MadissonMi mundo se vino abajo cuando vi a Víctor subir al autobús con dos tipos armados que apuntaban a todo el mundo. Fuera habían algunas patrullas con tipos vestidos de policías, corruptos.Mi preocupación por José no cesaba, ya no lo veía, y la angustia ante la idea de que le hicieran algo me descontrolaba.Jadeé de miedo cuando uno de los tipos que acompañaba a Víctor apuntó con su pistola en mi dirección.—No disparen por favor —supliqué—. Tengo una niña, no la lastimen.Un Víctor embravecido cruzó por delante del tipo y se inclinó hacia Lucia, me la arrancó de las manos, forcejeé, quise aferrarme a ella con toda mis fuerzas, pero solo me quedó mirar como la desprendían de mis dedos y se la entregaban a otro tipo que terminó sacándola del autobús, mi niña lloraba desesperada.Hice el intento de levantarme y correr en su dirección pero una fuerza mayor me obligó a volver a sentarme, lo que le siguió a ese empujón fue una bofetada brusca que me hizo mirar al autor de ese
MadissonHan pasado algunos días, ocho días es el tiempo que llevo aquí. He fingido normalidad, pero estoy rota. Víctor me deja moverme por toda la casa, y desde ayer me permite salir al jardín.Echo de menos las tardes con Rosefina, no se nada de ella, lloro cada noche por mi hija y siempre que hace un bonito día recuerdo a José y, termino llorando también por él.No le dirijo la palabra a Víctor al menos no por voluntad propia, he comenzado a limpiar la casa para entretenerme en algo y pensar menos en todo.Hago un nudo a la bolsa negra que he llenado de desechos que habían en el jardín. Estoy a punto de entrar a la casa cuando escucho a Víctor hablar con el teléfono en voz alta, y me detengo de súbito pegando la oreja. —¿Por qué demonios la policía me está buscando? —le escucho reclamar a Víctor.—Alguien ha denunciado lo ocurrido, creo que ha sido un hombre, ha puesto la denuncia desde Roma. Y tu cara está en todas las noticias, una mujer dijo ser la madre de Madisson, han d
VíctorSon las once de la mañana, y conduzco en silencio al juzgado, Madisson está a mi lado muy callada desde ayer lo está, luce tan hermosa, un vestido verde turquesa se ajusta a su esbelta figura, ahora me doy cuenta de lo delgada que está. No lo había notado, al menos no con el detenimiento que ahora lo hago.Me detengo en un semáforo en rojo y la miro de reojo, su rostro de perfil es precioso.No quiero perderla.Tengo miedo, un nudo en la garganta que me estrangula fuerte, ¿en qué momento dejé que está situación se me fuera de las manos?Cuando la vi en aquel bar la quise para mi porque me había enamorado, pero el poder tenerla completamente a mi merced me hizo perder la sensatez.Una voz en mi cabeza me dice que es muy tarde para arrepentimientos. Pude haberlo tenido todo con ella, una boda, una familia, hijos a los cual criar juntos. ¿Por qué le hice tanto daño?, ¿Por qué me deje llevar por mi lado perverso?Me quedo embelesado cuando se medio gira a mirarme clavando el
VíctorDespués de lo que me a dicho mi abogado paso saliva jamás en mi vida sentí miedo no tanto como en este momentoIncluso la cárcel no me aterra me aterra perderla ahora se lo que siente un pez cuando lo sacan del agua y se va asfixiando lentamenteSigo a mi abogado hacia la sala y cuando entramos todos se callan y me miran de mala maneraSus rostros lo dicen todo incluso me señalan y cuchichean (murmuran) entre ellos.Caminamos hacia un escritorio del lado de la defensa solo hay abogados—Y Madison —pregunté.—Siéntate —ordena—. No te puedes acercar a ella, trata de no hacer una escena, no es prudente.Lo miro con el ceño fruncido, ¿por qué no puedo preguntar por ella? si ella es mía, y siempre será así, por qué me la quieren quitar es algo que me enerva.—Dudo que la vuelvas a ver —dice él sin mirarme.—Todos de pie para recibir al honorable juez Marco Onestini —Anuncian una voz autoritaria.Me puse de pie cuando todos lo hicieron y cuando mis ojos se posaron con los d
