Decisiones y consecuencias

En los días que siguieron a mi conversación con Elena, una nueva sensación comenzó a crecer en mi interior. Al principio, fue solo un ligero malestar, un cosquilleo en la base de mi estómago que traté de ignorar. Pensé que era nerviosismo, que la tensión acumulada me estaba pasando factura. Pero pronto las náuseas se hicieron más intensas, y cada mañana me encontraba inclinada sobre el lavabo, intentando no vomitar.

No dije nada a nadie, convencida de que se trataba de un simple malestar pasajero, algo normal del embarazo. Después de todo, mi cuerpo estaba agotado de tanto estrés y emociones encontradas.

Una noche, mientras estaba en mi habitación, escuché un suave golpe en la ventana. Me acerqué con precaución y vi a Eivor abajo, con una expresión determinada. Sus ojos azul eléctrico brillaban a la luz de la luna.

—Zharia —me llamó en un susurro fuerte, lanzando otra piedrecita—. Necesito hablar contigo.

Abrí la ventana, pero mantuve mi distancia.

—Eivor, no puedo hacer esto ahora —le respondí con voz débil, sintiendo de nuevo esa atracción magnética que me empujaba hacia él.

—Por favor, solo dame unos minutos —insistió.

—No. No quiero hablar con nadie —contesté, cerrando la ventana con suavidad pero firmeza. Podía sentir su frustración y decepción incluso a través del cristal, pero sabía que debía mantenerme firme.

Esa noche, las náuseas volvieron con más fuerza, y me encontré inclinada sobre el inodoro, sintiendo cómo mi cuerpo se rendía.

A la mañana siguiente, apenas había terminado de lavarme la cara cuando Alaric irrumpió en la habitación, su rostro rojo de furia.

—¡Zharia! —gritó, con los ojos encendidos por la rabia—. ¿Sabes lo que ha hecho Darian?

Me quedé paralizada, una sensación de inquietud corriendo por mi espina dorsal.

—¿Qué ha pasado? —logré preguntar, aunque mi voz temblaba.

—Se ha comprometido con Seraphine —escupió las palabras como si fueran veneno—. ¿Cómo pudo hacerlo? ¡Después de todo lo que ha pasado! ¡Es una falta de respeto absoluta hacia nuestra manada y hacia ti!

Sentí que el mundo a mi alrededor comenzaba a girar. La noticia me golpeó como un mazo, y un dolor sordo se instaló en mi pecho. Antes de darme cuenta, la habitación se oscureció y mis piernas cedieron bajo mi peso.

Cuando recuperé la conciencia, estaba en una cama de hospital, con las luces blancas y frías parpadeando sobre mí. Parpadeé lentamente, tratando de recordar qué había pasado. Una mujer de bata blanca, la doctora, se acercó a mí con una expresión seria.

—Zharia, ¿cómo te sientes? —preguntó suavemente.

—Un poco mareada… ¿Qué ha pasado?

—Te desmayaste en casa —explicó—. Hemos hecho algunos exámenes para asegurarnos de que todo esté bien. Y, bueno, hay algo que necesito decirte.

Me quedé mirándola, esperando lo peor.

—¿El bebé está bien?

—Está bien, pero estás débil y cualquier estrés fuerte podría hacer que lo perdieses, Zharia —dijo con calma, observándome atentamente para medir mi reacción.

Mi corazón se detuvo por un instante. Las palabras retumbaron en mi mente, una y otra vez.

—Debo regresar con Darian… —susurré, aunque en mi interior sentí una punzada de duda. Esa noche con Eivor...

La doctora me miró con empatía.

—Solo tú puedes saberlo con certeza, Zharia. Pero quiero que sepas que no estás sola en esto.

