Siempre he sentido que mi destino estaba escrito desde el día en que nací. Como hija del Alfa de los Lobos de la Luna Plateada, cada paso que he dado ha sido guiado por las decisiones de mi padre, incluso la más importante de todas: mi compromiso con Darian, el joven Alfa de la manada aliada, los Lobos del Fuego Eterno. Conocí a Darian desde que éramos niños; nuestros padres, grandes amigos y líderes de sus respectivas manadas, soñaron con esta unión para fortalecer los lazos entre ambas familias.
Y durante muchos años me sentí afortunada. Darian es amable, protector y siempre tiene una sonrisa para mí. Compartimos secretos, nos apoyamos mutuamente, y con el tiempo, lo que comenzó como una amistad floreció en algo más profundo. Al menos, eso creía yo. Pero últimamente, desde la aparición de Eivor, todo ha cambiado. Ha trastocado mi mundo y mis sentimientos de una manera que no puedo entender. ¿Cómo puedo sentirme atraída por alguien que apenas conozco, cuando Darian ha sido mi roca durante tantos años? Esta confusión ha invadido mis pensamientos y me mantiene despierta por las noches, inquieta y perdida. La primera vez que vi a Eivor, sentí como si el mundo se hubiera detenido. Era una noche de luna llena y estaba de patrulla en los límites de nuestro territorio. El viento fresco mecía las hojas de los árboles, y el aroma de los pinos llenaba el aire. De repente, un olor diferente invadió mis sentidos: intenso, salvaje, pero al mismo tiempo, atrayente. Y entonces lo vi, emergiendo de entre las sombras de los árboles. Eivor. Alto, atlético, con el cabello negro como la noche y piel clara que brillaba bajo la luz de la luna. Sus ojos, de un azul eléctrico tan penetrante que parecía atravesar mi alma, se encontraron con los míos, y sentí una sacudida que despertó a mi loba interior, una espléndida criatura de pelaje blanco. Desde ese primer encuentro, no he podido sacarlo de mi mente. Cada vez que cerraba los ojos, veía los suyos mirándome, desnudando cada parte de mí, desarmándome. Intenté convencerme de que solo era una fascinación pasajera, un capricho del destino. Pero mi loba interior sentía otra cosa. Aullaba por él en mis sueños, y su presencia se volvía una constante en mis pensamientos, como un susurro persistente que no podía ignorar. Durante las últimas semanas, Eivor ha aparecido en los lugares más inesperados: en el claro donde suelo entrenar, cerca del lago donde voy a despejar mi mente, incluso en la aldea, entre la multitud. Nunca decía mucho, pero sus miradas intensas y su presencia constante empezaron a despertar en mí sentimientos que nunca antes había experimentado. Traté de ignorarlo, de alejarme, pero era imposible. Cada encuentro con él hacía crecer algo dentro de mí, algo que no podía comprender del todo, pero que era imposible de negar. Una parte de mí luchaba contra esa atracción inexplicable, recordándome mi compromiso con Darian, mis responsabilidades hacia mi manada y mi familia. Pero otra parte, más profunda, más instintiva, me decía que Eivor era algo más. Algo predestinado. Y una noche, en un momento de debilidad, cedí. El vínculo de compañeros predestinados entre Eivor y yo era demasiado fuerte para ignorarlo. Sentir lo que él sentía, esa atracción irresistible mezclada con unas copas de más, acabó llevándonos a ello. Fue solo una vez, un instante fugaz de pasión y deseo descontrolado que compartimos en la oscuridad del bosque, bajo la luna llena. Después de esa noche, traté de olvidar lo que había pasado, de convencernos a ambos de que no significaba nada, que no cambiaría nada. Pero los días se convirtieron en semanas, y empecé a notar los cambios en mi cuerpo. Me di cuenta de que estaba embarazada. Una ola de confusión y miedo me envolvió. No sabía si el hijo que llevaba era de Darian, mi prometido, con quien había estado muchas veces, o de Eivor, con quien solo había tenido aquel único desliz. Quería pensar que era de Darian; después de todo, él era mi futuro esposo, y tenía un deber hacia mi manada y mi familia. Y además, era lo más lógico, ¿verdad? Con Eivor solo había sucedido una vez. Pero la duda permanecía, como una sombra que no podía disipar. Hoy, mientras paseaba por el claro del bosque, sentí la presencia de Eivor antes de verlo. