Decisiones

Justo en ese momento, la puerta se abrió nuevamente. Giré la cabeza y vi a Elena entrar con un par de cafés en las manos. Su sonrisa habitual desapareció al instante cuando notó mi expresión de pánico y confusión. Era como si pudiera leer mi mente, entender lo que estaba ocurriendo sin necesidad de palabras. En un instante, dejó los cafés en la mesilla y se dirigió rápidamente hacia Seraphine.

—No puedes estar aquí, Seraphine —dijo Elena con firmeza, su voz cargada de autoridad y determinación—. Esto es un hospital, y esta no es forma de comportarse. Necesitas irte, ahora.

Seraphine, con su sonrisa burlona todavía en el rostro, intentó ignorar a Elena, dándome una última mirada desafiante.

—Oh, por favor, Elena —respondió Seraphine con desdén, girándose hacia ella—. Estoy aquí por derecho propio. Darian me pidió que le entregara esto a Zharia.

—No me importa quién te haya enviado. Esta no es manera de manejar las cosas —replicó Elena, su voz endureciéndose aún más—. Fuera. Ahora. Antes de que llame a seguridad.

Por un momento, Seraphine pareció considerar sus opciones. Podía ver la lucha interna en sus ojos, la rabia contenida y la satisfacción de haber soltado su veneno. Pero Elena no se movió, permaneció firme entre ella y yo, con los ojos llameando de furia contenida. Finalmente, Seraphine bufó, levantó la barbilla y se dio la vuelta, marchándose de la habitación con pasos decididos, los tacones resonando contra el suelo del hospital.

Elena esperó hasta que la puerta se cerró detrás de ella antes de volverse hacia mí. Sus ojos se suavizaron inmediatamente al ver mi cara. Se acercó con cautela, sus manos levantadas en un gesto de paz.

—¿Estás bien? —preguntó con suavidad, acercándose a la cama. Luego miró los papeles en mis manos, que ahora estaban temblando.

Con manos temblorosas, extendí los papeles hacia Elena, incapaz de encontrar palabras. Ella los tomó, su expresión tornándose en una mezcla de preocupación y sorpresa cuando vio los títulos en negrita en la parte superior de los documentos. Sus ojos se detuvieron en el primero: “Prueba de paternidad”. Luego, sus labios se apretaron en una línea delgada cuando leyó el segundo: “Demanda de divorcio”.

Sentí como las lágrimas se acumulaban en mis ojos mientras Elena estudiaba los papeles. No era necesario que dijera nada; el resultado de la prueba de paternidad de Darian estaba claro. Negativo. Darian no era el padre de mi bebé.

—Oh, Zharia… —murmuró Elena, dejando caer los papeles sobre la cama, su voz llena de compasión.

La realidad se asentó con el peso de una montaña en mi pecho. La prueba de paternidad lo había confirmado; Darian no era el padre de mi hijo. Miré a mi bebé, dormido en la cuna junto a mí, su pequeño pecho subiendo y bajando suavemente. Era un recordatorio ineludible de la verdad que había estado tratando de negar durante todo este tiempo. Un nudo de culpa, miedo y confusión se formó en mi garganta, amenazando con ahogarme.

—¿Qué voy a hacer, Elena? —pregunté finalmente, mi voz apenas un susurro quebrado.

Elena se sentó en el borde de mi cama y tomó mi mano con ternura.

—Vamos a resolver esto, Zharia. Juntas. Pero primero, necesitas descansar y recuperarte. No estás sola en esto, ¿me oyes? —me aseguró, apretando mi mano con más fuerza, sus ojos llenos de una promesa silenciosa de apoyo incondicional.

Asentí, aunque por dentro me sentía como si estuviera cayendo en un abismo sin fin. Darian había pedido el divorcio, y ahora la verdad de la paternidad de mi hijo estaba expuesta. ¿Qué significaba eso para mi futuro? ¿Para el futuro de mi bebé? La única certeza que tenía en ese momento era que nada volvería a ser igual.

