La boda

Al día siguiente, Annika llegó a la casa llena de energía, ajena a todo el caos que me rodeaba. Traía algo en las manos, sonriendo de oreja a oreja.

—¡Mira esto! —dijo, extendiéndome una invitación con letras doradas y un lacre impecable—. ¡Es una invitación a la boda de la hermana menor del alfa!

“¿Eivor tiene una hermana?” pensé, sorprendida. Jamás había mencionado a su familia en nuestros momentos juntos. La idea de asistir a una boda en la familia de los alfas me llenó de inquietud, pero Annika estaba tan emocionada que me costaba rechazar la invitación.

—Sé que no quieres estar demasiado involucrada en este tipo de eventos, pero… me dejaron llevar a un acompañante y quiero que seas tú —continuó Annika, con una sonrisa encantadora.

Intenté imaginar lo que sería asistir a esa boda, sabiendo que Eivor estaría allí. No estaba segura de si era lo mejor para mí, ni para él. Pero Annika estaba tan entusiasmada que me convenció. Asentí lentamente, tratando de no mostrar mi duda.

—Está bien, iré contigo —acepté finalmente. La emoción de Annika era contagiosa, aunque en mi corazón no dejaba de latir esa inquietud.

Después de eso, llamé a Sophie, la niñera, y acordamos que cuidaría de Alaric el sábado mientras Annika y yo asistíamos a la boda. Al menos sabía que él estaría en buenas manos.

Más tarde, decidí llamar a Elena, necesitaba desahogarme. Le conté todo: que Eivor había aparecido de repente, que era el alfa de la manada Tempus Novae, la más poderosa del continente. Elena, como era de esperarse, se quedó sin palabras.

—¿El alfa más poderoso de todas las manadas? —dijo sorprendida—. ¡Eso cambia todo, Zharia! Si Eivor es el alfa, tienes que contarle que Alaric es su hijo. ¡Es su heredero!

Suspiré profundamente, sintiendo el peso de esas palabras. Sabía que tenía razón en cierto sentido, pero la rabia y la confusión seguían ardiendo dentro de mí. Después de todo lo que había hecho, después de haberme mentido, no quería compartir nada con él, ni siquiera a nuestro hijo.

—No puedo hacerlo, Elena —respondí, con un tono decidido—. Después de lo que me ocultó, no pienso decirle nada. No se lo merece.

Elena intentó convencerme, pero terminé la conversación con una firmeza que no solía tener. Alaric era mi hijo, y no iba a permitir que Eivor lo apartara de mí, no después de todo lo que había pasado.

Los días siguientes me centré en mi trabajo y, sobre todo, en Alaric. Intentaba no pensar en Eivor, pero era imposible. Una tarde, mientras caminaba por la ciudad, vi a Axel a lo lejos. Estaba hablando con otra persona, pero sentí su mirada sobre mí. No nos acercamos ni intercambiamos palabras, pero su presencia era innegable. Por un momento, me pregunté si debía hablar con él, pero no tenía fuerzas para más confrontaciones.

Así, seguí mi camino, concentrándome en mi bebé y en todo lo que había por venir. La boda se acercaba, y con ella, probablemente, un encuentro inevitable con Eivor. Pero aún no sabía cómo enfrentarme a él… o a mis propios sentimientos.

Cuando llegó el día de la boda, mis nervios estaban a flor de piel. Sentía una tensión en el estómago que me recordaba el día en que me casé con Darian, pero esto era peor. Solo de pensar en la posibilidad de ver a Eivor me hacía flaquear, y eso me molestaba profundamente. Había pasado demasiado tiempo debatiéndome entre sus sombras, y no podía permitirme caer de nuevo en esa espiral.

Sabía que Eivor y yo teníamos un vínculo de compañeros predestinados. Lo sentía cada vez que lo veía, esa atracción innegable, ese lazo invisible que parecía querer decidir mi destino por mí. Pero me repetía una y otra vez que era yo quien tomaba mis decisiones. El vínculo no tenía el poder de gobernar mi vida, al menos no si yo no lo permitía.

Annika estaba emocionada, hablando sin parar mientras llegábamos a la ceremonia. Me aferré a su energía para calmar los nervios, pero no podía evitar que mi mente vagara hacia lo que estaba por venir. Me alisé el vestido por enésima vez, como si eso pudiera darme más control sobre la situación.

Una vez nos acomodamos en nuestros asientos, eché un vistazo alrededor. Vi a Axel sentado al frente, su espalda recta y sus hombros tensos. Aunque nuestras miradas no se cruzaron, sentí su presencia como un recordatorio latente de lo que había sucedido entre nosotros. Pero no vi a Eivor por ningún lado, lo que me dio un breve respiro de alivio.

El novio estaba en el altar, un chico rubio, alto y apuesto, que esperaba con nerviosismo. A su alrededor, la ceremonia comenzaba a tomar forma, pero todo parecía desdibujarse a mi alrededor hasta que vi llegar a la novia. El murmullo de los asistentes llenó el ambiente mientras ella avanzaba con gracia por el pasillo. Pero mi mirada no estaba fija en ella. Fue entonces cuando lo vi.

Eivor.

Era él quien acompañaba a su hermana al altar.

Por eso no lo había visto antes. Estaba ahí, caminando con ella, su expresión solemne y tranquila, como si llevarla fuera lo más natural del mundo. Mi corazón dio un vuelco. Todo en mí se tensó, y no pude apartar la vista. Cada paso que daba, cada segundo que pasaba, sentía que el vínculo entre nosotros se hacía más palpable, casi doloroso.

Intenté apartar la mirada, recordar que esto no tenía que significar nada, que yo era libre de decidir. Pero verlo allí, tan cerca, me desarmó de nuevo.

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