Los días que siguieron a mi llegada a la casa de mis padres pasaron de una forma extraña, casi irreal. El tiempo parecía alargarse y encogerse al mismo tiempo, como si estuviera atrapada en una burbuja fuera del mundo. Me despertaba cada mañana esperando sentirme más fuerte, más decidida, pero el peso de lo que había sucedido me perseguía como una sombra que no podía dejar atrás.
Estar lejos de Darian era más difícil de lo que había imaginado. A pesar de todo, habíamos crecido juntos; conocía cada uno de sus gestos, sus expresiones, y me costaba creer que esa cercanía se había roto de una manera tan dolorosa. Había momentos en los que la culpa me abrumaba, recordando las acusaciones que nos lanzamos, las palabras llenas de ira y frustración. Pero luego, recordaba que no había sido yo quien había dejado que el veneno de su ex se interpusiera entre nosotros. Darian había elegido no confiar en mí, había permitido que las mentiras y las dudas destruyeran lo que teníamos. Eso me devolvía un poco de la firmeza que necesitaba para seguir adelante. Aun así, por más que intentara concentrarme en mis decisiones y en mis razones, había algo que no podía sacarme de la cabeza: Eivor. Me sorprendía pensando en él durante los momentos más inoportunos. Me encontraba preguntándome qué estaría haciendo, cómo estaría pasando sus días ahora que no podía verme. Era absurdo, lo sabía. Pero los pensamientos aparecían sin ser invitados, su imagen flotando en mi mente como una sombra persistente. Elena se convirtió en mi refugio durante esos días inciertos. Ella era la única que parecía comprenderme sin juzgarme, que sabía cuándo presionarme para que hablara y cuándo dejarme en paz para procesar mis emociones. Cada día, encontrábamos un momento para charlar, para compartir pensamientos y sentimientos que no me atrevía a revelar a nadie más. Su presencia era como un bálsamo para mi alma herida, y comencé a sentir que había encontrado en ella a la hermana que nunca tuve. Nos sentábamos juntas bajo el viejo roble en el jardín, trazando planes y posibles soluciones para mi situación, siempre con la esperanza de que hubiera una salida que no significara perderme a mí misma en el proceso. —Tienes que dejar de atormentarte por lo que pasó —me dijo un día, con su voz suave pero firme—. A veces, las cosas simplemente no salen como esperamos, pero eso no significa que todo esté perdido. Sus palabras me daban un respiro, un alivio temporal a la carga que llevaba. Seguíamos tramando ideas, buscando la mejor manera de abordar la situación con Darian sin causar más daño del que ya se había hecho. Una tarde, mientras estábamos sentadas en el jardín, Elena me sorprendió con una propuesta inesperada. —He oído que hay un baile esta noche en la ciudad —dijo con una sonrisa cómplice—. ¿Qué dices? Podríamos ir y olvidarnos de todo esto por un rato. La idea me tomó por sorpresa. No había pensado en salir, en intentar distraerme de esa manera, pero la chispa en los ojos de Elena me convenció. —No estoy segura de si es una buena idea… —comencé a decir, pero ella me interrumpió. —Vamos, Zharia. Necesitas divertirte un poco. Solo por una noche, deja que el mundo espere. Su entusiasmo era contagioso, y finalmente, cedí. Necesitaba un respiro, un momento para ser solo yo, sin las presiones de la manada o de mi familia pesando sobre mis hombros. Nos preparamos juntas, riendo y compartiendo historias. Elena me ayudó a elegir un vestido verde que resaltaba mis ojos, y me animó mientras me arreglaba el cabello. Me sentía nerviosa, pero a la vez emocionada. Era la primera vez en mucho tiempo que hacía algo por mí misma, algo que no tenía nada que ver con mis responsabilidades o con mi compromiso roto. El baile estaba en pleno apogeo cuando llegamos. Las luces brillaban sobre la pista de baile, y la música resonaba en el aire, vibrante y animada. Por un momento, me sentí como una adolescente otra vez, llena de expectativas y sueños. Elena me tomó de la mano y me arrastró hacia la pista, riendo mientras bailábamos y nos dejábamos llevar por la música. El ritmo me envolvía, y por primera vez en días, sentí que podía respirar de nuevo. Bebimos, reímos y bailamos hasta que perdí la noción del tiempo. Me sentía viva, ligera, como si todo el peso que había estado cargando se hubiera desvanecido por un rato. Pero entonces, en medio de la multitud, mis ojos se encontraron con un par de ojos azul