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Capítulo 7: El secuestro

Madisson

Las risas de mi pequeña me ha dado el mejor de los buenos días, no he parado de reír ante la manera tan peculiar que ha empleado para despertarme: con uno de sus deditos en mi nariz.

La alzo aun acostada en la cama pretendiendo hacerle el avión y ella muere de risa.

Nos lo estamos pasando bien, pero todo cesa cuando tocan a la puerta.

Me reincorporo.

—Pasa Rosefina —grito.

La puerta se abre y para mi vergüenza por las pintas que llevo veo asomarse la cabeza de José.

Me enderezo de súbito y paso involuntariamente una mano por mi pelo asesorándome de que no este con los pelos como si me acabase de electrocutar.

—Parece que se lo están pasando bien por aquí —dice desvelando esa sonrisa de dientes perfectos—. Sus risas se escucha desde el portón.

Él terminó entrando con ambas manos en la espalda, como quien oculta algo, se aproximó hasta estar frente a las dos y de sopetón sacó una de sus manos entregándole una piruleta a Lucía. Ella la cogió encantada y en automático intentó abrirla.

No me esperaba lo que siguió después: Un manojo de flores silvestres dirigidas a mi. Dudé antes de tomarla, incluso me puse nerviosa.

—Gracias —Mi corazón comenzó a latir fuerte—. Están preciosas —las tomé y la llevé a mi nariz.

—No sabía cuales eran tus favoritas así que te traje estas.

—Estas me gustan —respondo—. De hecho me gustan todas las flores.

Él sonríe satisfecho ante la idea de haber acertado, y yo le devuelvo la sonrisa.

—Las pondré en agua —comento bajando de la cama.

El asiente y se termina de acercar a la cama, mientras me alejo lo escucho hablar con Lucía y jugar con ella.

En el baño hay dos floreros de plástico nunca los uso, pero antes tenían flores de plástico que compró Rosefina, los enjuago y echo un poco de agua antes de acomodar las flores.

Huele a libertad y a campo, aparte de su natural olor tan peculiar propio de las flores.

Cuando salgo del baño, dejo las flores en donde pueda verlas siempre: en una esquina del tocador.

—Listo —murmuro mirando lo bien que han quedado.

José se incorpora.

—¿Quieren dar un paseo? —pregunta entrándose las manos a los bolsillos.

No puedo evitar reír cuando Lucía dice que sí con la cabeza.

—Creo que Lucía está de acuerdo y yo también —acepto—. Nos arreglamos y nos vamos.

Él asiente y sale diciendo que nos espera afuera.

Todo lo hago muy rápido arreglar a mi princesa y, arreglarme yo. Para cuando salgo José y Rosefina están dialogando animadamente.

José se incorpora para irnos, y Rosefina al verme fuerza una sonrisa extraña haciéndome una seña de que la acompañe a su habitación.

La sigo disimuladamente y una vez adentro empieza a buscar entre su ropa como loca.

—Ni pienses que voy a dejar que te vayas en bata cariño —murmura sacando un pantalón corto y una blusa de tirante.

Ella sabe que no es exactamente de mi agrado vestirme así, pero solo tengo batas.

—Ponte esto —dice tomando a Lucia de mis brazos para que pueda vestirme—. Es ropa nueva que compré por internet, me quedaba pequeña y nunca me la usé. Y puedes quedártela.

—Gracias —me visto rápido, me queda bien y lo mejor de todo es que me siento mas cómoda.

Cargo a mi hija cuando termino y salimos.

—Ahora si —dice Rosefina—. Diviértanse.

José, Lucía y yo nos vamos alejando hasta llegar al jardín, él abre las cerraduras y salimos.

Empezamos a caminar y José me cuenta que tal le fue ayer en el invernadero.

—Desearía poder trabajar —comento mirándolo de reojo—. Suena interesante todo lo que me cuentas.

—¿Has trabajado alguna vez? —se interesa.

—Sí, cuando vivía con mi madre, mis hermanas y mi padrastro.

—¿Y de qué trabajabas?

—En un bar, ayudaba a mi padrastro.

—¿Y, que pasó exactamente?

—¿Con el bar?

—Contigo, tu familia, con tu vida, ¿Como llegaste aquí?

Me quedé callada pensando si hablar del tema. Una parte de mi si quería, la otra solo quería enterrar el pasado.

—No conocí a mi padre biológico y tampoco me llevaba bien con mi padrastro —le explico—. Crecí en una familia disfuncional: gritos de día, alcohol de noche, ruido, peleas, eso a diario. Vivíamos en el mismo bar de mi padrastro, o sea, la casa estaba conectada, por lo que se escuchaba casi todo.

—¿Qué era lo que te molestaba de tu padrastro para que no se llevasen bien?

