Los días siguientes fueron una mezcla de emociones para mí. Extraños y, a la vez, llenos de nostalgia y un cierto alivio que no esperaba sentir. Vivir de nuevo con Darian era como regresar a una época más simple, donde todo parecía seguro y definido. Los días transcurrían con una tranquilidad forzada y una armonía que Darian se esforzaba en mantener. Era atento, me llevaba a comer a restaurantes, se preocupaba por mi bienestar y el del bebé. A veces, incluso lograba hacerme reír, como solía hacerlo cuando éramos más jóvenes. Pero las noches eran diferentes.
Cada noche, encontraba una nueva excusa para evitarlo. Las náuseas, que a veces eran reales, se convirtieron en mi mejor aliada. Otras veces, un dolor de cabeza fingido me permitía mantener la distancia. Porque aunque me esforzaba por convencerme de que estaba en el lugar correcto, algo dentro de mí gritaba que mi corazón no era de Darian. Era de Eivor. Pero ni siquiera a mí misma me lo permitía admitir. Una tarde, después de semanas de vivir en esa contradicción constante, decidí dar un paseo sola. Necesitaba aire puro, un momento de paz lejos de las miradas curiosas de la manada y del escrutinio silencioso de Darian. Me dirigí al río cercano, un lugar que siempre me había dado consuelo. Caminé despacio, sintiendo el peso de mi vientre abultado y de mis propios pensamientos. Cuando llegué a la orilla, cerré los ojos, dejando que el suave murmullo del agua me calmara. Pero no estaba sola. Lo sentí antes de verlo, una presencia familiar que hizo que mi corazón diera un vuelco. Abrí los ojos y allí estaba él. Eivor. Sus ojos azul eléctrico me miraban con una intensidad que me hizo sentirme expuesta. Intenté no mostrar mi sorpresa, manteniendo las distancias, pero era inútil. Él siempre había sido capaz de ver a través de mí. Se acercó lentamente, su mirada fija en mi vientre. —Zharia —comenzó, con la voz cargada de una emoción contenida—. Necesito saber la verdad. ¿Ese bebé es de Darian… o es mío? Mi respiración se aceleró. No había esperado esta confrontación, no tan pronto, no así. Su pregunta resonó en mi mente como un eco ensordecedor. Eivor dio un paso más cerca, sus ojos buscando los míos. —Si me prometes, sinceramente, que es de Darian, que no hay duda… entonces me iré. Desapareceré de tu vida y de la suya para siempre. El miedo me envolvió, un pánico que me hizo sentir como si el mundo se estuviera desmoronando a mi alrededor. Si decía la verdad, si admitía que no estaba segura de quién era el padre, podría perderlo todo. El compromiso con Darian, la paz entre las manadas… no podía arriesgarme a eso. No podía permitirme ser tan egoísta. A pesar del dolor que me causaba, tomé una decisión. —Es de Darian —mentí, manteniendo mi voz lo más firme posible—. No hay duda. Por un momento, Eivor me miró, buscando alguna señal de que no estaba siendo sincera. Pero cuando no encontró ninguna, su rostro se suavizó, aunque sus ojos reflejaban una profunda tristeza. Asintió lentamente, aceptando mi respuesta. —De acuerdo —dijo en voz baja—. Si eso es lo que quieres, entonces me marcharé. No volveré a molestarte. Lo vi darse la vuelta y alejarse, cada paso que daba parecía pesar más que el anterior. Y aunque había logrado lo que quería, sentí una punzada en el corazón. Una parte de mí quería correr tras él, detenerlo, confesar la verdad. Pero me quedé allí, congelada, viendo cómo Eivor desaparecía entre los árboles, dejando un vacío aún mayor en mi interior. Juré que esa fue la primera vez que sentí una patada del bebé, justo en el momento en que el dolor en mi corazón se intensificaba al ver a Eivor desaparecer entre los árboles. Como si el pequeño ser dentro de mí compartiera mi angustia, su pequeña patada coincidió con