El aire frío de San Petersburgo golpeaba con suavidad el rostro de Madison mientras caminaba de la mano de Lucía, mejor dicho: Megan. quien no paraba de contarle con entusiasmo los detalles de su primer día de clases. La niña saltaba de un lado a otro, arrastrando un poco a su madre, quien intentaba mantener el ritmo. Madison, o “Dasha” como era conocida ahora, mantenía su mirada fija en el camino, sus pensamientos divididos entre el presente y las palabras de Megan que resonaban como un eco cálido en medio de su tensión constante. —¡Y mamá! —exclamó Lucía con los ojos brillando de emoción—. Mi amiga nueva se llama Alina, y tiene un gatito que se llama Misha. Me dijo que un día me va a invitar a su casa para verlo. ¿Tú crees que podamos ir? ¡Quiero conocerlo! Dasha sonrió, aunque su mente estaba alerta a cada movimiento a su alrededor. Apretó un poco la mano de su hija, más por necesidad de asegurarse de que estaba allí que por otra cosa. —Claro que sí, mi amor. Si su mamá nos invi
Después de unos minutos, se pusieron de pie y retomaron el camino a casa. Megan, aunque más tranquila, no tardó en recuperar su entusiasmo y comenzó a contarle sobre los juegos que había aprendido en la escuela. Dasha la escuchaba, respondiendo con pequeñas sonrisas y asentimientos, mientras en su mente juraba que haría todo lo necesario para mantenerla a salvo y feliz, sin importar lo que costara. Dasha y Megan acababan de regresar del colegio, caminando juntas hacia el edificio donde vivían. El primer día de clases de Megan había sido una mezcla de emoción y nervios, pero parecía haber salido bien. La niña sujetaba firmemente la mano de su madre mientras hablaba sin parar, describiendo con entusiasmo a su maestra, sus nuevos compañeros y todo lo que había aprendido. —¡Mamá! ¿Sabías que mi maestra se llama Elena y que tiene un gatito blanco? Dice que se llama Luna, como la luna del cielo. ¿Podemos tener un gatito también? Dasha sonrió, aunque había un cansancio en sus ojos. —V
Dasha llevaba una rutina estricta y bien organizada. Hacia poco su hermana y madre se habían cambiando a departamento distintos. Ella en la mañana, tomaba de la mano a Megan, y la llevaba al colegio. Luego regresaba a casa, se dedicaba a sus clases de ruso, a sus sesiones de terapia psicológica, y a las tareas del hogar. Por la tarde, volvía a recoger a Megan, y ambas compartían el resto del día entre juegos, cuentos y las pequeñas obligaciones que una vida tranquila exigía. Había hecho progresos importantes. Por fin se sentía lo suficientemente segura con el idioma ruso como para dar un paso que había postergado durante años: inscribirse en la universidad. Era un sueño que había tenido desde mucho antes de mudarse a Rusia, pero la barrera del idioma, sumada a los eventos traumáticos de su pasado, había hecho que lo dejara de lado. Su familia y su círculo cercano, especialmente Iván, la habían animado a intentarlo. Iván era un vecino que se había convertido en un apoyo constante p
Dos años habían pasado desde aquella noche en que Dasha aceptó salir a cenar con Iván. Dos años llenos de pequeños avances, de momentos compartidos y de una confianza que había ido creciendo poco a poco. Dasha había logrado mucho en ese tiempo: estaba a punto de terminar su segundo año en la universidad, había hecho amistades nuevas y, sobre todo, había aprendido a abrir su corazón, aunque fuera con pasos tímidos.Iván había sido una constante en su vida, siempre paciente, siempre atento. Nunca había forzado nada, y eso había permitido que, con el tiempo, la relación entre ellos se convirtiera en algo sólido, aunque aún no del todo definido. Megan, por su parte, lo adoraba. Para ella, Iván no era solo el vecino amable que siempre estaba dispuesto a jugar o a llevarlas a tomar helado; se había convertido en alguien más, alguien especial.Ahora, el cumpleaños de Dasha estaba a la vuelta de la esquina, y Iván había decidido que era el momento de dar un paso más. No quería precipitarse,
