Camino hacia el estrado con el peso de los años colgando de mi espalda. Cada paso resuena en mi cabeza como si el tiempo se ralentizara, como si el universo quisiera que sintiera cada segundo de este momento. La sala está tensa, expectante. No miro a Víctor, porque sé que sus ojos están clavados en mí, tratando de perforarme como cuchillos. Pero no me importa. Ya no. Cuando llego al estrado, el alguacil me indica dónde sentarme. Mis manos están firmes, aunque dentro de mí, el temblor amenaza con desbordarse. Respiro hondo antes de levantar la mirada hacia el juez. —Nombre completo —me pide el fiscal. —José Enrique Rinaldi. —¿Edad? —Treinta y cinco años. —¿Relación con el acusado? Mis ojos se desvían por un momento hacia Víctor. Lo veo, con la mandíbula apretada, los puños tensos sobre la mesa. Nunca había visto tanto odio en un rostro, pero es un odio que no me amedrenta. —Fuimos amigos. Por muchos años —respondo con voz clara. —¿Puede explicarnos su relación
VíctorLa sala estaba en silencio absoluto cuando Víctor Cascuzo se levantó para caminar hacia el estrado. Sus pasos eran lentos, calculados, como si quisiera proyectar calma, pero la tensión en sus hombros lo delataba. Era un hombre acostumbrado a dominar, pero el aire pesado en el tribunal parecía quitarle fuerza. El juez lo observaba con atención, y el fiscal ya estaba de pie, preparado para comenzar el interrogatorio más intenso del juicio. —Señor Cascuzo —comenzó el fiscal, con la voz firme y una mirada que atravesaba como cuchillos—, durante los últimos días, hemos escuchado testimonios que describen su relación con Madisson y las circunstancias de su vida en el campo. Ahora es su turno de hablar. Recuerde que está bajo juramento. Víctor se acomodó en el asiento del estrado, fingiendo serenidad. —Estoy aquí para decir la verdad, señor fiscal. Nada más que la verdad. El fiscal no se dejó intimidar por la aparente seguridad del acusado. —Muy bien, señor Cascuzo. Empece
MadissonSalí corriendo del edificio. Con fuerza. Rápido. Y sin mirar atrás. No me detuve ni un momento a pensar en las consecuencias de escapar de Víctor. Solo necesitaba huir de él. Doblé en el primer callejón que vi y seguí corriendo cada vez mas fuerte, clavándome las pequeñas piedras del pavimento en mis pies desnudos. La bata blanca que vestía bailaba con el aire, ella también estaba siendo libre, ha ratos me impedía tomar la velocidad que realmente deseaba alcanzar, yo quería ir mas rápido. Posiblemente tampoco estaba en forma, me sentía débil y hambrienta, como si una fuerza magnética me halara hacia atrás. Hacia el edificio del que huía.Mis piernas comenzaron a humedecerse y al pestañar en su dirección vi toda la prenda empapada en sangre. Dejé de correr y empecé a llorar alzando mi vestido, ¿Dónde esta mi bebé? Yo estaba embarazada. Algo comenzaba a salir de mí. Algo que dolía y me hacia gritar con pavor sacando el grito de mis entrañas. Me encogí sujetando mi barriga hasta
Madisson Un año después. —¿Vas a ir con ese vestido? —escupe Víctor colocándose el saco con rudeza. —Es el único que tengo —murmuré en voz baja—. Me lo prestó Rosefina. —No te queda bien. Me contengo de decirle sus verdades, solo tengo la ropa que me compra él. Y es mas que evidente que carezco de ella. —Apúrate vamos a llegar tarde y mis padres no van a esperarte toda la tarde —gruñe. Se me acelera el corazón. No recuerdo la última vez que salí de aquí, porque nunca lo hice realmente. Siento que siempre he estado aquí. Ya no recuerdo lo que se siente estar en el mundo como una persona independiente. Tampoco es de mi agrado ir a conocer a los padres de Víctor, pero teniendo en cuenta que voy a salir de la casa después de tanto hasta me agrada la idea. —Colócame la corbata —me ordena. Me muevo hacia él y procedo acomodársela, los dedos me tiemblan y no le miro a los ojos en ningún momento. —Siempre supe que serías mia —comenta poniendo sus manos en mi cintura. Sus dedos me