el dolor de perder a alguien que no debería significar tanto para mí, pero que inexplicablemente lo hacía. Esa noche apenas pude dormir. Mi mente estaba llena de preguntas, de arrepentimiento y de una tristeza que se negaba a desvanecerse. Darian no regresó hasta entrada la noche, como en otras ocasiones cuando los asuntos de la manada requerían su atención. Me sentía destrozada, sola en la inmensidad de nuestra casa, pero, en el fondo, agradecí que Darian no estuviera allí en ese momento. No estaba lista para enfrentarlo, para fingir que todo estaba bien cuando mi mundo interior se tambaleaba. Los días siguientes fueron una prueba de resistencia. A medida que pasaban, empecé a notar la ausencia de Eivor con más intensidad. No era solo porque no lo veía, sino porque el vínculo que nos unía parecía desvanecerse. Había sido una constante, una presencia latente en el fondo de mi mente que ahora estaba ausente. Era como si Eivor estuviera tan lejos que ni siquiera podía sentir su esencia. Y esa distancia me dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir. Durante las semanas anteriores, siempre había sentido esa conexión, un leve pulso en mi interior que me decía que él estaba cerca, que de algún modo siempre estaba vigilándome, protegiéndome. Pero ahora… ahora sentía un vacío en el lugar donde debería estar su presencia. Intenté concentrarme en otras cosas, distraerme con las tareas diarias y con los cuidados que Darian tan meticulosamente organizaba para mí y para el bebé. Darian estaba siendo el alfa perfecto: atento, protector y siempre dispuesto a hacer lo que fuera necesario para mi comodidad. Me llevaba a restaurantes, me compraba flores y trataba de mantenerme entretenida. Y, aunque me esforzaba por corresponderle, por disfrutar de esos momentos, siempre había un vacío. Una parte de mí que no podía dejar de pensar en Eivor, en lo que había dicho y en la forma en que se había marchado. Cada vez que me encontraba sola, mi mente volvía a esos ojos azul eléctrico, a esa última mirada llena de tristeza. ¿Había hecho lo correcto al mentirle? ¿Era esta la vida que realmente quería para mí y para mi hijo? Sin embargo, a pesar de todos mis esfuerzos por sacarlo de mi mente, la ausencia de Eivor era como una sombra constante. Sabía que había cumplido su palabra, que se había ido, que había dejado de luchar por nosotros. Y eso, de alguna manera, era lo que más dolía. Que hubiera renunciado tan fácilmente, que hubiera aceptado mi mentira sin más preguntas. Con cada día que pasaba, el vacío que sentía se hacía más grande. Me preguntaba si alguna vez lo volvería a ver, si alguna vez tendría la oportunidad de decirle la verdad, de admitir que no estaba segura, que no sabía de quién era el bebé, pero que deseaba que las cosas fueran diferentes. Pero sabía que era imposible. Ahora estaba comprometida con Darian, y mi deber era mantener la paz entre las manadas. Y así, entre la calma superficial de mi nueva vida y el caos de mis emociones, pasaron los días. Intentando encontrar un equilibrio, luchando por aceptar la decisión que había tomado, mientras el vínculo que había sentido con Eivor se desvanecía poco a poco, dejándome más sola de lo que había estado nunca.Pasaron los meses y, poco a poco, me acostumbré a no sentir la presencia de Eivor. Al principio, la ausencia de ese lazo invisible que habíamos compartido fue una herida abierta, una constante sensación de vacío que me acompañaba a todas partes. Pero con el tiempo, aprendí a enterrar esos sentimientos, a ignorar ese dolor latente que aparecía cuando menos lo esperaba. El bebé crecía en mi vientre, y con cada día que pasaba, me sumergía más en la rutina de mi vida con Darian. Él se esmeraba en hacerme sentir cómoda, protegido en su papel de alfa y futuro padre. Pero aunque el mundo alrededor de mí seguía girando, dentro de mí había una quietud dolorosa, una sensación de que algo esencial faltaba.Mi única compañía, aparte de Darian, era Elena. Cuando ella venía a visitarme, su presencia era como un soplo de aire fresco, una bocanada de vida en medio de la sofocante rutina diaria. Nos sentábamos juntas durante horas, hablando de cosas triviales. Elena siempre sabía cómo hacerme sentir m
