Cuando desperté, me di cuenta de que Axel ya no estaba en mi cama. Me incorporé lentamente, y una suave sonrisa apareció en mis labios al recordar la noche anterior. El calor de su cuerpo aún parecía estar presente, aunque la cama ahora se sentía fría y vacía. Con una ligera sacudida de la cabeza, intenté apartar esos pensamientos y me levanté para buscar a Alaric.
Al salir de mi habitación, me encontré con Annika jugando con él en la sala. El pequeño Alaric reía, feliz, mientras ella hacía pequeñas muecas y le hablaba con dulzura. Al notar mi presencia, Annika levantó la vista y me sonrió. —Estabas tan agotada que decidí dejarte dormir un poco más —dijo con naturalidad—. Espero que no te importe, quería pasar tiempo con mi sobrino. Aunque no era realmente su sobrino, ella había decidido llamarlo así hacia algunos meses, y a mí me había parecido muy bonito. Le agradecí sinceramente, aliviada por poder disfrutar de ese momento tranquilo. Me acerqué a ellos y me senté en el suelo junto a Annika, dejando que Alaric se recostara sobre mi regazo. Pasamos un rato agradable los tres juntos, en una calma que me hizo olvidar las preocupaciones por un instante. Más tarde, mientras me preparaba para el trabajo, recibí una llamada de mi hermano. Su voz cálida al otro lado de la línea me hizo sonreír. Nos pusimos al día, intercambiando cuánto nos extrañábamos y cómo iban las cosas en nuestras respectivas vidas. Sin embargo, una noticia inesperada cortó el hilo de nuestra conversación. —Por cierto… —comenzó él, con cierta cautela—. Darian y Seraphine se han casado. La noticia me golpeó más fuerte de lo que esperaba. Aunque sabía que no tenía sentido aferrarme al pasado, me resultaba extraño pensar que hace solo unos meses, Darian y yo estábamos casados. Pero aquel capítulo había terminado, y no tenía intención de mirar atrás. Había una nueva vida esperándome, con nuevas oportunidades, y no podía perder el tiempo en fantasmas del pasado. Al menos, no con Darian. Sin embargo, no pude evitar que la figura de Eivor volviera a mi mente. Había intentado apartarlo tantas veces, pero siempre regresaba. Sentía una conexión con él, como si estuviese cerca de alguna manera, pero sabía que eso era imposible. O, al menos, eso era lo que me decía a mí misma. Con esos pensamientos rondando mi cabeza, bajé para irme al trabajo. Al llegar a la puerta, me encontré con Axel esperándome, una sonrisa encantadora adornando su rostro. No pude evitar devolverle la sonrisa cuando me recibió con un beso lleno de calidez y pasión, pero, de repente, todo sucedió muy rápido. Un golpe. Axel fue empujado lejos de mí de forma brusca, y yo apenas tuve tiempo de asimilar lo ocurrido. El caos me envolvió en cuestión de segundos hasta que escuché la voz de Axel, sorprendido pero tranquilo. —Pero bueno, hermano, ¿qué mosca te ha picado? “¿Su hermano? ¿El alfa?” Fue todo lo que pude pensar en esas milésimas de segundo antes de girarme, con el corazón en la garganta, para ver quién había sido el agresor al que Axel llamaba hermano. Cuando mis ojos se posaron en él, sentí una punzada de dolor, rabia… y celos. Pero no eran míos. Esos sentimientos, tan intensos y abrumadores, provenían de Eivor. Él estaba ahí, sujetando a su hermano Axel por el cuello de la camisa, su expresión era una mezcla de furia contenida y dolor. No me lo podía creer. El Eivor que había desaparecido sin dejar rastro, el hombre al que había amado y esperado, estaba frente a mí, pero lo que sentía no era alivio ni alegría, sino una tormenta de emociones que me golpeaba con la fuerza de un vendaval. El vínculo que compartíamos, el de compañeros predestinados, el mismo que había aprendido a ignorar y casi había olvidado durante su ausencia, ahora regresaba con una intensidad que me dejó sin aliento. A través de ese lazo, podía sentir cada uno de sus sentimientos como si fueran los míos: su rabia, su dolor, su devastadora sensación de celos. Todo me atenazaba el pecho, estrujándome de tal forma que casi no podía distinguir dónde terminaban sus emociones y dónde empezaban las mías. Así funcionaba el vínculo, y no me daba tregua. Axel, aún sujetado por Eivor, intentaba mantener la calma, pero el aire estaba tenso, cargado de electricidad. —En este momento no te hablo como tu hermano —dijo Eivor, con la voz ronca, oscura—. Te hablo como tu alfa. Y Zharia es mía. Esas