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Capítulo cinco: Interés

 

José

 

 

Seguí a Madisson cuando se incorporó con Lucía y no pude contener una pequeña risa ante su cara inusual. Es realmente atractiva cuándo se sonroja.

No la culpo por repeler el hecho de querer hablarme de ella, yo en su situación estaría igual, tampoco puedo exigirle que confíe en mi de la noche a la mañana, pero si pretendo ganarme su confianza.

—¿Segura que por ahí hay mandarinas? —tanteo siguiéndole los pasos.

Ella se detiene dudosa y miró hacia atrás.

—No lo sé. De hecho si me dejaras aquí me perdería, no sabría ni llegar a casa. Pero quiero caminar, quiero ver cosas diferentes, ¿Sabes hacia cuanto no caminaba libremente?, no tienes ni idea.

—Claro, podemos caminar cuanto quieras…

Ella iba delante y yo prefería ir detrás, me gustaba ver como se movía a su estilo, a donde quería sin cohibiciones, parecía tan feliz.

Empezamos a caminar, hablar de cosas triviales y para nuestra suerte encontramos una fila extensa de árboles  de mandarinas.

Jugamos con Lucía, al principio no quería participar prefería observarlas, luego, acepté hacerlo y lo cierto es que me divertí mucho.

Volvimos a donde tenía la manta de picnic: comimos, hablamos y luego volvimos a la segunda rancha de correr y jugar.

Caminamos tanto que Lucía se quedó dormida, nos alejamos mucho y tuvimos que turnarnos para cargarla de regreso. Estoy sorprendido con lo habladora que es Madisson, siempre la visualizaba tan callada, de hecho apenas había escuchado su voz un par de veces. Y la primera vez que la vi no pude evitar sentir una latente curiosidad por la chica de ojos plata. Así la llamé por un tiempo hasta que supe que su nombre era Madisson.

El sol ha comenzado a descender procurando ocultarse y no puedo creer lo rápido que pasa el tiempo cuando algo es de mi agrado.

—Está empezando a ocultarse el sol —comenta Madisson y se detiene a mirar al horizonte que nos da de frente—. Es un atardecer precioso…

Habla anonadada, y yo sigo mirándola a ella totalmente embelesado con lo hermoso que luce su rostro ante los rayos anaranjados.  

Me descubre mirándola y no parece molestarle el hecho.

—¿Qué? —susurra.

Me encojo de hombros.

—Me gusta mirarte —confieso.

Disuado un amago de sonrisa  jugando en la comisura de sus labios, pero no estoy seguro.

Se hace un silencio consentido en el que nos lanzamos miradas furtivas cada tanto, como si quisiéramos decirnos algo. O quizás solo nos gusta observarnos.

—No quiero irme, pero… Vamos a regresar antes de que nos caiga la noche —comento.

Ella asiente y continuamos la marcha hasta llegar a la zona donde dejamos la cesta. Madisson se pone el calzado y recoge todo lo que había traído, incluyendo la manta, la deja a un lado y se acerca a cargar a Lucía.

Recojo la manta que ella a envuelto y ambos hacemos el mismo trayecto que recorremos para llegar. Subimos al carrito de golf y conduzco en silencio de regreso a casa de Víctor.

Cuando llegamos ya está mas oscuro y Lucía se despierta, parece tener hambre y se pone a llorar, Rosefina asoma la cabeza y se preocupa por ayudar a Madisson a calmar a la niña. Hablan entre ellas y finalmente Rosefina se lleva a la niña para darle algo de comer.

Madisson y yo nos quedamos solos en la entrada de la puerta, ella parece esperar que yo entre, pero la verdad es que tengo que irme. Tengo que pasar por el invernadero y asesorarme de que las cosas hayan ido bien hoy por ahí, no fui a trabajar y al menos me quedo tranquilo echándole el ojo.

—¿No entras? —me pregunta.

—No. Tengo que resolver unos asuntos y no quiero que se haga mas oscuro —le explico.

—Rosefina, está dándole de comer a Lucía en cuanto termine puedes llevártela sé que…

—¿Qué tal si pasa la noche contigo?

—¿Eh? —su cara cambia y asiente en automático—. Sí, claro, seria increíble, es… Dios… ¿en serio?, Quiero decir gracias.

Sonrío ante su balbuceo.

—Víctor no vendrá hasta el jueves así que no tiene por qué enterarse —resalto—. Lo que si tengo es que cerrar la puerta con llave.

Ella está tan sorprendida que se queda estática.

Me acerco a su mejilla y me inclino con cuidado dejando un beso cauto en su piel.

—Hasta mañana —le susurro suave.

La escucho murmurar un: hasta luego, bastante bajo.

—Que pases buenas noches —añado.

Aunque quisiera quedarme mas tiempo me obligo a marcharme, coloco toda la cerradura como de costumbre y salgo.

Aunque no lo diga en voz alta, ansío que amanezca para volver a verla.

 

 

 

 

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