El parto se alargó durante toda la noche. La luz de la luna se filtraba por las ventanas de la sala, mezclándose con las luces brillantes de los monitores y el frenético movimiento del personal médico. A pesar de las oleadas de dolor, mantuve mis ojos fijos en Darian, que estaba a mi lado, apretando mi mano con fuerza. Sentía la presión de su mano en la mía, pero a medida que las horas pasaban, esa conexión parecía cada vez más distante, como si estuviera en un sueño del que no podía despertar.Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, escuché el primer llanto de mi bebé. Pero antes de que pudiera verlo, una oleada de dolor intenso recorrió mi cuerpo. Sentí como si me arrancaran el alma, y todo a mi alrededor comenzó a desvanecerse en una neblina roja. Escuché voces apresuradas, el sonido de máquinas pitando, y luego… la oscuridad.Cuando abrí los ojos, me encontré en una habitación de hospital. Todo estaba en silencio, salvo el leve pitido del monitor a mi lado. Mi cuerpo
Justo en ese momento, la puerta se abrió nuevamente. Giré la cabeza y vi a Elena entrar con un par de cafés en las manos. Su sonrisa habitual desapareció al instante cuando notó mi expresión de pánico y confusión. Era como si pudiera leer mi mente, entender lo que estaba ocurriendo sin necesidad de palabras. En un instante, dejó los cafés en la mesilla y se dirigió rápidamente hacia Seraphine.—No puedes estar aquí, Seraphine —dijo Elena con firmeza, su voz cargada de autoridad y determinación—. Esto es un hospital, y esta no es forma de comportarse. Necesitas irte, ahora.Seraphine, con su sonrisa burlona todavía en el rostro, intentó ignorar a Elena, dándome una última mirada desafiante.—Oh, por favor, Elena —respondió Seraphine con desdén, girándose hacia ella—. Estoy aquí por derecho propio. Darian me pidió que le entregara esto a Zharia.—No me importa quién te haya enviado. Esta no es manera de manejar las cosas —replicó Elena, su voz endureciéndose aún más—. Fuera. Ahora. Ante
La llegada a los territorios de la manada de los Tempus Novae fue todo un shock para mí. Había oído rumores de la riqueza y el poderío de esta manada, pero nada me había preparado para la ciudad que se extendía ante mis ojos. A diferencia de otras manadas, que se ubicaban en pequeñas aldeas o asentamientos en medio de los bosques, los Tempus Novae habían creado una auténtica metrópolis a pie de playa. Las amplias avenidas estaban flanqueadas por edificios modernos, algunos de los cuales alcanzaban alturas vertiginosas. Los colores vibrantes de los muros y las ventanas reflejaban la luz del sol, creando un espectáculo de destellos y sombras. El sonido del oleaje rompiendo contra la orilla añadía un trasfondo casi musical a la bulliciosa actividad de la ciudad. Cuando bajé del autobús, me quedé fascinada. Nunca había visto algo tan grandioso y a la vez tan hermoso. Casi podía sentir la energía del lugar pulsando a mi alrededor. Un sentimiento de mezcla entre esperanza y miedo se instaló