Asentí débilmente, sintiendo cómo las lágrimas se acumulaban en mis ojos. Darian estaba ahora con Seraphine, y yo… yo estaba en medio de un torbellino de emociones, sin saber qué hacer. Todo lo que creía haber sabido se había derrumbado en cuestión de semanas. Ahora, más que nunca, necesitaba tiempo para pensar, para decidir cuál sería mi próximo paso en esta complicada historia.

El camino de vuelta a casa transcurrió en un silencio tenso y cargado de emociones. Las calles pasaban borrosas por la ventana del coche mientras mi mente daba vueltas. A mi lado, Alaric mantenía su mirada fija en la carretera, con las manos apretadas sobre el volante. Podía sentir su preocupación, su confusión y, sobre todo, su enfado. Sabía que estaba luchando por mantener la calma, pero también que pronto explotaría.

Finalmente, cuando ya no pudo contenerse más, rompió el silencio.

—¿Qué demonios te pasó, Zharia? —preguntó, su voz baja, pero cargada de tensión—. No entiendo nada. Primero lo de Darian y ahora esto… ¿Desde cuándo estás tan débil?

Sentí un nudo en la garganta, pero sabía que no podía seguir ocultándolo. Me había desmayado frente a él, me había visto vulnerable, más de lo que jamás me había visto. No podía seguir evitando la verdad.

—Alaric, estoy… —empecé a decir, pero las palabras se atoraron en mi garganta.

Él me miró de reojo, su ceño fruncido. Sabía que estaba tratando de descifrar mi expresión, tratando de entender lo que estaba pasando por mi cabeza.

—Estoy embarazada —solté finalmente, mi voz apenas un susurro.

El coche dio un pequeño bandazo cuando Alaric giró bruscamente la cabeza hacia mí, su mirada llena de incredulidad.

—¿Qué? ¿Estás… segura? —preguntó, su voz más suave ahora, pero llena de sorpresa.

Asentí, sintiendo que mis ojos se llenaban de lágrimas.

—Sí, el médico lo confirmó… No quiero que se lo digas a nadie, por favor —le pedí, mi voz temblando—. No estoy lista para enfrentar esto todavía.

Alaric respiró profundamente, como si estuviera procesando la noticia. Finalmente, después de un largo momento, asintió.

—No se lo diré a nadie —dijo en voz baja—. Pero, Zharia, esto cambia las cosas. Darian… él tiene que saberlo. Es su hijo. Él es el alfa de su manada, y ahora tú llevas dentro al futuro heredero.

Me mordí el labio, intentando contener las lágrimas. La idea de tener que enfrentar a Darian, de tener que contarle todo, era demasiado abrumadora. Y, peor aún, la posibilidad de que el bebé no fuera de él… Una posibilidad que me aterrorizaba más de lo que quería admitir.

—Alaric, no puedo… no ahora. Él está comprometido con Seraphine. No puedo simplemente ir y… —las palabras se me escapaban.

—Tiene que hacerse responsable, Zharia. Comprometido o no, este es su hijo —insistió mi hermano, su tono firme.

—¿Y si no lo es? —susurré, casi sin darme cuenta de que lo había dicho en voz alta.

El coche volvió a quedarse en silencio. Alaric me miró fijamente, su expresión confusa.

—¿Cómo que “si no lo es”? —preguntó lentamente, como si no pudiera comprender lo que acababa de escuchar.

Me tragué el nudo en la garganta y desvié la mirada.

—Nada… olvídalo. Solo, por favor, no digas nada a nadie. Ni a papá, ni a mamá… ni siquiera a Elena.

Él suspiró y asintió de nuevo, aunque podía ver que estaba más preocupado que antes.

—Está bien, no diré nada. Pero tienes que pensar en lo que vas a hacer, Zharia. No puedes esconderte para siempre —dijo suavemente.

Asentí, aunque no tenía ni idea de cómo enfrentaría lo que venía. Alaric tenía razón en algo: esto cambiaría todo. Pero lo único que sabía con certeza en ese momento era que estaba más confundida y asustada de lo que jamás había estado en mi vida.

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