el secreto, mi cuerpo comenzó a traicionarme. La barriguita que tanto me esforzaba en ocultar empezaba a notarse poco a poco. El rumor, como sucede siempre en la manada, no tardó en propagarse. No podía pasar mucho tiempo sin que los demás notaran mi creciente figura, y como la hermana del actual alfa, mi vida siempre había estado bajo la atenta mirada de todos.La noticia de mi embarazo voló rápidamente a través de la manada y no tardó en llegar a los oídos de la manada de Darian. Sabía que no podría esconderme por mucho más tiempo, pero no esperaba que la noticia llegara a Darian tan pronto.Un día, mientras caminaba por los terrenos de la manada, vi a Darian acercarse desde la distancia. Su rostro estaba serio, decidido. Mi corazón se aceleró, y un sudor frío me recorrió la espalda. No había visto a Darian desde la última vez que hablamos, y su repentina aparición me hizo sentir un nudo en el estómago.—Zharia —me llam
Los días siguientes fueron una mezcla de emociones para mí. Extraños y, a la vez, llenos de nostalgia y un cierto alivio que no esperaba sentir. Vivir de nuevo con Darian era como regresar a una época más simple, donde todo parecía seguro y definido. Los días transcurrían con una tranquilidad forzada y una armonía que Darian se esforzaba en mantener. Era atento, me llevaba a comer a restaurantes, se preocupaba por mi bienestar y el del bebé. A veces, incluso lograba hacerme reír, como solía hacerlo cuando éramos más jóvenes. Pero las noches eran diferentes.Cada noche, encontraba una nueva excusa para evitarlo. Las náuseas, que a veces eran reales, se convirtieron en mi mejor aliada. Otras veces, un dolor de cabeza fingido me permitía mantener la distancia. Porque aunque me esforzaba por convencerme de que estaba en el lugar correcto, algo dentro de mí gritaba que mi corazón no era de Darian. Era de Eivor. Pero ni siquiera a mí misma me lo permitía admitir.Una tarde, después de seman
Pasaron los meses y, poco a poco, me acostumbré a no sentir la presencia de Eivor. Al principio, la ausencia de ese lazo invisible que habíamos compartido fue una herida abierta, una constante sensación de vacío que me acompañaba a todas partes. Pero con el tiempo, aprendí a enterrar esos sentimientos, a ignorar ese dolor latente que aparecía cuando menos lo esperaba. El bebé crecía en mi vientre, y con cada día que pasaba, me sumergía más en la rutina de mi vida con Darian. Él se esmeraba en hacerme sentir cómoda, protegido en su papel de alfa y futuro padre. Pero aunque el mundo alrededor de mí seguía girando, dentro de mí había una quietud dolorosa, una sensación de que algo esencial faltaba.Mi única compañía, aparte de Darian, era Elena. Cuando ella venía a visitarme, su presencia era como un soplo de aire fresco, una bocanada de vida en medio de la sofocante rutina diaria. Nos sentábamos juntas durante horas, hablando de cosas triviales. Elena siempre sabía cómo hacerme sentir m