VíctorLa sala estaba en silencio absoluto cuando Víctor Cascuzo se levantó para caminar hacia el estrado. Sus pasos eran lentos, calculados, como si quisiera proyectar calma, pero la tensión en sus hombros lo delataba. Era un hombre acostumbrado a dominar, pero el aire pesado en el tribunal parecía quitarle fuerza. El juez lo observaba con atención, y el fiscal ya estaba de pie, preparado para comenzar el interrogatorio más intenso del juicio. —Señor Cascuzo —comenzó el fiscal, con la voz firme y una mirada que atravesaba como cuchillos—, durante los últimos días, hemos escuchado testimonios que describen su relación con Madisson y las circunstancias de su vida en el campo. Ahora es su turno de hablar. Recuerde que está bajo juramento. Víctor se acomodó en el asiento del estrado, fingiendo serenidad. —Estoy aquí para decir la verdad, señor fiscal. Nada más que la verdad. El fiscal no se dejó intimidar por la aparente seguridad del acusado. —Muy bien, señor Cascuzo. Empece
Madisson El aire de la sala era frío, más de lo que podía soportar. Las paredes blancas y lisas parecían cerrarse sobre mí, mientras el sonido del reloj en la pared marcaba cada segundo de mi interminable espera. Estaba sentada en una silla dura, con los brazos cruzados contra mi pecho en un intento desesperado de controlar los temblores que no habían parado desde que me bajaron del coche de Víctor.Era imposible calmarme. Mi mente estaba atrapada en un torbellino de imágenes y recuerdos, cada uno más doloroso que el anterior. Desde que llegué aquí, la policía no había dejado de hacerme preguntas. Cada vez que intentaba hablar, mi voz se quebraba y las lágrimas caían sin control. Me habían sacado sangre, revisado cada centímetro de mi cuerpo, y sometido a un interrogatorio que parecía interminable.«¿Dónde estabas?», «¿Cómo sucedió?», «¿Cómo me trataba?»No entendían lo difícil que era responder. Cada palabra que salía de mi boca era como revivir esos cuatro años. Las noches intermin
Mas tarde, supe que se había terminado el juicio, el cual tendría continuidad muy pronto, no había visto a José, y deseaba saber de él, verle, abrazarle. Me llevaron a un lugar protegidos donde según estaba parte de mi familia y eso me hacia temblar por completo. Cuando llegue el aire de la sala tenía un peso diferente. Después de tanto tiempo en la oscuridad.Entré. La sala estaba sola e hice lo que me dijeron esperar. La pequeña mesa de madera frente a mí parecía fuera de lugar, como un intento de normalidad en un espacio que estaba destinado a enfrentar los horrores del pasado. Sentía mis manos frías, mis piernas temblaban, y mi pecho latía desbocado. Me habían prometido algo que apenas podía creer: un reencuentro con mi familia. Mi madre, mis hermanas, y un sobrino al que no conocía. Habían pasado cuatro años desde la última vez que los vi. Cuatro años de miedo, de encierro, de soñar con abrazarlos, pero también de creer que ese día nunca llegaría.La puerta chirrió al abrirs
Dos semanas después…La sala estaba en completo silencio cuando Víctor Cascuzo, el hombre acusado de secuestrar y torturar a Madisson durante cuatro años, fue escoltado al estrado. Sus manos esposadas tintineaban con cada movimiento. Su rostro, una máscara de desdén, contrastaba con los ojos hundidos que delataban noches de insomnio. Era el segundo juicio, el que enfrentaba por los daños psicológicos, el abuso físico y la manipulación mental que había ejercido sobre su víctima. El juez de semblante estoico y mirada penetrante, presidía la sesión. Aunque su rostro no revelaba nada, su corazón latía con furia contenida: frente a él estaba el hombre que había destruido la vida de su hija biológica. Una hija que apenas había conocido, pero cuyo dolor resonaba en cada fibra de su ser. —Señor Cascuzo —comenzó el juez, su voz grave llenando la sala—, en este juicio se le acusa de secuestro, abuso psicológico, agresión agravada y tortura. Este tribunal escuchará todos los testimonios ante