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, anticipando lo inevitable. Y cuando finalmente apareció, tan cerca que casi podía sentir el calor de su cuerpo, mi mente se quedó en blanco. Me giré lentamente, sintiendo una atracción irresistible hacia él. Sus ojos azules se clavaron en los míos, y todo a mi alrededor pareció desvanecerse. Hoy, mientras paseaba por el claro del bosque, sentí su presencia antes de verlo. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, anticipando lo inevitable. Y cuando finalmente apareció, tan cerca que casi podía sentir el calor de su cuerpo, mi mente se quedó en blanco. Me giré lentamente, sintiendo una atracción irresistible hacia él. Sus ojos azules se clavaron en los míos, y todo a mi alrededor pareció desvanecerse. —Zharia… —su voz era baja, profunda, cargada de algo que no podía identificar del todo—. Sé que sientes esto. No podemos seguir ignorándolo. Tragué saliva, mi mente luchando por mantenerse firme. —No sé de qué hablas —murmuré, pero incluso yo pude oír el temblor en mi voz. Eivor dio un paso más, acercándose tanto que nuestras respiraciones casi se mezclaban. Podía ver cada línea de su rostro, cada detalle de esos ojos que me miraban como si pudieran ver todo lo que soy. —No mientas, Zharia —susurró, y su mano se alzó para acariciar mi mejilla con una suavidad que me hizo estremecer—. Lo sientes, igual que yo. Eres mi compañera predestinada. Sus palabras fueron como un rayo cayendo del cielo despejado. Retrocedí, tratando de ordenar mis pensamientos, de luchar contra la verdad que él acababa de decir. —No… no puede ser… —dije en voz baja, sintiendo cómo mi mundo se desmoronaba. Pero algo dentro de mí sabía que él tenía razón. Mi loba interior lo sabía, lo reconocía como su compañero, el otro lado de mi alma. Eivor se acercó más, y por un momento, sentí que iba a perderme en la intensidad de su mirada. Su cercanía me envolvía, su aroma llenaba mis sentidos, mezclándose con el mío en una danza invisible. —No quiero causarte dolor, Zharia —murmuró, su aliento acariciando mi piel—, pero no puedo seguir fingiendo que esto no existe. Nuestro vínculo es real. Lo sientes, igual que yo. Una lágrima solitaria rodó por mi mejilla. No quería aceptar lo que estaba sucediendo. No quería traicionar a Darian, pero mi corazón me decía que algo más estaba en juego aquí. Algo más grande que ambos. —No puedo creerlo… —susurré, y mi voz se quebró bajo el peso de la indecisión. —Déjate guiar por tu instinto —respondió Eivor, sus palabras llenas de una calidez que me reconfortó y asustó al mismo tiempo. Antes de que pudiera responder, escuché un sonido familiar detrás de nosotros. Darian estaba ahí, y no estaba solo. A su lado, con una sonrisa que me heló la sangre, estaba Seraphine, su ex. Había vuelto a la manada recientemente, y aunque intenté no pensar demasiado en ello, no pude evitar notar cómo sus ojos seguían a Darian en todo momento. —Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo Seraphine con un tono de voz venenoso—. Parece que alguien se está divirtiendo sin su prometido. Vi cómo el rostro de Darian se oscurecía, una mezcla de sorpresa y algo más que no pude identificar del todo. Dolor, quizás. Sus ojos pasaron de Eivor a mí, y supe en ese momento que la semilla de la duda había sido plantada. —Darian, no es lo que parece —dije rápidamente, dando un paso hacia él, pero Seraphine se adelantó, interrumpiéndome. —Oh, por favor, Zharia, no mientas. Todos sabemos lo que significa cuando un lobo y una loba están tan cerca. Quizás deberías ser honesta con él. La inseguridad en los ojos de Darian me rompió el corazón. Sin decir una palabra, se giró y se alejó, con la espalda rígida y los puños apretados. Sentí las lágrimas acumulándose en mis ojos, pero me obligué a no dejarlas caer. No podía permitirme mostrar debilidad, no en ese momento. Seraphine me lanzó una última mirada llena de satisfacción antes de seguir a Darian, dejándome sola con Eivor. —Zharia… —comenzó Eivor, dando un paso hacia mí. —No. Esto… esto no puede suceder —le interrumpí, mi voz temblando con la confusión y el dolor—. Tengo un compromiso, una