Camino hacia el estrado con el peso de los años colgando de mi espalda. Cada paso resuena en mi cabeza como si el tiempo se ralentizara, como si el universo quisiera que sintiera cada segundo de este momento. La sala está tensa, expectante. No miro a Víctor, porque sé que sus ojos están clavados en mí, tratando de perforarme como cuchillos. Pero no me importa. Ya no. Cuando llego al estrado, el alguacil me indica dónde sentarme. Mis manos están firmes, aunque dentro de mí, el temblor amenaza con desbordarse. Respiro hondo antes de levantar la mirada hacia el juez. —Nombre completo —me pide el fiscal. —José Enrique Rinaldi. —¿Edad? —Treinta y cinco años. —¿Relación con el acusado? Mis ojos se desvían por un momento hacia Víctor. Lo veo, con la mandíbula apretada, los puños tensos sobre la mesa. Nunca había visto tanto odio en un rostro, pero es un odio que no me amedrenta. —Fuimos amigos. Por muchos años —respondo con voz clara. —¿Puede explicarnos su relación
VíctorLa sala estaba en silencio absoluto cuando Víctor Cascuzo se levantó para caminar hacia el estrado. Sus pasos eran lentos, calculados, como si quisiera proyectar calma, pero la tensión en sus hombros lo delataba. Era un hombre acostumbrado a dominar, pero el aire pesado en el tribunal parecía quitarle fuerza. El juez lo observaba con atención, y el fiscal ya estaba de pie, preparado para comenzar el interrogatorio más intenso del juicio. —Señor Cascuzo —comenzó el fiscal, con la voz firme y una mirada que atravesaba como cuchillos—, durante los últimos días, hemos escuchado testimonios que describen su relación con Madisson y las circunstancias de su vida en el campo. Ahora es su turno de hablar. Recuerde que está bajo juramento. Víctor se acomodó en el asiento del estrado, fingiendo serenidad. —Estoy aquí para decir la verdad, señor fiscal. Nada más que la verdad. El fiscal no se dejó intimidar por la aparente seguridad del acusado. —Muy bien, señor Cascuzo. Empece
MadissonSalí corriendo del edificio. Con fuerza. Rápido. Y sin mirar atrás. No me detuve ni un momento a pensar en las consecuencias de escapar de Víctor. Solo necesitaba huir de él. Doblé en el primer callejón que vi y seguí corriendo cada vez mas fuerte, clavándome las pequeñas piedras del pavimento en mis pies desnudos. La bata blanca que vestía bailaba con el aire, ella también estaba siendo libre, ha ratos me impedía tomar la velocidad que realmente deseaba alcanzar, yo quería ir mas rápido. Posiblemente tampoco estaba en forma, me sentía débil y hambrienta, como si una fuerza magnética me halara hacia atrás. Hacia el edificio del que huía.Mis piernas comenzaron a humedecerse y al pestañar en su dirección vi toda la prenda empapada en sangre. Dejé de correr y empecé a llorar alzando mi vestido, ¿Dónde esta mi bebé? Yo estaba embarazada. Algo comenzaba a salir de mí. Algo que dolía y me hacia gritar con pavor sacando el grito de mis entrañas. Me encogí sujetando mi barriga hasta
Madisson Un año después. —¿Vas a ir con ese vestido? —escupe Víctor colocándose el saco con rudeza. —Es el único que tengo —murmuré en voz baja—. Me lo prestó Rosefina. —No te queda bien. Me contengo de decirle sus verdades, solo tengo la ropa que me compra él. Y es mas que evidente que carezco de ella. —Apúrate vamos a llegar tarde y mis padres no van a esperarte toda la tarde —gruñe. Se me acelera el corazón. No recuerdo la última vez que salí de aquí, porque nunca lo hice realmente. Siento que siempre he estado aquí. Ya no recuerdo lo que se siente estar en el mundo como una persona independiente. Tampoco es de mi agrado ir a conocer a los padres de Víctor, pero teniendo en cuenta que voy a salir de la casa después de tanto hasta me agrada la idea. —Colócame la corbata —me ordena. Me muevo hacia él y procedo acomodársela, los dedos me tiemblan y no le miro a los ojos en ningún momento. —Siempre supe que serías mia —comenta poniendo sus manos en mi cintura. Sus dedos me