Axel me guió a través de las calles de la ciudad con una mezcla de cortesía y entusiasmo. Yo llevaba a Alaric en un fular atado al pecho, sintiendo su pequeño cuerpo cálido y seguro contra el mío. A medida que Axel me mostraba los lugares más emblemáticos, iba señalando con interés, explicando la historia detrás de cada rincón.—Este es el mercado central —me dijo, señalando un edificio amplio de piedra con un techo de cristal—. Es uno de los sitios más concurridos de la ciudad, donde la gente viene a comprar productos frescos y disfrutar de la gastronomía local.Asentí, observando cómo las personas se movían con energía dentro del mercado, sus voces creando un bullicio agradable. Me sorprendía lo viva que era la ciudad, tan diferente a cualquier otro lugar que hubiera visto antes.—Y justo más adelante está la plaza del puerto —continuó Axel, caminando a mi lado—. Es el lugar perfecto para ver la puesta de sol. Muchas personas vienen aquí después del trabajo para relajarse y disfruta
Pasaron los meses y todo parecía estar finalmente en su lugar. Mi amistad con Annika había florecido de una manera que nunca esperé. Ella se había convertido en una confidente invaluable, alguien en quien podía confiar por completo. A pesar de la tristeza que había traído mi llegada, me sentía afortunada de tenerla a mi lado. Y Axel… Bueno, las cosas con él también iban bien. Aunque al principio me había mantenido reservada, con el tiempo, su amabilidad y calidez fueron derribando las barreras que había levantado.El pequeño Alaric crecía sano y fuerte, su risa se había vuelto la banda sonora de mi día a día. Sin embargo, sus ojos, esos ojos azul eléctrico tan característicos, me recordaban constantemente a Eivor. Era un recordatorio de lo que había perdido y de lo que aún no sabía. El vacío de su ausencia seguía pesando sobre mí, aunque tratara de no pensar en ello con frecuencia.Pero mientras todo marchaba bien, comencé a sentirme inquieta. Mi vida se centraba completamente en Alar
El resto del día transcurrió sin contratiempos, pero con mi mente enredada en los acontecimientos recientes. Cuando llegué a casa, sentí un alivio enorme al ver a Alaric. Lo levanté en brazos y lo abracé con ganas, como si eso pudiera despejar la confusión que había estado arrastrando desde el beso con Axel.—Se portó muy bien —me dijo Sophie con una sonrisa amable—. Aunque se notaba que en algunos momentos echaba de menos a su mamá.Le agradecí su ayuda. Sophie había demostrado ser una excelente niñera, y su tranquilidad me reconfortaba. Alaric estaba en buenas manos con ella.Por suerte, solo trabajaba media jornada y solo unos días a la semana, lo que me permitía equilibrar el trabajo y estar con mi hijo. El siguiente día fue libre, y lo pasé disfrutando de Alaric y paseando por la ciudad junto a Annika, que también tenía el día libre. Caminamos por el paseo marítimo, charlando mientras el sol doraba las olas a nuestro alrededor.Annika siempre tenía alguna historia interesante que
Cuando desperté, me di cuenta de que Axel ya no estaba en mi cama. Me incorporé lentamente, y una suave sonrisa apareció en mis labios al recordar la noche anterior. El calor de su cuerpo aún parecía estar presente, aunque la cama ahora se sentía fría y vacía. Con una ligera sacudida de la cabeza, intenté apartar esos pensamientos y me levanté para buscar a Alaric.Al salir de mi habitación, me encontré con Annika jugando con él en la sala. El pequeño Alaric reía, feliz, mientras ella hacía pequeñas muecas y le hablaba con dulzura. Al notar mi presencia, Annika levantó la vista y me sonrió.—Estabas tan agotada que decidí dejarte dormir un poco más —dijo con naturalidad—. Espero que no te importe, quería pasar tiempo con mi sobrino.Aunque no era realmente su sobrino, ella había decidido llamarlo así hacia algunos meses, y a mí me había parecido muy bonito.Le agradecí sinceramente, aliviada por poder disfrutar de ese momento tranquilo. Me acerqué a ellos y me senté en el suelo junto