eléctrico que reconocí al instante. Me detuve en seco, mi corazón saltando en mi pecho. Era Eivor. Estaba allí, en el borde de la pista, observándome con esa misma intensidad que había visto en sus ojos la última vez que nos encontramos. Mi mente se quedó en blanco, mi respiración atrapada en mi garganta. No sabía qué hacer, si acercarme o dar media vuelta y huir. Había intentado sacarlo de mis pensamientos durante días, y ahora, aquí estaba él, tan real y presente como siempre. —Zharia… —susurró Elena, notando mi reacción. Seguía su mirada, sus ojos se encontraron con los de Eivor, y luego volvió a mí, una pequeña sonrisa en sus labios—. Bueno, parece que la noche acaba de ponerse más interesante. No pude evitar sonreír, a pesar del torbellino de emociones que sentía. Tal vez tenía razón. Tal vez esta noche sería más interesante de lo que había imaginado.El ambiente del baile estaba cargado de una energía festiva, con luces centelleantes y música vibrante que hacía imposible no moverse al compás. Intenté concentrarme en la música, en el ritmo, en las risas de Elena, pero mi mirada seguía volviendo, casi sin querer, hacia un punto en particular. O, mejor dicho, hacia una persona en particular. Eivor. Había intentado no buscarlo en la multitud. Había intentado ignorar ese tirón magnético que siempre parecía llevarme de vuelta a él, como si una fuerza invisible me arrastrara hacia su presencia. Pero ahí estaba él, en un rincón del salón, con su postura relajada, sus ojos de un azul eléctrico que parecían brillar incluso en la penumbra. Y lo peor de todo es que él me estaba mirando también. —¿Por qué no vas a hablar con él? —Elena, que estaba a mi lado, me dio un codazo juguetón—. No puedo dejar de notar que no apartas la vista de ese lobo. —¿De qué hablas? —mentí, intentando sonar despreocupada. Pero no era fácil—. Yo no lo estaba m
Decidí que lo mejor sería enfrentarme a Darian de una vez. No podía seguir evitando la situación, ni dejar que el peso de la culpa me aplastara más. Cuando llegué a nuestro lugar de encuentro, sentí el estómago encogerse de nervios. Darian ya estaba allí, esperándome con una expresión que mezclaba ansiedad y esperanza. —Zharia —dijo apenas me vio, y en su voz noté un temblor de emoción que me hizo sentir aún peor—. He estado pensando mucho… Y quiero que sepas que he decidido confiar en ti. Lo siento mucho por cómo he actuado. Sé que te he hecho daño y estoy arrepentido. Te extraño… más de lo que puedo expresar. Sus palabras me golpearon como un puñetazo al estómago. La culpa que había sentido desde la mañana se intensificó al escuchar su tono, tan genuino, tan lleno de arrepentimiento. Sentí cómo me temblaban las manos, y las lágrimas se acumularon en mis ojos. Todo se enredaba en mi mente: lo que había pasado con Eivor, los recuerdos con Darian, la confusión sobre lo que realmente
En los días que siguieron a mi conversación con Elena, una nueva sensación comenzó a crecer en mi interior. Al principio, fue solo un ligero malestar, un cosquilleo en la base de mi estómago que traté de ignorar. Pensé que era nerviosismo, que la tensión acumulada me estaba pasando factura. Pero pronto las náuseas se hicieron más intensas, y cada mañana me encontraba inclinada sobre el lavabo, intentando no vomitar. No dije nada a nadie, convencida de que se trataba de un simple malestar pasajero, algo normal del embarazo. Después de todo, mi cuerpo estaba agotado de tanto estrés y emociones encontradas. Una noche, mientras estaba en mi habitación, escuché un suave golpe en la ventana. Me acerqué con precaución y vi a Eivor abajo, con una expresión determinada. Sus ojos azul eléctrico brillaban a la luz de la luna. —Zharia —me llamó en un susurro fuerte, lanzando otra piedrecita—. Necesito hablar contigo. Abrí la ventana, pero mantuve mi distancia. —Eivor, no puedo hacer esto
Pasaron algunas semanas y, a pesar de mis intentos por mantener el secreto, mi cuerpo comenzó a traicionarme. La barriguita que tanto me esforzaba en ocultar empezaba a notarse poco a poco. El rumor, como sucede siempre en la manada, no tardó en propagarse. No podía pasar mucho tiempo sin que los demás notaran mi creciente figura, y como la hermana del actual alfa, mi vida siempre había estado bajo la atenta mirada de todos.La noticia de mi embarazo voló rápidamente a través de la manada y no tardó en llegar a los oídos de la manada de Darian. Sabía que no podría esconderme por mucho más tiempo, pero no esperaba que la noticia llegara a Darian tan pronto.Un día, mientras caminaba por los terrenos de la manada, vi a Darian acercarse desde la distancia. Su rostro estaba serio, decidido. Mi corazón se aceleró, y un sudor frío me recorrió la espalda. No había visto a Darian desde la última vez que hablamos, y su repentina aparición me hizo sentir un nudo en el estómago.—Zharia —me llam