Detuve mis pasos y miré a un punto fijo.

—Era bastante, como decirte: Egocéntrico. Siempre me excluía de la familia como yo no era su hija y mis hermanas si, Jamás me lo dijo, pero eso se notaba. Como te decía, le ayudaba en el bar y a menudo tenía que soportar a sus clientes, ahí conocí a Víctor, era el proveedor de los vinos del local y al mismo tiempo cliente, tenía negocios con mi padrastro, eso lo supe un tiempo después. Bueno cada que Víctor iba al bar me observaba; siempre iba solo y pedía lo mismo y siempre quería que lo atendiese yo. En varias ocasiones intentó “seducirme” nunca le hice caso, no estaba interesada en él, no por ser él exactamente sino porque mi foco de vida estaba puesto en otras cosas: estaba reuniendo dinero para irme a estudiar a Roma, anhelaba irme de casa y ser independiente, ya tenía 19 años así que sentía que el tiempo se me estaba yendo encima.

Retomamos la marcha, con Lucía tomada de la mano ya que ella también quiere caminar.

—Bueno —continúo—. Una noche hubo una fuerte discusión entre dos clientes y la cosas se pusieron feas, rompieron botellas, hubo mucha sangre allí, recuerdo que estaba aterrada e incluso llegó la policía. Uno de los hombres que peleaba murió en el hospital, la policía empezó una investigación y resulta que mi padrastro no tenía los permisos correspondientes para tener ese bar y mucho menos porque estaba dentro de una casa donde habían menores, mi hermana pequeña tenía 15, y pues le clausuraron el bar.

—Vaya lío.

—Sí —concuerdo—. Y como podrás imaginar a raíz de eso la economía y los problemas en la casa se incrementaron. Una vez vi a mi padrastro robarle dinero de la cartera a mi madre y luego me echó la culpa, no te imaginas la impotencia que sentí. Luego terminó confesando que había sido él porque andaba necesitado de dinero y el sueldo de mi madre no alcanzaba. Dijo que le debía a los proveedores mucho dinero e incluso mocionó un préstamo que ni siquiera mi madre sabía que existía. Los días eran agobiantes, era un sin vivir uno tras otro, tuve que darle todos mis ahorros de irme a Roma para sobrellevar las cosas, pero jamás me imaginé lo que venía después. Mi padrastro comenzó actuar raro, hablaba mucho por teléfono, siempre me preguntaba a donde iba o cuando llegaba.

Se me llenan los ojos de lágrimas y me muerdo los labios que me empiezan a temblar.

—Fui a comprar el pan y jamás volví, a unas cuadras de llegar a mi casa tiraron de mi hacia atrás y me metieron a una camioneta blanca. —resoplo tratando de controlar el temblor de mi voz—. No entendía nada cuando en la oscuridad de la furgoneta unos ojos azules amenazadores me escudriñaba mientras me daban órdenes que mi cabeza no procesaba en aquel instante. En el momento el pánico no me dejó reconocer al hombre, pero sabía que lo había visto antes.

Me limpio las mejillas y hago una pausa.

—Si te soy sincera, no recuerdo bien lo que pasó las tres horas que le siguieron a mi secuestro, estaba consiente, pero como si no lo estuviera, son como lagunas mentales. Estaba en un shock muy fuerte.

José estira su mano y sujeta la mia en un gesto de apoyo.

—Lo que mas me traumatizó no fueron los abusos que vinieron después si no el hecho de enterarme de que Víctor le había pagado por mi a mi padre. Padrastro —corrijo.

—No sé que mentira le habrá inventado a mi madre para que no me buscara, tampoco sé si mi madre me ha buscado. Han pasado cuatro años desde entonces, posiblemente ella ya se haya olvidado de mi.

—No creo que tu madre se haya olvidado de ti —murmura deteniéndose frente a mi—. Mírame.

Me levanta el mentón.

—Vas a salir de esta, nadie tiene el derecho de comprar a nadie, es inhumano e ilegal. Encontraremos la manera en la que puedas salir de aquí, con Lucía, se irán las dos y podrás hacer todas las cosas que siempre has deseado.

Le miré los labios mientras hablaba, perdiéndome por un momento en ellos.

—¿Y tu no vienes? —susurro.

—¿Qué?

—Has dicho que encontraremos la manera de que Lucía y yo podamos irnos, pero qué hay de ti, ¿No vienes?

—¿Quieres que lo haga?

Asiento con un movimiento lento de la cabeza, y sin darme cuenta lo tengo muy cerca. Cierro los ojos cuando su respiración acaricia mi nariz y sus dedos se acoplan a un lado de mi mejilla. Las yemas de sus dedos me acarician y cuando está a punto de rosar sus labios con los míos el sonido de una bocina nos aleja.

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