Madison salió del juzgado con pasos temblorosos, sus manos apretadas en un puño contra el abrigo oscuro que la cubría del frío de la tarde. A pesar de la multitud de oficiales que la escoltaban, se sentía desnuda bajo la voraz atención de los periodistas que la aguardaban en las escalinatas. Un océano de cámaras y micrófonos se alzaba frente a ella, destellando como dagas bajo el sol invernal. No había paz, ni silencio, solo preguntas que caían sobre ella como una tormenta que no podía detener.—¡Madison! ¿Cómo te sientes después del juicio? —preguntó una voz masculina, fuerte y clara, mientras el micrófono casi golpeaba su rostro.Ella intentó mantener la cabeza alta, pero sus piernas vacilaban. Las lágrimas que llevaba conteniendo desde que se anunció la sentencia amenazaban con escapar. No se permitió detenerse; sus escoltas le habían dicho que cuanto más rápido llegara al auto de seguridad, menos daño sufriría.—¿Qué opinas de la cadena perpetua para tu captor? ¿Crees que es sufic
El trayecto fue largo y silencioso, roto solo por las voces de los oficiales hablando en voz baja sobre la logística de su traslado. Madison apenas escuchaba; su mente estaba atrapada en un torbellino de emociones. Las preguntas de los periodistas seguían resonando en su cabeza, como ecos crueles que no podía ahogar."¿La niña te recuerda a él?""¿Es una carga?""¿Piensas mantenerla contigo?"Las lágrimas brotaron de nuevo, y esta vez ni siquiera trató de detenerlas. Se llevó una mano a los labios, intentando reprimir los sollozos, pero el dolor era demasiado profundo. Los ojos de su hija aparecieron en su mente: grandes, inocentes, tan llenos de vida. Era una niña que no tenía culpa de nada, y sin embargo, cada vez que la miraba, era como ver los ojos de Víctor de un azul intenso. Aún así eso no le impedía amarla. —Ya casi llegamos, señorita —anunció el conductor, su voz cortando el silencio del coche.Madison levantó la mirada y vio que se alejaban de la ciudad. Las calles bullicio
La noche había caído por completo, cubriendo la casa de Madison con un manto de tranquilidad engañosa. Afuera, los oficiales vigilaban atentos, sus siluetas moviéndose bajo las luces de los reflectores instalados en los bordes del jardín. Dentro, Madison permanecía sentada en el sofá, con la mirada perdida en el vacío. El día había sido una batalla agotadora, y las palabras de los periodistas todavía resonaban en su mente como ecos crueles. El sonido de un auto acercándose rompió el silencio, haciéndola sobresaltarse. Uno de los escoltas asomó la cabeza por la puerta del salón, con una expresión de cautela en el rostro. Marco no iba en calidad de autoridad sino que quería ir como padre y si ella le quería recibir pues que le recibiera y sino, lo volvería a intentar otro día.—Señorita, hay alguien que quiere verla —dijo el hombre. Madison frunció el ceño, la desconfianza creciendo en su interior. —¿Quién es? —preguntó con la voz apenas audible. —Dice ser el juez que llevó su
La noche había sido interminable para Madison. Los pensamientos giraban en su mente como un remolino imparable: su padre, el juicio, Lucía, y ahora la propuesta de empezar una nueva vida lejos de todo lo que conocía. No había dormido ni un instante. Estaba agotada, pero el sueño no venía; la decisión que debía tomar pesaba demasiado.Cuando el primer rayo de sol entró por la ventana, se levantó de la cama. Lucía dormía profundamente en la cuna improvisada que habían colocado en el cuarto. Por un momento, Madison la observó, sintiendo cómo una mezcla de amor y dolor le llenaba el pecho. Todo lo que hacía ahora era por ella, para que tuviera una vida mejor, lejos de las sombras del pasado.Cuando bajó al comedor, el ambiente era tranquilo, casi artificialmente calmado. Su madre, y sus hermanas ya habían desayunado, pero seguían sentadas a la mesa con tazas de café entre las manos. El televisor, que normalmente estaría encendido con algún programa matutino, estaba apagado.Clara levantó