Una carita familiar

El parto se alargó durante toda la noche. La luz de la luna se filtraba por las ventanas de la sala, mezclándose con las luces brillantes de los monitores y el frenético movimiento del personal médico. A pesar de las oleadas de dolor, mantuve mis ojos fijos en Darian, que estaba a mi lado, apretando mi mano con fuerza. Sentía la presión de su mano en la mía, pero a medida que las horas pasaban, esa conexión parecía cada vez más distante, como si estuviera en un sueño del que no podía despertar.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, escuché el primer llanto de mi bebé. Pero antes de que pudiera verlo, una oleada de dolor intenso recorrió mi cuerpo. Sentí como si me arrancaran el alma, y todo a mi alrededor comenzó a desvanecerse en una neblina roja. Escuché voces apresuradas, el sonido de máquinas pitando, y luego… la oscuridad.

Cuando abrí los ojos, me encontré en una habitación de hospital. Todo estaba en silencio, salvo el leve pitido del monitor a mi lado. Mi cuerpo se sentía pesado y débil, y un dolor sordo pulsaba en mi abdomen. Miro a mi alrededor, asustada, buscando a mi bebé. Mi mirada se detuvo en la cuna a mi lado, donde una pequeña figura estaba dormida, envuelta en una manta. Justo al lado de la cuna, Elena estaba sentada en una silla, dormida con la cabeza apoyada en su brazo.

No había rastro de Darian.

Intenté levantarme, pero el simple acto de moverme hizo que una oleada de dolor recorriera mi cuerpo, haciendo que una pequeña queja escapara de mis labios. El ruido despertó a Elena, que rápidamente se puso de pie, sus ojos aún llenos de sueño.

—Zharia, no te levantes —me dijo con suavidad pero con firmeza, acercándose rápidamente para evitar que me moviera más—. Tienes que descansar y recuperarte.

—¿Dónde… dónde está Darian? —pregunté con la voz quebrada, mirando alrededor de la habitación con una creciente sensación de ansiedad.

Elena hizo una pausa, evitando mi mirada. —No ha venido —dijo finalmente, su voz llena de pesar—. Pero estoy aquí, y también lo está tu bebé.

Se inclinó y tomó al bebé de la cuna, envolviéndolo cuidadosamente antes de colocarlo en mis brazos. Sentí el peso de mi hijo por primera vez y, a pesar del dolor y la confusión, una calidez llenó mi corazón. Miré a mi bebé, observando su carita suave y sus pequeños dedos que se agitaban levemente. Pero entonces, noté algo que me hizo detenerme. El cabello de mi bebé era negro, un negro profundo como el azabache.

Mi corazón se detuvo. Llevé una mano temblorosa a mi propio cabello, tocando uno de mis mechones platinos. Luego pensé en Darian, en su cabello rubio brillante como el sol. Esto no era posible…

Miré más de cerca a mi hijo, mis ojos recorriendo su pequeño rostro. Sus rasgos… el contorno de su mandíbula, la forma de su nariz. Eran familiares de una manera que me hizo jadear. Eivor. Los rasgos de mi bebé eran los de Eivor.

—Oh, no… —susurré, una ola de comprensión cayendo sobre mí como un balde de agua helada. El miedo y la confusión se mezclaron en mi pecho, mientras el bebé, ajeno a mi angustia, seguía durmiendo pacíficamente en mis brazos.

Elena, al notar mi agitación, se inclinó hacia mí, su rostro lleno de preocupación.

—¿Qué ocurre, Zharia? —preguntó, intentando ver lo que yo veía. Pero yo no podía decírselo. No podía decirle que el hijo que tenía en mis brazos, el bebé que todos creían que era el heredero de la manada de Darian… no era suyo. El hijo que llevaba era de Eivor.

Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies, que todo lo que había intentado construir, todo lo que había tratado de proteger, se desmoronaba en un instante. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo podría afrontar la verdad de esto, la verdad de lo que significaba?

Elena me miró con ojos preocupados. —¿Qué vas a hacer? —preguntó con voz suave, como si supiera que algo importante acababa de cambiar.

Pero yo no tenía respuestas. No sabía qué hacer. Solo sabía que mi vida, una vez más, había cambiado para siempre.

Gracias por la aclaración. Tienes razón, Elena es la esposa de Alaric y, por tanto, la cuñada de Zharia. Vamos a continuar con la historia ajustando ese detalle.

Los días en el hospital se alargaron más de lo que había anticipado. Las complicaciones tras el parto me obligaron a permanecer ingresada bajo la atenta mirada de los médicos. Cada día era una lucha por recuperar fuerzas, pero el agotamiento y el dolor persistían. Mi cuerpo estaba débil, y cada movimiento me recordaba lo cerca que había estado de no sobrevivir.

Alaric, mi hermano, vino a visitarme un par de veces. Estaba más ocupado que de costumbre con los deberes de la manada, especialmente ahora que sabía que yo estaba hospitalizada. Aun así, siempre encontraba tiempo para venir a verme, aunque fuera por un breve momento. En cada visita, me decía que se sentía tranquilo sabiendo que Elena estaba cuidando tan bien de mí.

—No sabes lo mucho que significa para mí que estés aquí, Elena —le dijo en una de esas visitas, agradecido—. Eres más que mi esposa; eres una bendición para nuestra familia. Gracias por cuidar de Zharia.

Elena sonreía con dulzura cada vez que él decía eso, asintiendo con comprensión. Ella era mi cuñada, pero en esos días se había convertido en mi roca, mi mayor apoyo. Se pasaba todos los días en el hospital, llegando temprano por la mañana y quedándose hasta bien entrada la noche. Incluso durante las primeras noches, se quedó a dormir en el sillón incómodo junto a mi cama, asegurándose de que nunca estuviera sola.

Darian, por otro lado, seguía sin aparecer. Los primeros días traté de no pensar demasiado en su ausencia. Supuse que estaría ocupado con asuntos importantes de la manada, especialmente ahora que éramos una familia. Intenté llamarlo un par de veces, pero su móvil no daba señal. Me convencí a mí misma de que habría una explicación lógica. Pero a medida que pasaban los días y la ausencia de Darian se hacía más palpable, una inquietud comenzó a instalarse en mi pecho.

Pero, con un bebé recién nacido que requería toda mi atención, no tuve mucho tiempo para pensar en Darian. Mis días se llenaban de pañales, tomas y aprender a descifrar los llantos de mi hijo. Cada vez que lo miraba, veía los rasgos de Eivor, una verdad ineludible que me atormentaba en silencio.

Cinco días después del parto, mientras estaba sentada en la cama del hospital, alimentando a mi bebé y tratando de mantener a raya mis preocupaciones, la puerta de mi habitación se abrió de golpe. Miré hacia arriba, esperando ver a Elena o a Alaric, pero en su lugar, vi a Seraphine. Su figura se recortaba contra la luz del pasillo, su expresión era una mezcla de satisfacción y algo más oscuro.

Seraphine caminó con pasos lentos y seguros hacia mi cama, una sonrisa venenosa en sus labios. En sus manos, sostenía un fajo de papeles. Sin decir una palabra, se acercó a la cama y, con un gesto brusco, arrojó los papeles sobre mis pies.

—Ahí tienes, Zharia —dijo con una voz gélida, sus ojos brillando con una emoción que no pude descifrar de inmediato—. Pensé que te gustaría ver esto.

Los papeles se deslizaron por la colcha de la cama, esparciéndose por mis piernas. Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras los observaba, una sensación de temor instalándose en mi estómago. ¿Qué demonios estaba pasando?

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