responsabilidad… Y tú… tú solo complicas todo. Me di la vuelta y corrí, dejando a Eivor detrás, mi corazón latiendo dolorosamente en mi pecho. Sabía que debía hacer todo lo posible por salvar mi compromiso con Darian, por el bien de nuestras manadas, por el honor de mi padre… Pero con cada paso que daba, sentía cómo la distancia entre Eivor y yo no hacía más que acercarnos más, como si un hilo invisible me atrajera hacia él.Cuando finalmente llegué a la aldea, busqué a Darian desesperadamente. Lo encontré en la gran sala de reuniones, con los ojos perdidos en el fuego. Me acerqué lentamente, sabiendo que las palabras que tenía que decir no serían fáciles.—Darian… —mi voz era apenas un susurro.Él levantó la vista, y la frialdad en su mirada me golpeó como un puñetazo.—No quiero escuchar excusas, Zharia —dijo con dureza—. Confío en ti. Siempre lo he hecho. Pero lo que vi… —hizo una pausa, y su voz se quebró por un momento—. No puedo ignorarlo.—No es lo que piensas, Darian. Te lo juro. Solo hablábamos…—¿Hablando? —interrumpió Darian, su tono lleno de incredulidad—. ¿De verdad esperas que crea que solo estaban hablando? Zharia, te vi. Vi la forma en que te miraba… y cómo lo mirabas tú.Me acerqué más a él, tratando de mantener la calma, a pesar de que el miedo empezaba a invadir mi pecho.—Darian, te prometo que no hay nada entre Eivor y yo. Apenas lo conozco. Solo… estaba tratando de entender por qué s
A la mañana siguiente, desperté con los primeros rayos del sol filtrándose por la ventana. Sentí el ardor en mis ojos hinchados, señal de que no había dormido mucho. La noche anterior me había dejado agotada, pero no era solo el cansancio físico lo que me pesaba; era el dolor en mi pecho, como si algo se hubiese roto dentro de mí y nunca pudiera arreglarse.Miré a mi alrededor, a la habitación que había compartido con Darian durante tanto tiempo. Cada rincón, cada objeto me hablaba de él, de nosotros. Las promesas susurradas en la oscuridad, las risas compartidas, los silencios llenos de complicidad. Todo eso ahora parecía tan lejano, tan ajeno. No podía quedarme aquí. No cuando cada centímetro de esta casa me recordaba lo que había perdido.Con una respiración temblorosa, me obligué a levantarme. Empecé a recoger mis cosas, intentando mantenerme ocupada para no pensar. Cada objeto que guardaba en mi bolsa era un recordatorio doloroso: las cartas que Darian me había escrito, el collar
Los días que siguieron a mi llegada a la casa de mis padres pasaron de una forma extraña, casi irreal. El tiempo parecía alargarse y encogerse al mismo tiempo, como si estuviera atrapada en una burbuja fuera del mundo. Me despertaba cada mañana esperando sentirme más fuerte, más decidida, pero el peso de lo que había sucedido me perseguía como una sombra que no podía dejar atrás. Estar lejos de Darian era más difícil de lo que había imaginado. A pesar de todo, habíamos crecido juntos; conocía cada uno de sus gestos, sus expresiones, y me costaba creer que esa cercanía se había roto de una manera tan dolorosa. Había momentos en los que la culpa me abrumaba, recordando las acusaciones que nos lanzamos, las palabras llenas de ira y frustración. Pero luego, recordaba que no había sido yo quien había dejado que el veneno de su ex se interpusiera entre nosotros. Darian había elegido no confiar en mí, había permitido que las mentiras y las dudas destruyeran lo que teníamos. Eso me devolvía
El ambiente del baile estaba cargado de una energía festiva, con luces centelleantes y música vibrante que hacía imposible no moverse al compás. Intenté concentrarme en la música, en el ritmo, en las risas de Elena, pero mi mirada seguía volviendo, casi sin querer, hacia un punto en particular. O, mejor dicho, hacia una persona en particular. Eivor. Había intentado no buscarlo en la multitud. Había intentado ignorar ese tirón magnético que siempre parecía llevarme de vuelta a él, como si una fuerza invisible me arrastrara hacia su presencia. Pero ahí estaba él, en un rincón del salón, con su postura relajada, sus ojos de un azul eléctrico que parecían brillar incluso en la penumbra. Y lo peor de todo es que él me estaba mirando también. —¿Por qué no vas a hablar con él? —Elena, que estaba a mi lado, me dio un codazo juguetón—. No puedo dejar de notar que no apartas la vista de ese lobo. —¿De qué hablas? —mentí, intentando sonar despreocupada. Pero no era fácil—. Yo no lo estaba m
