Regreso a casa

A la mañana siguiente, desperté con los primeros rayos del sol filtrándose por la ventana. Sentí el ardor en mis ojos hinchados, señal de que no había dormido mucho. La noche anterior me había dejado agotada, pero no era solo el cansancio físico lo que me pesaba; era el dolor en mi pecho, como si algo se hubiese roto dentro de mí y nunca pudiera arreglarse.

Miré a mi alrededor, a la habitación que había compartido con Darian durante tanto tiempo. Cada rincón, cada objeto me hablaba de él, de nosotros. Las promesas susurradas en la oscuridad, las risas compartidas, los silencios llenos de complicidad. Todo eso ahora parecía tan lejano, tan ajeno. No podía quedarme aquí. No cuando cada centímetro de esta casa me recordaba lo que había perdido.

Con una respiración temblorosa, me obligué a levantarme. Empecé a recoger mis cosas, intentando mantenerme ocupada para no pensar. Cada objeto que guardaba en mi bolsa era un recordatorio doloroso: las cartas que Darian me había escrito, el collar que me regaló durante una luna llena, pequeños recuerdos de una vida que pensé que sería eterna. Sentía que cada prenda que doblaba, cada libro que guardaba, eran como piedras que se acumulaban en mi pecho, haciéndome más difícil respirar.

Finalmente, cuando todo estuvo listo, me quedé un momento mirando la habitación, intentando grabar cada detalle en mi memoria. Sabía que tenía que marcharme. Volver a la casa de mis padres era lo único que podía hacer ahora. No tenía otra opción.

El camino hacia la casa de mis padres, la sede de la manada de los Lobos de la Luna Plateada, fue más largo de lo que recordaba. Cada paso me acercaba más al hogar de mi infancia, pero también al peso de las expectativas de mi familia. Mis padres aún no sabían lo que había pasado. No sabían por qué regresaba sin Darian, por qué mi compromiso estaba en ruinas. Y la idea de tener que enfrentarlos me aterrorizaba.

Cuando finalmente llegué, mi hermano mayor, Alaric, ya me estaba esperando en la entrada. Su rostro estaba serio, como siempre. Como el nuevo Alfa de la manada, había asumido con rigor su papel, cargando con las responsabilidades que antes pertenecían a nuestro padre.

—Zharia, ¿qué ha pasado? —me preguntó sin rodeos, sus ojos buscando los míos. Podía ver la preocupación en su mirada, pero también el peso de su posición, de lo que representaba para la manada.

—Es… complicado, Alaric —susurré, bajando la mirada, sin saber realmente cómo empezar a explicar lo inexplicable.

—Lo que no es complicado es el compromiso que tienes con Darian —interrumpió mi padre, que había salido de la casa al escuchar nuestras voces—. ¿Tienes idea de lo que significa romperlo? Sería una deshonra para nuestra familia, un desastre para la alianza con los Lobos del Fuego Eterno.

Sentí cómo sus palabras me atravesaban como dagas. Sabía lo que significaba el compromiso, pero escuchar a mi padre hablar de deshonra y desastre me hizo sentir aún más pequeña, más indefensa. Quería gritar, decirle que no entendía, que no sabía lo que había pasado realmente, pero las palabras se atoraron en mi garganta.

Mi madre, siempre más comprensiva, se acercó y puso una mano en mi hombro.

—Zharia, cariño, sabemos que esto es difícil para ti, pero debes entender tu responsabilidad. Como hija de un Alfa, tu deber es mantener la paz y el honor de nuestra familia y de nuestra manada —dijo, su voz suave pero firme. Sentí un nudo formarse en mi garganta. Ella no lo decía con dureza, pero sus palabras me hacían sentir igual de culpable.

—No quería que esto pasara —logré decir finalmente, mi voz quebrada por la emoción—. No quería causar problemas. Pero… no puedo explicar lo que sucedió.

Mi padre bufó, claramente frustrado.

—Entonces, debes solucionarlo. Habla con Darian. Haz lo que sea necesario para reparar este compromiso. No hay lugar para el orgullo en esto, Zharia.

Me sentí como si estuviera atrapada entre dos mundos, ninguno de los cuales parecía quererme realmente. Miré a mi hermano, esperando encontrar algún tipo de apoyo.

Alaric se acercó y me tomó de la mano.

—Hermana, sé que esto es duro para ti —dijo con más suavidad que nuestro padre—. Pero tienes que entender que nuestra alianza con los Lobos del Fuego Eterno es crucial. Si hay alguna manera de arreglar esto, tenemos que intentarlo… por el bien de ambas manadas.

Asentí, aunque por dentro me sentía cada vez más perdida. No sabía cómo arreglar las cosas con Darian. No después de lo que había pasado, no después de las palabras hirientes que nos habíamos dicho.

Mientras reflexionaba, escuché una voz que no esperaba.

—Zharia, ¿te gustaría hablar un rato? —Era Elena, la esposa de mi hermano. Apenas la conocía, más allá del día de su boda. Había llegado a nuestra manada desde otro territorio, y desde entonces había permanecido en silencio, en segundo plano, mientras se adaptaba a su nueva vida.

Sorprendida, asentí lentamente. Cualquier distracción era bienvenida en ese momento.

Fuimos a dar un paseo por el bosque que rodeaba la casa, un silencio cómodo entre nosotras. Finalmente, fue Elena quien rompió el silencio.

—Sé que no hemos hablado mucho desde que llegué aquí —dijo con una sonrisa amable—. Pero quiero que sepas que estoy aquí para ti, Zharia. No sé exactamente lo que ha pasado entre tú y Darian, pero puedo ver que te está afectando profundamente.

Sentí mis ojos llenarse de lágrimas una vez más, pero esta vez no traté de contenerlas. Quizás era porque Elena no me juzgaba, no me veía con los mismos ojos críticos que mi padre o incluso mi hermano. Era solo… comprensión.

—No sé qué hacer, Elena —admití, mi voz temblando—. Todo está tan enredado. Mi compromiso con Darian, mi familia… Y ahora Eivor…

Elena me escuchó atentamente, asintiendo de vez en cuando. No me interrumpió, solo dejó que todo fluyera.

—Parece que estás atrapada entre lo que esperas de ti misma y lo que los demás esperan de ti —dijo suavemente cuando terminé de hablar.

—Sí… eso parece —suspiré, sintiendo un poco de alivio al soltar mis sentimientos—. No quiero traicionar a nadie, pero tampoco quiero traicionarme a mí misma.

Elena sonrió, una sonrisa que era tanto consoladora como sabia.

—Entonces, ¿por qué no buscamos una forma de arreglar las cosas sin que tengas que traicionarte a ti misma? —sugirió—. Tal vez podamos pensar en un plan para hablar con Darian, para aclarar las cosas entre ustedes dos.

La miré, sorprendida por su propuesta.

—¿De verdad crees que podríamos arreglarlo? —pregunté, aferrándome a ese pequeño rayo de esperanza.

—No lo sé —respondió Elena con sinceridad—. Pero vale la pena intentarlo, ¿no?

Asentí lentamente. Tenía razón. No podía rendirme aún. No sin intentarlo todo.

Sentí un pequeño rayo de esperanza encenderse en mi interior. Quizás, con un poco de ayuda, podría encontrar una manera de reconciliarme con Darian, de restaurar la paz entre nuestras familias… y tal vez, solo tal vez, encontrar una forma de reconciliar mis propios sentimientos contradictorios.

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