Palabras contenidas

Axel nos miró a ambos, su expresión llena de confusión. Por un instante, parecía que iba a decir algo, pero en su lugar asintió, bajando la cabeza ante su alfa, y se marchó sin mediar palabra. Aun así, no pude evitar notar una chispa de rabia contenida en su mirada dirigida a Eivor. Algo en su forma de irse me dejó intranquila, pero no tuve tiempo de procesarlo del todo.

Cuando Axel desapareció de nuestra vista, sentí a Eivor moverse, como si estuviera a punto de pedirme explicaciones. Pero antes de que pudiera abrir la boca, una ola de furia me recorrió.

—¿Con qué derecho te crees para meterte en mi vida de esta forma? —le espeté, sintiendo mi voz temblar por la ira contenida—. ¿Cómo te atreves a venir aquí, a decir que soy tuya después de haber desaparecido casi un año entero? ¡Un año, Eivor! —Mi pecho subía y bajaba rápidamente, incapaz de controlar la frustración que me ahogaba.

Eivor me miró con su típico semblante serio, intentando no perder la calma.

—Tú me lo pediste —respondió, su voz grave pero contenida—. Fuiste tú quien tomó la decisión de estar con Darian. No podía quedarme, Zharia.

Sus palabras me golpearon. Tenía razón, yo había tomado esa decisión, pero eso no justificaba todo lo demás. Y entonces, algo hizo clic en mi mente, y todo encajó de golpe.

“Si es el alfa, eso significa que es el marido de Liora”, pensé, sintiendo una ola de rabia tan intensa que me nublaba la vista.

—¡Eres un mentiroso! —grité, dando un paso hacia él—. ¡Estabas casado todo este tiempo! —Me temblaba la voz mientras mi corazón se rompía un poco más con cada palabra que pronunciaba—. Estabas casado con Liora cuando estuvimos juntos en los territorios de la manada de los Lobos del Fuego Eterno. ¡Todo fue una mentira!

Eivor intentó acercarse, su mirada desesperada, pero di un paso atrás, alejándome de él.

—No es tan sencillo, Zharia —dijo, levantando las manos en señal de tregua—. Déjame explicarte…

—¡No quiero escucharte! —Lo interrumpí, incapaz de soportar más—. ¡No me importa lo que tengas que decir! No significó nada para ti, ¿verdad? ¡Nada!

Él me miraba con el ceño fruncido, con los labios apretados como si estuviera conteniendo las palabras, pero yo no iba a dejar que hablara. Sentí un torrente de emociones y, sin pensarlo dos veces, me di la vuelta y me marché, dejando a Eivor solo, con sus explicaciones a medio decir.

Caminaba hacia el trabajo, pero con cada paso me sentía más agotada, como si todo lo que había pasado con Eivor me estuviera drenando. Mi cabeza era un caos, llena de pensamientos que se arremolinaban sin control. El dolor, la confusión, la rabia... no podía sacarlos de mi pecho. Al final, me detuve. No podía ir al trabajo así, no podía fingir que todo estaba bien.

Saqué el teléfono, con las manos temblorosas, y llamé a mi jefe. Apenas pude forzar una sonrisa mientras le decía que me sentía enferma. No me gustaba mentir, pero no tenía otra opción. Colgué y suspiré, sintiendo el peso de todo encima de mí.

Me dirigí a la playa, buscando algo de paz. Siempre me había tranquilizado el sonido de las olas, pero hoy no funcionaba. Con cada paso en la arena, el nudo en mi pecho se hacía más grande.

“Y pensar que había querido tanto que Eivor apareciera”, pensé con tristeza, “para poder contarle que Alaric es su hijo…”.

Me detuve y miré al horizonte, sintiendo que la realidad me golpeaba con fuerza. “Pero no. No puedo decirle nada. No ahora. No sabiendo que ha estado casado todo este tiempo. ¿En qué me convierte eso a mí? ¿Y a Alaric?”

El aire frío de la playa no me tranquilizaba, y con cada pensamiento, me sentía más perdida. Había imaginado tantas veces cómo sería reencontrarme con Eivor, contarle sobre nuestro hijo, quizás tener una vida juntos... Pero ahora, todo parecía una mentira. ¿Cómo podría confiar en él? ¿Cómo compartir a Alaric con alguien que me había ocultado algo tan grande?

Inspiré hondo, tratando de calmarme, pero las preguntas seguían ahí, atormentándome. Necesitaba ver a Alaric. Él era lo único claro en medio de todo este caos.

Con ese pensamiento firme, me dirigí a la casa de Annika. Solo mi bebé podía darme la paz que tanto necesitaba.

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