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Capítulo uno: Bajo su mano

Madisson

Un año después.

—¿Vas a ir con ese vestido? —escupe Víctor colocándose el saco con rudeza.

—Es el único que tengo —murmuré en voz baja—. Me lo prestó Rosefina.

—No te queda bien.

Me contengo de decirle sus verdades, solo tengo la ropa que me compra él. Y es mas que evidente que carezco de ella.

—Apúrate vamos a llegar tarde y mis padres no van a esperarte toda la tarde —gruñe.

Se me acelera el corazón. No recuerdo la última vez que salí de aquí, porque nunca lo hice realmente. Siento que siempre he estado aquí. Ya no recuerdo lo que se siente estar en el mundo como una persona independiente.

Tampoco es de mi agrado ir a conocer a los padres de Víctor, pero teniendo en cuenta que voy a salir de la casa después de tanto hasta me agrada la idea.

—Colócame la corbata —me ordena.

Me muevo hacia él y procedo acomodársela, los dedos me tiemblan y no le miro a los ojos en ningún momento.

—Siempre supe que serías mia —comenta poniendo sus manos en mi cintura.

Sus dedos me ponen nerviosa y me apresuro a terminar. Se pega a mi, y empieza a oler mi cuello raspándome con su barba naciente.

—Llegamos tarde —susurro cuando empieza a besar esa zona.

Y él se detiene ceñudo.

—No quiero causarle una mala impresión a tus padres —añado.

Víctor asiente y se aleja alcanzando su billetera.

—Vámonos.

Lo sigo y salimos de la habitación. Estoy sorprendida con las cantidad de cerraduras que tiene la puerta exterior, es como una cárcel de máxima seguridad solo que un poquito mas exagerado. Víctor tarda casi cuatro minutos abriendo candados y no exagero.

Me pregunto qué sería de mi hija si hay un incendio. Lucía, no está en casa, y no me agrada la idea de alejarme por tanto tiempo de ella, pero Víctor jamás me deja estar con ella todo el tiempo. La veo 3 veces a la semana, dos horas cada día. El resto del tiempo un amigo suyo cuida de ella, se la lleva a su casa y ese momento me pone enferma, tener que soportar ver como se la llevan me estresa tanto que paso todo el día sin comer.

Saliendo de la casa vi el jardín vallado que excluía a toda la casa sin vista al exterior. Una vez estuve aquí, es lo mas lejos que he llegado, así que asomo la cabeza ansiosa cuando Víctor abre la cerca alta de hierro. Solo se ve campo, y de repente me siento decepcionada de que no hayan vecinos cerca.

—Sube —me ordena señalando una camioneta blanca.

Lo hago y me pongo el cinturón. Espero en silencio a que encienda el coche, pero no lo hace. Me sobre salto cuando golpea bruscamente el volante y luego me señala.

—Sobra decir que si intentas algo mato a Lucía —amenaza.

Me contengo. Es tan bajo tener que amenazarme con su propia hija, una bebé de apenas un año. Es tan hijo de puta.

—No me la juegues Madisson o conocerás de lo que soy capaz —continúa—. Me gusta que estés callada, que obedezcas y no te entrometas en cosas en donde no han pedido tu opinión, ¿lo has entendido?

—Sí —susurré seca e indiferente.

Cuando puso el coche en marcha mi cabeza comenzó a crear escenas en donde yo empujaba sus manos para que perdiera el control del volante, salíamos de la carretera estampándonos contra un árbol y yo corría entre la cosecha de uvas que nos rodeaba por doquier.

Era campo, y la ciudad estaba muy lejos. Luego recordaba que tenía una hija a la que nunca abandonaría y me calmaba.

No llegamos a salir a la ciudad cuando Víctor tomó un desvío hacia un restaurante de campo bastante moderno. Era como si lo acabaran de poner ahí para nosotros simplemente no parecía encajar en este lugar.

—Ahí están —murmuró mirando al frente.

Cerca de la terraza había una pareja mayor sentada en una mesa para cuatro. No vi a nadie mas que a dos chicas vestidas de meseras, la sensación era extraña y a la vez relajante.

Bajamos del coche y entramos al local, sus padres me saludaron muy cordial y finalmente nos sentamos. Al instante pedimos comida y su madre comenzó hablar de la bonita pareja que éramos e incluso nos preguntó por nuestra hija y por qué no la habíamos traído.