Madisson—No te vayas a la habitación, hoy cenaremos juntos y quiero que ayudes a Rosefina a preparar la cena —me ordena Víctor.Detengo mis pasos cuando ya iba por el pasillo y veo que Rosefina asoma la cabeza desde su habitación, me sonríe disimulada, a ella le gusta pasar tiempo conmigo cuando Víctor me deja salir alguna parte de la casa.Víctor se va hacia la cocina y lo sigo. Me quito los tacones antes de entrar.—Hoy es viernes —murmuro comenzando a sacar los utensilios para hacer berenjena al horno.—¿Y? —Él se pega al jarrón de agua y luego lo vuelve a meter a la nevera.—Ya es hora de qué José traiga a Lucia y no lo ha hecho —susurro un poco mas bajo.—Hoy no la traerá —simplifica.Un hormigueo en el estómago me remueve todos mis sentidos y aguanto las ganas de llorar.—¿Se puede saber por qué? —pregunto manteniendo la calma. Estoy segura que busca desestabilizarme.—José estará ocupado y llega tarde del trabajo.—Puedo esperarlo hasta media noche si hace falta —mi voz a del
JoséLucía está dormida en su cuna y enciendo el ventilador para que no la piquen los mosquitos. Ha caído la noche, y como no tengo nada en la nevera para cenar alcanzo un vaso y una botella barata de vino que abrí hace tres días.Me siento en la terraza de la cabaña, ya no hay sol, y las farolas empiezan a encender sus focos en la calle. Cada noche me siento en el mismo sillón y las veo encenderse una tras otra como fichas de dominó.El ruido arenoso de la calle me hace alzar la vista cuando visualizo una camioneta blanca.Víctor.Lo espero cuando se estaciona y baja de la camioneta, recoge varias bolsas de la parte de atrás y camina hacia mi.—La ciudad esta muy lejos —maldice—. A ver si Lucia crece y deja de necesitar pañales y leche, me estoy dejando un dineral con ella.—Tiene un año —murmuro—. Aun hazte la idea de que puede que te falte otro año mas.Arroja la bolsa a mis pies. Y busca en su bolsillo delantero algo para fumar, enciende un puro y mira las plantaciones de uva pens
MadissonEstá oscuro para cuando llega Víctor. Me he duchado y metido a la cama como quien lleva horas durmiendo, lo cierto es que estoy despierta.El chirrido de la puerta es lento y pausado, mantengo los ojos cerrados hasta que siento como cierra.—¿Estás despierta? —pregunta y me quedo callada.—Sabes que no me gusta repetir las cosas dos veces.—Sí, estoy despierta —susurré sin moverme o abrir los ojos.—Ven quítame los zapatos estoy cansado —recalca.Bajo de la cama y me acuclillo frente a él que esta sentado al filo del colchón. Deshago los cordones de las botas de obra y luego las saco.—Tendré que irme sobre las tres de la mañana —comenta masajeándose el cuello—. Estaré unos días en la ciudad. Ya sabes lo que eso significa.Asiento y me alejo a dejar sus zapatos en la esquina que siempre los pone.—José te estará vigilando, y si tengo una sola queja de ti me voy a cabrear Madisson —hala de mi antebrazo bruscamente hacia él—. Vas a quedarte en la habitación encerrada, y como no
JoséSeguí a Madisson cuando se incorporó con Lucía y no pude contener una pequeña risa ante su cara inusual. Es realmente atractiva cuándo se sonroja.No la culpo por repeler el hecho de querer hablarme de ella, yo en su situación estaría igual, tampoco puedo exigirle que confíe en mi de la noche a la mañana, pero si pretendo ganarme su confianza.—¿Segura que por ahí hay mandarinas? —tanteo siguiéndole los pasos.Ella se detiene dudosa y miró hacia atrás.—No lo sé. De hecho si me dejaras aquí me perdería, no sabría ni llegar a casa. Pero quiero caminar, quiero ver cosas diferentes, ¿Sabes hacia cuanto no caminaba libremente?, no tienes ni idea.—Claro, podemos caminar cuanto quieras…Ella iba delante y yo prefería ir detrás, me gustaba ver como se movía a su estilo, a donde quería sin cohibiciones, parecía tan feliz.Empezamos a caminar, hablar de cosas triviales y para nuestra suerte encontramos una fila extensa de árboles de mandarinas.Jugamos con Lucía, al principio no quería