Decidí que lo mejor sería enfrentarme a Darian de una vez. No podía seguir evitando la situación, ni dejar que el peso de la culpa me aplastara más. Cuando llegué a nuestro lugar de encuentro, sentí el estómago encogerse de nervios. Darian ya estaba allí, esperándome con una expresión que mezclaba ansiedad y esperanza. —Zharia —dijo apenas me vio, y en su voz noté un temblor de emoción que me hizo sentir aún peor—. He estado pensando mucho… Y quiero que sepas que he decidido confiar en ti. Lo siento mucho por cómo he actuado. Sé que te he hecho daño y estoy arrepentido. Te extraño… más de lo que puedo expresar. Sus palabras me golpearon como un puñetazo al estómago. La culpa que había sentido desde la mañana se intensificó al escuchar su tono, tan genuino, tan lleno de arrepentimiento. Sentí cómo me temblaban las manos, y las lágrimas se acumularon en mis ojos. Todo se enredaba en mi mente: lo que había pasado con Eivor, los recuerdos con Darian, la confusión sobre lo que realmente
En los días que siguieron a mi conversación con Elena, una nueva sensación comenzó a crecer en mi interior. Al principio, fue solo un ligero malestar, un cosquilleo en la base de mi estómago que traté de ignorar. Pensé que era nerviosismo, que la tensión acumulada me estaba pasando factura. Pero pronto las náuseas se hicieron más intensas, y cada mañana me encontraba inclinada sobre el lavabo, intentando no vomitar. No dije nada a nadie, convencida de que se trataba de un simple malestar pasajero, algo normal del embarazo. Después de todo, mi cuerpo estaba agotado de tanto estrés y emociones encontradas. Una noche, mientras estaba en mi habitación, escuché un suave golpe en la ventana. Me acerqué con precaución y vi a Eivor abajo, con una expresión determinada. Sus ojos azul eléctrico brillaban a la luz de la luna. —Zharia —me llamó en un susurro fuerte, lanzando otra piedrecita—. Necesito hablar contigo. Abrí la ventana, pero mantuve mi distancia. —Eivor, no puedo hacer esto
Pasaron algunas semanas y, a pesar de mis intentos por mantener el secreto, mi cuerpo comenzó a traicionarme. La barriguita que tanto me esforzaba en ocultar empezaba a notarse poco a poco. El rumor, como sucede siempre en la manada, no tardó en propagarse. No podía pasar mucho tiempo sin que los demás notaran mi creciente figura, y como la hermana del actual alfa, mi vida siempre había estado bajo la atenta mirada de todos.La noticia de mi embarazo voló rápidamente a través de la manada y no tardó en llegar a los oídos de la manada de Darian. Sabía que no podría esconderme por mucho más tiempo, pero no esperaba que la noticia llegara a Darian tan pronto.Un día, mientras caminaba por los terrenos de la manada, vi a Darian acercarse desde la distancia. Su rostro estaba serio, decidido. Mi corazón se aceleró, y un sudor frío me recorrió la espalda. No había visto a Darian desde la última vez que hablamos, y su repentina aparición me hizo sentir un nudo en el estómago.—Zharia —me llam
Los días siguientes fueron una mezcla de emociones para mí. Extraños y, a la vez, llenos de nostalgia y un cierto alivio que no esperaba sentir. Vivir de nuevo con Darian era como regresar a una época más simple, donde todo parecía seguro y definido. Los días transcurrían con una tranquilidad forzada y una armonía que Darian se esforzaba en mantener. Era atento, me llevaba a comer a restaurantes, se preocupaba por mi bienestar y el del bebé. A veces, incluso lograba hacerme reír, como solía hacerlo cuando éramos más jóvenes. Pero las noches eran diferentes.Cada noche, encontraba una nueva excusa para evitarlo. Las náuseas, que a veces eran reales, se convirtieron en mi mejor aliada. Otras veces, un dolor de cabeza fingido me permitía mantener la distancia. Porque aunque me esforzaba por convencerme de que estaba en el lugar correcto, algo dentro de mí gritaba que mi corazón no era de Darian. Era de Eivor. Pero ni siquiera a mí misma me lo permitía admitir.Una tarde, después de seman