últimas palabras me golpearon como una orden. Un eco de autoridad en cada sílaba que resonaba en mi interior. La tensión entre ellos era palpable, como si en cualquier momento todo fuera a estallar. Miré a Eivor, con el corazón acelerado y las manos temblorosas. No podía creer lo que estaba ocurriendo, ni entender cómo, después de todo este tiempo, él simplemente aparecía, reclamando lo que alguna vez fue nuestro. Mi mente aún intentaba procesar cómo había llegado hasta aquí, cómo habíamos llegado a este punto, mientras mis emociones, las suyas y las mías, se mezclaban en un caos insoportable. “Zharia es mía.” Esas palabras retumbaban en mi mente, haciéndome sentir atrapada entre el presente y el pasado que había intentado dejar atrás.Axel nos miró a ambos, su expresión llena de confusión. Por un instante, parecía que iba a decir algo, pero en su lugar asintió, bajando la cabeza ante su alfa, y se marchó sin mediar palabra. Aun así, no pude evitar notar una chispa de rabia contenida en su mirada dirigida a Eivor. Algo en su forma de irse me dejó intranquila, pero no tuve tiempo de procesarlo del todo.Cuando Axel desapareció de nuestra vista, sentí a Eivor moverse, como si estuviera a punto de pedirme explicaciones. Pero antes de que pudiera abrir la boca, una ola de furia me recorrió.—¿Con qué derecho te crees para meterte en mi vida de esta forma? —le espeté, sintiendo mi voz temblar por la ira contenida—. ¿Cómo te atreves a venir aquí, a decir que soy tuya después de haber desaparecido casi un año entero? ¡Un año, Eivor! —Mi pecho subía y bajaba rápidamente, incapaz de controlar la frustración que me ahogaba.Eivor me miró con su típico semblante serio, intentando no perder la calma.—Tú me lo pediste —respondi
Al día siguiente, Annika llegó a la casa llena de energía, ajena a todo el caos que me rodeaba. Traía algo en las manos, sonriendo de oreja a oreja.—¡Mira esto! —dijo, extendiéndome una invitación con letras doradas y un lacre impecable—. ¡Es una invitación a la boda de la hermana menor del alfa!“¿Eivor tiene una hermana?” pensé, sorprendida. Jamás había mencionado a su familia en nuestros momentos juntos. La idea de asistir a una boda en la familia de los alfas me llenó de inquietud, pero Annika estaba tan emocionada que me costaba rechazar la invitación.—Sé que no quieres estar demasiado involucrada en este tipo de eventos, pero… me dejaron llevar a un acompañante y quiero que seas tú —continuó Annika, con una sonrisa encantadora.Intenté imaginar lo que sería asistir a esa boda, sabiendo que Eivor estaría allí. No estaba segura de si era lo mejor para mí, ni para él. Pero Annika estaba tan entusiasmada que me convenció. Asentí lentamente, tratando de no mostrar mi duda.—Está bi
Siempre he sentido que mi destino estaba escrito desde el día en que nací. Como hija del Alfa de los Lobos de la Luna Plateada, cada paso que he dado ha sido guiado por las decisiones de mi padre, incluso la más importante de todas: mi compromiso con Darian, el joven Alfa de la manada aliada, los Lobos del Fuego Eterno. Conocí a Darian desde que éramos niños; nuestros padres, grandes amigos y líderes de sus respectivas manadas, soñaron con esta unión para fortalecer los lazos entre ambas familias. Y durante muchos años me sentí afortunada. Darian es amable, protector y siempre tiene una sonrisa para mí. Compartimos secretos, nos apoyamos mutuamente, y con el tiempo, lo que comenzó como una amistad floreció en algo más profundo. Al menos, eso creía yo. Pero últimamente, desde la aparición de Eivor, todo ha cambiado. Ha trastocado mi mundo y mis sentimientos de una manera que no puedo entender. ¿Cómo puedo sentirme atraída por alguien que apenas conozco, cuando Darian ha sido mi roca d
Cuando finalmente llegué a la aldea, busqué a Darian desesperadamente. Lo encontré en la gran sala de reuniones, con los ojos perdidos en el fuego. Me acerqué lentamente, sabiendo que las palabras que tenía que decir no serían fáciles.—Darian… —mi voz era apenas un susurro.Él levantó la vista, y la frialdad en su mirada me golpeó como un puñetazo.—No quiero escuchar excusas, Zharia —dijo con dureza—. Confío en ti. Siempre lo he hecho. Pero lo que vi… —hizo una pausa, y su voz se quebró por un momento—. No puedo ignorarlo.—No es lo que piensas, Darian. Te lo juro. Solo hablábamos…—¿Hablando? —interrumpió Darian, su tono lleno de incredulidad—. ¿De verdad esperas que crea que solo estaban hablando? Zharia, te vi. Vi la forma en que te miraba… y cómo lo mirabas tú.Me acerqué más a él, tratando de mantener la calma, a pesar de que el miedo empezaba a invadir mi pecho.—Darian, te prometo que no hay nada entre Eivor y yo. Apenas lo conozco. Solo… estaba tratando de entender por qué s
