Su padrastro quería deshacerse de ella y la vendió al mejor postor, él un hombre obseso que ha fantaseado con ella por meses al fin pudo tenerla en sus mano. Ella no es feliz, ya no le importa nada mas que proteger a su hija, pero todo cambia cuando el mejor amigo de su captor se empieza a interesarse por ella despertando sus ganas de vivir, algo nuevo empieza a florecer entre los dos, y ese nuevo sentimiento puede llevarlos a la gloria o las ruinas.
Leer másDos años habían pasado desde aquella noche en que Dasha aceptó salir a cenar con Iván. Dos años llenos de pequeños avances, de momentos compartidos y de una confianza que había ido creciendo poco a poco. Dasha había logrado mucho en ese tiempo: estaba a punto de terminar su segundo año en la universidad, había hecho amistades nuevas y, sobre todo, había aprendido a abrir su corazón, aunque fuera con pasos tímidos.Iván había sido una constante en su vida, siempre paciente, siempre atento. Nunca había forzado nada, y eso había permitido que, con el tiempo, la relación entre ellos se convirtiera en algo sólido, aunque aún no del todo definido. Megan, por su parte, lo adoraba. Para ella, Iván no era solo el vecino amable que siempre estaba dispuesto a jugar o a llevarlas a tomar helado; se había convertido en alguien más, alguien especial.Ahora, el cumpleaños de Dasha estaba a la vuelta de la esquina, y Iván había decidido que era el momento de dar un paso más. No quería precipitarse,
Dasha llevaba una rutina estricta y bien organizada. Hacia poco su hermana y madre se habían cambiando a departamento distintos. Ella en la mañana, tomaba de la mano a Megan, y la llevaba al colegio. Luego regresaba a casa, se dedicaba a sus clases de ruso, a sus sesiones de terapia psicológica, y a las tareas del hogar. Por la tarde, volvía a recoger a Megan, y ambas compartían el resto del día entre juegos, cuentos y las pequeñas obligaciones que una vida tranquila exigía. Había hecho progresos importantes. Por fin se sentía lo suficientemente segura con el idioma ruso como para dar un paso que había postergado durante años: inscribirse en la universidad. Era un sueño que había tenido desde mucho antes de mudarse a Rusia, pero la barrera del idioma, sumada a los eventos traumáticos de su pasado, había hecho que lo dejara de lado. Su familia y su círculo cercano, especialmente Iván, la habían animado a intentarlo. Iván era un vecino que se había convertido en un apoyo constante p
Después de unos minutos, se pusieron de pie y retomaron el camino a casa. Megan, aunque más tranquila, no tardó en recuperar su entusiasmo y comenzó a contarle sobre los juegos que había aprendido en la escuela. Dasha la escuchaba, respondiendo con pequeñas sonrisas y asentimientos, mientras en su mente juraba que haría todo lo necesario para mantenerla a salvo y feliz, sin importar lo que costara. Dasha y Megan acababan de regresar del colegio, caminando juntas hacia el edificio donde vivían. El primer día de clases de Megan había sido una mezcla de emoción y nervios, pero parecía haber salido bien. La niña sujetaba firmemente la mano de su madre mientras hablaba sin parar, describiendo con entusiasmo a su maestra, sus nuevos compañeros y todo lo que había aprendido. —¡Mamá! ¿Sabías que mi maestra se llama Elena y que tiene un gatito blanco? Dice que se llama Luna, como la luna del cielo. ¿Podemos tener un gatito también? Dasha sonrió, aunque había un cansancio en sus ojos. —V
El aire frío de San Petersburgo golpeaba con suavidad el rostro de Madison mientras caminaba de la mano de Lucía, mejor dicho: Megan. quien no paraba de contarle con entusiasmo los detalles de su primer día de clases. La niña saltaba de un lado a otro, arrastrando un poco a su madre, quien intentaba mantener el ritmo. Madison, o “Dasha” como era conocida ahora, mantenía su mirada fija en el camino, sus pensamientos divididos entre el presente y las palabras de Megan que resonaban como un eco cálido en medio de su tensión constante. —¡Y mamá! —exclamó Lucía con los ojos brillando de emoción—. Mi amiga nueva se llama Alina, y tiene un gatito que se llama Misha. Me dijo que un día me va a invitar a su casa para verlo. ¿Tú crees que podamos ir? ¡Quiero conocerlo! Dasha sonrió, aunque su mente estaba alerta a cada movimiento a su alrededor. Apretó un poco la mano de su hija, más por necesidad de asegurarse de que estaba allí que por otra cosa. —Claro que sí, mi amor. Si su mamá nos invi