—Lucia está un poco resfriada y la dejamos en casa con una chica que nos ayuda —le explica con un tono jovial.

Sus padres parecen tragarse el cuento y no paran de resaltar al majestuoso hijo que tienen. La conversación entre ellos tres fluye bastante bien, es como si yo no estuviera, de hecho así me siento.

—Estoy bastante sorprendida —murmura su madre de repente—. ¿Qué tiempo llevan juntos?

Por alguna razón el comentario se ha sentido incómodo pero lo que me desconcierta bastante es la actitud de Víctor frente a sus padres, es como si ellos desconocieran el monstruo que tienen por hijo.

—Tres años y medio de vivir juntos aunque éramos novio desde hace dos, y bueno… ahora que tenemos una hija creo que lo único que nos falta es casarnos.

Me es inevitable no apartar la mano cuando me intenta tocar cariñosamente y mi actitud resulta violenta, tosca e incluso des cordial, pero no he podido evitarlo.

Me palpitan las venas ante la idea de casarme con él y casi tengo taquicardia.

Su padres sonríen mirando a su hijo casi con admiración.

—Es cierto, casarte es lo único que te falta para cumplir toda las voluntades del abuelo —presume su padre—. Tienes una mujer, una hija, solo falta la boda y todo estos viñedos serán tuyos, la empresa de producción de vino que te dejó el abuelo también.

Toso. Repetidas veces y tengo que beber agua, así que eso soy para él: su boleto a una herencia. Todos los ojos se posan en mi y su madre intenta ayudarme pasándome la mano por la espalda.

—Tranquila mamá, Madisson siempre exagera un poco, pero está bien, ¿verdad ovejita?

Ruedo los ojos por dentro ante su ridículo apodo y solo asiento con la cabeza.

La mesera se acerca con el postre y yo no he probado ni un solo plato. Tengo el estómago cerrado por la angustia de esta estúpida reunión.

—Necesito ir al baño —murmuro incorporándome.

Víctor me lanza una mirada tan frívola que me entran ganas de volver a sentarme, pero no lo hago, realmente quiero ir al baño.

La mano de Víctor me detiene violentamente levantándose a mi par.

—Creo que nos vamos —sisea él en un tono que sorprende a sus padres.

—Pero si acaban de llegar —resalta su madre.

—Lo sé, pero Madisson no se encuentra bien, y nuestra hija está enferma —pone como pretexto.

Sus padres se levantan a despedirse sin añadir nada mas, y finalmente ambos terminamos en la camioneta.

Todo el trayecto fue en silencio aunque él parecía molesto. Para cuando llegamos a la casa vi el carrito de golf de Rosefina y supe que ya había llegado de las compras.

—Lo que le comenté a mi madre sobre casarnos iba enserio —comenta.

—Pensé que solo se casaban las parejas que se amaban —susurré.

—Sabes que te amo —suelta en un tono violento—. ¿Crees que estaría contigo tantos años si no fuese así?

—Me parece innecesario que te quieras casar a estas alturas y mas cuando sabes que lo nuestro no es verdadero.

—Para mi es verdadero. Tengo una mujer, un techo no me falta nada, y Lucía me adora.

—Tiene un año, los niños no guardan rencor.

—¿Qué insinúas? —bufa comenzando alzar la voz.

Desvíe la vista por la ventanilla. Ambos hicimos silencio por casi dos minutos.

—Solo te recuerdo que si te pones respondona, no vuelves a ver a la niña y si en algún momento se te ocurre la estupidez de huir, la mato.

Lo miré de soslayo repleta de ira. No sé como hizo para conseguirlo, pero tomó a mi hija y la declaró como de él. Solo bastó con una absurda prueba de ADN para que ni siquiera preguntaran por la madre de la niña, prácticamente no soy nadie ante la ley. La manera en que hizo todo no debe ser legal.

Estoy harta de sus amenazas.

—No pongas esa cara. Sabes que solo quiero hacerte feliz, pero tu no colaboras —vaciló mientras se inclinaba y tuve que aguantar que dejara un beso en mi mejilla—. Vamos baja y entremos. Quiero que comencemos a planear cuando será la cena que haremos para anunciar nuestro compromiso.

Bajé molesta de la camioneta y me adentré rápido a la casa, no quería una boda, una que me encarcelara mas a él, si es que eso era posible . Lo único que tendrá de bueno este día es que esta noche podré ver a mi hija.

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