A la mañana siguiente, desperté con los primeros rayos del sol filtrándose por la ventana. Sentí el ardor en mis ojos hinchados, señal de que no había dormido mucho. La noche anterior me había dejado agotada, pero no era solo el cansancio físico lo que me pesaba; era el dolor en mi pecho, como si algo se hubiese roto dentro de mí y nunca pudiera arreglarse.Miré a mi alrededor, a la habitación que había compartido con Darian durante tanto tiempo. Cada rincón, cada objeto me hablaba de él, de nosotros. Las promesas susurradas en la oscuridad, las risas compartidas, los silencios llenos de complicidad. Todo eso ahora parecía tan lejano, tan ajeno. No podía quedarme aquí. No cuando cada centímetro de esta casa me recordaba lo que había perdido.Con una respiración temblorosa, me obligué a levantarme. Empecé a recoger mis cosas, intentando mantenerme ocupada para no pensar. Cada objeto que guardaba en mi bolsa era un recordatorio doloroso: las cartas que Darian me había escrito, el collar
Los días que siguieron a mi llegada a la casa de mis padres pasaron de una forma extraña, casi irreal. El tiempo parecía alargarse y encogerse al mismo tiempo, como si estuviera atrapada en una burbuja fuera del mundo. Me despertaba cada mañana esperando sentirme más fuerte, más decidida, pero el peso de lo que había sucedido me perseguía como una sombra que no podía dejar atrás. Estar lejos de Darian era más difícil de lo que había imaginado. A pesar de todo, habíamos crecido juntos; conocía cada uno de sus gestos, sus expresiones, y me costaba creer que esa cercanía se había roto de una manera tan dolorosa. Había momentos en los que la culpa me abrumaba, recordando las acusaciones que nos lanzamos, las palabras llenas de ira y frustración. Pero luego, recordaba que no había sido yo quien había dejado que el veneno de su ex se interpusiera entre nosotros. Darian había elegido no confiar en mí, había permitido que las mentiras y las dudas destruyeran lo que teníamos. Eso me devolvía
El ambiente del baile estaba cargado de una energía festiva, con luces centelleantes y música vibrante que hacía imposible no moverse al compás. Intenté concentrarme en la música, en el ritmo, en las risas de Elena, pero mi mirada seguía volviendo, casi sin querer, hacia un punto en particular. O, mejor dicho, hacia una persona en particular. Eivor. Había intentado no buscarlo en la multitud. Había intentado ignorar ese tirón magnético que siempre parecía llevarme de vuelta a él, como si una fuerza invisible me arrastrara hacia su presencia. Pero ahí estaba él, en un rincón del salón, con su postura relajada, sus ojos de un azul eléctrico que parecían brillar incluso en la penumbra. Y lo peor de todo es que él me estaba mirando también. —¿Por qué no vas a hablar con él? —Elena, que estaba a mi lado, me dio un codazo juguetón—. No puedo dejar de notar que no apartas la vista de ese lobo. —¿De qué hablas? —mentí, intentando sonar despreocupada. Pero no era fácil—. Yo no lo estaba m
Decidí que lo mejor sería enfrentarme a Darian de una vez. No podía seguir evitando la situación, ni dejar que el peso de la culpa me aplastara más. Cuando llegué a nuestro lugar de encuentro, sentí el estómago encogerse de nervios. Darian ya estaba allí, esperándome con una expresión que mezclaba ansiedad y esperanza. —Zharia —dijo apenas me vio, y en su voz noté un temblor de emoción que me hizo sentir aún peor—. He estado pensando mucho… Y quiero que sepas que he decidido confiar en ti. Lo siento mucho por cómo he actuado. Sé que te he hecho daño y estoy arrepentido. Te extraño… más de lo que puedo expresar. Sus palabras me golpearon como un puñetazo al estómago. La culpa que había sentido desde la mañana se intensificó al escuchar su tono, tan genuino, tan lleno de arrepentimiento. Sentí cómo me temblaban las manos, y las lágrimas se acumularon en mis ojos. Todo se enredaba en mi mente: lo que había pasado con Eivor, los recuerdos con Darian, la confusión sobre lo que realmente