MadissonSalí corriendo del edificio. Con fuerza. Rápido. Y sin mirar atrás. No me detuve ni un momento a pensar en las consecuencias de escapar de Víctor. Solo necesitaba huir de él. Doblé en el primer callejón que vi y seguí corriendo cada vez mas fuerte, clavándome las pequeñas piedras del pavimento en mis pies desnudos. La bata blanca que vestía bailaba con el aire, ella también estaba siendo libre, ha ratos me impedía tomar la velocidad que realmente deseaba alcanzar, yo quería ir mas rápido. Posiblemente tampoco estaba en forma, me sentía débil y hambrienta, como si una fuerza magnética me halara hacia atrás. Hacia el edificio del que huía.Mis piernas comenzaron a humedecerse y al pestañar en su dirección vi toda la prenda empapada en sangre. Dejé de correr y empecé a llorar alzando mi vestido, ¿Dónde esta mi bebé? Yo estaba embarazada. Algo comenzaba a salir de mí. Algo que dolía y me hacia gritar con pavor sacando el grito de mis entrañas. Me encogí sujetando mi barriga hasta
Madisson Un año después. —¿Vas a ir con ese vestido? —escupe Víctor colocándose el saco con rudeza. —Es el único que tengo —murmuré en voz baja—. Me lo prestó Rosefina. —No te queda bien. Me contengo de decirle sus verdades, solo tengo la ropa que me compra él. Y es mas que evidente que carezco de ella. —Apúrate vamos a llegar tarde y mis padres no van a esperarte toda la tarde —gruñe. Se me acelera el corazón. No recuerdo la última vez que salí de aquí, porque nunca lo hice realmente. Siento que siempre he estado aquí. Ya no recuerdo lo que se siente estar en el mundo como una persona independiente. Tampoco es de mi agrado ir a conocer a los padres de Víctor, pero teniendo en cuenta que voy a salir de la casa después de tanto hasta me agrada la idea. —Colócame la corbata —me ordena. Me muevo hacia él y procedo acomodársela, los dedos me tiemblan y no le miro a los ojos en ningún momento. —Siempre supe que serías mia —comenta poniendo sus manos en mi cintura. Sus dedos me
Madisson—No te vayas a la habitación, hoy cenaremos juntos y quiero que ayudes a Rosefina a preparar la cena —me ordena Víctor.Detengo mis pasos cuando ya iba por el pasillo y veo que Rosefina asoma la cabeza desde su habitación, me sonríe disimulada, a ella le gusta pasar tiempo conmigo cuando Víctor me deja salir alguna parte de la casa.Víctor se va hacia la cocina y lo sigo. Me quito los tacones antes de entrar.—Hoy es viernes —murmuro comenzando a sacar los utensilios para hacer berenjena al horno.—¿Y? —Él se pega al jarrón de agua y luego lo vuelve a meter a la nevera.—Ya es hora de qué José traiga a Lucia y no lo ha hecho —susurro un poco mas bajo.—Hoy no la traerá —simplifica.Un hormigueo en el estómago me remueve todos mis sentidos y aguanto las ganas de llorar.—¿Se puede saber por qué? —pregunto manteniendo la calma. Estoy segura que busca desestabilizarme.—José estará ocupado y llega tarde del trabajo.—Puedo esperarlo hasta media noche si hace falta —mi voz a del
JoséLucía está dormida en su cuna y enciendo el ventilador para que no la piquen los mosquitos. Ha caído la noche, y como no tengo nada en la nevera para cenar alcanzo un vaso y una botella barata de vino que abrí hace tres días.Me siento en la terraza de la cabaña, ya no hay sol, y las farolas empiezan a encender sus focos en la calle. Cada noche me siento en el mismo sillón y las veo encenderse una tras otra como fichas de dominó.El ruido arenoso de la calle me hace alzar la vista cuando visualizo una camioneta blanca.Víctor.Lo espero cuando se estaciona y baja de la camioneta, recoge varias bolsas de la parte de atrás y camina hacia mi.—La ciudad esta muy lejos —maldice—. A ver si Lucia crece y deja de necesitar pañales y leche, me estoy dejando un dineral con ella.—Tiene un año —murmuro—. Aun hazte la idea de que puede que te falte otro año mas.Arroja la bolsa a mis pies. Y busca en su bolsillo delantero algo para fumar, enciende un puro y mira las plantaciones de uva pens