MadissonHuele rico, apenas abrí los ojos y el olor a tostada y café me atraviesa la nariz. Lo primero que noté es que ni José ni Lucia estaban en la cama, me senté rápido buscándolos con la vista. Al sentarme en la cama una bandeja con un apetecible desayuno me recibió en la mesita de noche haciéndome sonar las tripas.—¿José? —hablé alto casi asomando una sonrisa. Tenía claros recuerdos de lo que pasó anoche y no puedo evitar sentirme distinta. Mas segura de mi misma, con mas ganas de vivir, con ansias de experimentar cosas nuevas.De ser feliz…Siempre creí que eso no era para mi.—¿¡José!? ¡Lucía! —volví hablar mas alto bajando de la cama y no pude evitar ver una bolsa blanca evidentemente recién comprada.Comencé a preocuparme cuando no recibí respuesta y comencé a buscar por toda la habitación: entré al baño, y a un pequeño anexo que hay abriendo una puerta.Siempre he sido tan paranoica en mi vida que comenzaba asustarme; a pensar lo peor. Pero, al salir al pequeño balcón
José Lo primero que cruza por mi cabeza es: Víctor, pero a la vez creo que no es posible que nos haya encontrado tan rápido. Madisson está pálida, y en automático se ha lanzado a sujetar a Lucia. —Yo me encargo —le susurro haciéndole seña de que se vaya al baño. Ella no tarda en hacerlo. Voy hacia la puerta y entre abro con cautela. —¿Quien me busca? —pregunto desconfiado. El hombre mira hacia su derecha antes de volver a mirarme. —Hay un agente de policía abajo, dice que quiere hacerle unas preguntas, al parecer tiene algo que ver con referencia a un coche robado. Inconscientemente suelto el aire que sostenía en mis pulmones. —Ahora salgo. Él asiente y se aleja. Camino al baño y empujo la puerta para avisarle a Madisson que puede salir. —Es la policía —le comento—. Quieren hablar conmigo. Cuando salgamos, ustedes salen fuera del hostal y me esperan del otro lado de la acera. Ella asiente y ambos salimos. Tomamos la ropa y el resto de nuestras pertenencia y b
MadissonMi mundo se vino abajo cuando vi a Víctor subir al autobús con dos tipos armados que apuntaban a todo el mundo. Fuera habían algunas patrullas con tipos vestidos de policías, corruptos.Mi preocupación por José no cesaba, ya no lo veía, y la angustia ante la idea de que le hicieran algo me descontrolaba.Jadeé de miedo cuando uno de los tipos que acompañaba a Víctor apuntó con su pistola en mi dirección.—No disparen por favor —supliqué—. Tengo una niña, no la lastimen.Un Víctor embravecido cruzó por delante del tipo y se inclinó hacia Lucia, me la arrancó de las manos, forcejeé, quise aferrarme a ella con toda mis fuerzas, pero solo me quedó mirar como la desprendían de mis dedos y se la entregaban a otro tipo que terminó sacándola del autobús, mi niña lloraba desesperada.Hice el intento de levantarme y correr en su dirección pero una fuerza mayor me obligó a volver a sentarme, lo que le siguió a ese empujón fue una bofetada brusca que me hizo mirar al autor de ese
MadissonHan pasado algunos días, ocho días es el tiempo que llevo aquí. He fingido normalidad, pero estoy rota. Víctor me deja moverme por toda la casa, y desde ayer me permite salir al jardín.Echo de menos las tardes con Rosefina, no se nada de ella, lloro cada noche por mi hija y siempre que hace un bonito día recuerdo a José y, termino llorando también por él.No le dirijo la palabra a Víctor al menos no por voluntad propia, he comenzado a limpiar la casa para entretenerme en algo y pensar menos en todo.Hago un nudo a la bolsa negra que he llenado de desechos que habían en el jardín. Estoy a punto de entrar a la casa cuando escucho a Víctor hablar con el teléfono en voz alta, y me detengo de súbito pegando la oreja. —¿Por qué demonios la policía me está buscando? —le escucho reclamar a Víctor.—Alguien ha denunciado lo ocurrido, creo que ha sido un hombre, ha puesto la denuncia desde Roma. Y tu cara está en todas las noticias, una mujer dijo ser la madre de Madisson, han d