La mañana en San Petersburgo amaneció gris, como si el cielo mismo entendiera la mezcla de emociones que agitaban el corazón de Madison. Era un día importante, uno que había imaginado en innumerables noches solitarias mientras estaba cautiva. En aquel entonces, pensar en este momento —en ver a su hija entrar al colegio por primera vez— era lo único que le daba fuerzas para resistir. Ahora, tres años y medio después, ese día había llegado, pero la emoción de verlo hecho realidad estaba teñida de un temor profundo que no podía evitar. El pequeño apartamento en el que vivía con su madre, sus dos hermanas y los sobrinos estaba lleno de movimiento desde temprano. Su hija, Lucía, de cinco años, saltaba de un lado a otro con una energía desbordante. —Su cabello rubio estaba oculto bajo un tono chocolate oscuro, el cual Madison había teñido al igual que el suyo en una búsqueda cambiar un poco su apariencia y enterrar su pasado, como si ese hecho las hiciera otra persona—Lucía tenía el pelo r
En la celda de VíctorLa celda era pequeña, oscura y olía a humedad y desesperación. Víctor se encontraba acurrucado en un rincón, sus brazos rodeando sus piernas como si eso pudiera protegerlo del frío que sentía en los huesos. Su rostro estaba hinchado por los golpes, y un hilo de sangre seca marcaba una línea desde su ceja hasta su mandíbula. Llevaba días sin comer; cada intento de acercarse al comedor terminaba con otro preso arrebatándole la bandeja, riendo mientras lo humillaban.Víctor, que había pasado años siendo el amo y señor del destino de otros, ahora estaba completamente despojado de poder. En el infierno de la cárcel, los verdugos como él no tenían lugar, habían rumores de que había abusado de su hija y aunque había intentado negarlo, fue inútil y eso lo hacía ser el blanco de todos. Había sido golpeado, escupido, insultado, y su dignidad había sido pisoteada una y otra vez.Esa tarde, mientras el eco de risas crueles resonaba en los pasillos, un guardia se acercó a la
La noche había sido interminable para Madison. Los pensamientos giraban en su mente como un remolino imparable: su padre, el juicio, Lucía, y ahora la propuesta de empezar una nueva vida lejos de todo lo que conocía. No había dormido ni un instante. Estaba agotada, pero el sueño no venía; la decisión que debía tomar pesaba demasiado.Cuando el primer rayo de sol entró por la ventana, se levantó de la cama. Lucía dormía profundamente en la cuna improvisada que habían colocado en el cuarto. Por un momento, Madison la observó, sintiendo cómo una mezcla de amor y dolor le llenaba el pecho. Todo lo que hacía ahora era por ella, para que tuviera una vida mejor, lejos de las sombras del pasado.Cuando bajó al comedor, el ambiente era tranquilo, casi artificialmente calmado. Su madre, y sus hermanas ya habían desayunado, pero seguían sentadas a la mesa con tazas de café entre las manos. El televisor, que normalmente estaría encendido con algún programa matutino, estaba apagado.Clara levantó
La noche había caído por completo, cubriendo la casa de Madison con un manto de tranquilidad engañosa. Afuera, los oficiales vigilaban atentos, sus siluetas moviéndose bajo las luces de los reflectores instalados en los bordes del jardín. Dentro, Madison permanecía sentada en el sofá, con la mirada perdida en el vacío. El día había sido una batalla agotadora, y las palabras de los periodistas todavía resonaban en su mente como ecos crueles. El sonido de un auto acercándose rompió el silencio, haciéndola sobresaltarse. Uno de los escoltas asomó la cabeza por la puerta del salón, con una expresión de cautela en el rostro. Marco no iba en calidad de autoridad sino que quería ir como padre y si ella le quería recibir pues que le recibiera y sino, lo volvería a intentar otro día.—Señorita, hay alguien que quiere verla —dijo el hombre. Madison frunció el ceño, la desconfianza creciendo en su interior. —¿Quién es? —preguntó con la voz apenas audible. —Dice ser el juez que llevó su
El trayecto fue largo y silencioso, roto solo por las voces de los oficiales hablando en voz baja sobre la logística de su traslado. Madison apenas escuchaba; su mente estaba atrapada en un torbellino de emociones. Las preguntas de los periodistas seguían resonando en su cabeza, como ecos crueles que no podía ahogar."¿La niña te recuerda a él?""¿Es una carga?""¿Piensas mantenerla contigo?"Las lágrimas brotaron de nuevo, y esta vez ni siquiera trató de detenerlas. Se llevó una mano a los labios, intentando reprimir los sollozos, pero el dolor era demasiado profundo. Los ojos de su hija aparecieron en su mente: grandes, inocentes, tan llenos de vida. Era una niña que no tenía culpa de nada, y sin embargo, cada vez que la miraba, era como ver los ojos de Víctor de un azul intenso. Aún así eso no le impedía amarla. —Ya casi llegamos, señorita —anunció el conductor, su voz cortando el silencio del coche.Madison levantó la mirada y vio que se alejaban de la ciudad. Las calles bullicio