Los días siguientes fueron una mezcla de emociones para mí. Extraños y, a la vez, llenos de nostalgia y un cierto alivio que no esperaba sentir. Vivir de nuevo con Darian era como regresar a una época más simple, donde todo parecía seguro y definido. Los días transcurrían con una tranquilidad forzada y una armonía que Darian se esforzaba en mantener. Era atento, me llevaba a comer a restaurantes, se preocupaba por mi bienestar y el del bebé. A veces, incluso lograba hacerme reír, como solía hacerlo cuando éramos más jóvenes. Pero las noches eran diferentes.Cada noche, encontraba una nueva excusa para evitarlo. Las náuseas, que a veces eran reales, se convirtieron en mi mejor aliada. Otras veces, un dolor de cabeza fingido me permitía mantener la distancia. Porque aunque me esforzaba por convencerme de que estaba en el lugar correcto, algo dentro de mí gritaba que mi corazón no era de Darian. Era de Eivor. Pero ni siquiera a mí misma me lo permitía admitir.Una tarde, después de seman
Pasaron los meses y, poco a poco, me acostumbré a no sentir la presencia de Eivor. Al principio, la ausencia de ese lazo invisible que habíamos compartido fue una herida abierta, una constante sensación de vacío que me acompañaba a todas partes. Pero con el tiempo, aprendí a enterrar esos sentimientos, a ignorar ese dolor latente que aparecía cuando menos lo esperaba. El bebé crecía en mi vientre, y con cada día que pasaba, me sumergía más en la rutina de mi vida con Darian. Él se esmeraba en hacerme sentir cómoda, protegido en su papel de alfa y futuro padre. Pero aunque el mundo alrededor de mí seguía girando, dentro de mí había una quietud dolorosa, una sensación de que algo esencial faltaba.Mi única compañía, aparte de Darian, era Elena. Cuando ella venía a visitarme, su presencia era como un soplo de aire fresco, una bocanada de vida en medio de la sofocante rutina diaria. Nos sentábamos juntas durante horas, hablando de cosas triviales. Elena siempre sabía cómo hacerme sentir m
El parto se alargó durante toda la noche. La luz de la luna se filtraba por las ventanas de la sala, mezclándose con las luces brillantes de los monitores y el frenético movimiento del personal médico. A pesar de las oleadas de dolor, mantuve mis ojos fijos en Darian, que estaba a mi lado, apretando mi mano con fuerza. Sentía la presión de su mano en la mía, pero a medida que las horas pasaban, esa conexión parecía cada vez más distante, como si estuviera en un sueño del que no podía despertar.Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, escuché el primer llanto de mi bebé. Pero antes de que pudiera verlo, una oleada de dolor intenso recorrió mi cuerpo. Sentí como si me arrancaran el alma, y todo a mi alrededor comenzó a desvanecerse en una neblina roja. Escuché voces apresuradas, el sonido de máquinas pitando, y luego… la oscuridad.Cuando abrí los ojos, me encontré en una habitación de hospital. Todo estaba en silencio, salvo el leve pitido del monitor a mi lado. Mi cuerpo
Justo en ese momento, la puerta se abrió nuevamente. Giré la cabeza y vi a Elena entrar con un par de cafés en las manos. Su sonrisa habitual desapareció al instante cuando notó mi expresión de pánico y confusión. Era como si pudiera leer mi mente, entender lo que estaba ocurriendo sin necesidad de palabras. En un instante, dejó los cafés en la mesilla y se dirigió rápidamente hacia Seraphine.—No puedes estar aquí, Seraphine —dijo Elena con firmeza, su voz cargada de autoridad y determinación—. Esto es un hospital, y esta no es forma de comportarse. Necesitas irte, ahora.Seraphine, con su sonrisa burlona todavía en el rostro, intentó ignorar a Elena, dándome una última mirada desafiante.—Oh, por favor, Elena —respondió Seraphine con desdén, girándose hacia ella—. Estoy aquí por derecho propio. Darian me pidió que le entregara esto a Zharia.—No me importa quién te haya enviado. Esta no es manera de manejar las cosas —replicó Elena, su voz endureciéndose aún más—. Fuera. Ahora. Ante