Mientras me recostaba en la cama del hospital, los ojos aún húmedos por las lágrimas, mi mente no dejaba de pensar en Eivor. Había desaparecido completamente desde aquella vez en el río, cuando le mentí. Ahora que sabía la verdad sobre el bebé, necesitaba encontrarlo, decirle lo que realmente estaba pasando. Pero él se había marchado, alejándose de mi vida como si nunca hubiera existido.

—Elena —dije, rompiendo el silencio incómodo que se había asentado entre nosotras—, necesito que lo encuentres. Necesito hablar con Eivor. Él… tiene que saber.

Elena asintió, pero su expresión era sombría.

—Lo intentaré, Zharia —me prometió—, pero no va a ser fácil. Eivor se ha ido, nadie sabe a dónde. He preguntado a algunas personas y parece que se ha desvanecido. Como si hubiera querido desaparecer.

Mi corazón se hundió. No podía culparlo. Después de lo que le dije, después de haberle negado lo que probablemente también había sospechado… ¿por qué se quedaría? Pero ahora, más que nunca, necesitaba que volviera. Necesitaba un plan, algo antes de salir del hospital. No podía simplemente regresar a casa de mis padres y enfrentarme a la verdad con ellos. Sabía que sería una deshonra para mi familia, que me juzgarían por haber destruido la unión entre las manadas.

Alaric probablemente me perdonaría, siempre había sido protector conmigo, pero no podría soportar ver la decepción en sus ojos. Tenía que haber otra forma.

—No puedo volver a casa —dije en voz alta, mis pensamientos arremolinándose, formando una idea desesperada—. Y quedarme aquí no es seguro. La manada de Darian… me tratarían como a una paria. Algunos de ellos podrían incluso… —mi voz se apagó, pero Elena sabía lo que quería decir. La rivalidad entre manadas era peligrosa, y mi situación lo había complicado todo.

Elena me miró con una mezcla de tristeza y comprensión. Sabía lo que estaba pensando. Marcharme sería la mejor opción, aunque significara alejarnos.

—Podrías ir a vivir con mi hermana —sugirió Elena después de un momento—. Su manada es la más poderosa del continente. Es un lugar seguro. Nadie te conoce allí, ni a ti ni al bebé. Podrías empezar de nuevo.

Asentí lentamente, masticando la idea. Era una solución. Una forma de evitar el escándalo, de proteger a mi hijo. Y era la única opción que parecía tener sentido.

—¿Crees que aceptaría? —pregunté, mi voz temblorosa.

—No veo por qué no lo haría. De hecho, me debe un par de favores —respondió Elena con una sonrisa tenue—. La llamaré.

Y así, Elena hizo unas cuantas llamadas. No pasó mucho tiempo antes de que su hermana aceptara de buena gana. Parecía emocionada de ayudar, sin saber realmente el drama que había detrás de mi huida.

Agradecí a Elena por todo lo que había hecho, pero también sabía que significaba el fin de nuestra cercanía. Sentí una punzada de tristeza al pensar en separarme de ella. Había sido mi mayor apoyo, mi confidente. Había estado allí cuando nadie más lo había estado.

—Voy a extrañarte, ¿sabes? —dije, mirándola con una mezcla de gratitud y dolor.

—Y yo a ti —respondió, sus ojos también llenos de lágrimas—. Pero sé que esto es lo mejor para ti, para el bebé. Y si alguna vez necesitas algo, cualquier cosa… ya sabes dónde estoy.

Asentí, sabiendo que ella tenía razón. Sabía que mi única opción era marcharme lejos. Lejos de Darian, lejos de mi familia, y ahora también lejos de Elena.

—Prometo que volveré algún día —le dije, aunque no sabía si esa promesa era para ella o para mí misma.

Elena me abrazó y me susurró que todo estaría bien. Pero mientras pensaba en el futuro incierto que me esperaba, no estaba tan segura de eso. Sin embargo, sabía que debía intentarlo. Por mi hijo. Por mí misma.

A partir de ahora, la vida en la manada más poderosa del continente sería mi nueva realidad. Un lugar donde nadie conocía mi nombre, ni los secretos que había estado llevando conmigo todo este tiempo. Allí, tal vez, podría encontrar algo de paz. O, al menos, una oportunidad para empezar de nuevo.

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