VíctorSon las once de la mañana, y conduzco en silencio al juzgado, Madisson está a mi lado muy callada desde ayer lo está, luce tan hermosa, un vestido verde turquesa se ajusta a su esbelta figura, ahora me doy cuenta de lo delgada que está. No lo había notado, al menos no con el detenimiento que ahora lo hago.Me detengo en un semáforo en rojo y la miro de reojo, su rostro de perfil es precioso.No quiero perderla.Tengo miedo, un nudo en la garganta que me estrangula fuerte, ¿en qué momento dejé que está situación se me fuera de las manos?Cuando la vi en aquel bar la quise para mi porque me había enamorado, pero el poder tenerla completamente a mi merced me hizo perder la sensatez.Una voz en mi cabeza me dice que es muy tarde para arrepentimientos. Pude haberlo tenido todo con ella, una boda, una familia, hijos a los cual criar juntos. ¿Por qué le hice tanto daño?, ¿Por qué me deje llevar por mi lado perverso?Me quedo embelesado cuando se medio gira a mirarme clavando el
VíctorDespués de lo que me a dicho mi abogado paso saliva jamás en mi vida sentí miedo no tanto como en este momentoIncluso la cárcel no me aterra me aterra perderla ahora se lo que siente un pez cuando lo sacan del agua y se va asfixiando lentamenteSigo a mi abogado hacia la sala y cuando entramos todos se callan y me miran de mala maneraSus rostros lo dicen todo incluso me señalan y cuchichean (murmuran) entre ellos.Caminamos hacia un escritorio del lado de la defensa solo hay abogados—Y Madison —pregunté.—Siéntate —ordena—. No te puedes acercar a ella, trata de no hacer una escena, no es prudente.Lo miro con el ceño fruncido, ¿por qué no puedo preguntar por ella? si ella es mía, y siempre será así, por qué me la quieren quitar es algo que me enerva.—Dudo que la vuelvas a ver —dice él sin mirarme.—Todos de pie para recibir al honorable juez Marco Onestini —Anuncian una voz autoritaria.Me puse de pie cuando todos lo hicieron y cuando mis ojos se posaron con los d
Camino hacia el estrado con el peso de los años colgando de mi espalda. Cada paso resuena en mi cabeza como si el tiempo se ralentizara, como si el universo quisiera que sintiera cada segundo de este momento. La sala está tensa, expectante. No miro a Víctor, porque sé que sus ojos están clavados en mí, tratando de perforarme como cuchillos. Pero no me importa. Ya no. Cuando llego al estrado, el alguacil me indica dónde sentarme. Mis manos están firmes, aunque dentro de mí, el temblor amenaza con desbordarse. Respiro hondo antes de levantar la mirada hacia el juez. —Nombre completo —me pide el fiscal. —José Enrique Rinaldi. —¿Edad? —Treinta y cinco años. —¿Relación con el acusado? Mis ojos se desvían por un momento hacia Víctor. Lo veo, con la mandíbula apretada, los puños tensos sobre la mesa. Nunca había visto tanto odio en un rostro, pero es un odio que no me amedrenta. —Fuimos amigos. Por muchos años —respondo con voz clara. —¿Puede explicarnos su relación
VíctorLa sala estaba en silencio absoluto cuando Víctor Cascuzo se levantó para caminar hacia el estrado. Sus pasos eran lentos, calculados, como si quisiera proyectar calma, pero la tensión en sus hombros lo delataba. Era un hombre acostumbrado a dominar, pero el aire pesado en el tribunal parecía quitarle fuerza. El juez lo observaba con atención, y el fiscal ya estaba de pie, preparado para comenzar el interrogatorio más intenso del juicio. —Señor Cascuzo —comenzó el fiscal, con la voz firme y una mirada que atravesaba como cuchillos—, durante los últimos días, hemos escuchado testimonios que describen su relación con Madisson y las circunstancias de su vida en el campo. Ahora es su turno de hablar. Recuerde que está bajo juramento. Víctor se acomodó en el asiento del estrado, fingiendo serenidad. —Estoy aquí para decir la verdad, señor fiscal. Nada más que la verdad. El fiscal no se dejó intimidar por la aparente seguridad del acusado. —Muy bien, señor Cascuzo. Empece